Hay
gente que envejece psicológicamente. No es la fisiología la que decae sino la
fuerza de la juventud, los bríos, las ilusiones, aún siendo jóvenes en años y
no padeciendo ninguna enfermedad mental. La quietud del alma que no es reposo,
sino aletargamiento, pasividad, ostracismo crónico. El cuerpo se ve sano, pero
el goce de vivir se apaga antes de
tiempo, e insisto: no hay dolencia ni depresión que explique el adormecimiento.
He conocido personas jóvenes con mentes tipo Matusalén y ancianos con una fortaleza de espíritu y
unas ganas de vivir verdaderamente envidiables. La psiquis humana no siempre va al mismo ritmo de los huesos y
la piel, a veces se adelanta o se atrasa.
La
vejez mental se manifiesta a través de una serie de síntomas que conforman una
manera especial de ver y pensar la vida,
una visión del mundo y de sí mismo entumecida por un conjunto de creencias que
impiden una actualización interior positiva. Es deponer las armas antes de que
se acabe la batalla. Algunos de estos indicadores son los siguientes.
Perdida de capacidad de asombro.
Nada maravilla, nada encanta. Existe una especie de atrofia perceptual y un
anclaje a lo tradicional que impide que la sorpresa logre procesarse. Ya no se comprende o se
subestima lo bello, lo inaudito o lo
genial.
Bajos niveles de exploración. La curiosidad deja de ser una fuente de motivación
importante. El impulso por saber más y escudriñar la realidad se interrumpe. Ya
no hay ganas de experimentar ni descubrir el universo. Puede más la resignación, que la
pasión.
Aburrimiento. Como consecuencia de los dos puntos anteriores, la
capacidad de sentir placer se reduce a
su mínima expresión. Muy pocas cosas les generan satisfacción, se divierten poco y muestran un
estilo de vida tendiente a la rutina.
Mal genio.
Estas personas son gruñonas, quejumbrosas y muy pesimistas. Se pierde la risa
y viven en un estado de frustración
constante donde el mal humor aflora momento a momento. No le gustan los chistes y la
alegría de los demás les produce malestar.
Escasa creatividad. Son más bien reiterativos y poco espontáneos. Odian la
improvisación, lo paradójico, el absurdo y cualquier cosa que les implique
esfuerzo para comprender las situaciones diarias. El doble sentido los agota. Esta pereza creativa suele estar
presente en todas las áreas
Por
el contrario,
la mente joven sigue activa, inquieta y ávida en información y aprendizaje. Absorbe energía como una esponja, se pone a prueba cada
vez que puede, le gustan los retos y crece con la experiencia.
Pensemos
en la actividad de un niño o un
adolescente, tan incansables e insaciables ante los estímulos, que no se
resignan ante un “no”, están repletos de “¿por qué?” y buscan sacarle provecho
a cualquier oportunidad que les brinde placer.
Una mente joven se mueve, actúa y se descubre a sí misma. La mente vieja ya no se hace
preguntas porque piensa que las respuestas le fueron dadas, ya no persigue
quimeras ni va más allá de lo evidente.
La
mente joven no pasa desapercibida, llena espacios, intenta soluciones, se
relaciona, sueña y desborda esperanza. No es hiperactiva, sino inquieta y entrometida. Nadie nace “mentalmente viejo”, se aprende a
hacerlo a medida que vamos perdiendo la capacidad de sentir e inventarnos a
nosotros mismos. El escritor francés Alfred
Louis de Musset, dijo: “Las canas no hacen más viejo al
hombre, cuyo corazón no tiene edad”. Y
ahí es donde radica el problema: en
el cuerpo de los que tienen una mente vieja, el corazón late menos.
amo este block del joan me da tanto gusto leer las reflexiones y todo lo aqui expresado, asi como tambien amo a Dr. walter riso y todas sus obras, agradezco a Dios por esta sabiduria otorgada a estos hombres que a travez de sus escritos me dan tanto para reflexionar GRACIAS CELIA
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