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diumenge, 30 de juny del 2013

¿Eres una persona creíble?. Patricia Ramírez


¿Te has planteado alguna vez si los demás confían en ti, si creen en lo que les transmites, llegas a la gente? Hay personas a las que da gusto escuchar y a las que crees a pies juntillas. Las oyes y te motivan, incluso te genera que te plantees tu creencias y cuestiones que creías tener completamente seguras. ¿Por qué? Por su nivel de credibilidad. Son personas que impactan.
La credibilidad está relacionada con el éxito social, personal y profesional. Nos gusta escuchar y relacionarnos con las personas que nos confieren seguridad, aquellos a los que seguiríamos de forma fiel. Los maestros, líderes, médicos, oradores, psicólogos, mecánicos... madres y padres que tienen credibilidad, no necesitan imponer ni gritar. Se les sigue porque se confía en ellos.
La credibilidad tiene que ver con el carisma, es su parte más innata, pero existen otros criterios y variables que predicen y definen a una persona como creíble. El carisma, mal utilizado, puede hacer mucho daño a personas altamente sensibles e influenciables, como las famosas sectas. Pero hoy dedicamos el artículo al buen carisma y la credibilidad que es capaz de insuflar motivación, curiosidad y cambio.
La credibilidad tiene tres momentos relacionados con la interacción: preconocimiento, durante la relación personal, y después de que termine el encuentro. Veamos cada una de ellas y cómo podrías fomentarlas tú.

CREDIBILIDAD ANTES DE ENTRAR EN CONTACTO CON LA PERSONA (esa que luego te parecerá creíble o no)
En este momento importa la reputación que tenga la persona que vas a conocer y su apariencia. El nivel de reputación es inversamente proporcional a la importancia de su presencia física. ¿Por qué? Porque cuanto mejor te hayan hablado de la persona, menos te importa la imagen que tenga. Habrá ganado tu confianza antes de que le des la mano.
Te pongo un ejemplo: imagina que vas a visitar a un especialista en digestivo que te han recomendado por varias vías, ¡qué casualidad! Tu hermana te dijo que es amabilísimo, que se explica genial, que te da tranquilidad, y además, una vecina, que estuvo la semana pasada en su consulta te ha dicho que es fabuloso. En el momento en el que entras en su consulta, si te encuentras a un hombre que no responde al rol de médico (bata, corbata, zapatos pulcros, etc.), te dará igual, porque tú ya vienes con unas expectativas muy positivas.
Pongámonos en el caso de no tener ni idea sobre este médico digestivo, no tienes referencias, ni positivas, ni negativas. Llegas a la consulta, preocupada con tu dolor de estómago y te encuentras con un médico en vaqueros, chanclas, muy simpático, pero muy hippie... te genera dudas. La credibilidad no es la misma que si entras y te encuentras al médico de toda la vida, su bata, sus gafas, su termómetro en el bolsillo. Sencillamente, no era la imagen que tenías de él en tu cabeza y genera disonancia. Así que en este primer contacto, tu médico, que no tenía reputación, ni la imagen que tú habías deseado de un doctor, parte con baja credibilidad.
La edad es otro factor a tener en cuenta. A nivel profesional otorgamos más credibilidad a aquellos que rondan entre los 35 y 55, personas que han cogido experiencia y que alcanzan un conocimiento y una edad en la que uno todavía es joven para estar motivado, pero con la experiencia suficiente como para minimizar el número de errores.
Se confía menos en la gente joven, de entrada, no por nada, sino porque se les otorga menos confianza. Hay personas jóvenes, que una vez que las conoces, que es la segunda fase, te das cuenta de que son altamente competentes.
Factores como la afiliación política, la etnia, la religión, etc. también influyen en este primer impacto.
Así funcionamos por lo general. Pero no estamos perdidos, la credibilidad puede subir o bajar en el momento en el que interactuamos con la persona.

SEGUNDA FASE: LA CREDIBILIDAD DURANTE LA INTERACCIÓN
En esta segunda fase entran en juego varias variables muy importantes. Estate muy atento para que las puedas manejar bien:
1.- El conocimiento es clave. Cuanto más sabio y conocedor parece alguien, mayor credibilidad. Ahora ya que el médico vaya en vaqueros, te da igual, o que tenga 29 años. Su conocimiento te ha cautivado.
2.- Honestidad, claridad y transparencia. Te dan credibilidad las personas de bien con buenas intenciones. Nadie se quiere relacionar con alguien con dobles intenciones, el que te ofrece ayuda pero busca algo a cambio. Las personas no se sienten seguras con gente así. Y la exageración, la mentira, la robada de medallas provocan la pérdida de confianza y credibilidad de quien se comporta así.
3.- Asumir errores. Las personas exitosas se equivocan, pero como asumen el error como forma de aprendizaje, no les importa reconocerlo. No existen las personas perfectas.
4.- Dinamismo y optimismo. La alegría, el optimismo, las personas que hablan en términos de soluciones en lugar de problemas, tienen más credibilidad que aquellas que parecen estar rodeadas de energía negativa y vivir en un mundo amenazador y sin soluciones.
5.- Comunicación. claro, directo, sencillo. No te pierdas en largas frases, ni te parafrasees a ti mismo. No tienes que escucharte tú, recuerda que estás interactuando. Las personas con las que hablas puede que carezcan de tu nivel cultural, o desconozcan los tecnicismos. No eres más sabio por hablar más y de forma más culta, sino por ser capaz de que la persona que está enfrente te entienda.

TERCERA FASE: LA CREDIBILIDAD POSTENCUENTRO
Este tipo de credibilidad depende de tres variables:
1.- Tener palabra. Hoy en día nadie se fía de nadie, y es una pena. Tener palabra significa ser respetuoso y leal a lo que le dijiste. Sin necesidad de firmar papeles. Cumplir lo que se promete. Me gusta la gente de palabra.
2.- Tu credibilidad también va a depender de la sensación que la persona tenga sobre la información que le has dado. Si el paciente sale de la consulta con la idea de que lo tiene todo claro, de que le has despejado las dudas y que la comunicación ha sido fácil, tendrás más credibilidad. Ahora, si sale con dudas, tu credibilidad bajará.
3.- De factores ajenos a ti que potencian o minimizan tu discurso. Si coincide que lo que has transmitido se relaciona de forma positiva con una noticia en los medios en la misma línea, tu credibilidad subirá. Pero esto no lo puedes manejar. Así que como si no lo hubiera escrito.

Y sonríe. La verdad es que no sé si la sonrisa influye en la credibilidad... pero es tan agradable, que no debemos perder nuestra sonrisa nunca de vista.

dissabte, 29 de juny del 2013

“Retenemos más lo negativo, la crítica, que lo positivo”. Estanislao Brachnach. la Contra de la Vanguardia.

41 años. De Buenos Aires, he estudiado 5 años en París y 5 en Boston. Casado, dos hijos. Docente en la Universidad de Buenos Aires y consultor. En Argentina, política es sinónimo de corrupción e impedimento, quiero participar en un cambio. Espiritualidad, sí; religión, no.

EL CEREBRO ES VAGO
Leyendo Ágilmente (Conecta) te das cuenta de que el cerebro es vago y estúpido, y también de todas sus posibilidades. Bachrach, que enseñó e investigó cinco años en la Universidad de Harvard, explica en su libro técnicas para ser más creativos y expone los últimos experimentos en neurociencia que demuestran que el cerebro aprende mientras vive y se lo permitimos, y que la creatividad es una magnífica gasolina para vivir mejor. Pero no promete resultados sin esfuerzos ni cuidados. El cerebro necesita retos, como mínimo dos veces al mes, juego, entusiasmo y silencio diario: “El tiempo no se encuentra, el tiempo se fabrica. Si esperas a tener tiempo, no lo tendrás nunca”.
Creatividad...
Para la ciencia significa activar un área concreta del cerebro (detrás del oído izquierdo), que generalmente la escuela y la sociedad destruyen. Pero no lo hacen a propósito.

No es un consuelo.
Lo es saber que seas quien seas y a cualquier edad puedes fortalecer tus neuronas y ser más creativo. Y no me refiero a inventar el nuevo iPod, sino a resolver desafíos.

El cerebro busca soluciones en la experiencia: repetimos soluciones.
Sí, porque es fácil. El cerebro tiende a ahorrar energía porque hace 100.000 años eso nos ayudaba a sobrevivir. Ser creativo consume energía.

¿Qué estudio le ha impresionado?
En resonancia magnética vemos que los monjes budistas tienen, gracias a la meditación, el área de la concentración y las ideas mucho más desarrollada. Las ideas aparecen en la fase gama, cuando nuestro cerebro está tranquilo.

Necesitamos espacios de tranquilidad.
Sí, sin interrupciones ni tecnología. El 90% de los productos más innovadores se les ocurrió a cargos medios y bajos de las empresas fuera del horario laboral.

Me pregunto si les habrá cundido.
Para cambiar nuestra vida debemos cambiar nuestros hábitos. Romper neuronalmente un mal hábito es imposible, pero puede haber otro que lo reemplace.

¿Cuando tenga ganas de fumar canto?
O beba agua. La acción surge en el cerebro 0,5 segundos antes de realizarla; a los 0,3 segundos te das cuenta de lo que vas ahacer, y tienes 0,2 segundos para no hacerlo: eso se llama ser consciente de uno mismo.

Somos más emoción que razón.
Sí, el 95% de nuestras decisiones son emocionales e intuitivas porque energéticamente es caro razonar. Usamos la razón para justificar lo que hemos hecho, pero es la emoción la que nos lleva a la acción.

Volvamos a la creatividad.
El 90% de nuestro tiempo lo dedicamos a pensar en el pasado o en el futuro, pero sólo cuando estas en el momento presente estás desarrollando tu creatividad. Si durante 8 semanas, 40 minutos al día, está en el momento presente, su cerebro cambiará.

¿Alguna otra propuesta más sencilla?
Camine 30 minutos al día. Va bien para muchas cosas, pero a nivel cerebral es fundamental porque el oxígeno fabrica arterias y venas: las autopistas que le permitirán llegar a todos los rincones de su cerebro, alimentar sus neuronas y eliminar las toxinas.

El sedentarismo mata el cerebro.
En un estudio que se prolongó diez años se puso a caminar a personas de 70 años muy sedentarias. Resultó que la química cerebral de los que llegaron a cumplir los 80 equivalía a la de una persona de 60. Añada a eso una buena dieta y desafíos.

¿De qué tipo?
Cualquiera: aprenda a jugar a tenis o si no le gustan las novelas, léase una. El cerebro es el único órgano que no se desgasta con el uso, al contrario. La pasión, preguntarte por el sentido de lo que haces y el juego son esenciales. Y ojo con la multitarea.

¿Por qué?
Si está trabajando y le entra un mensaje y lo mira, desconecta del trabajo y conecta con el móvil. El problema de ese conectar y desconectar constante es que nos agota.

¿Por qué nos gusta si nos cansa?
Cuando suena un pip de entrada de un correo se activa el área de recompensa, es la promesa de la felicidad, del placer, en ese e-mail quizás haya una buena noticia.

¿Entonces?
Tienes que tener mucha fuerza de voluntad para no distraerte y si la utilizas en exceso, acabas agotado. Lo mejor es apagar durante una hora todos los dispositivos. Si el cerebro está atento a muchas cosas, se estresa y secreta adrenalina y cortisol, que hacen que todo lo que pasa alrededor tenga la misma importancia: así perdemos las prioridades.

Mal asunto.
En un estudio finlandés pidieron a la mitad de los empleados de varias empresas que los lunes por la mañana anotaran las prioridades de la semana. En dos meses esos grupos ya eran más productivos y estaban más motivados.

Pero es el subconsciente el que manda.
Hay que explorarlo y tener en cuenta que habla mejor y más claro el cuerpo (a través de gestos, molestias, dolores) que la mente. Hay un experimento magnífico: dos mazos de cartas de apuestas, azul y rojo. En el rojo ganas más pero pierdes más. La gente se da cuenta entre las cartas cincuenta y ochenta.

Pongámosle los electrodos.
En la carta diez, cuando tu mano va hacia una roja, te aumentan la presión, la respiración y la transpiración, es decir, el cuerpo se da cuenta de que esas cartas no son buenas mucho antes de que tu mente lo intuya.

Fascinante.

Otro estudio demuestra que incesantemente retenemos más lo negativo, la crítica o la desgracia que lo positivo (el elogio). Por tanto, hay que reforzar lo positivo, porque el cerebro no lo hace.


INTUICION Y CURIOSIDAD. Miguel Benavent de B.

Reconozco que, cada día más, estoy atento a lo que ocurre a mi alrededor. Sin obsesionarme, trato de buscarle el sentido de lo que hay frente a mí y agradezco a la vida que me lo haya puesto delante. En cada nueva situación, ante una persona concreta, en un momento concreto o en un lugar concreto, algo especial llega a mí. No sé si son instantes especiales de verdad o si es mi manera de percibirlos lo que los hacen especiales!
Siempre he dicho que lo mejor de la vida llega de imprevisto, sin avisar. Y eso es verdad en los acontecimientos inesperados e importantes que llegan a nuestra vida, cualquier día. Pero, un paso más allá, también es posible aprender a ver cualquier momento o situación como algo único, importante e irrepetible. En cada situación, por aparentemente rutinaria y cotidiana que parezca, surge un detalle que la hace especial. A veces es una persona y el brillo de su mirada, otras veces es una palabra o varias las que resuenan en nuestro corazon. Porque, lo que sí que es verdad, es que para estar atento a lo que pasa en la vida, hay que atreverse a abrir el corazón!
Hoy hablaba -en una reunión supuestamente profesional, luego aparentemente intrascendente- con álguien especial que, en diferentes momentos del diálogo me definió como alguien “curioso” , dada mi tendencia a escudriñar en los temas, en busca de información. Y, a pesar de no conocerme, me sorprendió su intuición al verme como alguien inquieto y curioso ante lo que sucede a mi alrededor. Es verdad, quizás es la clave de mi vida, la curiosidad como una actitud que me invita a ver, sentir y vivir la vida tal como llega, con ilusión! Esa no es una virtud para un niño que contempla con los ojos absortos lo que llega nuevo a su vida! Pero tal vez sí lo es para una persona que, por la edad, podría tener la errónea sensación de que no hay nada nuevo bajo el sol y que ya lo ha vivido casi todo…
Seguramente tras esta curiosidad se esconde la ilusión. Ilusión por vivir la vida, por compartirla con los demás y por aceptar de buen grado las cosas nuevas que llegan. Esa ilusión que los niños tienen de serie, pero que muchos adultos pierden por el camino hacia la presunta madurez! Aún así, esa ilusión es algo que sobrevive a nuestros pensamientos y creencias y yace agazapada en nuestro interior. Por eso, cuando el corazón es quien ilumina nuestros pensamientos, emociones y actos, la ilusión brota sin medida y da sentido pleno a lo que vivimos. Solo hay que tener valor de dejarla fluir, sin miedo!
“Miguel, tu mimas mucho a tu niño interior” me dijo alguien hace relativamente poco tiempo. Tenía razón, lo saco a pasear cada vez que puedo y me siento orgulloso de pasear con él! Seguramente tardé demasiado en dejarlo salir, demasiados años de sombras y miedos, pero que el día en que tuve el valor suficiente para dejarlo salir, salió sonriente y feliz, como cualquier niño hace cuando va a jugar. Y la vida es un juego intenso, siempre sorprendente y cambiante, pero al que hay que aprender a jugar! Sus reglas es no tener miedo y, en caso de haberlo, mirarlo de cara, porque detrás está lo mejor de ti! Si abandonas el miedo, si vives el ahora, si dejas fluir lo que hay en tu interior y si estás bien atento a cualquier oportunidad para sentir, ya estás empezando a jugar -o a vivir, de verdad-, como lo hace cualquier niño!
Tal vez soy curioso porque no tengo miedo a encontrar algo
malo en lo que pueda descubrir. Tal vez ya he aprendido que, incluso lo aparentemente adverso, está en mi vida por alguna razón y tiene su propio sentido, para mí. Probablemente he descubierto que tras la sombra, siempre hay luz! Es cuestión de abrir bien los ojos del corazón y estar dispuesto a dejarse iluminar! Aunque quizás para ello haya que dejar el pasado atrás y dejar de pensar en el futuro que tal vez nunca llegará. Porque es en el ahora que está la verdad, la ilusión y la siempre posible felicidad!

divendres, 28 de juny del 2013

Duda de lo que quieras pero nunca de ti mismo. Frases para cambiar vidas.

Autor: Dalai Lama.
El de hoy es un tema recurrente en una parte considerable de las entradas del blog, ya que resulta pilar fundamental de la autoestima y elemento esencial para manejarse en la vida. Hablo del hecho de valorarnos y, en esa tasación, establecer un justo precio.
Aceptarnos y querernos tal y como somos, es una de las tareas más útiles en la que nos podamos empeñar. Aunque parezca difícil de creer hay mucha gente que no se quiere a sí misma, porque en vez de reparar en todas sus cualidades, se detienen más en aquello de lo que carecen o para lo que no tienen especial pericia o habilidad. Y todo ello por comparación... sin tener en cuenta que cuando nos comparamos acabamos encontrando siempre alguien mejor.
Nada mejor que una fábula para explicarlo. En ellas, ya lo sabéis, todo es posible.
En un inhóspito pueblo chino, un porteador de agua se ganaba la vida acarreando el líquido en un incesante ir y venir desde un arroyo distante, hasta el pueblo. Para ello, disponía de dos grandes vasijas de barro. Una de las vasijas resultaba perfecta para la misión y, sin embargo, la otra poseía diversas grietas que hacían aparentemente inútil su uso. La vasija impecable conservaba toda el agua, mientras que la deteriorada perdía la mitad de su contenido en el tránsito del arroyo al pueblo.
Durante dos años esto fue siempre así. La vasija perfecta estaba orgullosa de sus logros (es una fábula, recuerdo, y en ellas los objetos y los animales tienen vida propia) y la vasija agrietada estaba avergonzada de su propia imperfección y se sentía miserable al poder cumplir solo con la mitad de su trabajo.
Así, el cántaro agrietado decidió hablar un día con el aguador para trasladarle su consternación:
- Estoy avergonzado y quiero disculparme contigo. Debido a mis grietas solo puedes entregar la mitad de mi carga y, de esta forma, solo obtienes también la mitad del valor que deberías recibir.
El aguador respondió:
- Cuando regresemos al pueblo quiero que te vayas fijando en las hermosas flores que crecen a lo largo del camino.
Así lo hizo y, efectivamente, pudo ver muchas flores espléndidas en las que nunca, por cierto, había reparado, pero aun así la vasija se sentía desconsolada.
El aguador le dijo entonces:
- ¿Te diste cuenta de que las flores solo crecen en tu lado del camino? Siempre he sido consciente de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello. Sembré semillas por donde pasas al volver desde el arroyo y todos los días las has ido regando. Si no fueras exactamente tal y como eres, con lo que tú piensas que sólo son defectos e imperfecciones, no hubiera sido posible crear toda esta belleza”.


Reflexión final: siempre podemos ser mejores, peores o regulares, si establecemos comparaciones con otros, pero eso nunca cambiará el hecho de que seamos únicos y que no haya nadie en el mundo exactamente igual a nosotros.


LA TEORÍA DE LAS VENTANAS ROTAS. Àlex Rovira.

Philip Zimbardo, psicólogo social de la Universidad de Stanford, llevó a cabo en el año 1969 un interesante experimento que devino teoría gracias al trabajo de James Wilson y George Kelling. Se vino a llamar “La Teoría de las Ventanas Rotas”. Y vale mucho la pena conocer en qué consiste porque su aplicación cubre amplias áreas de nuestra vida.
Vamos al año 1969. El experimento consistía en abandonar un coche en el deteriorado barrio del Bronx de aquella época: pobre, peligroso, conflictivo y lleno de delincuencia. Zimbardo dejó el vehículo con sus placas de matrícula arrancadas y con las puertas abiertas para simplemente observar qué ocurría. Y sucedió que al cabo de tan solo diez minutos, el coche empezó a ser desvalijado. Tras tres días ya no quedaba nada de valor en el coche y a partir de ese momento el coche fue destrozado.
Pero el experimento no terminaba ahí. Había una segunda parte consistente en abandonar otro vehículo idéntico y en similares condiciones pero en este caso en un barrio muy rico y tranquilo: Palo Alto, en California. Y sucedió que durante una semana nada le pasó al vehículo. Pero Zimbardo decidió intervenir, tomó un martillo y golpeó algunas partes del vehículo, entre ellas, una de sus ventanas, que rompió. De este modo, el coche pasó de estar en un estado impecable a mostrar signos de maltrato y abandono. Y entonces, se confirmó la hipótesis de Zimbardo. ¿Qué ocurrió? A partir del momento en el que el coche se mostró en mal estado, los habitantes de Palo Alto se cebaron con el vehículo a la misma velocidad que lo habían hecho los habitantes del Bronx.
Lo que dice la Teoría de las Ventanas Rotas es simple: si en un edificio aparece una ventana rota, y no se arregla pronto, inmediatamente el resto de ventanas acaban siendo destrozadas por los vándalos. ¿Por qué? Porque se está transmitiendo el mensaje: aquí nadie cuida de esto, esto está abandonado.
La lectura que nos da esta teoría es extrapolable a múltiples ámbitos de la cotidianidad. Si alguien pinta en la pared de tu casa y no repintas pronto, se convertirá en un muro lleno de pintadas en pocos días. Si el árbitro permite una pequeña transgresión en el partido, lo más probable es que vayan apareciendo más y más acciones violentas hasta que se forme una tangana. Si tú mismo comienzas con pequeñas mentiras, acabarás creyéndotelas y generando más. Si toleras la factura sin IVA o si evades impuestos, luego no te quejes si no hay fondos que paguen tu paro o la pensión de tu padre. Si descargas contenidos ilegalmente, luego no pidas que se valore tu trabajo creativo y reclames un buen sueldo. Si no cuidas la relación con tu pareja y comienzas abandonando los pequeños detalles, estás sembrando posibilidades de un deterioro que puede acelerarse. Y la lista sería interminable. En resumen, si permites el vicio y no lo reparas pronto, luego no te sorprendas si te encuentras en medio de un lodazal en el que tú has sido parte por activa o por pasiva. La bola de nieve del abandono, el maltrato, la injusticia, la pereza o la mentira tiende a crecer rápidamente cuando hay signos externos que lo muestran y no son reparados con celeridad. La no reparación inmediata de un daño emite un mensaje a la sociedad: la impunidad se permite, pueden ir todos a saco. Si no se transmite el mensaje que da toda acción de respeto y cuidado hacia lo que tenemos, y dejamos que el deterioro, el abandono o la resignación ganen la partida, entonces la entropía, el desorden, el daño, el incivismo, el abuso, el mobbing o toda forma de infamia y degradación tenderán a propagarse rápidamente. En conclusión, si queremos evitarlo, hay que arreglar la ventana rota cuanto antes.
Inmanuel Kant expresó este principio en lo que denominó el “Imperativo Categórico”: obra solo de forma que puedas desear que la máxima de tu acción se convierta en una ley universal. Dicho de otro modo: ¿te gustaría que las personas de tu entorno rompieran, robaran, defraudaran o fueran destrozando el patrimonio ajeno? Obviamente, no. Entonces, miremos no ya de no romper ninguna ventana física o emocional ajena, sino de repararlas cuanto antes para evitar males mayores. Porque del mismo modo que podemos ser causa de la expansión del daño haciéndolo crecer, podemos ser también causa de la reparación colectiva, y eso no es una utopía.
Álex Rovira


dijous, 27 de juny del 2013

Hacerlo distinto marca la diferencia. Gabriel García de Oro. El País

Más allá de la rutina hay incertidumbre, riesgo y la posibilidad de equivocarse
Hacer las cosas de forma diferente es el primer paso para superar nuestros límites.
Sorprendernos y maravillarnos significa abrir la puerta a resultados reveladores
A lo largo del tiempo y de las rutinas, todos nos hemos creado una zona de comodidad en la que nos sentimos seguros y protegidos. Es el espacio de los hábitos, de las costumbres y de las repeticiones; de la certeza. Pero dentro de estos límites también se encuentran cosas menos cotidianas, como nuestras aptitudes y habilidades, es decir, todo aquello que sabemos que hacemos bien y donde la posibilidad de error es reducida. Es más, puesto que las costumbres, los hábitos y las rutinas tienen doble dirección, es posible que con el tiempo y la inercia nos convirtamos en los encargados de preparar aquello en lo que somos más hábiles. Y eso es bueno.
Sin embargo, existe un riesgo: que la franja de comodidad se convierta en todo nuestro universo, olvidando que, para que siga siendo precisamente así, necesita ir siendo ampliada. Y de esta manera también se verán acrecentadas nuestras aptitudes y habilidades, a la vez que nos vacunaremos contra la falta de retos y motivaciones. ¿Cómo conseguirlo? Hacerlo diferente. Decía Einstein que no se pueden conseguir resultados distintos haciendo las cosas del mismo modo de siempre.

El juego de ponerse límites a sí mismo es uno de los placeres secretos de la vida” (G. K. Chesterton)
Cuando decidimos abordar algo que nos supone un reto o un desafío, estamos a punto de establecernos un nuevo límite. Así, nuestros sentidos se ponen en guardia y nuestra atención activa el modo de alerta. Estamos a punto de adentrarnos en:
La zona de riesgo. Imaginemos que no dominamos el inglés y, aun así, nos encargan preparar un documento en esta lengua. Entramos de lleno en la zona de riesgo. Inseguridad, sí, pero también concentración y alerta. Lo que significa que invertiremos más tiempo y repasaremos varias veces cada una de las frases. Todos cometemos errores, pero solo algunos son capaces de hacer lo que hacíamos de pequeños: caer, levantarnos, ponernos en pie y vuelta a empezar.

La zona de error. La zona de riesgo es temporal, dura hasta que vienen los resultados. Puede que nuestro documento en inglés no nos haya salido todo lo bien que deseábamos. Entramos entonces en la zona de error, que dura lo que lo hace nuestra capacidad de aprender de él, reponernos y volver a intentarlo, entrando de nuevo en la zona de riesgo. Tenemos dos opciones. Una, abandonar para siempre la tarea. Otra, aprender de todo aquello que no hemos hecho bien, seguir poniendo a prueba nuestras capacidades y avanzar.

La zona de satisfacción. Cuando hemos superado el muro del nuevo reto, entramos en la zona de satisfacción. Orgullo y fuerzas renovadas. De la zona de satisfacción volvemos a la zona de bienestar, ahora más amplia. Y desde ahí hemos de ser capaces de reflexionar acerca de nuestro poder de ensanchar nuestros límites. Es una franja de motivación, no de autocomplacencia.

Sin zona de confort no hay seguridad. Sin riesgo no hay progreso. Sin error no hay aprendizaje. Sin satisfacción no hay recompensa que nos motive e inspire a empezar de nuevo el proceso. Así, los cuatro círculos son necesarios y debemos cultivar todos ellos.

“Las maravillas de la vida se nos escapan por la cómoda trampa de la rutina” (John Nigro)
La mayoría de nosotros nos enfrentamos a desafíos de vez en cuando y hay largos periodos de, digamos, relativa tranquilidad. ¿Qué hacer para estar preparados para cuando llegue el momento de salir de la zona de bienestar? La respuesta está, paradójicamente, en la rutina. Es decir, en introducir pequeños cambios en todas aquellas cosas que hacemos casi automáticamente. Lo importante es hacerlo con una actitud también diferente, mostrándonos interesados, ignorantes, interrogativos e implicados. Es decir, abrir la mente, hacernos preguntas, abandonarnos a la curiosidad y, finalmente, implicarnos en aquello que hemos decidido hacer de forma distinta, sea lo que sea.
El famoso Mihaly Csikszentmihalyi, uno de los padres de la psicología positiva, define la capacidad de sorpresa como uno de los grandes rasgos de la personalidad creativa. Para ser capaces de asombrar a los demás, antes debemos ser capaces de sorprendernos a nosotros mismos. Y sorpresa y creatividad son músculos que podemos entrenar, desarrollar y fortalecer. Todo lo expuesto hasta el momento no tendrá casi efecto en nosotros y en nuestra vida si no somos capaces de maravillarnos. El puro hecho de cambiar de camino para ir al trabajo no tiene ningún valor si no nos obligamos a encontrar durante el trayecto algo que nos sorprenda. Y para ello debemos estar conectados y atentos, observar con una mirada primeriza.

La sorpresa es el móvil de cada descubrimiento” (Cesare Pavese)
Csikszentmihalyi propone un ejercicio que deberíamos hacer como mínimo dos veces por semana: ser capaces de maravillarnos de algo y ser capaces de sorprender a alguien a lo largo del día. Solo una vez, pero en las dos direcciones. Este ejercicio nos obliga a pensar distinto, a hacer cosas de una manera diferente y a estar conectados con nuestra atención y nuestro asombro. Además de permitirnos entrar y explorar nuestras zonas de riesgo, error y satisfacción. Es gratis. Es sencillo. Y es muy divertido.

OTRA FORMA DE VER EL MUNDO
BLOG Y VIDEO
‘1000 Awesome things’ fue elegido en la 14ª edición de los prestigiosos Webby Awards como el mejor blog del mundo. Teniendo en cuenta que cada día se inician en la Red 50.000 blogs, es ya de por sí asombroso. ¿Y de qué va este blog? Pues de eso, de cosas asombrosas. Asuntos cotidianos que despertarán nuestra imaginación y nuestra capacidad de ver el mundo con una mirada diferente que hará, a su vez, que seamos capaces de actuar de otra forma.

– En www.ted.com podemos encontrar la charla que dio Neil Pasricha, el creador del blog. Nos habla acerca de la importancia de ver el mundo de otra manera y hacer las cosas, simplemente, diferentes. Inspirador y motivador.





dimecres, 26 de juny del 2013

LAS CINCO PILDORAS DE MERCHE PARA DISCUTIR SIN PELEAR. Patricia Ramírez.

Mantener una conversación con otra persona resulta agradable cuando nuestros puntos de vista van en el mismo sentido. Pero cuando no es así surge la discusión. De nosotros depende que esa discusión tenga buenos frutos o se convierta en pelea. Tendemos a confundir los términos aunque son cosas bien distintas. En una discusión se plantean los diferentes puntos de vista, se argumentan las propias razones, tratan de desmontarse las del contertulio, etc… para finalmente llegar a una conclusión, que tal vez no de razón a ninguna de las partes con claridad y el tema siga sin tener una clara disolución, pero se puede volver a retomar cualquier otra actividad sin que esa discusión contamine el ambiente.
Pero la línea entre discusión y pelea a veces es muy fina, dependiendo del tema a tratar, de cómo nos afecte, de nuestra predisposición e incluso de anteriores discusiones sobre el mismo tema con otras personas.
Si deseas pelear… adelante. Sólo tú decides, y si es lo que quieres solo tienes que enfundarte unos buenos guantes de boxeo verborreico. Pero si quieres dar solución a un tema, aquí tienes cinco píldoras que pueden ayudarte a mantener una discusión de modo más satisfactorio y con resultados útiles.

1.- Escucha activa. Cuando alguien nos habla ¿realmente le estamos escuchando? En muchas ocasiones ponemos en marcha nuestro piloto automático para pensar en otras cosas. Si quieres hacerlo…adelante. Pero sé consciente de que lo haces. Cuando se trata de una discusión lo que suele ocurrir es que estamos pensando en qué vamos a decir a la otra persona en vez de escuchar sus argumentos. La escucha es el principal pilar para una buena comunicación. No olvides que lo que tú dices ya lo sabes, si no escuchas, raramente vas a aprender algo nuevo. Escucha lo que la otra persona tiene que decirte, con atención, sin prejuicios y así sabrás realmente el mensaje que quiere transmitirte. Después tú decides cómo quieres responder, pero recuerda que para eso, en ocasiones debemos parar un momento, respirar, y asegurarnos que lo que vamos a decir es lo que queremos, para no tener que arrepentirnos después.

2.- Ceñirse al tema que se está tratando. Cuando tratamos un tema en una discusión a veces lo mezclamos con otros temas que tenemos pendientes con esa persona o con antiguas discusiones. Suele ocurrir cuando nos quedamos sin argumentos que antes que reconocer que no tenemos nada más que añadir, buscamos en el  “cajón de los rencores” para desviar el tema hacia otro en el que sí es más posible salir victoriosos. Pero no nos estamos comunicando, estamos echando un pulso a ver quién saca más motivos para proclamarse ganador. Y entre esos temas que sacamos pueden existir cosas que realmente dañen a la otra persona, que puede darse por vencida o contraatacar con algo más dañino aún. No estamos discutiendo sobre el año pasado ni sobre otro tema. Estamos tratando un tema concreto y ceñirse a ese tema es un buen punto de partida para no irnos por derroteros que lleven a la pelea, donde incluso el ganador pierde y el tema que comenzó a tratarse sigue sin resolver.

3.- Buscar el lugar y el momento. Algunas cosas son muy sencillas y sin embargo las pasamos por alto. Sentarnos con la otra persona en un lugar tranquilo, en un asiento cómodo, mientras bebemos algo agradable y cálido puede determinar el camino de la conversación. Por el contrario, un sitio ruidoso, con falta de tiempo, cuando venimos “calentitos” de otras circunstancias (imagina que acabas de ver una multa en tu coche), en un asiento incómodo… puede propiciar la pelea, y cuantos más agravantes tengan las circunstancias físicas y psicológicas en las que nos encontremos, más condenados estamos a batallar asaltos y asaltos.

4.- Date cuenta de cuándo decir “hasta aquí”. Si realmente queremos discutir un asunto sin llegar a una pelea tenemos que tener en cuenta la famosa frase “dos no discuten si uno no quiere”, en nuestro caso “dos no se sacan los pelos si uno de ellos ha sabido retirarse”. Si atendemos a lo que decimos y lo que nos dice la otra persona podemos detectar si esa discusión se va a convertir en una pelea indeseada. Cuando nos vemos en un callejón sin salida, o detectamos que los humos empiezan a subirse, podemos decir “hasta aquí”, y darnos un respiro hasta otro momento en el que la conversación lleve a mejor puerto. Retirarse de una discusión a tiempo es una victoria para ambas partes. Simplemente explicamos a la otra persona que no es el momento, que eso va a llevarnos a una pelea, y quiera o no la otra parte…se termina la discusión.

5.- ¿Qué deseas conseguir con esa discusión?. Tener claro nuestro objetivo es primordial. Podemos querer resolver un asunto, ponernos de acuerdo en algo o simplemente recalcar que tenemos razón. Piensa si el motivo de la discusión merece la pena como para enfrascarse bien en ella y no te desvíes del camino o podrás terminar en lo que no queremos…la pelea.


Te propongo un ejercicio. Alguien dijo alguna vez “encuentra a alguien que te saque de quicio y habrás encontrado a un maestro”. Puedes buscar a una persona y un tema en el que sepas que no estáis de acuerdo o que habéis terminado peleando. Aplica las cinco píldoras anteriores, escuchando a la otra persona, ciñéndote al tema, buscando un momento oportuno, sabiendo que lo que deseas es algo gratificante para ambas partes…. Tómalo como un experimento. Quién sabe, igual te sorprende descubrir que algo que lleva años distanciándote de una persona tiene una solución tremendamente sencilla.

dimarts, 25 de juny del 2013

"Cuando crezca yo quiero ser un niño". Frases para cambiar vidas.

Autor: Joseph Heller
El niño conoce instintivamente a su amigo y a su enemigo, según decía Walter Scott en una afirmación basada, más que nada, en la intuición. Sin embargo ahora dicha aseveración está además respaldada científicamente, según la noticia que leí cuyo titular decía lo siguiente: "Investigadores de la Universidad de Yale establecen que los bebés distinguen el bien del mal incluso con seis meses de vida"
La creencia popular atribuye a los bebés una inocencia angelical incapaz de juzgar el comportamiento ajeno, pero investigadores norteamericanos contradicen esta opinión, al haber descubierto que criaturas de tan solo seis meses ya son capaces de hacer juicios morales.
La investigación, llevada a cabo por el equipo de Paul Bloom, psicólogo en el Infant Cognition Center de la Universidad de Yale en Connecticut (EE.UU.), un centro que estudia la evolución, las habilidades y el aprendizaje de los más pequeños, utilizó la capacidad para diferenciar entre comportamiento útil e inútil, como indicador del juicio moral.
En un primer experimento, se les mostró a bebés de entre seis y diez meses en repetidas ocasiones, un sencillo espectáculo de marionetas de madera. Una bola roja intentaba subir una colina y era ayudada por un triángulo amarillo que la empujaba por detrás. Otras veces, la bola roja se veía obligada a bajar la colina por culpa de un molesto cuadrado azul que le causaba problemas. Después de ver los títeres, a los bebés se les pedía elegir un personaje. Una mayoría abrumadora, el 80%, eligió la figura útil. «Escogieron al buen tipo», afirma Bloom.
Leyendo la noticia, se podría afirmar que nacemos ya con un código ético incorporado. Probablemente, cuando nuestro pequeño hijo nos observa, sabe cuándo hemos cometido una mala acción y cuando nos estamos portando bien. Los autores del estudio creen que los padres se preocupan mucho por enseñar a los niños la diferencia entre el bien y el mal, pero "quizás sea algo con lo que los bebés ya vengan al mundo".
En fin alguien me dijo, no sin razón, que no solo el bien que hacemos es obligatorio, sino muchísimo del que dejamos de hacer. No hay día que no traiga consigo la ocasión de hacer un bien nunca hecho hasta entonces... y que ya jamás podrá hacerse si no lo hacemos nosotros mismos. Y no podemos alegar ignorancia; sabemos desde muy pequeños, como hemos visto, lo que está bien.


Reflexión final: "El drama no es elegir entre el bien y el mal, sino entre el bien y el bien." (Georg Wilhelm Friedrich Hegel)


¿ES LA SINCERIDAD UNA VIRTUD?. Ferran Ramon-Cortés. El País.

Ir “con la verdad por delante” no es siempre la mejor estrategia en nuestras relaciones. La sinceridad debe ser administrada a la dosis justa, en función de lo que la otra persona pueda asimilar.
Hace unas semanas había quedado para cenar con un amigo y como suele pasarme llegué al restaurante con quince minutos de anticipación. Me acomodaron en una pequeña mesa para dos. En la mesa de al lado, a unos escasos 40 centímetros, tenía a una pareja a los que les acababan de servir el postre. Mientras esperaba a mi amigo, no pude evitar prestar cierta atención a la conversación que mantenían. La mujer, en un tono recriminatorio, le estaba echando en cara al hombre algo que había sucedido la semana anterior, mientras él, con la mirada baja, aguantaba el chaparrón. Al acabar, le dijo:
“lo siento, pero te lo tenía que decir. Ya sabes que soy muy sincera...”
Tras una pausa que a mi se me hizo eterna, él le contestó algo así como:
“No se si me lo tenías que decir, lo que sí se es que ha sido mucho más de lo que yo estaba preparado para escuchar” tras lo cual se levantó, y sin más explicaciones abandonó el local.

LA SINCERIDAD: UN VALOR INTERPERSONAL.
Cuando pensamos en la sinceridad, pensamos invariablemente en términos de virtud. Pero lo cierto es que no siempre lo es. La sinceridad no es una virtud personal. Sólo puede ser virtud entendida y ejercida como valor interpersonal, es decir, teniendo en cuenta lo que la otra persona puede asimilar. Cuando en nombre de la sinceridad decimos todo lo que pensamos, sin reparar en el efecto de nuestras palabras, nuestra sinceridad no sólo deja de ser virtud, sino que puede poner en peligro nuestra relación con los demás. La sinceridad exige tener el valor de decir lo que uno piensa, pero no necesariamente todo lo que uno piensa. Para ser genuinamente sinceros, al valor de decir lo que pensamos, hemos de añadir la percepción de hasta dónde podemos llegar con nuestras palabras para no herir al otro. Siendo despiadadamente sinceros con alguien que no está preparado, no sólo corremos el riesgo de que nuestras palabras caigan en saco roto, sino que podemos abrir una gran brecha entre los dos.
Ser sincero significa además de estar dispuestos a decir lo que pensamos, preguntarnos en cada momento que efecto producirá en el otro lo que vayamos a decirle, y asegurarnos de que está preparado para recibir cada dosis de sinceridad que le administremos. Significa estar razonablemente seguros que puede recibir nuestras palabras como una ayuda para entenderse mejor y una oportunidad para crecer. Sólo así nuestra sinceridad será una virtud y contribuirá positivamente a la relación.

¿SE LO DIGO, O NO SE LO DIGO?
Hay gente que siente la necesidad de decir todo lo que piensa a los demás. Amparados en la sinceridad, nos corrigen y juzgan constantemente. “Te lo digo para ayudarte” nos advierten. Y a esta tarea constante de hacernos notar nuestros errores, se suma generalmente una percepción estática y limitada sobre nosotros, fruto de las “etiquetas” que nos hayan puesto en el pasado. Todo ello disfrazado de virtuosa sinceridad... Asumir la vocación de hacer ver a los demás sistemáticamente sus errores, nos hace unos pésimos compañeros de viaje, una compañía incómoda, y es muy probable que no nos aguanten mucho tiempo. Además, hacer ver a los demás sus errores es una actitud cuan menos arrogante: ¿Qué sabemos nosotros de los demás? ¿Cómo podemos juzgar sus motivos o sus comportamientos? Como seres humanos únicos e irrepetibles, cada uno de nosotros somos expertos sólo en nosotros mismos, y deberíamos actuar en consecuencia, no pretendiendo saberlo todo de los otros. Nuestra única motivación de ser sinceros con los demás, de decirles lo que pensamos debería ser ayudarles en su crecimiento personal. Y echarles en cara constantemente sus errores difícilmente ayuda.

TODO A SU TIEMPO.
Entender la sinceridad como virtud interpersonal significa también no tener prisa por decir las cosas, saber escoger el momento y el entorno oportunos y sobretodo saber parar a tiempo. Ser auténticamente sincero conlleva un gran esfuerzo de empatía, de estar dispuesto a “acompañar” al otro en su crecimiento, de no herirle ni “machacarlo vivo”. Tenemos muchas veces la urgencia de “decirle todo lo que pensamos” al otro, porque nos parece que “no se da cuenta”, o que “le abriremos los ojos”. Todas estas son expresiones comunes a la hora de aplicar nuestra muchas veces mal entendida sinceridad. Lo cierto es que nuestra urgencia es irrelevante frente a la correcta percepción que necesariamente hemos de tener de si el otro puede o no recibir toda nuestra sinceridad. No tengamos prisa. No intentemos decirlo todo hoy. Resolverlo todo hoy. Vayamos paso a paso. A la velocidad que nos marque el otro. Seremos genuinamente sinceros si somos capaces de administrar la sinceridad sin prisas, a pequeños sorbos.

SINCEROS CON NOSOTROS MISMOS
Hablamos mucho de la sinceridad de los otros, o de nuestra sinceridad con los demás, pero si queremos practicar de verdad la sinceridad deberíamos empezar por preguntarnos si somos sinceros con nosotros mismos. Y ello significa, en primer lugar, dejar de encontrar siempre excusas para nuestro comportamiento, y dejar de pasar la responsabilidad de lo que nos sucede a los de fuera o a las circunstancias. Empecemos a aplicar la sinceridad con nosotros mismos. Una vez hayamos probado la medicina, y le conozcamos su poder terapéutico pero también su amargo sabor si nos pasamos, podemos empezar a administrarla sabiamente a los demás.

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Algunas de estas cosas me hubiera gustado decírselas a mi vecina del restaurante. Aquella noche, después de la marcha de su pareja, todavía pasó un buen rato sentada en la mesa apurando su café. La oí llamar con su móvil, y decirle a su interlocutor algo así como “... ya sabes, hay gente que no soporta la verdad, pero es su problema”. Quizás sí. Pero lo único cierto al final de esta historia es que ella, con toda su sinceridad, estaba sola.