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dijous, 31 d’octubre del 2013

"Lo más importante es aprender de la vida", Frases para cambiar vidas.

Autor: Doris Lessing
Con humildad, no hay otra manera. Aceptar que la vida es un proceso de aprendizaje continuo y absorber las lecciones que nos brinda cada día, es la manera apropiada de madurar, hasta 'florecer' y de mejorar, hasta acercarnos al ideal de persona que se encuentra tras nuestra propia capacidad, habilidad e inspiración.
El ser humano es una ‘caja’ vacía al nacer que vamos llenando de experiencias, a veces dolorosas, otras felices y la mayoría insustanciales o irrelevantes, a medida que la vida avanza. Pero lo crucial es aprender las lecciones que nos procuran todas ellas, porque solo estaremos preparados para vivir cuando, al fin, hayamos llenado la ‘caja’ desechando el contenido inútil que ocupaba un espacio vano y habiendo salvado solo aquello cuya validez y oportunidad hayamos contrastado.
Para algunos esta formación vital abarcará toda su existencia... y aún así les faltará tiempo. Otros, los más sabios, no necesitarán apurar tanto al prescindir de cometer una y otra vez los mismos errores para reconocer que lo son.
No es posible atajar en el camino del aprendizaje de las cuestiones fundamentales que nos ayudan a vivir sabiamente, porque no se pueden aprender las lecciones de los demás en su nombre. Todos debemos hacer por nosotros mismos el trabajo, y lo haremos cuando estemos preparados, ni antes ni después. Pero, en todo caso, aquí dejo en la entrada de hoy algunas cuestiones sobre las que puedes reflexionar y que recordarás, si tienes buena memoria, cuando la vida te enfrente a ellas.

Acerca de la vida 
1. No se puede cambiar a otras personas, y es de mala educación intentarlo.
2. Si estás hablando con alguien que no conoces bien, puedes estar hablando con alguien que conoce de una manera más profunda aquello de lo que estás hablando.
3. Los niños son criaturas muy honestas, hasta que les enseñen a no serlo.
4. Gritar siempre empeora las cosas.
5. Cada vez que estás preocupado acerca de lo que otros piensan de ti, tú estás preocupado por lo que piensas de ti.
6. Cada problema que tienes es tu responsabilidad, independientemente de quién lo causó.
7. Nunca tendrás que lidiar con más de un momento a la vez.
8. Si nunca dudas de tus creencias, te equivocarás mucho.
9. La gestión de los deseos, es la habilidad más poderosa que una persona puede aprender.
10. Nadie tiene todo resuelto.
11. Cada rostro que pasa por la calle representa una historia tan convincente y complicada como la nuestra.
12. Cada vez que odias algo, el odio te llega de vuelta: personas, situaciones y objetos inanimados por igual.
13. La ira revela la debilidad de carácter, la violencia aún más.
14. Los humanos no pueden destruir el planeta, sino destruir su capacidad para mantenernos vivos. Y en ello estamos.
15. Retrasar la solución a un problema lo hace al instante más y más difícil.
16. Nadie sabe más que en una minúscula fracción de lo que está pasando en el mundo. Es simplemente demasiado grande para cualquiera.
17. La mayor parte de lo que vemos es solo lo que pensamos acerca de lo que vemos.
18. Una persona que no tiene miedo de presentar una versión sincera de sí mismo es tan raro como los diamantes.
19. La adicción más común en el mundo es la atracción de la comodidad. Destroza los sueños y los descansos.
20. Si te sientes completamente seguro de lo que estás haciendo, es probable que haya una mejor manera de hacerlo.
21. Culpar a otros es el pasatiempo favorito de aquellos a los que no les gusta la responsabilidad.
22. Todos los que conoces son mejores que tú en algo.
23. Lo que hace a los seres humanos diferentes de los animales es que los animales pueden ser ellos mismos con facilidad.
24. Quién quiera que seas, vas a morir. Conoce y comprende lo que significa estar vivo.
25. La venganza es para mentes pequeñas e irresponsables.
26. Las personas causan el sufrimiento cuando están sufriendo. Aliviar sus sufrimientos les ayudará a no herir a los demás.
27. Si no eres feliz solo, no serás feliz en una relación.
28. Es cien veces más difícil quemar las calorías, que abstenerse de consumirlas en primer lugar.
29. Incluso si no cuesta dinero, nada es gratis si se necesita tiempo.
30. La adicción está presente en todas las personas en formas diferentes, pero, por lo general, lo llamamos otra cosa.
31. "Instinto" no es sólo un eufemismo. La tensión en el abdomen dice mucho acerca de cómo te sientes de verdad acerca de algo, más allá de todos los argumentos y razones.
32. Todo el mundo piensa que es un conductor por encima del promedio.
33. Por norma general, la gente piensa demasiado.
34. No hay nada peor que no tener amigos.
35. Las palabras son muy poderosas. Un comentario cruel puede herir a alguien de por vida.
36. Es fácil alegrar el día a alguien solo con ser agradable con ellos.
37. La mayor parte de lo que los niños aprenden de sus padres no se enseña a propósito.
38. Vale la pena volver a probar alimentos que no te gustaron en un principio.
39. Los problemas, cuando surgen, rara vez son tan dolorosos como la experiencia de temerlos.
40. Nada nunca ocurre exactamente como lo imaginamos.
41. Cuando rompes una promesa hecha a ti mismo, te sientes fatal. Cuando haces de ello un hábito, empiezas a odiarte.
42. Nueve de cada diez cosas malas que te han preocupado nunca sucedieron. De nueve de cada diez cosas malas que me han ocurrido, jamás se me ocurrió preocuparme.
43. No se puede ocultar el mal humor en las personas que te conocen bien, pero siempre se puede ser educado.
44. Todo el mundo puede estar tranquilo en un instante mirando el mar o las estrellas.
45. Abrir nuevos caminos solo requiere de un esfuerzo un poco más allá de lo que estamos acostumbrados a dar.
46. La vida es un viaje en solitario, pero tendrás un montón de compañeros de viaje. Algunos de ellos son a largo plazo, la mayoría no lo son.
47. Las posesiones menos 'valiosas' son las que harán más por ti.
48. Desear que las cosas sean diferentes es una gran forma de torturarse.
49. La capacidad de ser feliz no es otra cosa que la capacidad de llegar a un acuerdo con cómo cambian las cosas .


50. Matar el tiempo es una atrocidad. No tiene precio, y nunca vuelve a crecer.


La fragilidad nos hace poderososos. Pilar Jericó. El País.

El otro día en un taller de formación sobre liderazgo hicimos un ejercicio en donde uno de los participantes tenía que dar una mala noticia a un colaborador. La situación obligaba a que el jefe previamente se disculpara, pero no lo hizo. Confieso que siempre me ha extrañado ver esta reacción tan habitual, porque los mejores líderes que he conocido saben disculparse y reconocen sus propios errores delante de su equipo. Y siempre que he indagado en el motivo he encontrado la misma respuesta, que podríamos extender a muchos de nosotros: Huimos de nuestra fragilidad y evitamos aquello que nos impida mostrarnos más fuertes de lo que realmente somos (disculpas, gestos sensibles o incluso, empatía). Y aquí está el gran error porque en la medida en que no reconocemos una parte de nosotros mismos somos incapaces de aceptarnos completamente.
Las personas tenemos un carácter que podríamos asemejar al cubo de Rubik con el que jugamos hace años. Tenemos diferentes caras, diferentes alternativas. A veces somos de un modo y en ocasiones, habitamos otro opuesto. Si negamos una parte de nosotros y nos empeñamos en forzar el resto, el sistema se descompensa. Reconocer una parte de nosotros no significa alimentarla. Simplemente quiere decir ser conscientes y aceptarla. Es lo mismo que nos ocurre cuando nos equivocamos. Si no abrazamos a esa parte de nosotros que sufre, es difícil que estemos bien. Pero nos cuesta porque a veces nos empeñamos en mostrar lo que no somos.
Como descubrió Brené Brown al estudiar la vulnerabilidad: Cuando nos inmunizamos para no sentir emociones negativas, también nos inmunizamos para sentir las positivas. Por ello, y aunque nos cueste, el camino para aceptarnos pasa por abrazar también nuestros miedos o la vergüenza de que los otros vean algo de nosotros mismos que rechazamos.
A veces confundimos fragilidad con debilidad, y no son lo mismo. Mientras que la fragilidad convive con la fortaleza, la debilidad lo hace con la dureza en el trato. La debilidad significa no ser capaz de levantarse, esperar que sean otros los que nos salven o, incluso, enmascarar las emociones. De hecho, las personas que no abrazan el dolor y lo niegan, pueden ir congelando poco a poco su corazón y mantienen relaciones personales a través de capas de cemento. Mientras, la vulnerabilidad lleva consigo aceptar que las cosas pueden dolernos, que nos podemos caer, incluso romper pero que, al mismo tiempo, somos capaces de levantarnos. Las personas que se sienten débiles tienden a ser arrogantes o autoritarios cuando tienen poder. Sin embargo, cuando alguien abraza su propia vulnerabilidad, entra en contacto con el resto de un modo más cercano y auténtico. Y solo reconociendo nuestra fragilidad, podremos alimentar nuestras fortalezas personales.
Amarse a sí mismo es el comienzo de una aventura que dura toda la vida. Oscar Wilde, escritor irlandés (1854 –1900)
En definitiva, el auténtico desafío pasa por aprender a querernos como somos. A veces, grandes y exitosos; otras, pequeños y frágiles. Personas reales, que no perfectas, con defectos e inseguridades; pero al mismo tiempo, únicos. No necesitamos esas seguridades artificiales para ser queridos o queridas por los que realmente importan… Lo sabemos, lo sabemos, pero se nos olvida mil y una vez. Puede que el mundo nos exija a veces mostrar un determinado disfraz, pero nunca hemos de confundirlo con nuestra esencia. Es posible que la dificultad en aceptarnos tal cual somos radique en nuestra propia autoimagen, cargada de estereotipos o de escenas de películas en las que nos hubiéramos gustado vernos reflejados. Pero la realidad es otra. Posiblemente, los momentos donde nos sentimos frágiles tienen la magia de hacernos recordar quiénes somos realmente. Y sinceramente, es bonito contemplarse también desde ese prisma de pequeñez.

Fórmula:
Aceptar nuestra fragilidad nos hace grandes y nos acerca a las otras personas de una manera genuina y auténtica.

Recetas:
  • Recuerda cuáles han sido unos momentos de fragilidad: enfermedad, accidente, frustración… ¿Cómo los viviste?
  • ¿Qué momentos te hacen sentirte vulnerable, que no débil? ¿Qué personas?
  • ¿Qué aprendizaje trasladarías de tus momentos de vulnerabilidad a otros momentos de tu vida?




Basado en la novela: Jericó, Pilar (2013): Poderosamente frágiles, Alienta  


dimecres, 30 d’octubre del 2013

La conquista de la paciencia. Jordi Jarque. La Vanguardia.

En ocasiones es útil reaccionar con vehemencia y en otras se echa de menos tener más paciencia para ahorrar nervios y ganar efectividad. Hay maneras de aumentarla
Paciencia, paciencia, paciencia… Paciencia ante el atasco de veinte minutos a primera hora de la mañana. Paciencia ante el lloro desconsolado e intenso de bebé que no deja dormir ni tres horas seguidas. Paciencia cuando las cosas van mal. Y más paciencia… ante la cola interminable de atención al viajero por retrasos en el tren o ante la promesa de que el final de la crisis económica está a la vuelta de la esquina. Más allá de cómo se reaccione o deje de reaccionar ante tales circunstancias, los expertos están de acuerdo en la necesidad de conquistar una buena dosis de paciencia para no sucumbir a los accesos de ira o de rabia que pueda provocar tales situaciones. Hasta aquí nada que objetar, salvo que no es tan fácil adquirir esta paciencia. ¿Cómo se consigue ser realmente más paciente?
No siempre es suficiente contar hasta diez. “Para aprender a tener más paciencia hemos de ver las situaciones externas como una escuela de aprendizaje, como un entrenamiento”, apunta Assumpció Salat, psicóloga, directora del centro de psicología Àgape y autora de El desarrollo de la conciencia (Uno editorial). Maria Mercè Conangla, psicóloga, cofundadora de la Fundació Àmbit, añade que la paciencia es un valor humano que supone el cultivo del respeto y aceptación de que las cosas suceden con un ritmo distinto al que se espera o desea. Y no es tan fácil “porque parte de la comprensión de que todo tiene su tiempo; no se pueden acelerar los procesos de la persona y la naturaleza porque si se intenta se está creando de alguna manera u otra tensión y violencia al querer forzar una circunstancia según nuestro criterio. Juan Cruz, psicólogo clínico y fundador de Diotocio.com (desarrollo integral de ocio y tiempo y libre), lanza una pregunta: ¿Tengo motivos para sentirme impaciente? Si la respuesta es afirmativa, es lógico que sientas impaciencia, pero también es oportuno preguntarse por las consecuencias de esta impaciencia”. ¿Somos más resolutivos mostrando impaciencia o mejor cultivar la paciencia? Si se puede incidir en las circunstancias, la impaciencia puede ser un combustible que hay que saber emplearlo. Pero si las circunstancias son inamovibles (un atasco, un hecho traumático), tal vez es más productivo cultivar esta paciencia. Aunque sea por salud.
Cómo incide en la salud.
No es baladí. Redford Williams, investigador del departamento de Psicología y Neurociencia de la Universidad Duke, en Estados Unidos, está especializado en la relación entre la psicología del comportamiento y su incidencia en la salud. En 1999, el Journal of the American Medical Association, publicó los resultados de la investigación de Redford Williams cuyo eje era la mayor o menor paciencia. Este experto señala que a mayor impaciencia, aumenta el riesgo de padecer problemas de salud como hipertensión arterial y enfermedades cardiovasculares en general. Las personas propensas a la impaciencia, generalmente, están tensas, lo que eleva el nivel de estrés. El estrés estimula la segregación de hormonas como el cortisol y la adrenalina. “Elevados niveles de estas hormonas, en última instancia, podrían dar lugar a un aumento de peso, de azúcar en sangre y de nuestra presión arterial. Las hormonas del estrés estimulan las plaquetas, haciéndonos más propensos a coágulos en las arterias estrechadas ya por una enfermedad cardiaca, un proceso que puede desembocar en un ataque al corazón. Estas hormonas también hacen que las células de grasa del cuerpo liberen dicha grasa en la sangre”. Sin duda, estas reacciones fisiológicas pueden dañar la salud. Es un pez que se muerde la cola, porque en la medida que se eleva el nivel de cortisol en la sangre provoca en el sujeto más impaciencia, más irritabilidad y más ansiedad, señala dicho investigador.
La personalidad A
Juan Cruz explica que está en manos de cada persona modificar este tipo de respuesta, pero no todas lo tienen tan fácil. De manera natural hay personas más pacientes que otras, les cuesta menos, mientras que a otros les falta poco para que les salten los fusibles. Tanto es así que ya en 1957 los cardiólogos Meyer Friedman y Ray Rosenman definieron lo que se ha dado en llamar personalidad tipo A. Se trata de un tipo de persona que suele estar muy nerviosa y es competitiva. Suele tener prisa, todo le resulta urgente. Juan Cruz recuerda que se trata de aquellas personas que en el trabajo ofrecen una tarea exigiendo que esté hecho ya: “Lo necesito desde ayer”. Su exigencia es con los demás y consigo mismo. Tienen un estilo dominante y autoritario, así como dificultades para expresar sus emociones e identificar sus sentimientos. Consideran el descanso y el ocio como pérdidas de tiempo porque el trabajo es lo primero. Están más preocupados por el rendimiento que por el disfrute de la actividad mientras se realiza. El umbral de tolerancia es menor, así como su capacidad de frustración. Los expertos señalan que en sociedades avanzadas estiman que el 25% de la población tiene una personalidad tipo A. Meyer Friedman y Ray Rosenman llegaron a la conclusión que este tipo de conducta “constituye un factor de riesgo para la cardiopatía isquémica. Estas personas tienen 2,5 veces más probabilidades de presentar angina de pecho o infarto de miocardio. El patrón tipo A es un factor de riesgo que opera al margen de otros factores de riesgo como el tabaco, la hipertensión o la obesidad”.
No solo de la personalidad.
La paciencia también depende del temperamento. Assumpció Salat explica que el temperamento “es la parte instintiva, innata de nuestro carácter y la personalidad es la parte de nuestro comportamiento y de nuestra manera de pensar que es construida, elaborada a través de la educación, la cultura, la familia, etcétera. El ser impacientes o más pacientes, por tanto, depende del temperamento y de la personalidad, de cómo hemos sido educados, de las creencias o ideas que hemos ido interiorizando y que hacen que seamos más pacientes o impacientes. Los traumas que se producen durante nuestra vida también influyen en nuestros niveles de paciencia o impaciencia”.
La buena noticia es que, según señalan también los expertos, se puede cambiar. “Sí, realmente, hay personas más o menos pacientes. Pero la paciencia también podemos desarrollarla y convertirla en un hábito si tomamos conciencia de lo importante que es desarrollarla”, señala Juan Cruz. Es una cuestión de voluntad, afirma Assumpció Salat, una fortaleza mental “para conseguir que nada de lo que ocurra fuera, en nuestras vidas externas, altere nuestra paz, ni nos haga perder los estribos”. Conservando este mayor o menor grado de calma será más fácil que surja un comportamiento más acertado ante la situación que se está produciendo.
Entrenamiento.
Como casi todo, requiere un entrenamiento. El psiquiatra Steve Peters, autor de La paradoja del chimpancé (Ed. Urano), explica que el autocontrol “es el factor más importante que nos distingue de los chimpancés”. El chimpancé funciona por impulsos y carece de control emocional, mientras que los seres humanos tienen el potencial de controlar los impulsos y las emociones. “El chimpancé exige la gratificación inmediata, mientras que los humanos podemos optar por no actuar basándonos en los impulsos y las emociones”.
Mónica Aldegunde, coach, creadora del programa “Mi mapa de ruta”, aporta unas claves. “Cuando un cliente quiere trabajar la paciencia, primero le acompaño en definir paciencia, dónde necesita que la paciencia esté presente o qué hace que piense que no la tiene, qué emociones aparecen asociados a esta falta de paciencia; delimitamos las áreas de la profesión y del ámbito personal, así como objetivos. En segundo lugar, diseñamos un mapa de ruta, y organizamos y planificamos acciones que realizar. Definimos lo que quiere, lo que puede, cómo se hará, lo que necesita, cuándo lo hará”. Mónica Aldegunde señala la importancia de especificar los tiempos y los ritmos en la consecución de los objetivos para evitar precisamente la frustración y la rabia, enemigos de la creatividad y la perseverancia. De esta manera es posible reconocer las propias limitaciones para manejar el estrés y los imprevistos y conquistar la anhelada paciencia. Juan Cruz aconseja cambiar la percepción de lo que acontece y observarlo como una oportunidad que brinda la vida para aprender y salir fortalecidos. “Es una oportunidad de practicar y fortalecer el músculo de la resistencia a la frustración. Esto es madurar. La madurez permite adquirir otra visión del tiempo”. Aceptar la frustración es un ejercicio de humildad que en la sociedad actual no prima. Prima la velocidad. Pero este experto señala que el hecho mismo de tomar conciencia de este aspecto da la oportunidad de lentificar los ritmos.
Los ritmos Para Juan Cruz, una de las claves para desarrollar la paciencia consiste en reconectarse con el ritmo de la propia naturaleza. “Hay un ritmo biológico natural que todos los seres vivos lo llevamos dentro. Sólo tenemos que conectarnos. Estamos dentro de los ciclos naturales y biológicos naturales. Al educarnos al margen de los ciclos es cuando nos desconectamos de la naturaleza. A nivel laboral decimos esto es para ayer… Esto es fatal. Nos estresamos y el estrés es todo lo contrario a la paciencia, al equilibrio. Formamos parte de una sociedad estresada, impaciente, ansiosa. La solución es conectar con lo natural, con la calma. Es una llamada a esta reconexión con los ciclos de la naturaleza. Nuestra naturaleza biológica es paciente, tiene unos ritmos que al romperse producen estrés e impaciencia. Queremos adelantarnos a los ritmos”. Este experto indica que la autoexigencia es fruto de esta alteración de los ritmos. “La autoexigencia es como ir más rápido de lo que indica el propio ritmo natural. Seamos más compasivos con nosotros mismos y también seremos más compasivos con los demás, más pacientes”.
Ona Cardona, concertista y profesional del método Trager, señala la importancia de sumergirse en los ritmos para olvidarse de la autoexigencia, de la perfección en la ejecución. “Hay que saber esperar y abrirse al ritmo de lo otro, más allá de uno mismo. Se concreta en una sala de concierto, pero también en el trato con los demás. Olvidarse de uno y abrirse al ritmo de lo que acontece. Según los expertos, es una de la claves en la adquisición de la anhelada paciencia. “Dejar que el otro hable”, señala Juan Cruz. Fomentar el diálogo y escuchar. Pero antes de confrontarse con el otro, mejor entrenarse con uno mismo. “El primer trabajo para aprender a ser más pacientes se cuece en nuestro propio interior, en nosotros mismos, en nuestro diálogo interior. Para ser pacientes con los otros o con lo que sucede es clave que sepamos practicar el arte de la paciencia con nosotros mismos”, explica Maria Mercè Conangla. Los expertos insisten en que la autoexigencia desmedida no ayuda. Y el termómetro que permite detectarlo es la impaciencia que se muestra con los demás.
La respiración
“También ayuda mucho una respiración lenta abdominal”, asegura Maria Mercè Conangla. Juan Cruz añade que con sólo respirar de manera consciente y lenta ya cambia la bioquímica del cerebro, descienden los niveles de cortisol y adrenalina. “Se estimulan las áreas cerebrales superiores y podemos convertirnos en observadores de nosotros mismos. Si a esto se le añaden paseos por la naturaleza y la meditación, ayuda a reconectarse con los ciclos y los ritmos que he explicado antes”. Según este experto, con la respiración más tranquila es más fácil vivir las circunstancias estresantes de otra manera. “Podemos impacientarnos menos y valorar si hay manera de cambiar o no dichas circunstancias, incluso aceptar nuestras propias limitaciones ante dichas circunstancias, o mostrar la ira en su lugar adecuado, sin perder entonces la paciencia. La paciencia es un rasgo de la personalidad madura. Y esa paciencia es la que te permite parar y pensar, reflexionar y actuar en su justa medida. Empiezas a funcionar con otros niveles de conciencia. No siempre puedes conseguir todo lo que quieres”.
No es pasividad

La paciencia no es igual a resignación ni pasividad. “La paciencia es una de las virtudes de la sabiduría, pero no la única, otra de las grandes virtudes de la sabiduría es el discernimiento, por tanto habrá situaciones en la vida que lo que hay que manifestar es firmeza y acción”, explica Assumpció Salat. Por otra parte, Juan Cruz también comenta que la paciencia no implica indiferencia. “Sí desapego, pero no indiferencia. No todo da igual. En todo caso ser como un buen campesino, que sabe coger el fruto de la tierra en el momento adecuado, ni antes ni después”. Claro, requiere transitar por la conquista de la sabiduría. Son palabras mayores.


dimarts, 29 d’octubre del 2013

LA VERDAD SOBRE LAS MENTIRAS. Irene Orce.


“La mentira más devastadora es aquella con la que un hombre se engaña a sí mismo”, Friedrich Nietzsche
Las mentiras son maestras en el arte del disfraz. Siempre creativas, adoptan tantas formas como nuestra imaginación les permite. Las hay pequeñas y grandes, cobardes y atrevidas. A veces inocuas, a menudo extremadamente dañinas. Todas ellas descaradas. Su mala reputación las precede. Sin embargo, son tan despreciadas como utilizadas. Lo cierto es que no existe ningún ser humano que no haya caído en la tentación de utilizar sus servicios en un momento u otro de su vida. Para muchos, son compañeras habituales. El mejor antídoto contra la cruda realidad. Pero su naturaleza tramposa resulta particularmente arriesgada. Cuando menos lo esperamos, se vuelven contra nosotros. Es entonces cuando nos enfrentamos al coste de vivir tras una máscara. Y no siempre contamos con los recursos necesarios para pagar tan abultada factura. 
Las razones que nos llevan a mentir son infinitas. Pero todas se basan en un planteamiento común: evitar exponer la verdad. Utilizamos las mentiras como un escudo para proteger nuestras inseguridades y carencias. Así, mentimos por conveniencia, por vergüenza, por interés, por miedo e incluso por respeto a nuestro interlocutor. Algunas de las mentiras que decimos son respuestas automáticas. Las tenemos tan integradas que apenas nos damos cuenta. Pongamos por ejemplo una mañana cualquiera. Nos cruzamos con un conocido de camino al trabajo, y se acerca a saludarnos. “Buenos días, ¿cómo va?”, nos pregunta. Y casi sin pensarlo, respondemos: “bien, ¿y tú?”. Tal vez no nos interese compartir nuestras vicisitudes con esa persona. Posiblemente ni siquiera nos apetezca saludarla. Pero se imponen las normas de cortesía, al igual que cuando nos hacen un regalo que no nos gusta. En este tipo de situaciones, la mentira resulta útil e interviene en aras de facilitar nuestras relaciones, como una estrategia para proteger nuestra intimidad. 
Lo cierto es que las utilizamos a diario, en todo tipo de interacciones. Y la mayoría no tienen mayor trascendencia. El problema surge cuando espoleados por nuestra inseguridad y el miedo a no ser aceptados tal y como somos, optamos por disfrazar la realidad a nuestro antojo. Resulta una idea tentadora. La vía más rápida para ganarnos la admiración y el respeto de las personas que nos rodean. Solemos empezar por algo pequeño, poco importante. Pero poco a poco, nos vamos enredando en el telar de las mentiras. Y en este proceso, nos olvidamos de que son como pompas de jabón. Brillantes e hipnóticas, contienen un universo de imaginación en su interior. Pero terminan reventando. Y su hechizo desaparece, al igual que la confianza que los demás han depositado en nosotros, destruyendo por completo nuestra credibilidad. 

VENDEDORES DE HUMO
“Se atrapa antes a un mentiroso que a un cojo”, Refrán popular
Cada persona tiene una relación única con la mentira. La más íntima es la que conocemos como autoengaño. Solemos ponerlo en práctica a menudo por miedo al potencial conflicto y por el dolor que nos produce reconocer nuestros propios sentimientos y emociones. E invariablemente, las mentiras que contamos a los demás son un reflejo de las mentiras que nos contamos a nosotros mismos. Se trata de una inercia tan sutil como perjudicial que ponemos en marcha desde la infancia. Mentimos y nos mentimos para eludir las frustraciones que nos causa nuestra realidad. Nos engañamos a nosotros mismos y a los demás cuando no somos capaces de afrontar las verdades que nos contrarían. Y también cuando nos ciega el interés para conseguir un objetivo concreto.
A lo largo de la historia, las mentiras han causado muchas bajas. Han truncado carreras, destrozado relaciones, causado guerras. Son la causa de la mayoría de grandes escándalos. Sin embargo, vale la pena matizar los distintos tipos de mentira que utilizamos, pues no todas son iguales ni acarrean las mismas consecuencias. Según el diccionario, mentir es “decir algo que no es verdad con intención de engañar”. Pero también es “cualquier manifestación contraria a lo que uno sabe, cree o piensa”. Esta definición contiene todas las formas de mentira. Y eso incluye la omisión de información.
Por otra parte, cabe apuntar que quien engaña sin ser consciente de ello no miente, simplemente propaga su propia equivocación o visión distorsionada de la realidad. De ahí que lo que en última instancia define una mentira es la intención con la que se dice. Las más dañinas para nuestra salud emocional son aquellas que decimos para evitar responsabilizarnos de las consecuencias de nuestras decisiones, conductas y actitudes, perjudicando a los demás en la búsqueda de nuestro propio beneficio. Es lo que se denomina ‘mentiras conscientes’. Si bien resulta más fácil mentir por omisión, las consecuencias de no decir toda la verdad pueden ser equiparables a las de falsear la realidad con premeditación y alevosía. 

LA POLÍTICA DE LA HONESTIDAD
“Ningún legado es tan rico como la honestidad”, William Shakespeare
Cuando practicamos la honestidad no tenemos que preocuparnos de prestar atención a la versión de la historia que estamos explicando, ya sean anécdotas jocosas o cosas importantes que nos hayan sucedido. Los exponemos tal y como permanecen grabados en nuestra memoria. Pero cuando mentimos tenemos que permanecer alerta, controlando cada palabra que sale de nuestros labios para que resulte creíble y veraz. Lo cierto es que cuanto más nos enredamos en el complejo telar de las mentiras, más difícil resulta evitar los deslices que pueden terminar por dejarnos al descubierto. Resulta casi imposible controlar las distintas versiones de la misma historia que hemos contado a cada persona manteniendo una cierta coherencia.
El punto culminante de ese malestar llega cuando nos pillan mintiendo ‘in fraganti’. En ese momento perdemos mucho más que nuestro disfraz. Perdemos la confianza que la otra persona ha depositado en nosotros, agrietando los cimientos de nuestra relación. Dependiendo de la gravedad de la mentira, esa grieta provoca que aquello que llevamos construyendo durante tanto tiempo quede reducido a escombros. Resulta una lección devastadora. No en vano, la confianza es la base sobre la que se edifican las relaciones humanas. La intensidad y profundidad de nuestra relación con otra persona tiene que ver con nuestro nivel de confianza en ella y viceversa. Es un tesoro frágil, y el principal daño colateral de toda mentira. Para verificar esta premisa, no tenemos más que recordar cómo hemos reaccionado y de qué manera nos hemos sentido cuando una persona cercana nos ha engañado.
Eso sí, cabe apuntar que en ocasiones, somos en parte responsables de las mentiras que nos cuentan. La falta de tolerancia, la rigidez y la inflexibilidad que a veces mostramos dificulta la transparencia en nuestras relaciones. De ahí la importancia de apostar por el respeto como política para favorecer la honestidad. Si aspiramos a cultivar relaciones sanas y sólidas, tenemos que aprender a encajar verdades dolorosas. Es el precio de la autenticidad.
Llegados a este punto, vale la pena recordar que la mentira hace daño a quien la escucha pero siempre hiere más a quien la pronuncia, pues eso la convierte en una persona poco íntegra, indigna de confianza y tremendamente irresponsable. Si queremos romper esta inercia, tenemos que empezar por cuestionarnos cuál es el peso que ejercen las mentiras en nuestra vida. En última instancia, nuestra relación con las mentiras –es decir, con qué frecuencia la utilizamos y qué resultados obtenemos– es un buen indicador de nuestro grado de responsabilidad y madurez. Y cada vez que aparezca la tentación de bailar al son de las musas del carnaval, preguntarnos: ¿Qué ganamos cuando mentimos? Y sobretodo… ¿Qué estamos dispuestos a perder?

En clave de coaching
  • ¿Para qué miento?
  • ¿Qué resultados obtengo cuando miento?
  • ¿Qué resultados obtendría si fuera más honesto?

 
Libro recomendado
  • ‘Sobre verdad y mentira’, de Friedrich Nietzsche (Tecnos)

La causa que hace surgir, que conserva y que fomenta la superstición es, pues, el miedo. Frases para cambiar vidas.

Autor: Baruch Spinoza
Lo cierto es que si uno profundiza mínimamente en la cuestión, las supersticiones resultan algo extraño de comprender si uno es un descreído a tiempo completo. Por ejemplo, y ciñéndonos al ámbito del deporte: ¿Por qué algunos futbolistas quieren entrar en el campo los primeros, otros los últimos, algunos necesitan tocar el césped justo al entrar, otros besan amuletos o incluso usan la misma ropa interior durante una larga serie de partidos si su racha es victoriosa?
No es difícil enumerar más ejemplos de rituales ya sea dentro del mundo del deporte, terreno propicio para las supersticiones, o en cualquier otro ámbito de la vida común. Pero ¿por qué personas, aparentemente sanas, actúan a veces de una manera tan excéntrica? ¿Cómo funcionan realmente las supersticiones? Muchos entrenadores animan a sus pupilos para que establezcan determinados rituales, con el fin de serenar o enfocar energía en  la acción, según convenga. Eso no es superstición, sino concentración. Pero, por otro lado, si alguien piensa que tocar el balón un cierto número de veces le hará ganar el juego, ha entrado claramente en territorio supersticioso.
Los investigadores y psicólogos Lysann Damisch, Barbara Stoberock y Thomas Mussweiler, argumentan que "no solo supersticiones dan a la gente un sentido de control en situaciones caóticas, sino que también les crean mejoras de rendimiento directamente observables." En un experimento se pidió a veintiocho estudiantes universitarios que realizarán diez intentos de golpear con un putt (golpe corto) una pelota de golf. La prueba evidenció que muchos de ellos creían en la buena suerte, ya que mientras les entregaban la pelota antes de ejecutar el golpe el investigador les decía: "Aquí está tu pelota. Ahora se ha convertido en una bola de la suerte", mientras a otros se les decía: "Esta es la bola que todo el mundo ha utilizado hasta ahora", sin más. Pues bien, los resultados mostraron que los sujetos a los que les habían dado una "bola de la suerte" obtuvieron mejores resultados que aquellos otros que recibieron una "bola normal".
Posteriormente en otro experimento se pidió a sujetos con y sin sus amuletos de la suerte, que trabajaran sobre una serie de problemas. Los investigadores encontraron una vez más que los individuos a los que se les permitió mantener sus amuletos de la suerte con ellos, tuvieron una mejor actuación. En otras palabras: cuando se trata de tareas cuyo resultado depende de nuestro desempeño, creer que algún otro poder nos está ayudando realmente nos ayuda; no porque existan tales poderes externos, sino porque creemos en ellos y eso aumenta nuestra confianza.
De igual manera, la oración, en cualquier religión, puede ser eficaz y no porque en realidad invoque a un ser supremo o incluso a una ley mística, sino porque invoca a nuestra creencia en las cosas, invoca una sensación de que tenemos una especie de "as en la manga", que a su vez nos da la confianza para obtener mejores resultados. La creencia en una fuerza externa a nosotros mismos que se pueda acudir a ella en la necesidad es reconfortante. Puede ser una palanca psicológica poderosa a la que podemos recurrir para acceder a fuerzas dentro de nosotros mismos que realmente afectan a nuestra capacidad para lograr lo que queremos, incluso si nuestra creencia es incorrecta, lo cual no parece tener mucha importancia. Hay un efecto placebo positivo. Si piensas que algo te va a ayudar, ese algo puede hacer precisamente eso por ti. Hay una enorme cantidad de energía en la fe.
Y, por último, y por si alguien pensaba lo contrario, la inteligencia parece tener poco que ver con si o no nos suscribimos a las supersticiones. En el campus de la Universidad de Harvard, donde es de suponer que hay un montón de gente inteligente, los estudiantes con frecuencia se frotan las manos con los pies de la estatua de John Harvard para tener buena suerte.

"El nacimiento de la ciencia fue la muerte de la superstición." Thomas Henry Huxley (1825-1895) Zoólogo inglés.


dilluns, 28 d’octubre del 2013

"Los sueños son simulaciones que nos enseñan a actuar". Roger Schank. La Contra de La Vanguardia.

Roger Schank, neurocientífico experto en aprendizaje.
Tengo 67 años y sigo aprendiendo, pero jamás aprenderé a jubilarme. Soy un judío neoyorquino sin religión. Tengo dos hijos y cuatro nietos: ¡cuánto me enseñan! Me he casado dos veces, pero con la misma mujer. Aprender nunca es aburrido, pero muchas clases suelen serlo.

APRENDER ES HACER
Suiza, Austria, Alemania y otros países prósperos han potenciado en su educación la techné (cómo hacer) frente a la episteme (conocer). Suiza siempre ha tenido un porcentaje bajo de universitarios comparado con otros países ricos. Y es que la educación de calidad siempre genera prosperidad, pero no siempre el aumento de licenciados (véase Egipto o Marruecos) enriquece a un país. Tras dirigir la Educación On Line de la Universidad de Columbia, Schank convierte formación académica en empleo: ¡cuánta falta nos hace! Colabora con La Salle-XTOL Masters en formar a distancia a licenciados en paro hasta que se convierten en flamantes profesionales de la era digital.

¿Cómo sabe usted que alguien ha estudiado en Harvard?

¿Estilo? ¿Carácter?...
Lo sabe porque él se lo dice.

¿Y si no lo dice?
Nadie se entera, porque los egresados de Harvard son iguales que los de otras muchas universidades. Y si sigue durante décadas las carreras de una promoción de Harvard -como se ha hecho-, comprobará que la vida los va situando en una discreta medianía.

La universidad son también contactos.
Y Harvard es eso sobre todo, como Yale o Stanford, donde yo he estudiado y he enseñado: nacieron para reservar los puestos clave de la sociedad a los hijos de quienes los ocupaban. Educar era su modo de seleccionar.

Algo habrán enseñado también.
¡Por supuesto! Y hoy están más abiertas a minorías y son más meritocráticas: la nota determina cada vez más el acceso. Y así se pierden mucho talento. Porque quien saca mejores notas no es el mejor, sino sólo el mejor sacando buenas notas.

Pero algún criterio han de usar...
¿Para seleccionar? Creo que ya hemos superado ese estadio educativo. Hoy las tecnologías nos permiten enseñar sin segregar. Educar a todos, aunque a nuestras universidades no les guste. ¿Sabe qué me contestaron en la Universidad Carnegie Mellon cuando lo dije?

¿...?
Que ellos no querían enseñar como quien vende McDonald's; ellos querían formar un puñado de líderes con el espíritu Carnegie... Y yo lo que quiero es todo lo contrario: enseñar a millones de personas a aprender hasta dar lo mejor de sí mismas.

Aprender requiere esfuerzo, repetición, memoria, sacrificio, método...
Aprender no requiere sufrimiento, la escuela sí. Aprender no es necesariamente aburrido, un aula sí. Un tipo hablando durante horas es naturalmente aburrido. Un tostón.

No pain, no gain (sin esfuerzo no hay ganancia).
De acuerdo, pero ¿quién dijo que el esfuerzo debe ser deprimente? ¿Le gusta jugar al fútbol? ¿Y no suda y se esfuerza jugando?

Pero es un esfuerzo placentero.
Lo que ni es placentero ni enseña es aguantar rollos en un aula. A ver: ¿qué prefiere usted si su piloto en un avión enferma?, ¿que le sustituya alguien que ha aprendido a volar en un simulador u otro que ha aprendido Teoría del Vuelo en una facultad?

A caminar sólo se aprende andando.
Y si le digo que me gano la vida dando conferencias, ¿me pide que le dé una o sigue charlando conmigo con preguntas y respuestas?

El diálogo enseña más que el sermón.
Porque los humanos somos seres conversacionales. ¿Y sabe por qué hablamos?

¿Para hablar y escuchar?
¡Qué va! Apenas escuchamos a los demás.

Ahí le doy la razón sin matices.
Hablamos porque hablar nos hace más inteligentes al obligarnos a pensar por nosotros mismos. Hablar y pensar son una misma acción. Y sólo atendemos lo que dice el otro cuando acompaña nuestro discurso.

Lo que mola más es que te escuchen.
Porque te da control de la situación. Por eso ver una conversación en la tele suele ser aburrido y, en cambio, quienes hablan disfrutan. La entrevista escrita es otra cosa.

¿Por qué?
Porque da el control al lector puede saltarse preguntas e ir sólo a lo que le interesa. Estamos evolutivamente programados para retener lo útil, lo que nos permite adaptarnos a los desafíos del medio. Y también por eso soñamos, para aprender a vivir.

¿Los sueños son lecciones de vida?
Los sueños son hipótesis Virtuales de cuanto puede sucedernos despiertos. Son simulaciones de la vida que nos permitirán anticiparnos cuando algo suceda y aprender a sobrevivir. Cuando vemos o nos cuentan que hay monstruos, solemos soñar después con ellos y así aprendemos a huir si nos sale uno real.

¿El sueño es un simulador de la vida?
Es nuestra manera natural de aprender. Pero fíjese en que no son una clase de Huida del Ogro, sino una simulación de huida en la que las sensaciones son reales. Enseñar debe seguir el mismo proceso y aprender debe ser como volar con simulador: es hacer y no estudiar. Por eso, lo mejor de muchas carreras son las prácticas.

Cada vez hay más universitarios.
Pero la universidad sigue acomodada en formar académicos en vez de profesionales.

¿Cómo se aprende?
Tenemos necesidades y, para cubrirlas, objetivos; y para alcanzarlos hacemos pruebas: intento y error; error; error... Hasta que empiezas a acertar. Sin fallos no se aprende, porque el aprendizaje se consolida precisamente en el diálogo interno para reconocer, admitir y corregir el error. Quien no siente cada fallo no está aprendiendo.

¿Y el profesor?
Un mentor incentiva y acompaña, pero nada sustituye a la propia experiencia.

Hay cosas que no se enseñan, se aprenden.
No basta con explicar algo a alguien; ese alguien tiene que equivocarse mil veces intentando hacerlo como el mentor. Por eso, aprender, en parte, es imitar.


La muerte del 'curriculum vitae'. Borja Vilaseca. El país.

Las reglas del juego laboral se han modificado. Hay que cambiar de mentalidad
Ahora la seguridad laboral reside en nuestra habilidad para aportar valor de forma constante
Este artículo está escrito para quienes ahora mismo se encuentran en el desempleo. Para quienes padecen de frustración e impotencia por comprobar que no encuentran un puesto de trabajo. Para quienes llevan tiempo sintiendo que enviar currículos se ha convertido en una pérdida de tiempo. Y en definitiva, para quienes han dejado de tener miedo a reinventarse profesionalmente porque ya no tienen nada que perder. Para todos ellos, a continuación se describe un recorrido compuesto por nueve etapas. Cada una de ellas representa un camino que el lector deberá transitar por sí mismo. Buen viaje.
“No podemos resolver un problema desde el mismo nivel de comprensión en el que lo creamos”. Albert Einstein

1. Tomar las riendas de nuestra vida profesional. La crisis ha puesto de manifiesto la necesidad de transformación del modelo productivo que rige nuestro sistema económico. Nos ha tocado vivir el fin de la era industrial y el inicio de la era del conocimiento. Las reglas del juego laboral han cambiado y seguirán cambiando, cada vez más deprisa. Las instituciones establecidas ya no tienen la capacidad de procurar seguridad económica para los ciudadanos. Los puestos de trabajo con contrato indefinido están disminuyendo. Y para muchos ha llegado la hora de hacerse cargo de ellos mismos laboralmente. Y de realizar una función profesional útil, creativa y con sentido, que preferiblemente no pueda automatizarse y digitalizarse por medio de las nuevas tecnologías, ni tampoco externalizarse a un país en vías de desarrollo.

2. Cultivar nuestra inteligencia emocional. Estar en el desempleo es una situación laboral muy complicada de lidiar. Sin embargo, para poder iniciar un proceso de cambio es importante no dejarnos llevar por la queja, el victimismo o la culpa, pues con ello tan solo conseguimos consumir la energía vital que necesitamos para buscar nuevas soluciones y alternativas. Es fundamental invertir tiempo en conocernos en profundidad, aprendiendo a sanar nuestra autoestima y a cultivar la confianza en nosotros mismos. En la medida en que desarrollamos nuestras fortalezas internas, empezamos a afrontar la adversidad de una forma más responsable, optimista y eficiente. Y a base de entrenamiento, verificamos que nuestro grado de satisfacción no tiene tanto que ver con nuestras circunstancias, sino con la actitud que tomamos frente a ellas.

3. Entrenar la inteligencia financiera. En general, las creencias sobre el dinero se pasan de generación en generación por inercia, sin darnos cuenta. Del mismo modo que no elegimos nuestro equipo de fútbol, nuestra visión laboral y financiera del mundo ha sido prefabricada; viene de serie. No nos han enseñado a resolver por nosotros mismos nuestros propios problemas económicos. Cultivar nuestra inteligencia financiera nos capacita para presupuestar nuestro dinero, dándonos la oportunidad de generar excedentes con los que ahorrar, invertir y no depender de préstamos o deudas. También nos muestra cómo ganar más y gastar menos, emancipándonos de las instituciones establecidas.

4. Descubrir el propósito profesional. En vez de hacer lo que se supone que tenemos que hacer (buscar salidas profesionales), es hora de encontrar nuestro verdadero propósito. Y para lograrlo es esencial que escojamos un camino laboral que tenga sentido para nosotros. Más allá de los motivos típicos que nos mueven a trabajar (dinero, poder, seguridad, comodidad o reconocimiento), hemos de conectar con una motivación intrínseca que nos permita concebir nuestra profesión de forma más vocacional. Para ello, hemos de redefinir nuestro concepto de éxito, así como los valores que queremos que guíen nuestras decisiones y acciones. ¿Qué haríamos profesionalmente si no tuviéramos que ganar dinero? ¿A qué nos dedicaríamos si supiéramos que todo va a salir bien? ¿Qué haríamos si no tuviéramos miedo? Saber la respuesta de estas preguntas no tiene precio.

5. Decidir el rol laboral. El 85% de los profesionales españoles trabajan como “empleados”, vendiendo su tiempo a cambio de un salario a final de cada mes, formando parte de un sistema productivo que enriquece a otras personas. Pero más allá de este rol profesional existe el de “emprendedor”. Es decir, aquel que trabaja para sí mismo como autónomo o freelance, o bien monta un proyecto contratando a otras personas. Cada uno cuenta con una serie de ventajas y desventajas, requiere de un tipo de mentalidad específico y va acompañado de un determinado estilo de vida. De ahí que pasar de empleado a emprendedor implique un profundo cambio en la manera de relacionarse con el mercado de trabajo. Y dado que la seguridad laboral está en entredicho, es cuestión de elegir entre la incertidumbre del empleado y la incertidumbre del emprendedor.

6. Hacer algo que nos apasione y que potencie nuestro talento. A pesar de haber recibido la consigna de que “no podemos ganarnos el pan haciendo lo que nos gusta”, a la hora de reinventarse es fundamental dedicarnos a una profesión que nos motive e interese de verdad. Solo así encontraremos la fuerza y la dedicación para dar lo mejor de nosotros mismos, potenciando nuestras virtudes y habilidades. Todos albergamos algún tipo de talento por descubrir y desarrollar. En esencia, el talento es la forma con la que expresamos nuestro valor. Eso sí, los dones que se necesitan para llevar a cabo las nuevas funciones profesionales no tienen nada que ver con la educación industrial o las aptitudes académicas convencionales. Más bien surgen al comprometernos con nuestro proceso de autoconocimiento y desarrollo personal. Cuanto más nos conocemos, más nos valoramos por ser quienes somos. Y cuanto más nos valoramos, más sabemos para qué servimos y cómo podemos ser útiles para la sociedad.

7. Encontrar un problema social que nos motive resolver. La gente está dispuesta a pagar por productos y servicios que cubran sus necesidades y satisfagan sus aspiraciones. El reto consiste en saber qué problemas podemos resolver haciendo eso que nos gusta a través de nuestros talentos. También es importante diseñar “propuestas de valor” que mejoren la calidad de vida de otras personas. A su vez, es fundamental conocer las últimas aplicaciones y herramientas digitales que podemos emplear a través de Internet, concibiendo así nuevas formas de aportar valor al mercado laboral.

8. Invertir en formaciones específicas. En este punto del camino puede resultar decisivo asistir a seminarios que nos enseñen a “saber cómo” y a “tener con qué” expresar nuestro talento. En este sentido, la universidad convencional parece estar dejando de ser la única opción. ¿Cuánto de lo que hemos estudiado nos ha sido de verdadera utilidad para desempeñar nuestro actual trabajo? La nueva formación va a estar cada vez más centrada en ofrecer cursos prácticos que nos enseñen a desarrollar habilidades que nos permitan resolver problemas concretos. La inversión más importante la hemos de hacer en nosotros mismos. Nuestra inteligencia, nuestra creatividad y nuestro talento son nuestra principal fuente de riqueza.
“No permitas que nunca nadie te diga lo que vales. Tú eres el único capaz de saber tu propio valor”. Muhammad Ali

9. Desarrollar la marca personal. El marketing está democratizándose y personalizándose. Y cada vez va a estar más protagonizado por la “marca personal”. Una vez tenemos claro qué ofrecemos, el reto es descubrir cómo lo ofrecemos. Es decir, la manera en la que nos comunicamos y conectamos con las personas a las que pueden servir nuestros servicios. Es primordial montar una web explicando los beneficios y soluciones que aportamos, utilizando las redes sociales para darnos a conocer a nuestros potenciales clientes. Por medio de nuestra marca personal conseguimos que nuestra profesión sea un reflejo de la persona que somos, aprendiendo a ganar dinero como resultado de crear riqueza para la sociedad.

1. LIBRO
‘El elemento’, de Ken Robinson. Conecta. Un ensayo que cuestiona el sistema educativo industrial contemporáneo.
2. PELÍCULA
‘En busca de la felicidad’, de Gabriele Muccino La odisea de un padre con un hijo de cinco años que lucha por hacer realidad el sueño de prosperar profesionalmente.
3. CANCIÓN

‘Hopeless emptyness’, de Thomas Newman. De la banda sonora de la película ‘Revolutionary Road’, de Sam Mendes, en la que Leonardo DiCaprio interpreta a un hombre que no cree en su trabajo, pero cuyo miedo le impide iniciar un proceso de reinvención profesional.