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dissabte, 31 de març del 2012

PERDER LA CABEZA. Joana Bonet. La Vanguardia.

No importa la naturaleza del objeto extraviado: puede ser previsible, como un teléfono, unas llaves o una bufanda; o de lo más exótico, como un guacamayo; excepcional como un vestido de novia de Vera Wang, o doméstico como una olla exprés.
Sí, en este mundo hay personas capaces de olvidarse en el metro de Barcelona o el de Madrid una nevera portátil, un medidor de glucosa, una caña de pescar, una cuna de bebé o incluso unos papiros egipcios. Una vez me quedé impresionada por el relato de un vendedor de Ikea, que, por cierto, no parecía escandalizado: "En nuestra sala de juegos, en más de una ocasión, los padres se han olvidado recoger a sus hijos. Sí, cuando estábamos a punto de cerrar, los hemos llamado, o ellos a nosotros porque al llegar a casa advirtieron que la sillita del coche estaba vacía". Sin ir más lejos, el año pasado fue olvidado un bebé de 18 meses en un hotel británico, y también en el Reino Unido, según una información de José Luis Ortega publicada en La Vanguardia, hubo quien se dejó en la habitación una antorcha olímpica de un metro de altura, las llaves de un Ferrari o una urna con las cenizas de un familiar.
¿Qué mecanismo se anula o se dispara para que alguien sea capaz de olvidar las cenizas de su padre, o a su propio hijo vivo? La gente, cuando se queda en blanco ante algo que sabe que sabe, suele usar el humor negro como salida desesperada: "Es mi alzheimer", bromean, porque dejar de ser capaz de recordar conforma uno de los vértigos más tenebrosos para el ser humano. La llegada de la presbicia a menudo suele acompañarse de un lugar común tremendamente incómodo: no saber cómo se llama quien te está saludando. Como si no cupiera un lugar para aquella persona que te llama por tu nombre y te convoca a vivencias comunes. Una leve luz pugna por abrirse paso entre las zonas oscuras y blandas del pensamiento. Alguien que no debió de impactarte, te dices, que no se coló en el disco duro de la memoria. O bien tu memoria es perezosa e incauta, no toma memorin ni hace sudokus, y ya no registra los números de teléfono, aquella gimnasia mental del pasado suprimida por las tarjetas sim.
¿Por qué olvidamos unas cosas y recordamos otras? ¿Por qué hay gafas que nos acompañan durante diez años y otras que se pierden al cabo de una semana? Como escribe Empar Moliner en La Col·laboradora, un apasionante fresco sobre la impostura y la supervivencia, hay nombres como Natascha Kampusch, Priklopil o Praia da Luz que extrañamente aprendimos para siempre mientras otros, mucho más familiares, se nos resisten. Según las teorías de Freud sobre los olvidos, y de una manera más amplia los actos fallidos, estos se producen por la interferencia de un deseo. Lejos de ser casuales, de limitarse a un simple descuido, han sido empujados por un anhelo inconsciente que difícilmente podría manifestarse de otro modo. Es decir, que quien olvidó el vestido de novia en el fondo no quería casarse o quienes dejaron a sus hijos en Ikea en el fondo querían dimitir como padres. Quizá por ello tan a menudo olvidamos gafas porque no queremos ver, llaves porque no queremos regresar y teléfonos porque queremos perdernos. Pero también hay que atribuir la desmemoria a la llamada ensoñación. Ese vagabundear aflojando el sentido de la realidad, como exaltaba Rousseau, que escribía que pensar con profundidad no le aportaba placer, pero en cambio ensoñarse le descansaba y le procuraba un goce único.
En verdad, la idea que todos tenemos de una oficina de objetos perdidos es mucho más romántica que la realidad. Pero cómo negar que detrás de cada extravío hay un ser humano despistado, ensoñado o azorado que tiene otra cabeza dentro de la cabeza.

divendres, 30 de març del 2012

"No olvida quien finge olvido, sino quien puede olvidar". Frases para cambiar vidas.

Autor: Alejandro Sanz 
Tan importante una función como la otra, recordar y olvidar resultan primordiales para la vida. Nuestra vida, tal y como la concebimos, sería imposible sin la capacidad de recuperar pasajes felices de nuestra memoria, pero también sin la posibilidad que nos brinda el olvido de mitigar el dolor que provocado por ciertos recuerdos.
Olvidar es una gran facultad. Sirve para recobrar nuestra habilidad de aprender; sirve  para discriminar y seleccionar nuestras respuestas ante todo tipo de situaciones futuras; para actuar con madurez, sabiduría, altura y resignación frente a la adversidad. También sirve para perdonar nuestros errores, y seguir adelante sin culpas y sin remordimientos. Podríamos decir que recordar es volver a vivir y olvidar es recordar sin sentir y si miramos hacia atrás en nuestra vida, la memoria nos dirá que somos lo que recordamos.
El  hombre común y corriente, merced a la llamada "curva del olvido", pierde a las 8 horas el 80% de la información. Frágil memoria, como vemos, pero aún más frágil nos puede parecer si, como ahora contaré, somos conscientes de que un simple acto que repetimos decenas de veces cada día, como es cruzar una puerta, incrementa el olvido.
Resulta que investigadores de la Universidad de Notre Dame, han realizado un experimento muy curioso donde demuestran que un acto tan simple como cruzar el umbral de una puerta puede incrementar el olvido. Según estos psicólogos, pasar a través de una puerta crea simbólicamente un nuevo episodio que dificulta recordar la información o las vivencias que pertenecen a la habitación que apenas se ha dejado atrás.
Para llegar a estas conclusiones seleccionaron a un grupo de voluntarios que fueron sometidos a un entorno creado en realidad virtual que contenía 55 habitaciones de diseños diferentes, algunas grandes y otras más pequeña, pero todas con una mesa. Cuando las personas entraban, debían tomar un objeto del extremo de la mesa y caminar para depositarlo en el otro extremo. Y esta acción la repetían hasta terminar de trasladar determinados objetos, obviando otros que no debían tocar. A continuación, algunos participantes salían de la estancia pasando por una puerta abierta que conducía directamente a una nueva habitación o simplemente se movían al extremo de la habitación.
Luego, sobre la pantalla se mostraban los nombres de algunos objetos. Cada participante debía determinar si este objeto en cuestión había sido trasladado por ellos o era de los que habían permanecido sin tocar encima de la mesa.
Lo curioso fue que el recuerdo de las personas que habían caminado a través de la puerta era peor que el de quienes habían recorrido la misma distancia pero no habían salido de la habitación. ¿Por qué? Los psicólogos presuponen que la puerta representa un límite que marca el inicio de un nuevo episodio en la memoria por lo que nuestro cerebro tendría el “permiso para archivar” la información precedente. Al contrario, las personas que permanecen en el mismo sitio recuerdan con más facilidad, porque las informaciones aún no han sido “archivadas” y permanecen en su memoria de trabajo.
Otra explicación posible se basa en el simple hecho de que mantenerse en la misma habitación donde se realizó la actividad potencia el recuerdo. Esta idea proviene de la sabiduría popular que nos sugiere que cuando olvidamos algo, nos resulta más fácil recordarlo si regresamos al lugar donde surgió la idea.
Atravesar las puertas tiene un significado simbólico que potencia el olvido y, mientras más puertas se atraviesen, más difícil será recordar los hechos anteriores.
Obviamente, esta idea se aplica solo para los recuerdos insignificantes, porque bien sabemos que los recuerdos emocionalmente significativos no se ven afectados de forma tan sencilla sino que se mantienen casi indelebles en nuestra memoria.

Reflexión final: "Se llama memoria a la facultad de acordarse de aquello que quisiéramos olvidar." (Daniel Gélin)

dijous, 29 de març del 2012

¿VA USTED DE JUEZ IMPLACABLE?. Borja Vilaseca. El País. 25/03/12


Estamos constantemente juzgándonos los unos a los otros.
Al reconocer nuestras propias limitaciones, empezamos a mirar a los demás con otros ojos.
Conocer nuestras propias miserias y errores nos permite mirar a los otros con más empatía y comprensión.
Juzgar a los demás es tan fácil que todos sabemos cómo hacerlo. Juzgamos sus decisiones y comportamientos. Sus errores y también sus aciertos... Nuestra capacidad para realizar juicios es tan ilimitada como nuestra compulsión a etiquetar con adjetivos todo lo que percibimos a través de nuestros sentidos.
Y entonces, ¿qué es un juicio? Podría definirse como "una opinión subjetiva por medio de la cual evaluamos moralmente aquello que estamos observando". El acto de juzgar surge como resultado de comparar lo que sucede (la realidad) con lo que se supone que debería suceder: una idealización de la realidad. Pongamos por ejemplo que estamos ilusionados porque hemos quedado para ir aI cine con Juan. Y que poco antes nos llama para decirnos que prefiere quedarse en casa, pues está enfrascado en la lectura de un libro. Movidos por la decepción, reaccionamos diciéndole a Juan que es "un egoísta".
Vayamos por partes. En primer lugar el hecho de decir que "Juan es egoísta" no tiene tanto que ver con Juan, sino con nuestra manera de verlo e interpretarlo. Seguramente para otras personas "Juan no es egoísta". Y en segundo lugar, hemos considerado que "Juan es egoísta" porque su comportamiento no se ha ajustado a nuestros deseos, necesidades y expectativas. En vez de hacer lo que nosotros queríamos que hiciera, Juan ha decidido hacer otra cosa. 
En el caso de que nos creamos ciegamente que "juan es egoísta", habremos creado un nuevo prejuicio. Es decir, "una suposición subjetiva que damos por cierta e inamovible". Como consecuencia, cada vez que interactuemos con Juan tenderemos a observar e interpretar su conducta partiendo de dicha premisa. Y a menos que cuestionemos este tipo de pensamientos, acabaremos perpetuando una distorsión de la realidad que puede que nos impida volver a verlo tal y como verdaderamente es. 

DISTORSIONAR LA REALIDAD
"Ni tu peor enemigo puede hacerte tanto daño como tus propios pensamientos" (Buda)
Así es cómo en ocasiones nos vamos distanciando de personas con las que hemos entrado en conflicto. Y en general lo hacemos dañando nuestra mente y nuestro corazón con emociones tan inútiles como el rencor, el odio, la decepción, el resentimiento, la culpa y la frustración.
¿Por qué nos juzgamos los unos a los otros constantemente? Por una simple cuestión de ignorancia. Al juzgar a otras personas ponemos de manifiesto que no contamos con toda la información necesaria para realizar una interpretación más objetiva y constructiva. La realidad no es buena ni mala: es neutra. De ahí la necesidad de quitarnos el velo de ignorancia que nos impide ver las cosas tal y como son.
Para dejar de juzgar el comportamiento de los demás es necesario comprender las necesidades y motivaciones que llevan a otras personas a ser como son. En vez de perder el tiempo señalando a otros con el dedo, lo más eficiente es empezar a mirarnos en el espejo. Si ignoramos quiénes somos, cómo funcionamos y por qué hacemos lo que hacemos, es imposible saber lo mismo de las personas que forman parte de nuestra vida. De ahí que los sabios de todos los tiempos hayan dicho una y otra vez que "el autoconocimiento es el camino que nos conduce a la sabiduría". 
Conocerse a uno mismo es una questión de honestidad, humildad y valentía. En esencia, consiste en comprender, aceptar y trascender nuestro lado oscuro. Es decir, hacer conscientes nuestras miserias, nuestros errores y, en definitiva, todo aquello de nosotros rnismos que nos desagrada y nos limita. Si al principio este proceso puede resular incómodo y doloroso, al afrontar y asumir la verdad que reside en nuestro interior nos convertimos en personas más conscientes, responsables y libres. Y nos permite mirar a los demás con más empatía, relacionándonos con mayor comprensión y aceptación.

PSICOLOGÍA DE LA ACEPTACIÓN.
Aquello que no eres capaz de aceptar es la úínica causa de tu sufrimiento. (Gerardo Schmedling)
La próxima vez que digamos que "Juan es egoísta" puede ser interesante detenernos unos momentos a reflexionar. ¿Por qué nos perturba que Juan haya decidido quedarse en su casa? ¿Dónde está escrito que las personas deban cumplir a rajatabla aquellas actividades de ocio que han dicho que iban a hacer? Y ¿acaso no es egoísmo querer que Juan cumpla con nuestros deseos y expectativas?
Veamos ahora este mismo ejemplo desde la perspectiva de Juan. Recordemos que antes de colgar el teléfono con ira le hemos dicho con vehemencia que es un egoista. Frente a esta situación, Juan tiene varias opciones. Ia primera -y también la más frecuente- es que reaccione impulsivamente y se enfade con nosotros. Puede que en su fuero intemo empiece a repetir: "¿Egoísta yo? ¿Pero de qué vas?". Es decir, que opte por reaccionar aI odio con más odio, reproduciendo una cadena destructiva de ignorancia, conflicto y sufrimiento que no beneficia a nadie.  
Afortunadamente, Juan tiene otras altemativas. En función de su estado de ánimo, su nivel de consciencia y su grado de comprensión, puede simplemente aceptar nuestra reacción. Cabe señalar que aceptar no quiere decir resignarse. Tampoco significa reprimirse ni ser indiferente. Ni siquiera es sinónimo de tolerar o estar de acuerdo. Y está muy lejos de ser un acto de debilidad, pasotismo, dejadez o inmoviüdad. Más bien se trata de todo lo contrario. La auténtica aceptación nace de una profunda comprensión, e implica dejar de reaccionar impulsivamente para empezar a dar la respuesta más eficientefrente a cada situación.
Al elegir esta opción, lo que Juan ha hecho es actuar con responsabilidad, evitando tomarse nuestra conducta como algo personal. Al aceptar lo que ha sucedido, Juan está poniendo de manifiesto que comprende que nada ni nadie tiene el poder de perturbarle sin su consentimiento. Principalmente porque solo él mismo puede perturbarse con sus propios pensamientos. 

LA SABIDURIA DE LA COMPASIÓN
"Sabio es aquel que jamás encuentra una excusa para limitar su capacidad de dar lo mejor de sí mismo". (Martin Luther King)
Dado que el estado de ánimo de Juan no se ha visto afectado por nuestro comportarniento, no siente la necesidad,de defenderse ni de atacar. Juan sabe que al habernos expresado con ira y vehemencia, primera y unicamente nos hemos dañado a nosotros mismos. De hecho, reconoce haber reaccionado de la misma manera en alguna otra ocasión. También sabe que estamos en nuestro derecho de cometer errores para aprender y evolucionar.
Al escoger no reaccionar ante el insulto, Juan es libre para responder de la mejor manera posible. Y es aquí donde entra en juego la compasión. Si bien se suele confundir con sentir lástima o pena la verdadera compasión consiste en comprender las motivaciones que llevan a las demás personas a sufrir, luchar y entrar en conflicto con la realidad. Y como consecuencia aflora una inteligencia esencial que nos permite lidiar con ellas dando lo mejor de nosotros mismos. En este caso, Juan se ha dado cuenta de que es en parte responsable de lo que ha sucedido. Igual podrla habernos dicho desde el principio que iba a quedarse en casa, en vez de habernos dado un estímulo dando lugar a que nosotros hayamos creado una perspectiva, así como su consecuente frustración... 
Apenas pasados cinco minutos desde que nos hemos enfadado con Juan, nos llama por teléfono. Movido por la compasión, Juan se disculpa por haber cambiado de planes. A partir de aquí, que cada lector decida por sí mismo cómo cree que le afectaría esta conducta y cual sería su respuesta. 

PARA CULTIVAR LA EMPATIA

Película
- El cielo y la tierra de Oliver Stone. Basada en hechos reales se trata de un homenaje a las enseñanzadse Buda.
Canción
- Because you loved me de Celine Dion. Una oda al amor incondicional.
Libro
- Espacio Interlor: de Antonio Jorge Larruy (Luciérnanga). Expone las claves para aprender a entrenar los músculos emocionales de la humildad, la aceptación, la empatía y la compasión.

LA MELODÍA QUE EMITE EL CORAZÓN ES PRECIOSA. La Contra de La Vanguardia. 19/03/12

Patrick Drouot, doctor en Ciencias Físicas

66 años. Nací en Estrasburgo y vivo en París. Casado, dos hijos. Mi tesis versó sobre la naturaleza del tiempo en la física cuántica. El mundo necesita una visión mucho más amplia que la derecha o la izquierda. El universo es un organismo vivo y complejo. Todo es inteligente.

El amor y el universo
Fue durante años profesor en la Sorbona y en el departamento de Psiquiatría de la Universidad de Kansas City, ahora imparte cursos en la escuela de Altos Estudios Comerciales de París. Explica con entusiasmo sus investigaciones iniciadas en el 2002: cómo un sonido que reproduce en longitud de onda la tasa de coherencia de la variabilidad cardiaca puede optimizar nuestra mente y nuestra salud, teoría que explica en La revolución del pensamiento integral (Luciérnaga) y que expuso en el simposio La evolución de la conciencia, organizado por Pilar Basté en CosmoCaixa. "Creo que todo está vivo en el universo, en el que hay vibraciones fundamentales, y el amor forma parte de ellas".

Tengo mucho que contarle.

Bien.
Desde el renacimiento considerábamos el tiempo algo constante, unidireccional e irreversible, pero hemos empezado a entender que el tiempo posee una densidad.

Se me escapa el concepto de densidad temporal.
Imagine que el transcurrir del tiempo es como si uno abre más o menos el grifo y el agua (el tiempo) corre más o menos. En los últimos diez años esa densidad se está acelerando, se observa en los relojes atómicos.

Entendido.
Se sospecha que una estructura cultural (las reglas y valores que rigen las finanzas, o la salud, o las empresas...) es una inteligencia que evoluciona por sí misma, y que la inteligencia humana evoluciona menos rápidamente que dichas estructuras. Esa es la razón por la cual ya no se entienden los problemas actuales. Hace 50 años el mundo era muchísimo menos complejo.

Y la causa es la aceleración de la densidad temporal.
Sí. Hace unos diez años empezamos a darnos cuenta de que algunas herramientas financieras, del mundo de la salud, o de la empresa..., empezaban a no funcionar.

Póngame un ejemplo.
Un estudio del Ministerio de la Salud de Francia que analizaba la evolución de 25 tipos de cáncer en los últimos 20 años reveló que 19 se habían disparado de manera anómala. El cáncer de próstata en los hombres ha aumentado casi un 300%. Conocemos las causas, decía el estudio, pero debe haber algunos factores más que desconocemos.

...
Como asesor de eurodiputados y diversas empresas podría ponerle muchos ejemplos que creemos que están relacionados con la aceleración de la densidad temporal, por eso he dedicado diez años a estudiarlo.

¿Y?
Así surgió la teoría del pensamiento integral (hemos de cambiar nuestra forma de pensar, de forma que trascienda los límites comúnmente admitidos de nuestras conexiones neuronales) y llegué al fenómeno de coherencia neurocardiovascular.

Cuénteme.
He leído su entrevista a Annie Marquier (La Contra del 14 de marzo) y sus planteamientos son correctos: el cerebro del corazón es el que toma las decisiones... Pero ¿por qué?

...
El inventor del reloj de pared fue un holandés llamado Huygens. Cada día le daba cuerda a sus relojes y comprobó que al cabo de un rato y en un tiempo aleatorio todos se sincronizaban con un reloj en concreto.

El más grande.
Sí, lo que en ciencia se llama el fenómeno de arrastre. Pues bien, el mayor reloj biocorporal del cuerpo humano es el corazón. Ahora le explicaré lo que es la coherencia: Ima está en coherencia cuando escribe un artículo y todo fluye, y está en incoherencia cuando tarda una barbaridad en acabar su artículo, está agotada y nerviosa.

Entendido.
En ciencia un sistema coherente es un sistema que consume poca energía para un máximo rendimiento, y es incoherente cuando se traga cien litros de gasolina para recorrer un kilómetro. El corazón emite señales eléctricas que se pueden ver en una gráfica sinusoide. Pero nunca se había medido la tasa de variabilidad cardiaca.

Eso me lo tendrá que explicar.
Es una gráfica que muestra la ondulación de las señales eléctricas del corazón. En la inmensa mayoría de la gente es muy irregular. Pero si la altura de las curvas se repite de forma regular la persona está en estado de coherencia. El corazón manda esta señal, que es como un lenguaje, al neocórtex.

El cerebro superior.
Sí, y él lo va transmitiendo a todos los relojes secundarios del cuerpo: el sistema nervioso central, el sistema hormonal, etcétera. Desde los primeros estudios empezamos a entender varias cosas.

Nada mejor que estar en coherencia.
Eso es: cuando una persona está en coherencia es eficiente; cuando está en incoherencia y va hacia un estado de coherencia van desapareciendo cefaleas, reumas, las heridas cicatrizan más rápido e incluso vimos varias curaciones de cánceres.

Es como una novela.
Si yo fuera un sanador, le diría: respire a través del corazón sentimientos de amor y autoestima, promueva los pensamientos positivos, que, por cierto, generan trenes de ondas eléctricas.

Pero es un físico.
Por tanto, me dije: una señal eléctrica es una frecuencia que mediante una ecuación se puede transformar en longitud de onda, así que he creado un sonido que reproduce en longitud de onda exactamente la tasa coherente de variabilidad cardiaca.

¿Y a qué suena un corazón coherente?
Es precioso. Escuchar durante cinco minutos esa melodía pone en estado de coherencia nuestro corazón, es lo que yo llamo una reestructuración neurocardiovascular.

¿Han experimentado con ese sonido?
Sí, en el campo de la empresa, la medicina y el deporte de élite, con excelentes resultados, sobre todo en cuanto a fluidez neuronal. El ser humano tiene posibilidades increíbles, pero estamos limitados por un modelo racional que nos ahoga.

Nada mejor que estar en coherencia.
Eso es: cuando una persona está en coherencia es eficiente; cuando está en incoherencia y va hacia un estado de coherencia van desapareciendo cefaleas, reumas, las heridas cicatrizan más rápido e incluso vimos varias curaciones de cánceres.

Es como una novela.
Si yo fuera un sanador, le diría: respire a través del corazón sentimientos de amor y autoestima, promueva los pensamientos positivos, que, por cierto, generan trenes de ondas eléctricas.

Pero es un físico.
Por tanto, me dije: una señal eléctrica es una frecuencia que mediante una ecuación se puede transformar en longitud de onda, así que he creado un sonido que reproduce en longitud de onda exactamente la tasa coherente de variabilidad cardiaca.

¿Y a qué suena un corazón coherente?
Es precioso. Escuchar durante cinco minutos esa melodía pone en estado de coherencia nuestro corazón, es lo que yo llamo una reestructuración neurocardiovascular.

¿Han experimentado con ese sonido?
Sí, en el campo de la empresa, la medicina y el deporte de élite, con excelentes resultados, sobre todo en cuanto a fluidez neuronal. El ser humano tiene posibilidades increíbles, pero estamos limitados por un modelo racional que nos ahoga.


dimarts, 27 de març del 2012

¿PORQUE A MI?.

"Vida, todo me debes,
vida, nada me das, vida,
no estamos en paz."

¿Por qué a mí? ¿Por qué me tuvo que pasar esto a mí? Son típicas expresiones que se escuchan en el consultorio terapéutico y en la vida en general.
Muchas personas consideran injusto el que la vida no les dé lo que desean en el momento y de la forma que quieren. Y lo que es aún más frustrante: que les quite lo que ya han alcanzado o les enfrente a  pruebas dolorosas como pérdidas, enfermedades, eventos desagradables, desilusiones y fracasos.
Pero, si la vida pudiera responderle a quien hace esa pregunta le diría:
- ¿Y por qué no? ¿Qué acaso no eres un ser humano común y corriente como todos los demás? ¿Qué te hace a ti diferente como para que no tengas que enfrentar todo tipo de experiencias?
Tal parece que, cuando formulamos la pregunta ¿por qué a mí? nos estuviéramos colocando en un lugar privilegiado, sintiéndonos mejor que los otros, más buenos, con más derechos, como seres especiales… como si le dijéramos a la vida:
- ¿Si he hecho todo lo que me has pedido, si he sido bueno y obediente, no sería justo que me trataras de una manera especial, diferente a la forma en que tratas a todos los demás?
Y a este reclamo la vida responde algo como:
- Esa no es razón para que no tengas que vivir las experiencias que te toca vivir, sean buenas o malas. Yo soy así, una mezcla de dolor y de placer, de experiencias agradables y desagradables, y a ti te toca decidir, libremente, cómo quieres vivirlas y qué significado les quieres dar: como un motivo para convertirte en víctima y lamentarte por lo que te tocó vivir, o como una persona madura capaz de decir ¿qué puedo aprender de esto que me tocó experimentar?
Por más especial que alguien crea que es y por mucho que piense que, a causa de lo que ha sufrido, la vida está en deuda con ella, está dejando de ver que, todas las personas, sin excepción, tienen que enfrentar los que les toca, ya sean experiencias satisfactorias como dolorosas.
Por duro y frustrante que resulte, la vida no está en deuda con nadie, por más terrible que haya sido lo que le tocó vivir.
De principio a fin, todos tenemos que enfrentar la existencia de manera íntegra y, lo más sabio sería vivir tan intensamente el dolor como el placer, reconociendo que siempre, en todo evento que vivamos, existe siempre un lado bueno y otro no tan bueno, uno agradable y otro desagradable, con ganancias placenteras y con pérdidas dolorosas.
El día que podemos aceptar y reconocer que la vida no nos debe nada y que necesitamos seguir enfrentando con valor, todo tipo experiencias, ya sean de  dolor o de placer, más maduros y realistas seremos.
No seguiremos lamentándonos de nuestra suerte, sino que, por el contrario, agradeceremos a la vida que sea la eterna maestra, la que siempre nos da la oportunidad de aprender incluso del dolor y de hacernos más fuertes a través de éste.
Pero sI seguimos reclamándole a la vida por hacernos vivir experiencias displacenteras, seguiremos siendo, eternamente, seres atrapados en una actitud infantil, inmadura, negados a crecer y a enfrentar con coraje, confianza y determinación, aquello que nos toque enfrentar.
Un paciente que se lamenta actualmente por no poder encontrar un trabajo a su nivel, me comentaba que, en días recientes, vivió una experiencia que le ayudó a cambiar su punto de vista en relación a que la vida era injusta con él.
Me compartió que como acompañó a un amigo en la pérdida de su madre que había dado todo por él y por sus hermanos. Al comparar su experiencia, con la de su amigo, se dio cuenta que lo suyo no era tan importante al lado del dolor que sufría su amigo al enfrentar la pérdida de su madre. Pudo relativizarlo y darse cuenta cómo lo estaba sobredimensionando. Pudo, gracias al hecho de tomar consciencia de una cosa y de otra, relativizar lo que está viviendo, aquello que calificaba como lo peor que le pudiera pasar a alguien.
Mi paciente se hizo consciente de que a pesar de lo vulnerable y débil que se sentía por su situación laboral, era capaz de sentirse fuerte para su amigo y capaz de  acompañarlo y apoyarlo.
Eso es lo que ocurre cuando nos comparamos con los otros, si nuestro punto de comparación es con alguien que está mejor que nosotros, nos vivimos en desventaja, y le reclamamos a la vida la suerte de quien tiene más que nosotros.
Pero, si nos comparamos con alguien que se enfrenta a algo más difícil y doloroso, tenemos la oportunidad de descubrir que lo que estamos viviendo no es como lo estamos queriendo ver y nos sentiremos más fuertes y más capaces de enfrentarlo.
Por eso, nuestra realidad puede ser muy diferente si aprendemos a mirarla con estos lentes:
  • Todo es relativo, por lo tanto, si comparamos nuestra situación con la de otros, siempre descubriremos a unos que están en mejores o peores circunstancias.
  • Que la vida no es sólo experiencias placenteras, que el dolor y la pérdida son también parte de lo mismo que tenemos que enfrentar.
  • Que el dolor es algo inevitable y que podemos aprender mucho de él, y que lo que nos podemos evitar es el sufrimiento de tratar de eludirlo.
  • Que toda experiencia positiva o agradable tiene también su lado negativo y sus pérdidas y que, de la misma manera, toda experiencia negativa o dolorosa, ofrece nuevas ganancias y oportunidades, por difícil que sea descubrirlo.
  • Que no podemos cambiar la realidad externa, pero nunca perderemos la libertad última de elegir con qué actitud queremos vivir dicha realidad: como víctimas que se relamen sus heridas o como personas maduras que deciden aprender y crecer a través de ellas.
  • Que en lugar de enfocarnos en reprocharle a la vida por el dolor que nos depara, podemos aprender a agradecerle por esas oportunidades para ser mejores personas.

Tal vez, si aprendemos a cambiar el foco, podremos decir entonces, como el poeta:

Vida, nada te debo…
Vida, nada me debes…
Vida, estamos en paz.

dilluns, 26 de març del 2012

"NUNCA SUBESTIMES LA MARCA QUE DEJAS EN LOS DEMÁS". Frases para cambiar vidas.


Salvo casos muy concretos y que cabría que calificar como 'especiales', los humanos vivimos en grupo y necesitamos del mutuo apoyo para sobrevivir. La interrelación con los demás es un alimento emocional esencial y a su alrededor construimos nuestra estabilidad y equilibrio para que todo funcione y evolucione.
¿Te has detenido a pensar cómo influye lo que haces en los demás? ¿Cómo influye el tono, la corporalidad, los gestos y las palabras que eliges para comunicarte con tu familia o tus amigos?
Piensa en lo que le pasa a tu hijo cuando le gritas o cuando pierdes la paciencia o cuando das un golpe en la pared después de recibir una mala noticia. Mira su rostro, sus manos y sus ojos, en el mismo momento que reciben el impacto de tus actos. Pon la mano en su corazón después de gritarle o de realizar algo con vigor, con exaltación y vehemencia y notarás sus latidos disparados.
De la misma forma, puedes fijarte también en lo que sucede cuando les empoderas, les valoras y les declaras simpatía o cariño. Es mágico.
Desconocemos el impacto que tienen nuestras acciones sobre los demás, siendo este mucho mayor de lo que imaginamos. Párate un momento y presta atención al impacto de todo lo que haces en la gente que te rodea. Así podrás comprobar que, a veces, exigimos una cosecha y un fruto que no estamos cultivando en absoluto.

“INFORMACIÓN, POR FAVOR"
Cuando yo era niño, aún muy pequeño, mi padre compró el primer teléfono de nuestro vecindario. Recuerdo bien aquel aparato negro y brillante que se hallaba sobre la cómoda de la sala. Yo era muy chico para alcanzarlo, pero me quedaba escuchando fascinado mientras mi madre hablaba con alguien.
Un día descubrí que dentro de aquel objeto maravilloso vivía una persona fantástica. Se llamaba “Información, por favor" y no había nada que ella no supiera. “Información, por favor" podía suministrar cualquier número de teléfono y hasta la hora correcta.
Mi primera experiencia personal con ese genio de la botella, vino un día en que mi madre se encontraba fuera, en casa de unos vecinos. Yo estaba en el garaje, revolviendo en la caja de herramientas, cuando me golpeé un dedo con el martillo. El dolor era terrible, pero no tenía motivo para llorar, ya que no había nadie para consolarme.
Andaba por la casa chupándome el dedo dolorido, hasta que pensé:
“¡El teléfono!”
Rápidamente, cogí una pequeña escalera que coloqué frente a la cómoda de la sala. Me subí a la escalera, descolgué el auricular y lo apreté contra mi oído.
Alguien atendió y yo dije entonces:
- Información, por favor".
Oí dos o tres clics, hasta que una voz suave y nítida habló en mi oído.
- Información. Dígame.
- Me he golpeado el dedo...
- ¿Tu madre no está en casa?, preguntó ella.
- No, no hay nadie, sollozaba.
- ¿Estás sangrando?.
- No, pero me he golpeado con el martillo y me duele mucho.
- ¿Puedes abrir la puerta del congelador?.
Respondí que sí.
- Entonces coge un cubito de hielo y póntelo en el dedo, dijo la voz.
Tras aquel día, yo conectaba con “Información, por favor” por cualquier motivo. Ella me ayudó con mis dudas de geografía y me enseñó dónde estaba Filadelfia. Me ayudó con los ejercicios de matemáticas. Me enseñó que la pequeña ardilla que traje del bosque tendría que comer nueces y pequeñas frutas...
Cuando Petey, mi canario, se murió, yo llamé a “Información, por favor” y le conté lo ocurrido. Ella me escuchó y comenzó a hablar de esas cosas que se le dicen a un niño que está creciendo. Pero yo me sentía inconsolable y preguntaba:
- ¿Por qué tienen que morirse unos pajaritos que cantan tan bien y dan alegría a los demás?
- Paul, recuerda siempre que existen otros mundos donde también se puede canta”.
De alguna manera, después de esto me sentí mejor.
Al día siguiente, allá estaba yo de nuevo.
- Información. Dígame, dijo la voz ya tan familiar.
- ¿Usted sabe cómo se escribe ‘excepción’?
Todo esto aconteció en mi ciudad natal, al norte del Pacífico. Cuando yo tenía 9 años, nos mudamos a Boston. Añoraba mucho a mi amiga. “Información, por favor” pertenecía a aquel viejo aparato telefónico negro, y yo no sentía ninguna atracción por nuestro nuevo teléfono blanco que se hallaba sobre la cómoda de la nueva sala.
Pasó el tiempo y fui creciendo, pero los recuerdos de aquellas conversaciones infantiles nunca se alejaron de mi memoria. Frecuentemente, en momentos de duda o perplejidad, he intentado recuperar el sentimiento de seguridad tranquila que tenía en aquel entonces. Hoy puedo comprender lo muy paciente, comprensiva y dulce que fue aquella mujer al perder su tiempo en atender las consultas de un niño.
Algunos años después, cuando ya iba a la universidad, mi avión hizo escala en Seattle. Yo tenía más o menos media hora entre los dos vuelos. Hablé por teléfono con mi hermana, que vivía allí, unos quince minutos. Entonces, casi sin darme cuenta, marqué el número de la operadora de mi ciudad natal y pedí:
- Información, por favor.
Como en un milagro, escuché la misma voz dulce y clara que tan bien conocía:
- Información. Dígame.
- ¿Usted sabe cómo se escribe ‘excepción’? pregunté.
Se produjo una larga pausa. Luego, una suave respuesta:
- Tu dedo ya está mejor, ¿verdad Paul?.
Me eché a reír.
- ¡Así que es usted misma! ¡No se imagina lo importante que fue para mí en aquel tiempo!.
- Sí que lo imagino. Y tú no sabes cuánto significaba para mí aquella comunicación. No tengo hijos y me pasaba el día esperando tu llamada.
Le conté lo mucho que me había acordado de ella en los últimos años y pregunté si podría visitarla cuando fuese a ver a mi hermana.
- ¡Claro que sí! Pregunta por Sally.
Tres meses después fui a Seattle
- ¿Podría hablar con Sally?, dije.
- ¿Usted es amigo de ella?, preguntó la voz.
- Soy un viejo amigo. Mi nombre es Paul.
- Lo siento mucho, pero últimamente Sally estaba trabajando aquí sólo a media jornada, porque se encontraba enferma. Por desgracia, murió hace cinco semanas.
Antes de que yo pudiera colgar, la voz añadió:
- Espere un momento. ¿Dijo usted que su nombre es Paul?
- Sí.
- Sally le dejó un mensaje. Lo escribió y me pidió que yo lo guardase por si usted llamaba. Se lo voy a leer.
El mensaje decía:
- Dile que aún creo que existen otros mundos donde la gente también puede cantar. Él lo comprenderá.
Di las gracias y colgué.
Lo comprendí.

diumenge, 25 de març del 2012

NADIE NOS HA ENSEÑADO A SONREIR. Eduard Punset


Al llegar al mundo, expresamos nuestras emociones de manera instintiva; nadie nos enseña a sonreír
Si me preguntaran sobre la revolución que se nos viene encima y que nos va a desconcertar a todos, respondería, sin vacilar, la irrupción del aprendizaje social y emocional en nuestras vidas cotidianas.
Ahora más que nunca nos estamos dando cuenta de la necesidad de acabar de una vez por todas con el desdén sistemático hacia nuestras emociones básicas y universales. Antaño, se aparcaban las emociones -o peor aun, se destruían- en el caso de que afloraran. Sea como fuera, en ningún caso la gente profundizaba en su conocimiento y ni mucho menos se planteaba la idea de gestionarlas. Hay que tener en cuenta que el único conocimiento con el que venimos al mundo, lo poco que traemos incorporado «de fábrica», es un inventario de respuestas inconscientes a afectos, pasiones y olvidos de quienes nos rodean.
Que son innatos es algo que en realidad contemplamos desde hace ya algo más de un siglo. De entre su obra,Charles Darwin fue el autor de un tratado fascinante, pero que quizá pasó algo desapercibido a la sombra de su célebre «El origen de las especies». Hablo de «La expresión de las emociones en los animales y en el hombre», un libro cuya tesis defiende esta naturaleza innata de las emociones. En sus páginas, el naturalista analiza cómo por medio de nuestra expresión facial y de nuestra gesticulación comunicamos lo que nos pasa por dentro a los demás. Por lo general esto, expresar nuestras emociones, lo hacemos de manera instintiva: nadie nos ha enseñado a sonreír.
Antes de que podamos explicar con palabras y de modo consciente qué sentimos, desde la cuna ya damos a conocer las emociones básicas y universales que nos embargan. Y hasta ahora, no hemos sabido hacer otra cosa que machacar esos sentimientos con los que llegamos al mundo.
Afortunadamente, estamos descubriendo por fin la prioridad que deberíamos otorgar al aprendizaje emocional. Algo que está constatando la ciencia es la importancia de la gestión de las emociones básicas y universales y de su prioridad frene a los contenidos académicos como la capacidad de cálculo de los más pequeños, la caligrafía, la gramática… Incluso la adquisición de valores queda en un segundo plano. Aquí, en aprender a manejar las propias emociones –que no reprimirlas, como hemos venido haciendo durante siglos- reside la clave del éxito de los futuros adultos.
Es requisito indispensable para aprender a gestionar las emociones el saber contar con el resto de la manada. La inteligencia, sea emocional o de cualquier otro tipo, o es social o no es inteligente. Hasta tal punto es esto cierto que el reconocimiento social de lo que uno dice y hace es un buen indicador de la salud del individuo. El último mono en la escala social carece de buena salud, mientras que la de los diez primeros suele ser excelente. La relación con los demás es esencial para que el individuo sobreviva y por ello, forjar una inteligencia emocional pasa por adquirir habilidades sociales. No basta con mirarnos al obmligo, también debemos ser capaces de entender qué conmueve, perturba o alegra a quienes tenemos al lado.
No hay duda de que tenemos que tejer redes sociales. Una persona que habla dos idiomas en lugar de uno está mejor preparada para afrontar dificultades. Quien intercambia conocimientos, sentimientos, chismorreos, genes, o información con otras personas va a salir ganando por fuerza y encima, la revolución tecnológica nos brinda una oportunidad de oro. Estamos más conectados que nunca –o tenemos la capacidad de estarlo-, somos más sociales que nunca –o al menos podemos serlo- y eso es algo que no se puede desaprovechar. En nuestras manos tenemos herramientas con las que mejorar nuestro aprendizaje social y emocional: conocer la importancia del miedo, controlar la ira y empatizar con nuestro entorno.
Adquirir todas estas habilidades es algo que hay que hacer cuanto antes y para ello es necesario que la gestión emocional se introduzca en la educación desde la más tierna infancia. Hoy sabemos, gracias a la ciencia, que entre los cuatro y los diez años hay que activar los afectos en los niños para que tengan la curiosidad intelectual necesaria. Pero por sorprendente que parezca, esta tarea remonta incluso a los meses previos al nacimiento de nuestros hijos. Hasta hace poco, nadie tenía en cuenta el impacto que podrían tener los niveles de estrés de la madre en la criatura dentro de su vientre. Uno de los descubrimientos sociales de mayor trascendencia de estos dos últimos siglos es, sin duda, el impacto en su vida de adulto de lo acontecido al bebé desde su gestación.
Por si no parecen suficientes, hay más motivos que confieren urgencia a favor del aprendizaje social y emocional. Una razón de peso es el hecho de que uno de cada tres niños en educación primaria no consigue adaptarse al mismo tiempo que no tiene otro entorno social al que acudir que no sea la escuela. Posteriormente, el joven que no acaba de encajar en el entramado social y con una autoestima por los suelos, regresa fácilmente a los ritos arcaicos de la especie como la violencia, la pelea o las drogas.
La manera ideal de reducir los futuros niveles de violencia, de aumentar los de altruismo, de prevenir los tambaleos de la salud y, con ello, de disminuir la presión que está colapsando los sistemas sociosanitarios y la asfixia a todo tipo de prestaciones, pasa por la temprana puesta en práctica del aprendizaje social y emocional.
La generalización legítima de las prestaciones sociales ha provocado el colapso frecuente de los sistemas de prestaciones sanitarias, educativas, de entretenimiento o seguridad ciudadana. Para resolver esta contradicción debemos reinventar las políticas de prevención y la manera ideal de hacerlo es introduciendo la gestión emocional. Algo que se debe abordar de manera transversal desde las aulas y, tan o más importante, desde nuestros hogares. Ahora más que nunca, la educación debe apuntar al corazón y estoy convencido de que este informe contribuirá significativamente a este objetivo.