«El nacimiento y la muerte tienen lugar en nuestro cuerpo de manera constante»,
dice el maestro budista Tich Nhat Hanh
No somos los mismos durante dos momentos consecutivos, como ocurre con el
rio o la nube.
Cuando era pequeño y
escuchaba a los curas perorar sobre la resurrección, me entraba sueño. Era como
oír una narración de ciencia ficción, pero aburrida, porque a mí me parecía (y
seguramente me equivocaba) que los curas leían los pasajes de La Biblia de carrerilla, sin concentrarse
en lo que leían, como si tuviesen prisa por terminar. En aquel entonces tenían
el público asegurado, aunque actuasen sin ganas. Había excepciones, por suerte.
Y las hay. Pero a pesar de todo ello, «la resurrección de la carne» aún me
cuesta de digerir.
Supongo que debo formar parte de la mayoría creciente que -según estudios
sociológicos- en Europa se siente más espiritual, pero menos religiosa. Las iglesias cada vez
están más vacías y, en cambio, es mucha la gente que acude a ver a referentes
espirituales, como Thich Nhat Hanh.
No solo porque él no lee de carrerilla ni te hace sentir culpable por tus
pecados, sino porque entiendes lo que dice.
Thich Nhat Hanh es uno de los líderes
espirituales más importantes de nuestro tiempo. Maestro vietnamita y uno de
los impulsores del budismo zen en Occidente, actualmente vive en PIum Village,
una comunidad de meditación en el sur de Francia, a la que acuden miles de personas para aprender sus sencillas
técnicas, entre
ellas, la atención plena: la meditación que se practica caminando o lavando los
platos.
COMPARACIONES
La muerte no existe, según Tich Nhat Hanh, porque tampoco existe el
nacimiento.
Cita a Lavoisier, un científico francés que declaró: «Nada
nace, nada muere» (el concepto de vacuidad budista). Y para hacerlo
comprensible, nos compara, a las personas, con nubes. Antes de nacer, la nube
era agua en la superficie del océano. O estaba en el río y luego se convirtió
en vapor. Tarde o temprano, la nube se transformará en lluvia. Y no diremos que
la nube «ha
muerto», igual que no decimos que la leche «ha muerto» cuando se convierte
en yogurt.
«Si
tememos a la muerte -afirma Tich Nhat
Hanh, en La muerte es una ilusión (Oniro)- es porque no hemos comprendido que las cosas
no mueren».
Otro ejemplo: el de una foto. Nos vemos en una foto de cuando teníamos 16 años.
Ya no somos aquél: «Yo soy una continuación suya, al igual que la lluvia es
una continuación de la nube».
La impermanencia, según el maestro
budista, significa que algo siempre está cambiando. Creemos que nuestro cuerpo
es permanente, pero en realidad tiene poco que ver con el de cuando teníamos 16
años; todo es distinto, no es el mismo cuerpo, ni las mismas células. «En realidad
-sostiene-, el nacimiento y la muerte están teniendo lugar en nuestro cuerpo
constantemente. A cada momento, una multitud de células están muriendo y
naciendo. Después de una inhalación y de una exhalación, ya nos hemos convertido
en una persona distinta».
Desde que el lector ha
empezado a leer este artículo hasta ahora, muchas de sus células han muerto y
muchas otras han nacido. Si algo conocemos desde que nacemos es la muerte; lo
que Tich Nhat Hanh llama «la
manifestación y la cesación de la manifestación», que está teniendo
lugar constantemente. No somos los mismos durante dos momentos consecutivos,
como ocurre con el río o la nube.
Ahora
que casi he terminado el artículo, y que me he despedido de tantas células, me
doy cuenta de que no entiendo todo lo que dice Tich Nhat Hanh. O sea,
rectifico. No lo entiendo, pero sin embargo es bonito. Quizá tanto como el
concepto de resurrección.
Gracias por tu articulo. Me gusta. Quería leer
ResponEliminaalgo del libro "La muerte es una ilusión" antes de comprarlo.
Todo lo que aprendemos,nos sirve para luego ir adaptándolo a nuestros cambios .En lo físico y en lo espiritual .Todo vale .siempre que lo hagamos con el afán de superarnos y sin perjudicar a nadie . Ya que lo que es es.Le demos mil versiones
ResponElimina