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dimarts, 30 d’abril del 2013

"Eso, sea lo que sea eso para ti, nunca será fácil hasta que empieces a pensar que lo es". Frases para cambiar vidas.


Autor: Anónimo.

Generalmente, todas las citas de este Blog serán transcritas citando a su autor y referenciándolo convenientemente. Sin embargo, y como ocurre con esta frase, hay veces en las que es imposible determinar la autoría, pero el especial interés o significado de la cita, nos hará destacarla aun a pesar de ignorar su procedencia.
El mensaje de hoy tiene que ver con las dificultades con las que a veces encaramos nuestros retos cotidianos; tanto personales como laborales. No quiero decir, obviamente, que los obstáculos no existan, pero si que la barrera que nos impide alcanzar lo que anhelamos es muchas veces solo mental.
Por lo tanto, empecemos pensando que la tarea (cualquier tarea) es sencilla, y simplemente sigamos pensando después que es así. No demos pie a que en el proceso creativo o de desarrollo de cualquiera de nuestros proyectos vitales, se cuele de rondón el veneno de la dificultad o de la imposibilidad, capaz de apagar, con aires de coartada, cualquier iniciativa que emprendamos.
"Todo es muy difícil antes de ser sencillo" dejó escrito el historiador inglés Thomas Fuller.


dilluns, 29 d’abril del 2013

"AVERIGÜE SI FUE O NO UN HIJO FELIZ Y SABRÁ SER UN PADRE FELIZ". Laura Gutman . La Contra de la Vanguardia.


Laura Gutman, terapeuta familiar autora de 'Mujeres visibles, madres invisibles'

Tengo 53 años. Nací en Buenos Aires: ¡visítennos! Soy judía. Tengo tres hijos: he escrito mi último libro con el que es dibujante. Cuanto más desamparo sufrimos de niños, más nos cuesta estar bien con nuestros hijos. No hagan de padres a solas: busquen comadres y compadres. 

NUEVA HUMANIDAD
Traigo de nuevo a Laura Gutman, a petición de los lectores, a La Contra con impresiones inéditas sobre la maternidad. Y ¿quién no compartiría sus objetivos?. "El desafío –propone– es recuperar, de modo nuevo y creativo, los aspectos femeninos ligados a la maternidad amorosa y profunda que las mujeres hemos tenido que relegar para acceder al universo masculino. Sólo así lograremos que todo niño esté bien "maternado", bien pegado al cuerpo de su madre. Es objetivo de todos, porque de ese modo el niño llegará a ser un adulto seguro, generoso y sin temor a perder nada, ya que cuanto pueda necesitar estará vibrando siempre en su interior. Esos son los individuos que la humanidad precisa".

Durante generaciones, las mujeres éramos, ante todo, madres. Esa era nuestra máxima identidad social y por ella éramos valoradas.

¿Y eso era bueno o malo?
Eso no garantizaba a los hijos ser mejor criados, más amados ni protegidos.

¿Y hoy ya no son madres ante todo?
Hoy se valora sobre todo el papel que representamos en la esfera de lo público. Por eso, las madres sólo sentimos que "somos" si trabajamos, si somos autónomas económicamente y realizamos nuestros intereses.

Tiene su lógica.
Pero entonces entramos en contradicción con la función materna, relegada al ámbito de lo privado: silenciosa e invisible. Así que tendremos que conseguir que la función materna no entre en contradicción con las demás. Pero es complicado asumir ambas.

Si te organizas hay tiempo para todo.
No pensemos sólo como adultos. Pongámonos en la piel del niño totalmente dependiente de los cuidados maternos: su nivel de soledad y aislamiento, si su madre no le da la atención que necesita, es inmenso.

Para algo están las guarderías.
Están bien para atender a los niños cuando las madres trabajan. Pero en ellas los niños no están conectados "fusionalmente" con sus cuidadoras. Y los hijos necesitan –al final del día– entrar en contacto profundo y amoroso con su madre, siempre y cuando esta sea capaz de conectar consigo misma emocionalmente y, por tanto, con el niño.

Además tenemos bajas maternales, subsidios, ayudas... (o al menos teníamos).
Y ayudan. Pero, cuando criamos niños, estamos muy solas. E invisibles a ojos de los demás. Por eso, nos resulta más fácil regresar al trabajo, donde somos reconocidas.

Y no las culpo por ello.
Ni yo. Es normal. Hemos perdido la tribu, la familia extendida, las comadres, las vecinas. Estamos encerrados en pisos acompañadas por la televisión, el móvil y el ordenador. Debemos espabilarnos para estar junto a otras mujeres y hombres que quieran acompañarnos en la rutina con nuestros niños.

Debe ser duro no encontrar a tu madre aunque la tengas cerca.
Dura es la vida de los niños. Y la que nosotros mismos hemos vivido siendo niños, aunque no tengamos ninguna conciencia de ello. La mayoría hemos crecido sintiendo que el mundo de los adultos estaba muy lejos de nuestro mundo emocional. Con miedos que nadie ha aplacado. Con llantos que nadie ha calmado.

Lo pasado, pasado está.
Pero ahora es urgente que tengamos conciencia de cual fue nuestra realidad afectiva de niños. Si contactamos con lo que realmente nos sucedió, comprenderemos por qué nos resulta tan arduo permanecer con nuestros hijos pequeños: sencillamente, porque los niños nos obligan al contacto emocional íntimo. Y eso duele, porque resuena en nuestros sufrimientos infantiles.

¿No es usted muy categórica?
Sí, lo soy. Después de treinta años de trabajar con cientos de familias, aparece una evidencia: cuanto más desamparados estuvimos de niños, más nos hemos construido un personaje para sobrevivir. Y no estamos dispuestos a abandonarlo.

Tal vez porque nos sigue protegiendo.
Pero nos hace estar más atentos de salvarnos nosotros que de salvar al niño. Ese es el motivo por el que esperamos que los niños respondan a las necesidades de los adultos, y no al revés. Es hora de comprender a nuestro niño interno para ser capaces de acercarnos a quienes son niños hoy.

¿No mimamos a los niños demasiado?
Hoy los compensamos con objetos de consumo, pero si cuando la criatura esperó a su madre todo el día y, cuando finalmente llega, tampoco está toda ella con el alma puesta allí, le resulta enloquecedor.

¿Antes era mejor?
Tendríamos que acordar a qué nos referimos cuando decimos "antes". Hace una o dos generaciones seguramente no era mejor. Somos hijos y nietos de madres reprimidas y sometidas, a nivel sexual, económico, social. Muchos de nosotros hemos sufrido las descargas maternas de tanta frustración.

¿Qué propone?
Que nos miremos hacia adentro. Que busquemos mecanismos para conocernos mejor, que seamos más conscientes de nuestras realidades emocionales. Y si devenimos madres, pidamos ayuda y compañía para ofrecer nuestros cuerpos y nuestros corazones abiertos a los niños pequeños.

¿De qué depende?
De la decisión consciente de ofrecer a nuestros hijos incluso aquello que no hemos recibido. Si descubrimos el nivel de desamparo del que provenimos, al menos sabremos con qué contamos y con qué no. En lugar de juzgar cómo deberían ser las cosas, o cómo debería portarse el niño, escuchémosle y tengamos en cuenta lo que nos quiere decir.

¿Cómo?
¿Cómo cortar el encadenamiento de desamparos?. Con conciencia. Hay muchos sistemas de indagación personal. Yo he ido perfeccionando a lo largo de los años: la "construcción de la biografía humana" con la que intento dilucidar la distancia que hay entre lo que creo que me ha sucedido y lo que sucedió en verdad en la trama familiar.

Ustedes a ganar dinero con la terapia.
Le aseguro que se gasta mucho más en cosas menos necesarias.







La química del amor eterno. La Vanguardia.



Un niño nace diseñado para enamorar a su madre por una cuestión de supervivencia. Llega al mundo indefenso y durante un tiempo dependerá de quien asuma la función de alimentarle, consolarle, estimularle… Suele ser la madre quien se encarga de esos cuidados durante el aterrizaje del niño en la vida. Ella no puede dejar de mirarlo, de pensar en él, de querer cuidarlo. Cuando el bebé empieza a sonreír, se activan en el cerebro de la madre regiones relacionadas con la recompensa. Así que ella se engancha a las sonrisas y las monerías de su retoño. Gracias a los avances neurocientíficos se empieza a saber mejor cómo influye el amor de madre en el cerebro del niño.
Ese vínculo entre una madre y su bebé es un complejo entramado de factores hormonales, neuronales, psicológicos y sociales. Muchas investigaciones avalan que el amor maternal no sólo es fundamental para un buen desarrollo cerebral del niño, sino que también es una excelente inversión para la salud mental del futuro adulto.
“Al nacer sólo tenemos desarrollado el 25% del tamaño del cerebro”, señala Adolfo Gómez Papí, neonatólogo del hospital Joan XXIII de Tarragona y profesor de la Universitat Rovira i Virgili. “El 75% restante –continúa– se desarrolla durante los dos o tres primeros años de vida. Aunque luego el cerebro puede cambiar, las estructuras básicas están formadas a los tres años. Y cómo se vayan desarrollando dependerá mucho del tipo de alimentación y de la relación que el hijo establezca con su madre”.
También influyen los genes y que, poco a poco, el niño se abrirá a otras figuras importantes para su evolución, como su padre. Pero, al principio, casi todo el horizonte del niño será el amor de su mamá –o de su cuidador principal, en el caso de que sea el padre, por ejemplo–. Como explica Enrique García Bernardo, psiquiatra del hospital Gregorio Marañón de Madrid, “el bebé recibe importante información emocional de su madre; ella le habla, lo acaricia, le canta, lo acuna, le sonríe…”. Empatiza con él, ríe con él, sufre con él. Lo ama. Y ese amor de madre va tejiendo el vínculo entre ellos, desarrollando el cerebro del niño, programando las conexiones entre las neuronas.
Un intercambio afectivo entre el hemisferio derecho de la madre y el de su hijo, como ha escrito en un artículo Allan Schore, profesor del Departamento de Psiquiatría de la Universidad de California-Los Ángeles (Estados Unidos) y uno de los principales investigadores del vínculo entre madre e hijo. Porque, como apunta Gómez Papí, “en el niño predomina sobre todo el hemisferio derecho, que tiene que ver con las emociones”.
Así que entre madre e hijo se da una intensa comunicación emocional. El idioma del bebé son sus llantos cuando tiene hambre o sueño, sus sonrisas, sus balbuceos… Y, el de ella, los besos y las palabras de amor que le dedica, los abrazos que lo consuelan, el alimento que le da, estar cerca de él… Un diálogo muy especial, cuyo código a veces parecen conocer únicamente la madre y el niño, y que moldea el cerebro del pequeño.

El recién nacido tiene unos 100.000 millones de neuronas. Y en los primeros años de vida se van a formar billones de conexiones entre ellas. Más o menos al final del primer año, señala Gómez Papí, se produce una poda neuronal. Ya hay billones de conexiones y, como el cerebro quiere economizar recursos, “poda las conexiones menos empleadas; si el apego con la madre ha sido seguro, se habrán formado muchas conexiones que tienen que ver con la seguridad, y esas conexiones se mantendrán”.
El cerebro se habrá preparado para vivir en un entorno seguro, así que el niño empezará a percibir la vida como un lugar seguro: me consuelan cuando estoy mal, quizás no tengo que temer al mundo. Una buena forma de encarar su futuro. “Tendrá más ganas de explorar. Los niños que no han tenido un buen vínculo son más inhibidos”, explica Ibone Olza, psiquiatra infantil del hospital Puerta de Hierro de Majadahonda (Madrid) y profesora de la Universidad Autónoma de Madrid. Una de las funciones más importantes de la madre –afirma– es regular las emociones de su pequeño. Es básico que le dé el consuelo que necesita. No es tan importante que acierte siempre si el niño tiene hambre o sueño cuando llora. Lo importante es que responda a su llamada para que este tenga más ratos de bienestar y menos de malestar”. Así, el niño siente que la persona más importante para él está disponible cuando la necesita. Y empieza a gatear por la vida con confianza.
Una buena base para la salud mental del futuro adulto. Como comenta García Bernardo, “una adecuada relación con la madre en los primeros años es un factor que ayuda mucho a la salud mental del adulto, aunque no lo es todo, porque la vida es muy larga”. Visto desde el lado amargo, numerosos estudios señalan que los niños que han vivido un apego inseguro porque han sufrido negligencias o abusos por parte de sus cuidadores principales tienen mayor riesgo de sufrir depresión, ansiedad o trastornos de personalidad durante su adultez. Y ¿cuántos niños viven un apego seguro? Según algunas investigaciones, aproximadamente el 75% establece un apego seguro, un vínculo cercano afectivamente y estable, con sus madres. “Las madres ejercen de madres desde hace ya años, y, en general, lo hacen bien”, recuerda García Bernardo. Unos primeros años de vida complicados no tienen por qué ser una condena de por vida. “El niño puede encontrar más adelante otras figuras de referencia. Y el cerebro es plástico, puede adaptarse. Se ve en los niños adoptados”, añade Adolfo Gómez Papí.
Algunas investigaciones sobre los cuidados maternos se centran en cómo afectan las primeras experiencias en la forma de afrontar el estrés a lo largo de la vida. Michael Meaney, profesor de Psiquiatría en la Universidad McGill, en Montreal (Canadá), es uno de los principales investigadores en este campo. En uno de sus experimentos participaron un grupo de personas de entre 18 y 30 años que dieron una puntuación elevada en un cuestionario sobre los cuidados maternos recibidos y un grupo de personas que dieron una puntuación baja. Les pidió que realizaran una tarea aritmética mental delante de una pantalla que les informaba sobre los errores que cometían y el tiempo que tardaban en resolver los problemas. Una inyección de estrés para ver cómo respondían. Y las personas que habían tenido buenos cuidados maternos segregaban menos cortisol, la principal hormona que se activa en el estrés.
“Cuanto menos cortisol se segrega, menos reactividad al estrés”, señala Roser Nadal, profesora del Instituto de Neurociencias de la Universitat Autònoma de Barcelona. Es decir, se afrontan con mayor tranquilidad los retos de la vida. Y la relación entre cuidados maternos y estrés en el futuro adulto se ha comprobado una y otra vez al estudiar los estilos de crianza de las ratas, que tienen un sistema nervioso parecido en algunos aspectos al de los humanos. Hay ratas que ejercen de madres con más entrega que otras. “Depende de si les dan a sus crías las suficientes caricias y lametones que estas necesitan y de cómo las amamanten. Algunas arquean su cuerpo para proteger bajo él a sus crías mientras maman y otras se ponen de lado y pasan de todo. Hemos visto que estas conductas activan o desactivan genes relacionados con el estrés. Y queda afectada la respuesta de las crías al estrés”, añade Nadal. Los cuidados de las madres dejan una marca en el cerebro y también en los genes. Algo que, según Meaney, parece confirmarse en estudios realizados con seres humanos. “Es lo que se conoce como epigenética: el ambiente modula la expresión de los genes”, dice Nadal.
Que madre e hijo formen un buen equipo afectivo puede favorecer además el desarrollo cognitivo del niño y ayudarle a sacar mejores notas. En buena medida, porque probablemente crecerá con más seguridad y estará más motivado. Aunque otro de los factores que explicarían este mejor rendimiento escolar es que los niños que han recibido buenos cuidados maternos podrían tener el hipocampo (estructura cerebral fundamental para el aprendizaje y la memoria) más grande.
En el 2012, investigadores de la Universidad de Washington en San Luis (EE.UU.) publicaron un estudio sobre la influencia de un buen vínculo maternal en el hipocampo de los niños. Primero, analizaron el tipo de relación que tenía con sus cuidadores principales –el 96,7% eran las madres biológicas– un grupo de niños de entre cuatro y siete años. Para ello emplearon una ingeniosa “tarea de espera”: dijeron a cada cuidadora que el niño debía aguantar ocho minutos para abrir un regalo que tenía al alcance y que estaba envuelto de forma muy llamativa. Una tortura para la capacidad de resistencia al deseo de un niño. Mientras, la cuidadora tenía que rellenar unos cuestionarios, tarea cuyo único objetivo era que no pudiera estar totalmente concentrada en el niño. Se buscaba reproducir el estrés que supone criar a los hijos, pues en la vida cotidiana, muchas veces hay que estar pendiente de ellos a la vez que se hacen otras tareas… Los investigadores observaban cómo se manejaba la madre en ese conflicto de intereses, si era capaz de ayudar correctamente al niño para que no abriera el regalo. En este caso, consideraban que el estilo de crianza que seguía ese cuidador era bueno para el niño.
Luego, mediante resonancia magnética, comprobaron que los niños que habían recibido una ayuda adecuada para no abrir el regalo tenían un hipocampo un 9,2% mayor que los que no habían recibido una buena ayuda. Aunque la mayoría de los cuidadores eran las madres biológicas, los autores del estudio opinaron que los efectos positivos de una buena crianza en el cerebro del niño serían parecidos aunque el cuidador principal fuera otra persona, como la madre adoptiva.
“Hay estudios con animales que confirman también que los que recibieron una buena crianza de sus madres tienen menos déficits cognitivos cuando son ancianos”, explica también Roser Nadal. 
Los descubrimientos sobre el vínculo madre-hijo son diversos. “Hay células del feto que se instalan en el cerebro de la madre durante el embarazo. Todavía no sabemos por qué”, comenta Ibone Olza. Los científicos continúan rastreando las claves neurocientíficas de la relación entre las madres y sus hijos. Mientras, ellas hacen mil y un malabarismos para combinar la maternidad con los demás aspectos de su vida. Los padres cada día intervienen más en la responsabilidad de criar a los hijos, pero todos los expertos consultados para este reportaje reclaman que la sociedad debería ayudar más a las madres. Por mucho que avance la ciencia, “todavía ser madre es difícil”, indica Olza. “Pero el vínculo –añade– entre una madre y su hijo es vital para la especie. La madre tiene que estar rodeada de personas que la cuiden. Como dice un proverbio africano, a un niño lo cría toda una tribu”.
Muchas madres se sienten culpables por no llegar a todo, por creer que, tal vez, no están dando a sus hijos el tiempo y el amor que estos necesitan. “Aunque es importante que estén tiempo con sus hijos –considera Enrique García Bernardo–, lo fundamental para un buen apego es la calidad del tiempo. Que, cuando una madre esté con su hijo, esté tranquila, disponible afectivamente y disfrute con él. Estoy seguro de que si las madres pudieran dedicar a sus hijos más cantidad y calidad de tiempo, la sociedad sería un lugar mejor”.


diumenge, 28 d’abril del 2013

LA TERRIBLE INDIFERENCIA. Àlex Rovira.

Escribió Elie Weisel:

“En cierto sentido, ser indiferente al sufrimiento es lo que deshumaniza al ser humano. A fin de cuentas, la indiferencia es más peligrosa que la ira y el odio. A veces, la ira puede ser creativa. Uno escribe un hermoso poema, una magnífica sinfonía. Uno crea algo especial por el bien de la humanidad, porque está enfadado con la injusticia de la que es testigo. Pero la indiferencia nunca es creativa. Incluso el odio, en ocasiones, puede suscitar una respuesta. Lo combates. Lo denuncias. Lo desarmas.
La indiferencia no suscita ninguna respuesta. La indiferencia no es una respuesta. La indiferencia no es un comienzo; es el final. Por tanto, la indiferencia es siempre amiga del enemigo, puesto que beneficia al agresor, nunca a su víctima, cuyo dolor se intensifica cuando la persona se siente olvidada. El prisionero político en su celda, los niños hambrientos, los refugiados sin hogar… No responder a su dolor ni aliviar su soledad ofreciéndoles una chispa de esperanza es exiliarlos de la condición humana. Y al negar su humanidad, traicionamos también la nuestra.
Por lo tanto, la indiferencia no es solo un pecado. También es un castigo”.

Queda todo dicho en este fragmento sobre la indiferencia, y en bien pocas palabras. En el marasmo de lo que estamos viviendo, no podemos ser indiferentes a ninguna miseria moral, a ninguna miseria económica.
No podemos ser indiferentes a la estafa de las “Acciones Preferentes” que ha generado la ruina de tantas familias que lo han llegado a perder todo, en un abuso de confianza, en una violación perpetrada con premeditación y alevosía, ni a los desahucios que quedan sin el amparo de un hogar que les fue colocado a precio de oro, sin valer lo que costaba, y donde la banca siempre gana, ni a los mal llamados Expedientes de Regulación de Empleo (eufemismo para referirse a los Despidos en Masa, así deberían llamarse), ni a los mal llamados Paraísos Fiscales (deberían llamarse Colectores de Defraudadores y Ladrones), ni a tanta ignominia que nos rodea en forma de corrupción y perversión de los más elementales principios de ética humana, de ser personas.
No podemos ser indiferentes a la mentira, la tortura, el abuso, el dolor, el sufrimiento, la perpetración, el robo, la miseria, en definitiva. Porque la indiferencia permite que el perpetrador siga matando y destruyendo con saña e impunidad.
¿Qué podemos hacer? Mil cosas. Apoyar, denunciar, informar, promover, mostrar, educar, formar, intentar cambiar el sistema, desde dentro, y desde fuera. Pero cambiarlo. Llevar a la luz lo que está en la sombra. Cada cual con lo poco o mucho que tiene, puede y sabe.
Indiferencia es muerte. Así de simple.
Besos y abrazos,

Álex

P.D.
 Elie Weisel es catedrático de Humanidades por la Universidad de Boston y ha trabajado como presidente del Consejo Americano para la Memoria del Holocausto. En 1986 recibió el Premio Nobel de la Paz. Nació el 30 de septiembre de 1928 en Sighet, Transivania, actualmente parte de Rumania. Vivió, durante el Holocausto, y aun siendo niño, trabajos forzados, hambre y torturas. Su padre murió en el campo de exterminio de Buchenwald debido a desnutrición, frío y disentería. Su madre y hermanas murieron en el campo de la muerte de Auschwicz, donde él fue también deportado. Ha publicado ensayo, obras de teatro, relatos breves y novelas.
El fragmento anterior ha sido extraído de su discurso en el Congreso estadounidense de abril de 1999, y lo elaboró a partir de las experiencias que había vivido de dolor, opresión, tortura y muerte de sus seres amados.



dissabte, 27 d’abril del 2013

Mario Alonso Puig: Positividad, Emociones y Felicidad.


El Dr Mario Alonso Puig, cirujano, experto en liderazgo, coaching, creatividad y gestión del estrés, en su amena conferencia sobre el reto de ser feliz nos hace reflexionar sobre los siguientes puntos:
  • La felicidad no es un destino, sino una forma de ser y de estar.
  • La importancia del lenguaje que utilizamos para comunicarnos, tanto con nosotros mismos, como con los demás. Como nos recuerda Mario “los límites de mi lenguaje, son los límites del mundo”.
  • La felicidad no es lo que colma los sentidos, sino lo que colma el corazón.
  • Nos recuerda tres preguntas de Kant: ¿qué es lo que puedo conocer?, ¿qué es lo que he de hacer?, ¿qué puedo esperar?.
  • Es importante también entender la felicidad cuando aparece el mal.
  • La evidente relación entre estados emocionales y salud.
  • Por amor el ser humano es capaz de hacer cualquier cosa que no haría por dinero.
  • La gratitud genera una importante sensación de bienestar.
  • Las situaciones de desesperanza e ira afectan negativamente al aparato cardiovascular, frente a la felicidad y la compasión que regulan el tono cardiaco.
  • Si nos entrenamos en una vida basada en la gratitud, la compasión y la generosidad viviríamos una vida con un nivel de miedo radicalmente distinto.
  • En la vida no hay amigos, ni enemigos, solo maestros.
  • La base de la felicidad es plantar semillas de ilusión, esperanza, entusiasmo, inspiración…. aunque no siempre las veas florecer y aceptando siempre su posible imperfección.


"El origen de toda desilusión es la expectativa exagerada". Frases para cambiar vidas.


Autor: Cosme Diaz.

Lo real nunca puede ser igual a lo imaginado, ya que si bien resulta fácil formar los ideales, es muy difícil que se concreten tal y como textualmente los soñamos.
Una medida prudente -por favor, evitar confundir con una medida cobarde- es tener la cautela de no definir expectativas exageradas cuando iniciamos algo. La imaginación, aliada impecable la mayoría de las veces, puede ser también la mejor fábrica de espejismos que podamos concebir y acompañada por la euforia es capaz de hacernos creer lo que necesitamos creer.
Tener expectativas razonables ya sea en el trabajo, al respecto de nuestra vida amorosa, con los amigos, con los hijos e, incluso, en la manera de disfrutar del tiempo libre, nos hará gozar más si la realidad nos devuelve algo superior y sobrellevar solo con la justa decepción un desarrollo peor a lo que hemos idealmente imaginado.
Si pensamos que el viaje de nuestra vida será uno muy concreto que tenemos en mente, y solo ese; que en la relación de nuestra vida, tal y como la hemos programado, no caben amores que no tengan categoría de sublimes o si creemos que el trabajo de nuestra vida, que habremos de conseguir, solo será aquel en el que se dan todas las condiciones perfectas; pasaremos mucho tiempo sin viajar, sin amar y sin trabajar.
Respecto a las expectativas desplomadas ante un choque brutal con la realidad, hay un trastorno, "El Síndrome de París", que identificó el psiquiatra Hiroaki Ota y que es padecido, exclusivamente, por un puñado de turistas japoneses que viajan a la capital francesa.
¿Qué les sucede a los japoneses afectados por este síndrome? Aunque todos los japoneses se pueden ver sorprendidos por la distancia entre la imagen de su París idealizado antes del viaje y el contraste con el París real, cuando llegan allí un pequeño porcentaje queda tan impactado ante semejante choque cultural que queda traumatizado y necesita asistencia médica.
Sucede que se tiene una visión de París idílica propia de las películas: los románticos Champs-Élysées, la torre Eiffel, la catedral de Notre Dame, el museo del Louvre, el barrio de Montmatre, el Sena, la luz, la música, la moda, el encanto... y los japoneses quedan conmocionados cuando comprueban que París es belleza, pero también bullicio, gente, ruidos, empujones…y, a veces, mala educación.
Al japonés le cuesta entender un comportamiento que le resulta muy distante de su idiosincrasia: un camarero que les grita, un taxista que les trata de forma impertinente... En la sociedad japonesa, entendámoslo, es raro levantar la voz. Por ello, para un turista, encontrarse en una ciudad en la que sí se grita, donde hay gente poco diligente y en la que no todo el mundo es cortés, puede ser un choque abrumador. La única cura para este mal es regresar a Japón y no volver a París. La desilusión, no lo olvidemos, es la distancia entre la expectativa y la realidad.

Reflexión final: "Hay que tener aspiraciones elevadas, expectativas moderadas y necesidades pequeñas." (H. Stein)


divendres, 26 d’abril del 2013

EL ARTE DE NO HACER NADA. Borja Vilaseca. El País.

Ilustración de Sonia Pulido.
"La actitud que tomamos frente a nuestras circunstancias es lo que determina finalmente lo que sentimos y experimentamos”
Pasar el día haciendo `cosas' consume más energía de la que se dispone, lo que genera agotamiento y negatividad. El equilibrio pasa por incluir en la rutina el descanso físico y la relajación mental.
"Podemos conectar con nuestro aquí y ahora, y centrar la atención en nuestra respiración durante 15 minutos"
El señor X sigue una rutina desde hace años. De lunes a viernes se levanta cada mañana a la misma hora v desayuna con su pareja casi siempre lo mismo. Se viste, y con algo de prisa lleva a su hijo en coche al colegio. Suele tardar unos 40 minutos hasta llegar al lugar donde trabaja. Y más de la mitad los pasa en medio de un atasco. A pesar de los bocinazos, hay algo en el silencio que no acaba de agradarle. Enciende la radio espontáneamente y enseguida vuelve a sentirse acompañado.
X no está muy contento con su trabajo ni con su salario. Le gusta lo que hace, pero no cómo ni con quién. Hay siempre tanto por hacer, que no le queda más remedio que ir estrenado. En su empresa, producir es el camino y la meta. Lo único que importa son los resultados. Y la velocidad a la que se mueve todo provoca que se sienta tratado como una máquina. Metafórica y literalmente.
X lleva años reprimiendo sus necesidades y sentimientos. Resignado, ya no le busca sentido a lo que hace. Trabaja por pura inercia, de forma mecánica. Aunque en el fondo es una persona inquieta y creativa, se limita a hacer exactamente lo que le dicen. Y todas las noches, al regresar a casa, está tan cansado que no tiene ganas para casi nada. Cena con su familia, intenta escuchar con interés y atención las anécdotas del día, pero le cuesta estar total­mente presente. Al terminar, se acomoda en el sofá delante de la tele.
Cuando X se acuesta lo hace con temor a ser víctima del insomnio. Aunque su cuerpo está completamente quieto, su mente no se detiene. No puede dejar de pensar, le bombardean recuerdos desagradables y problemas todavía no resueltos. Se siente impotente, esclavizado por su propia mente. Y se frustra porque no tiene ni idea de cómo desconectarla. Última­mente le pasa cada noche. Siente como si le faltara algo. X se despierta el sábado por la mañana como si no le pasara nada. Para dis­traerse, exprime al máximo su tiempo de ocio. Su agenda está desbordada de planes. Va al cine, al gimnasio, al fútbol... Lee, cocina, prac­tica deporte, queda con los amigos, pasea por el centro comercial...
X lleva así muchos años. Aunque no suela reflexionar acerca de su estilo de sida, cree que cuanto más haga y más tenga, mejor estará y más feliz será. La paradoja es que cuanto más hace y más tiene, menos es y más insatisfecho se siente. De ahí que en ocasiones se sienta vacío y desanimado, como si estuviera apagado. En el fondo intuye que algo no marcha bien en su interior. Sin embargo, normalmente mira hacia otro lado, echando la culpa a sus circuns­tancias. Y cada lunes, cuando suena el desper­tador, vuelta a empezar.

BUSCAMOS ALIVIO, NO CURACIÓN
"La realidad demuestra que ninguna situación cambia hasta que deviene insoportable". (José Antonio Afarina)
¿Le resulta familiar esta historia? Seamos since­ros: X podría ser cualquier de nosotros. Entre los datos más alarmantes publicados últimamente, destaca el sondeo realizado el año pasado sobre 10.500 personas por la firma de búsqueda de empleo Monster.es. Concluía que ocho de cada 10 profesionales no se sienten satisfechos en su trabajo. Y dado el número de horas que absorbe la frenética actividad laboral, difícilmente podrán sentirse satisfechos con su vida.
Llegados a este punto, respiremos hondo e intentemos ver nuestras circunstancias con algo más de perspectiva. Sean las que sean, son como son. Y no podemos hacer nada para cam­biarlas. Pero sí podemos cambiarnos a nosotros mismos, centrándonos en todo aquello que está a nuestro alcance. ¿Cuánto tiempo pasa­mos al día solos, sin hacer nada? Sin gente, sin música, sin tele, sin ruido... ¿Cuánto tiempo dedicamos a relajarnos, tratando de calmar nuestros pensamientos? ¿Cuánto tiempo inver­timos en saber cómo nos sentimos y de qué forma podemos aprender a estar mejor?
La respuesta a estas preguntas está en nues­tro interior. Nadie puede contestarlas por noso­tros. ¿Por qué no dejamos lo que estamos haciendo para simplemente no hacer nada, tan sólo ser y estar? Seguramente porque no pode­mos, es decir, porque no queremos. Nuestro afán obsesivo por hacer es en realidad una huida. Buscamos el alivio, pero no la curación.
Por eso sentimos la necesidad de entretenernos. Pero ¿entretenernos de qué? Quizás del dolor acumulado durante toda la semana, y parte de la vida.
Paradójicamente, con los años hemos confirmado que el placer no se sacia, sino que nos perfora por dentro. Y nos deja una angustiosa sensación, como si fuéramos un gigantesco agujero sin fondo. La mala noticia es que es posible que las circunstancias a las que culpamos de nuestro malestar no cambien y nunca sean como anhelamos. La buena es que la actitud que tomamos frente a ellas es lo que determina finalmente lo que sentimos y experimentamos.
Elegir entre víctima o protagonista. Ése es el quid de la cuestión. Dado que no podemos controlar lo que nos va sucediendo en la vida, sí podemos cambiar nuestra interpretación, modificando el papel que tomamos frente a nuestras circunstancias. Aunque el instinto nos lleva a reaccionar mecánica e inconscientemente, siempre podemos dar una respuesta mucho más sana más constructiva.
Puede que al principio nos cueste creerlo. De ahí que debamos comprobarlo a través de nuestra propia experiencia. Eso si, cuanto más cansados estemos física y mentalmente, más subjetiva será nuestra forma de ver las cosas. El exceso de actividad, el estrés y la hipervelocidad terminan por agotar nuestras reservas de energía vital, sumergiéndonos en la inconsciencia. Y si no las recargamos, en ese estado se activa nuestro mecanismo de supervivencia emocional, el egocentrismo, que pretende que la realidad se adapte a nuestros deseos y expectativas egoístas. Es entonces cuando sufrimos. Y no hay nada que consuma más energía que la negatividad, lo que termina por encerrarnos en un peligroso círculo vicioso.

GENERAR ENERGIA VITAL
"Sin energía no puede haber conciencia. Sin conciencia no puede haber comprensión. Y sin comprensión no puede haber felicidad". (Gerardo Schmedling)
La conciencia es el espacio que vamos creando entre lo que nos sucede y nuestra consiguiente reacción o respuesta. Cuanta menos energía, menos conciencia y más reactividad. En cambio, cuanta más energía produzcamos y acumulemos, mayor será nuestro nivel de conciencia y menor será nuestra impulsividad. De ahí que debamos identificar qué nos quita energía y qué nos la da. Por ejemplo, todos aquellos pensamientos que nos dejan un mal sabor de boca, nos la quitan. En cambio, nos la dan los que nos llenan de amor el corazón. Funcionamos según la ley de la causa y el efecto, donde el mejor indicador es nuestro estado de ánimo.
Para poder apaciguar y positivar los pensamientos, primero hemos de serenar nuestra mente. Y para lograrlo necesitamos cambiar ciertos hábitos inconscientes, que tanto nos debilitan, por otros más conscientes que nos permitan recuperar la energía. El reto es aprender a descansar, a contemplar y a relajarnos. Muchos demonizan la inactividad, tachándola de "pérdida de tiempo". Otros reconocen ser incapaces de no hacer nada. Pero si de verdad queremos estar bien, no nos queda más remedio que incluir en nuestra rutina espacio y tiempo para enfrentamos a nuestro dolor. Sólo así podemos curarlo y sanarnos, recuperando la paz interior perdida.
Sin ir más lejos, hoy mismo podemos dedicar un ratito a estar a solas, en silencio, respirando el aire puro de la naturaleza. Podemos ir al parque que tengamos más cerca de casa, sentarnos en un banco, contemplar alrededor con una mirada limpia, tratando de no etiquetarla con nuestros prejuicios. Podemos conectar con el momento presente, nuestro aquí y ahora, el único instante que existe en realidad. Y para que la mente no nos distraiga, podemos centrar la atención en nuestra respiración, inhalando y exhalando profundamente. Dedicar 15 minutos puede ser un buen comienzo.
Como todo en la vida, no hacer nada es un arte que se aprende entrenando. Y como cualquier entrenamiento, tiene sus propias fases. Debido a nuestro escepticismo, primero lo ridiculizamos; luego, nos oponemos frontalmente; más tarde nos damos cuenta de que efectivamente es necesario ponerlo en práctica. Entonces es cuando empezamos a tomar conciencia de las consecuencias de no hacerlo. Por último, lo aceptamos como verdad y lo integramos como una virtud.
La relajación es tan importante como la actividad. Lograr el equilibrio depende de la manera en la que gestionemos nuestra vida. Siempre tenemos libertad para elegir. En un primer momento nuestra actitud. Y más tarde nuestra conducta. Lo que en realidad buscamos es sentirnos en paz y, ser felices. Pero la propia inercia de la búsqueda nos pierde en un laberinto sin salida.
Nosotros somos lo que andamos buscando. Sólo hemos de detenernos, respirar y conectar de nuevo con nuestro corazón, donde se encuentra toda la energía que necesitamos. Llevar una vida psíquica sana y sostenible es posible. El mejor momento para empezar a construirla es ahora.

LOS BENEFICIOS INSTANTÁNEOS DEL MASAJE
Una de las formas más fáciles, cómodas y rápidas de comprobar cómo nuestro estado de ánimo condiciona nuestra manera de percibir la realidad es dándonos un masaje. Antes de ponernos en manos de un profesional, tal vez nos sintamos cansados, irritados e incluso de mal humor. Si ponemos nuestra atención en la parte de nuestro cuerpo masajeada y nos relajamos en silencio, saldremos de la sesión con mucha más energía. Entonces podremos sentir el impacto que tiene nuestra conciencia sobre nuestra experiencia.

PARA APRENDER A SER Y ESTAR
1. LIBRO
- El poder del ahora; de Eckhart Tolle (Debolsillo). Un `best seller' que introduce de forma sencilla el autoconocimiento y el desarrollo personal.

2. PELÍCULA
- Planeta tierra; de la cadena británica BBC. Esta serie documental, formada por 16 capítulos, muestra el mundo como hasta ahora nadie lo había enseñado.

3. MÚSICA
Cualquier disco del grupo islandés Sigur Rós. Su música invita al descanso y la relajación.



dijous, 25 d’abril del 2013

Lo que no soportamos del otro sexo. Piergiorgio M. Sandri. la Vanguardia.


Hombres y mujeres están destinados a entenderse, amarse y convivir. Pero no siempre es fácil. Hay cosas que no soportamos del otro sexo. Por lo general, ellas se quejan más que ellos. Y su catálogo de dolencias es extenso y bastante homogéneo. ¿Qué se puede aprender de las inevitables peleas?
“Ti odio poi ti amo poi ti amo, poi ti odio, poi ti amo”, cantaba Mina en Grande Grande Grande en 1971. “Contigo tendré que luchar. Tus defectos son tantos que no los sabes ni tú”, suspiraba la gran intérprete italiana. “El problema de la mujer siempre ha sido un problema de hombres”, escribió Simone de Beauvoir. Y no cabe duda de que el sexo masculino, además de fuente de alegría, amor y bienestar, también es motivo de irritaciones, disputas o peleas. En este sentido, ellos parecen tener menos exigencias, mientras que ellas no se conforman: aman y detestan al varón al mismo tiempo, como un péndulo que oscila siempre entre dos extremos muy vitales.

Premisa inicial
No hay buenos y malos. El psicólogo Joan Garriga, autor de El buen amor en la pareja (Imago Mundi), escribe que “en las relaciones de pareja no hay culpables e inocentes, justos y pecadores. Lo que hay son buenas y malas relaciones”. ¿Debemos por lo tanto rebajar nuestras expectativas? Según Garriga, “no parece un buen negocio hacer depender nuestro bienestar de otro, dándole y a la vez cargándole con ese poder. La felicidad depende de nuestra actitud y estado ante lo que nos toca vivir. Muchos esperan que su pareja las haga felices, y eso es fuente común de equívocos. La pareja por sí misma no da la felicidad”. Es más: da algún quebradero de cabeza. Manuel Castells ve las relaciones en Mujeres y hombres: un amor imposible (Alianza) “como negociaciones de micropoder a nivel individual. Se ha pasado de la lucha de géneros a la lucha entre hombres y mujeres como parte de la lucha general entre las personas”.

Hable con ella
“Los hombres entienden las discusiones como el arte de hacer callar al adversario; las mujeres como el arte de no dejar la posibilidad de hablar”. Es una frase del actor austriaco Fritz Eckhardt, conocido en su país por un papel de inspector de policía. Curiosamente, el arte del interrogatorio parece ser una prerrogativa de ellas. Aviso a los hombres desprevenidos: cuando se trata de hablar, ellas no tienen rival. Giampaolo Morelli, actor y escritor, con más de 10.000 fans en Facebook, ha escrito el libro Siete horas para enamorarte (Roca) que ha arrasado en Italia. “Hay estudios que demuestran que los varones usamos un promedio diario de 7.000 palabras, las mujeres 20.000. Está claro que cuando un hombre vuelve por la noche a casa, con toda probabilidad ya ha agotado su reserva de vocabulario, mientras que las mujeres todavía tienen crédito. Y a ellas les encanta ser escuchadas, con lo que los hombres tenemos que tener paciencia”. Marta Rivera de la Cruz, escritora y autora de Maldito amor: guía para entender tu corazón (Oniro), lo suscribe: “Los hombres no quieren hablar de nada, eluden la conversación. Nosotras, en cambio, queremos hablar de todo. Pero, además, ellas hablan de sentimientos. En cambio, es muy difícil que ellos se atrevan a hablar de emociones”.

Escúchame, por favor
“Mi marido tiene un defecto. Oye lo que se le dice, pero no escucha. Es enloquecedor” (Clementina). “No me gusta cuando ellos son tan insensibles y no le importan nuestros sentimientos” (Susana). La conversación es uno de los terrenos en que suele haber más desencuentros. El psicólogo Steven Stosny, autor de varios libros sobre el tema, sostiene que “las parejas no se pelean sobre lo que ellos creen que se pelean: dinero, sexo, educación de los hijos, suegros y parientes, tareas domésticas... sino que discuten cuando sienten que el otro no se preocupa de lo que uno siente. Es el dolor de la desconexión lo que lleva al conflicto. En particular, el hombre debería responder con protección y seguridad. Pero si él no sabe cómo hacerlo, descarga su rabia y frustración sobre ellas.”. Los expertos han proporcionado también otra explicación a esta supuesta falta de atención que tienen los hombres hacia ellas. La Universidad de Hertfordshire (Reino Unido) ha demostrado que los hombres han de estar concentrados en lo que están haciendo, porque les cuesta más hacer más cosas a la vez. En un experimento llevado a cabo con 50 sujetos, ellas resultaron superiores en planificar una estrategia múltiple, como buscar unas llaves perdidas.
No soy yo… es el reloj
Para Marta Rivera de la Cruz, lo que realmente marca las diferencias es el reloj biológico. “El tiempo corre siempre en contra de las mujeres y marca mucho las relaciones. A veces parece que ellas tengan prisa y el hombre se agobia, pero es que en ellas influye la gestión de un acontecimiento biológico”, apunta. “Yo creo –agrega– que el hombre es consciente del poder que le da la maternidad a ellas. Quizá por ello el hombre ha dominado el poder económico o político, porque estaba asustado por su torpeza en los menesteres emocionales y analógicos”, reconoce Joan Garriga. “La naturaleza ha preparado mejor a las mujeres para ser madres y esposas que a los hombres para ser padres y maridos. Así que los hombres siempre tienen que improvisar”, afirmaba el psicólogo freudiano Theodor Reik.

“Los hombres son como niños”
Jean-Claude Kaufmann, reputado sociólogo francés y autor de Irritaciones: las pequeñas guerras de la pareja (Gedisa), recuerda que “las mujeres se ven obligadas a dejar el mundo de la juventud mucho antes y a comprometerse, los hombres no están sometidos a urgencia biológica, con lo que son machos y niños a la vez”. Este sociólogo habla de infantilización. “Emergen en la relación dos polos: uno garante del buen funcionamiento de los asuntos domésticos y de la vigilancia ante los riesgos y otro de despreocupación y felicidad de vivir en el momento. Las mujeres se encuentran masivamente en un lado, los hombres en el otro. Los hombres tratan de hacer más, pero sin conseguirlo, lo que los coloca en posición de culpabilidad latente”. “Lo que me irrita de él es su inmadurez; creo que es ese el verdadero origen del problema. Tenemos tres hijos y a veces siento como si tuviera un cuarto hijo” (Violeta). De hecho, una de las quejas más frecuentes de ellas es que los varones pasan demasiado tiempo enganchados a aparatos electrónicos, desde la tele hasta los videojuegos. Como los niños. “En realidad, un hombre, aunque tenga 36 años, es un adolescente. Yo, en cambio, cuando estoy cansada estallo y es un drama. Busco la disputa para desahogarme” (Carolina).

“¿Cuál es el problema?”
“No soporto cuando mi marido quiere solucionar un problema, cuando yo simplemente quiero discutirlo (Kelly). Kaufmann confirma que la estrategia de los hombres consiste en arreglar asuntos o simplemente negar la existencia de conflictos, a no ser que sean cosas tangibles. “A los hombres parecen importarles cosas más concretas”. O superfluas. Para Lorenzo, el mayor problema de su pareja es que “cuando conduce el coche me irrita. Conduce muy despacio, toma demasiadas precauciones, no se fija en quién tiene prioridad”. El resto, son problemas más secundarios o exagerados (además –añade–, “mi mujer se preocupa en exceso de los niños”).

“Narciso y héroe, no gracias”
William Farthing, profesor de Psicología Evolutiva de la Universidad de Maine (EE.UU.), descubrió que las mujeres aman a los machos que actúan como héroes y que le proporcionan protección y cuidado. Con un límite: su acción tiene que ser desinteresada y altruista. En cambio, cuando el hombre para impresionarlas asume riesgos excesivos, todo cambia. Ya no quieren saber nada, porque se sienten en peligro. Y llegan así a detestar su bravuconería, exhibicionismo y narcisismo. “Los hombres en el fondo siempre son egocéntricos. Necesitan hablar siempre de ellos o, si no, todo lo contrario: no hablan nunca. Cuando hacen algo más allá de lo que los papeles sociales les atribuyen están todo el día repitiéndolo como si fuera algo inaudito. Por ejemplo, si se ocupan de las labores del hogar, están echándolo en cara o, si no, se muestran rencorosos por hacerlo. Si se ocupan de la educación de los hijos, lo mismo” (Àngels).

“Al final lo tengo que hacer yo”
“En torno a detalles minúsculos –como barrer, la manera de ordenar las cosas, la decoración– pronto se desatan sutiles y difusos conflictos de culturas. Las mujeres suelen caer en la trampa. Al final prefieren asumir las tareas, para luego comprobar que su compañero, protegido por su reputación de incompetencia, reposa cómodamente mientras ellas trabajan”. Así lo describe Jean-Claude Kaufmann. “Yo diría que en el 80% de los casos la responsabilidad doméstica todavía cae sobre las mujeres”, admite Noe Casado, escritora ganadora del VII premio Terciopelo con la novela romántica A contracorriente (Roca). “Y esto es difícil de entender, especialmente en aquellos casos en los que hombres y mujeres trabajan fuera de casa. No creo que se trate de un reflejo machista, sino más bien de que el hombre es comodón”. Rivera de la Cruz pone un ejemplo clarificador: “Nosotras somos más atentas a la gestión del tiempo doméstico. En el fondo, nunca queremos dar la impresión de que nosotras no llevamos la casa. Y, si no, fíjense: ellos son siempre los que preguntan donde está la chaqueta, nunca al revés. Ellos creen que nosotras sabemos siempre dónde están las cosas”.

Amigos, parientes, exnovios...
José Bustamante, psicólogo y sexólogo, cuenta que, en su consulta, las quejas clásicas de ellas en terapia de pareja son, aparte las tareas de la casa, la relación con terceras personas. “Hemos comprobado que, con frecuencia, las causas de las disputas eran externas a nuestra pareja: un amigo, un compañero de trabajo, un miembro de la familia...” (Gianni). “Ellas siempre quieren que se pase más tiempo con sus padres. Como la comida de los domingos, por ejemplo. Pero –añade Bustamante–, una de las quejas más importantes… ¡son los amigos! Ellas acostumbran a reclamar más tiempo de pareja mientras que ellos buscan espacios para pasarlos a solas con sus colegas”. Las encuestas demuestran que los hombres suelen reclamar más independencia, que “nos dejen respirar...”. “Es verdad, nosotros somos seres más sociales, y tenemos una cierta tendencia en pensar en nosotros mismos, queremos preservar nuestros espacios”, confirma Giampaolo Morelli. A las mujeres, en cambio, les molesta cuando ellos se ponen celosos de su pasado y les preguntan continuamente sobre novios anteriores. O cuando no aceptan que ellas pueden tener su propia vida al margen de la pareja: “Trabajo mucho y tengo obligaciones profesionales por la noche. Mi marido no lo entiende y, si regreso después de la una de la madrugada, me monta una escena de celos tremenda, como si yo tuviera catorce años. Pero es que tengo 44” (Casiopea).
¡Quiero discutir!
“Cuando le hago reproches, dice textualmente: ‘Es cierto. Tienes razón’. No soporto esta frase. Me gustaría equivocarme de vez en cuando” (Violeta). Danilo Martuccelli, profesor de Sociología en la Universidad de Lille (Francia) cree que “las expectativas en las parejas son disimétricas: las mujeres suelen estar en primera línea en el universo familiar, participan más, ponen los problemas sobre la mesa. Sus maridos, en cambio, simplemente tienden a esperar a que pase la tormenta. Lo que buscan es estar en paz”. “Nosotros tenemos una propensión al juego superior. Ellas quieren discutir, nosotros, en cambio ,preferimos aplazar. Ellas son mucho más introspectivas y cerebrales”, dice Giampaolo Morelli. El testimonio de Marc es muy revelador: “Mi mujer me agota. Es un tornado permanente. No para de decirme: ‘Pero reacciona, da tu opinión, sorpréndeme!’. Me cansa. No tenemos más que una vida, y hay que intentar ser feliz. ¿Para qué complicarse la vida? Y encima por tonterías. Al final no digo nada. Y para no explotar, salgo y me voy a correr”.
“Poco importan los argumentos sobre la paz y la amabilidad de las relaciones. Lo que las mujeres quieren es intercambio y presencia en la vida conyugal”, escribe Kaufmann. “Los hombres tan sólo necesitáis una cerveza y un partido de fútbol y sois las personas más felices del mundo. Sois casi inmunes a las envidias y las manías. Esto es lo que no aguanto de los varones: siempre lo pasáis mejor que las mujeres. Será porque sois más sencillos y tenéis un humor más estable que nosotras” (Claudia). “Yo les envidio a los hombres su capacidad para relativizar. Nosotras, en cambio, seguimos dándole a los asuntos, con el runrún. Puede que seamos más vengativas, no sé. Pero ellos olvidan todo enseguida, tienen una gran capacidad para pasar página y a otro argumento”, dice Noe Casado. Rivera de la Cruz cree que, en justa medida, hasta es algo positivo: “Sí, ellos esperan que los problemas se resuelvan solos, pero tampoco es justo dar importancia a algo que no lo tiene”.

“¿Por qué tanto drama?”
Una investigación del departamento de Psicología de la Universidad de Texas, en Austin, sobre 200 casos, ha descubierto que las mujeres lo pasan peor cuando son rechazadas. Padecen sentimientos de tristeza, confusión y miedo. Para salir del bache, la mayoría, según el mismo estudio, se desahoga con una tarde de compras (algo que, por otra parte, suele encabeza la lista de las cosas que ellos más detestan hacer). Los hombres, al parecer, tendrían una mejor capacidad para recuperarse de la experiencia negativa, mientras que las mujeres tienen la tendencia de dramatizar más la relación y caer en los sentimentalismos. “Yo creo que ambos sexos pueden pecar de sensiblería. Lo que pasa es que ellas tienen una mayor emotividad. Las palabras románticas y edulcoradas no son exclusivas de ellas: tanto hombres como mujeres las detestan”, matiza Morelli.

Historia de habitual desorden
Es el testimonio de Alphonsine: “¿Por qué los hombres no cierran la puerta del lavabo cuando orinan? Las gotas que caen no son precisamente una música para los oídos”. Puede parecer algo trivial o anecdótico, pero los objetos y rituales cotidianos dan mucho de sí: desde los pelos en la ducha, la falta de higiene, hasta la cama sin hacer, el catálogo de las quejas femeninas es denso. Y de las masculinas… ¡también! “El lavabo: sí, es cierto. Ellas necesitan pasar allí mucho tiempo. No quiero saber el porqué”, bromea Morelli. Por no hablar del tubo de la pasta de dientes, la manera de colgar la ropa o de masticar la comida. Ellos suelen prestar menos atención a estos detalles. En cambio, a ellas les molesta (y mucho) más la actitud en sí, la dejadez. “No es mi ideal de vida ordenar la casa, pero cuando veo las cosas tiradas por ahí me pongo furiosa” (Agnes). Para salir del atolladero, Noe Casado cree que “hay dos soluciones: o cada uno está en su casa: así no sabes cómo el otro ha dejado el lavabo o si ha hecho la cama. Uno así siempre va de novio. Y es genial: siempre lo llevas bien. Se trata de buscar soluciones pactadas”.

¿Ahora es peor que antes?
Según Kaufmann, “antes, las irritaciones se resolvían con una adecuación a los marcos de referencia, que eran incuestionables”. Ahora, con la apertura de más posibilidades, aumenta la fatiga mental de los cónyuges. Es el precio que se debe pagar por la libertad individual. Se abren espacios de improvisación y de libre interpretación que implican que las parejas efectúen un inmenso trabajo de armonización y unificación”. “Ahora las mujeres hemos abiertos los ojos”, asegura Noe Casado. “Antes no había plan B. Ahora tenemos opciones de acceso a la autonomía. Visto desde el lado masculino, esto puede costar un poco de asimilar”.

¿Y si al final pelearse no es tan grave?
Un estudio del departamento de Psicología de la Universidad de Michigan (EE.UU.), llevado a cabo en 192 parejas a lo largo de 17 años, ha demostrado que aquellas que no se pelean, que mantienen la rabia dentro, viven menos que las que discuten y luego se reconcilian. El investigador Ernest Harburg reconoce que nadie sabe pelearse bien: “Nadie está entrenado para lidiar con conflictos. Se puede imitar cómo lo hicieron los padres. Pero la pareja suele ir perdida”. Casado concluye: “No hay que hacer todo juntos. Es saludable tener cosas, al margen de la pareja, que haya una válvula de escape. Y esto lo necesitamos tanto nosotras como ellos” .

Ellas no soportan o detestan cuando ellos...
1 No les escuchan
2 Minimizan las cosas o huyen de las discusiones impor­tantes
3 No contribuyen a las tareas del hogar
4 No respetan los hábitos básicos de higiene y orden
5 Sólo se centran en ellos mismos
6 No están comprometidos con la relación y las obligaciones familiares
7 Quieren pasar mucho tiempo con sus amigos o con sus aficiones
8 Sólo se preocupan del aspecto lúdico y frívolo de la convivencia
9 Actúan con algún rastro de machismo o de indolencia
10 Manifiestan una incapacidad para hacer varias cosas a la vez
11 No están comprometidos con la relación y las obligaciones familiares

Ellos no soportan o detestan cuando ellas...
1 No respetan sus espacios de autonomía
2 Quieren discutir de detalles secundarios
3 Pecan en exceso de sensiblería y romanticismo
4 Les hacen reproches, les leen la cartilla
5 Les montan escenas de celos
6 Quieren controlarles demasiado
7 Tienen excesos de pedantería y coquetería
8 Se encierran demasiado tiempo en el lavabo