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dissabte, 31 de maig del 2014

Cinco fases para encajar el fracaso. Pilar Jericó

A nadie le gusta fracasar, sin embargo, es algo que a todos nos sucede. Lo primero para encajarlo es reconocerlo. Uno de los principales problemas de nuestra cultura es que ocultamos el fracaso a diferencia de otros países. Recuerdo lo que me impresionó de un profesor que tuve de la universidad de UCLA (Los Ángeles). Cuando se presentó el primer día habló de sus éxitos, publicaciones y muchas cosas positivas. Pero después comenzó a hablar de sus fracasos, en qué empresas se había equivocado y en qué posiciones no había sabido salir airoso. Me llamó mucho la atención. Era una presentación que no había escuchado nunca en España. Durante aquellos meses, pasaron varios ponentes por distintas clases y al igual que hablaban de sus éxitos, incluían en sus presentaciones, sus errores y lo que ellos había sabido aprender de todo ello (un ejemplo típico es el discurso de Steve Jobs, en la graduación de Stanford).
En nuestra cultura no siempre sucede así. Nos da pudor y puede que sea por la imagen, por educación o por otros factores. Para evitarlo, nos llenamos de excusas, culpamos a los otros y puede que parte de razón tengamos. Pero no podemos aprender si ocultamos nuestros errores (al menos, a nosotros mismos). Aquí comienza la primera fase para encajarlo: podemos vender de cara hacia fuera que somos exitosos (si no tenemos aún resueltas nuestras luces y sombras), pero internamente necesitamos un espacio para reconocer nuestra responsabilidad.
Segunda, encajar el fracaso significa pasar un duelo o un luto. Cuando uno mete la pata, lo pasa mal. Así de fácil. Las palabras positivas tienen su efecto pero previamente necesitamos atravesar un pequeño (o un gran) desierto. Cuando alguien querido se ha equivocado, no podemos evitar que pase dichos momentos. Podemos reducir el tiempo de la travesía. En vez de sufrir días y días, podemos ayudarle a que lo positivice más rápidamente, en unas horas. Y ayudar a alguien a que encaje su error, significa acompañarle también en esos instantes. Frases típicas: “No llores” cuando la persona lo está pasando mal, es una forma de decirle “deja de llorar para que yo no lo pase mal viéndote”. En entonces cuando hay que acompañarle, aguantar el tipo y después de que se haya desahogado, pasar a la siguiente etapa.
La tercera fase consiste en contemplar el “fracaso” desde una mayor perspectiva. Al final, tanto el éxito como el fracaso es un concepto muy relativo en el tiempo si se sabe encajar bien. Hay un sinfín de ejemplos que lo demuestran: Michael Jordan fue expulsado del equipo de baloncesto por no ser un buen jugador, Walt Disney fue criticado por unos estudios de cine por su falta de creatividad, Marilyn Monroe fue considerada por su productor de 20th Century Fox como una actriz poco atractiva o la misma Oprah Winfrey fue despedida de su trabajo como reportera televisiva porque “no era adecuada para las cámaras”. Está claro que detrás de las biografías de personas de éxito se esconden muchas piedras (y algún que otro “visionario”, podríamos añadir). Por ello, como tercer paso tenemos que contemplar un revés como algo sujeto en el tiempo y como el embrión para reinventarnos o para lograr algo más grande. Pero lógicamente, para ello, necesitamos apoyarnos en la cuarta fase: el aprendizaje.
El auténtico fracaso consiste en no saber aprender de nuestros errores. Todos nos equivocamos. Ya lo hemos dicho. Sin embargo, si no los utilizamos como una oportunidad de aprender algo de nosotros mismos o de las experiencias que nos rodean, será una auténtica equivocación. El caso de Michael Jordan lo ejemplariza muy bien. Después de que le expulsaran del equipo de baloncesto de su colegio y de que pasara un día entero encerrado en su cuarto llorando, decidió luchar para lograr su sueño. Le pidió al entrenador formar parte del equipo, aunque fuera llevando las cosas a sus compañeros seleccionados. Él quería estar cerca del equipo, seguir aprendiendo para tener algún día su oportunidad. Así lo hizo y se convirtió en la leyenda que es.
Y por último, no debemos obsesionarnos con el fracaso. Si nos acercamos a un proyecto con miedo a equivocarnos, vamos a tener más probabilidades de “tener razón” y cometer los temidos errores. Como le ocurrió hace años a Alex Corretja en un partido contra Hewitt. Entró en la pista pensando: ¿Qué sucedería si perdiera 6-0, 6-0 y 6-0? No consiguió quitarse esta idea y al final, fue derrotado por 6-0, 6-0 y 6-1. Por eso, no es de extrañar que una de las claves del éxito de Rafa Nadal esté en el entrenamiento de su tío ante un error. Cuando falla una bola, no se obsesiona y comienza a pensar: “Qué mal voy”, “qué tonterías estoy haciendo”… o cosas de esas. Sencillamente, tiene la capacidad de pasar página y centrarse en el futuro. Luego, ya le dedicará tiempo a aprender, pero en el momento presente, no puede dejar que su mente le pase una mala jugada.

En definitiva, todos nos equivocamos y esto es una buena noticia porque significa que estamos vivos. Los errores muchas veces nos cuestan encajarlos, pero en la medida que seamos capaces de reconocerlos, pasar su luto rápidamente, contemplarlos con perspectiva, saber aprender y no obsesionarnos con ellos, estaremos más capacitados para sacar el máximo partido. Además, ¿cuántos fracasos hemos tenido que nos han permitido alcanzar luego éxitos que no hubiéramos imaginado a priori? Por tanto, el fracaso es algo muy relativo.


ELLA PIDE RESPUESTAS, ÉL LANZA EVASIVAS, Y ELLA SE IRRITA. Jean-Claude Kaufmann. La Contra.

Jean-Claude Kaufmann, sociólogo de las relaciones de pareja.
Tengo 61 años. Nací en Le Mans y vivo en Bretaña. Soy sociólogo, director de investigaciones del CNRS (París). Estoy casado y tengo dos hijos veinteañeros. ¿Política? Recuperar espacios públicos, conexiones sociales. Soy agnóstico, discúlpenme. En toda pareja hay fricciones.

Irritaciones

Kaufmann es un especialista en estudiar todo lo que puede pasarnos durante nuestra vida en pareja: cuando cena con amigos, tiene que jurarles que se ha dejado el trabajo en casa, para evitar que acaben sintiéndose cobayas de su mirada sociológica. Y evita también aconsejar a sus hijos acerca de sus relaciones de pareja, para no inmiscuirse ni imponerse. Me relata algunos de los casos que desgrana en su libro Irritaciones, que documenta "las pequeñas guerras de pareja" y que se está leyendo mucho en Francia. Le pido consejos para disolver irritaciones, y me los da: "Aceptar que el otro es distinto y que es difícil cambiar al otro. Y aceptar sus esfuerzos, al margen de los resultados".

Una pareja ¿es oasis o es guerra?
Anhelas tanto que sea oasis… ¡que la conviertes en guerra!

¿Cómo sucede eso?
Depositamos ahí tantas expectativas que resulta casi imposible colmarlas. Y eso crispa.

¿Hay que esperar menos de la pareja?.
Al menos, saber que esperar cosas contradictorias paga peaje: esperas sentirte plenamente libre y autorrealizado como individuo, pero a la vez esperas sentirte en comunión cómplice con tu pareja...

¿Son aspiraciones incompatibles?.
Habrá momentos en que tú necesitarás sentir lo primero... justo cuando tu pareja estará reclamándote lo segundo. ¡Y viceversa!

Pese a todo, muchas parejas duran.
Es todo un arte que pide altas competencias. Consiste en decir lo que se quiere decir pero sin provocar estragos irreparables.

¿Cómo? ¿Hay algún truco?
Sí, el humor: decir algo como si lo dijeses en broma... pero ahí queda dicho. Es una táctica más masculina que femenina...

¿Ah, sí?
Él prefiere protegerse tras la muleta del humor. Ella prefiere un encuentro frontal. Ella pide respuestas, él lanza evasivas. Y ella se irrita. ¡Esta dinámica es muy frecuente!

¿Y qué es lo que le irrita a él?
Las demandas de ella, o que ella diga "estoy lista en dos minutos" (y no lo está), o que "¡gasta un dineral en ropa que luego ni se pone!". Convendría evaporar esas irritaciones que brotan en toda pareja.

Defina irritaciones.
Sucede hasta en la pareja más pacífica: una fricción, el ambiente se carga de tensión, el estallido acecha. ¡Es la fricción entre dos microculturas!

Defina ahora microculturas.
La tuya y la de ella: tus hábitos y los de ella. Por mucho que coincidan habrá siempre alguna arista divergente: algo de ella insufrible para ti, y viceversa. Esa fricción a veces produce una descarga emocional...

Varias descargas de esas..., ¡y divorcio!
Sí, si no sabemos superarlas en beneficio de la relación. He indagado esas irritaciones en muchas parejas: ¡hay para todos los gustos!

¿Hay irritaciones más propias de hombres y otras más propias de mujeres?
Las mujeres suelen irritarse más porque él "deja la toalla hecha una bola", "cocina sólo cuando vienen amigos, y encima no limpia", "no baja la tapa del váter", "nunca encuentra sus cosas", "deja los calcetines por ahí"...

¿Por qué irrita tanto un calcetín?
Ella fabula y se irrita si la realidad no cuadra: "¡Alguien podría venir a casa y verlo!".

Pero si no va a venir nadie, mujer...
Ella piensa: "Me aguanto, no voy a decir nada", y va irritándose por dentro. Si el calcetín sigue ahí minutos después mientras él está como ausente ante la tele, ¡ella salta!

¿Hay en todas las parejas una primera disputa fundacional?
Sí: el tubo de pasta dentífrica mal apretado o mal cerrado, la puerta del baño abierta, entornada o cerrada, algún modal en la mesa: "Es encantador, pero cuando moja el pan en la salsa de ese modo…", piensa ella...

¿Cuál es su caso favorito?
El de una pareja que lleva ¡30 años! repitiendo la misma disputa al dejar la ropa en la silla antes de acostarse.

¿Cuál es el problema de esta pareja?
Él querría una mujer que se ocupase de todo en la casa. Pero resulta que él es más ordenado que ella... y le irrita ver la silla poco ordenada de ella. Y ella también se irrita: "Es mi silla, ¡y no está peor que la tuya". Esta escena se repite noche tras noche...

Es un modo de relacionarse, por tanto.
Es verdad que las crisis no son el problema: el problema es no saber salir de esas crisis.

¿Y querer es poder?
Depende del caso. Isabel tenía una pareja que aplastaba de mala manera el tubo de pasta dentífrica, y eso la irritaba. Su actual pareja ¡hace lo mismo!, pero ahora a ella le hace gracia, y ríe cuando ve el tubo...

Cuénteme más conflictos de pareja.
Pierre se ha vuelto muy ecologista, obseso por apagar luces. Ella lo intenta, pero no siempre lo logra. Entonces él suelta: "¡Que esta casa no es Versalles!", y ella se irrita.

Vamos con otra pareja.
Marie considera que lavar la ropa a 30ºC basta, pero Jean no la cree limpia si no se lava a 60ºC: ¡ha llegado a descolgarla del armario, recién lavada, para meterla de nuevo en la lavadora!

Quizá aquí hay psicopatologías...
Hay personas cuya baja autoestima las lleva a interpretar como minusvalorativo cualquier comentario sin mala intención de su pareja (como "¿has repasado bien la cuenta del súper?") y a irritarse.

Otra pareja.
A Hélène le irrita sobremanera de su esposo: "Cuando está ante la tele, ¡tengo que llamarle veinte veces a la mesa a comer!"

¿Qué le irrita a usted de su pareja?
Soy muy detallista ¡y me irritaba que ella no lo fuese tanto como yo! Tras varias tentativas vanas, me he calmado. ¿Y a usted?

Oírla caminar con el calzado de calle por dentro de casa.
Ja, ja... Esto no lo publicará, supongo.

Sí lo haré.
¡La va usted a irritar!

Pues ya diré que era broma...
No olvide que, bien ritualizados, los enfados pueden ayudar: permiten expresar cosas y liberar emociones. ¡Suerte! 


divendres, 30 de maig del 2014

LA FLOR MAS BELLA. Fábula.

Se cuenta que allá por el año 250 A.C., en la China antigua, un príncipe de la región norte del país iba a ser coronado emperador, pero de acuerdo con la ley, debía antes casarse. Sabiéndolo, decidió hacer una competencia entre las muchachas de la corte para ver quién sería digna de su propuesta. Al día siguiente, el príncipe anunció que recibiría en una celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un desafío.
Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un sentimiento profundo de amor por el príncipe. Al llegar a su casa y contar los hechos a la joven, se asombró al saber que ella quería ir a la celebración. Sin poder creerlo le preguntó:
- "¿Hija mía, que vas a hacer allá? Todas las muchachas más bellas y ricas de la corte estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura"-
Y la hija respondió:
- "No, querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por algunos momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz"
Por la noche la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas intenciones. Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío:
- "Daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que me traiga la flor más bella den- tro de seis meses será escogida como mi esposa y futura emperatriz de China".
La propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, sean costumbres, amistades, relaciones, etc. El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en las artes de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla, pues sabía que si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse por el resultado.
Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos su sueño, pero su amor era más profundo. Por fin, pasaron los seis meses y nada había brotado. Consciente de su esfuerzo y dedicación la muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar cerca del príncipe por unos momentos.
En la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas formas y colores. Ella estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella. Finalmente, llegó el momento esperado y el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención.
Después de pasar por todas, una a una, anunció su resultado. Aquella bella joven con su vaso vacío sería su futura esposa. Todos los presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie entendía por qué él había escogido justamente a aquella que no había cultivado nada. Entonces, con calma el príncipe explicó:
- "Esta fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles".

Cuenta Conmigo. Jorge Bucay

¿La escuela ha de enseñarlo todo?. Mayte Rius. La Vanguardia.

¿Que los bancos colocan preferentes a inversores desinformados?, que se imparta educación financiera en el colegio. ¿Que aumenta la obesidad?, que se enseñe nutrición en las aulas... Y educación vial, sexual, idiomas, música, emprendimiento, historia, matemáticas... ¿La escuela ha de enseñarlo todo?
La respuesta unánime de los expertos en educación consultados es no. “No se puede abarrotar los programas escolares con más y más contenido educativo; lo que cuenta para el éxito de los estudiantes es el rigor, la precisión y la coherencia; eso significa centrarse en la enseñanza de un menor número de cosas con mayores niveles de profundidad”, afirma Andreas Schleicher, subdirector de educación de la OCDE y director del informe PISA. También Maria Vinuesa, de la asociación de maestros Rosa Sensat, está convencida de que la escuela “ha de enseñar muy pocas cosas y muy bien, con gran rigor, para asegurar que se sientan las bases que darán posibilidad de continuar aprendiendo a lo largo de toda la vida”.
Ahora bien, esa unanimidad se esfuma tan pronto se formula la siguiente pregunta: si no lo ha de enseñar todo, ¿qué ha de enseñar?. Las posiciones van desde quienes piensan que los contenidos que recoge el plan de estudios actual ya son los adecuados y lo que hay que modificar son los métodos, el cómo se transmiten los conocimientos de matemáticas, historia, lenguas, arte, etcétera; hasta quienes apuestan por desmontar el programa convencional de asignaturas, escoger los contenidos imprescindibles que necesita un joven de 16 años para desenvolverse en la sociedad actual y organizarlos en temas y proyectos transversales vinculados a la vida cotidiana y adaptados a cada edad.
Existe cierto consenso en que durante las últimas décadas se ha utilizado la escuela como cajón de sastre para dar respuesta a las demandas crecientes de la sociedad y a nuevos valores o prioridades sociales, y se han incluido nuevos contenidos educativos y nuevas exigencias de competencias, pero sin reducir o eliminar lo ya existente. “Pese a que la sociedad va cambiando, y en los últimos decenios de forma cada vez más acelerada, los contenidos escolares se mantienen incólumes; una reforma educativa tras otra se limita a cambiar el orden de los contenidos en cada curso, pero al final se hace siempre lo mismo”, reprocha Rafael Yus, catedrático de Biología y autor de ¿Qué se debe enseñar en la escuela de hoy? (Ed. Ludus). Y subraya que la escuela “para educar ha de utilizar un contenido que sea de interés general para el alumnado, y en ese contenido deben entrar, de forma interrelacionada, materias académicas, valores, emociones, etcétera, que permitan adquirir las ansiadas competencias básicas útiles para la vida real, y no importa si ello supone eliminar una buena parte de los conocimientos que hoy día podemos obtener cómodamente con la ayuda de las máquinas”.
Cada época tiene sus claves y el mundo necesita que la escuela prepare personas del siglo XXI, que probablemente no necesitan los mismos aprendizajes ni las mismas asignaturas que generaciones anteriores. “Hoy estamos en la sociedad de la información y no tiene sentido una larga lista de aprendizaje académico que, además, no se mantiene en la memoria si no lo utilizas; lo que debemos de hacer es adiestrar a la gente para vivir con tanta información, sortear el exceso y saber dirigirse a las fuentes más fiables”, opina Yus.
Manuel Fernández, investigador y responsable del departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Universidad de Granada, considera que el concepto de persona educada evoluciona y exige incorporar nuevos conocimientos que quizá hoy puedan ser el uso de desfibriladores, la educación para el consumo, la educación sexual o la protección del medio ambiente. Pero enfatiza que la responsabilidad de lograr esa persona educada no es exclusiva de la escuela, sino compartida con padres, familia, comunidad, medios de comunicación y sociedad civil. “No creo que cada vez que se hable de nuevas necesidades educativas haya que hablar de añadir disciplinas al programa escolar; la escuela no puede estar de espalda a esos nuevos contenidos, pero tampoco puede añadir o fragmentar más las disciplinas”, dice. Para Fernández, el papel de la escuela es liderar el proceso de educación integral del individuo y situar al maestro como persona de referencia y responsable de integrar contenidos de trascendencia social como la educación sexual, la prevención de los malos tratos, el consumo responsable o la nutrición en sus conversaciones, relaciones y actividades con los alumnos o en las disciplinas que ya explica.
Rafael Yus comparte la idea de que la escuela no puede enseñarlo todo y hay muchas cosas que puede enseñar la familia o el entorno social, pero alerta que hay tareas para las que la escuela es insustituible. “Lo que no puede hacer la familia es enseñar materias complejas, educar diestramente –hace falta un profesor bien formado, igual que un médico es insustituible para abordar enfermedades raras–, o educar en sociedad, porque el aula es una microsociedad en la que los alumnos pueden interactuar, se relacionan entre iguales y movilizan otros aspectos de la personalidad que no muestran ante los padres, detalla.
Formar ciudadanos, no universitarios
El responsable de desarrollo del profesorado y de políticas educativas de la Unesco, Francesc Pedró, enfatiza que en el programa escolar no cabe todo y hay conocimientos que, por importantes que sean, han de quedar fuera. “La pregunta que un país se tiene que hacer es cuáles son las competencias mínimas o imprescindibles para que un chico o chica de 16 años salga a la calle y tenga garantizada la supervivencia, y en función de eso redefinir el currículo escolar, porque hay muchas matemáticas posibles, y lo importante es preguntarse cuáles son las que un ciudadano –no un estudiante universitario– necesita conocer”, comenta. En su opinión, si la función de la escuela es formar ciudadanos capaces de vivir en su entorno, tiene sentido que el programa de contenidos obligatorios incluya educación vial para saber vivir en un entorno donde el tráfico es crucial, o formación sobre a qué obliga un cheque o cómo contrastar las distintas tasas de interés, que son recursos que van a tener que utilizar cuando pidan un préstamo para estudios, para financiar una moto o un viaje. “Y no veo por qué incluir estos conocimientos en el programa no puede contribuir al aprendizaje de cuestiones relacionadas con la ciencia, las matemáticas o la física, porque a través de las actividades de educación vial puedes abordar el consumo de combustible, la distancia de frenada y otras muchas cuestiones”, subraya.
Maria Vinuesa, del colectivo de renovación pedagógica Rosa Sensat, coincide en que la escuela lo que ha de asegurar es que todos los niños y niñas lleguen a los 16 años siendo competentes para lo que les pedirá la vida, sean transportistas o físicos nucleares. Y para ello, opina que no todas las enseñanzas han de estar en la misma categoría porque la escuela ha de centrarse en lo básico, en lo que no puede dejarse al libre albedrío o confiar en que el niño lo aprenda o no en función de su contexto familiar y social. Entre esas cuestiones básicas menciona la lectura y escritura –“es imprescindible para ser capaz de entender un folleto de instrucciones o para poder leer y resolver un problema de matemáticas”, ejemplifica–, pero también la expresión oral, el espíritu crítico y el método científico o el arte y la filosofía. “La ética y la estética han de estar presentes en la escuela porque forman parte de la dimensión humana y hay que formar personas que cuando vayan a una ciudad sean capaces de apreciar que detrás de determinado urbanismo hay una filosofía de ciudadano, o que sepan valorar las escenas bíblicas en los capiteles de cualquier convento que visiten, que puedan hablar de cine o de autores de teatro y puedan emocionarse cuando vayan a un concierto y escuchen a Schubert”, destaca. Vinuesa cree que todos estos conocimientos, así como las cuestiones básicas de matemáticas, de cultura e historia del entorno donde viven han de trabajarse desde las primeras edades. En cambio, cree que otros aspectos, como la religión, el emprendimiento o los valores no tienen por qué formar parte del programa de enseñanza obligatoria. La escuela debe dar criterios para que la persona sea autónoma, pueda pensar por sí misma y ver los valores en que ha de vivir, pero no enseñar esos valores o inculcar que todos han de ser emprendedores; lo importante es que cuando acaben la enseñanza obligatoria, los chicos y chicas tengan una amplia base cultural, científica, política y social, sepan organizar cualquier trabajo que tengan que hacer y cuando escuchen un discurso sepan identificar las ideas claves para después poder recogerlas y trabajarlas”, valora.
De ahí que, en su opinión, la clave para adecuar la escuela a la sociedad actual no esté tanto en los programas de contenidos como en los métodos. “Es lógico que en estos momentos en que hay gran inquietud por el planeta, el tema del medio ambiente se trabaje en la escuela, pero hablar de medio ambiente es hablar de medio natural, que ya es un contenido escolar; lo importante es cómo trabajas esos contenidos, que sirvan para desarrollar la reflexión, el trabajo científico y el espíritu crítico”, ejemplifica. Y subraya que lo mismo ocurre con la educación emocional: “No se trata de incluir en el programa una hora semanal para enseñar emociones, sino de trabajar los conflictos y las alegrías que van surgiendo cada día en clase”.
También Pedró cree que integrar los contenidos tradicionales de la escuela con las competencias que ahora pide la sociedad es cuestión de métodos, de un replanteamiento pedagógico. Pone como ejemplo la enseñanza de filosofía: “Seguramente, por importante que sea, en la educación obligatoria no cabe ni es básico explicar las corrientes filosóficas; pero eso no quiere decir que la enseñanza escolar no dé a los chavales de 14 años la oportunidad de enfrentarse a las preguntas básicas sobre el sentido de la vida y de conocer las bases de la filosofía y la ética”.
Temas transversales
Para Rafael Yus la solución para integrar nuevos y viejos contenidos escolares y trabajar las competencias está en acabar con la visión fragmentada del conocimiento por asignaturas y apostar por los temas transversales, que permiten conectar los temas académicos –“que sólo nos interesan a los especialistas en la materia”, dice– con los asuntos de la vida real, que motivan más a los estudiantes. Asegura que estos temas transversales estarían vinculados a cuestiones fundamentales en la vida –saber cuidarse uno mismo, cuidar a los demás, cuidar el medio ambiente, ser efectivos, saber consumir o vivir en paz...–, pero cambiarían de unos institutos a otros en función de los intereses de los chavales y del entorno de cada escuela. “Dentro del ámbito de la salud, puede ser que a los alumnos les interese el tema de las drogas, y sobre esa cuestión se pueden trabajar muchas cosas: elementos históricos, planteamientos matemáticos y estadísticos, análisis literarios sobre terminologías que se usan para dichas sustancias, temas relacionados con las plantas, las reacciones químicas, la ética…, y abordar esa realidad en equipo, aprovechando conocimientos académicos para llegar a unas conclusiones y propuestas de mejora y de modificación de la realidad, como por ejemplo implicarse en una campaña de información sobre los efectos de las drogas”, detalla.
Y remarca que esta forma de enseñar y aprender requiere que las escuelas tengan más libertad para organizarse y que el foco se ponga más en utilizar el conocimiento que en adquirirlo. “Igual no es tan útil saber cosas que puedes buscar rápidamente pero sí es importante saber utilizar ese conocimiento y trabajar con ello”, resume.
También el responsable de políticas educativas de la Unesco considera que profesores y escuelas deberían gozar de más autonomía para organizar su proyecto educativo según el contexto y las familias que tienen. “No se puede decir que educamos competencias y luego regular que hay que dar tres horas de matemáticas, cuatro de lengua, etcétera; especificar en detalle el contenido y las horas que hay que trabajar es una manera decimonónica de controlar la calidad de la enseñanza; en los sistemas modernos se confía en la profesionalidad de los docentes y se hacen controles por catas”, señala Pedró.

El freno: padres, políticos y universidad

Hace años que desde distintos ámbitos se critica que los ciudadanos del siglo XXI se forman en escuelas del XIX y que se reclama una renovación de contenidos, métodos y organización en los colegios. Y hace más de diez que se definieron las competencias y habilidades indispensables para vivir en la sociedad de la información y la competitividad. Pero ninguna reforma renueva realmente la escuela. Rafael Yus asegura que la escuela está abocada a ser conservadora porque “las personas que pueden cambiar la educación fueron educadas en un sistema arcaico al que se aferran porque al menos ese sistema logró que ellos, ahora personas influyentes, llegaran a donde han llegado”. Y precisa que no se refiere sólo a los políticos que hacen las leyes educativas, sino también a padres y madres, y a la universidad. “Para la universidad es fundamental que haya asignaturas de sus especialidades en las escuelas e institutos porque eso da sentido a lo que ella enseña, da de comer a las legiones de licenciados que salen de las facultades sin otro puesto de trabajo que no sea la enseñanza, y a fin de cuentas justifica la propia esencia de los departamentos universitarios y su perpetuación”, opina. A estos frenos añade el que suponen sistemas de evaluación de la calidad como PISA, “pensado para homogeneizar el mercado laboral amparándose en la etiqueta de las competencias”. Manuel Fernández, por su parte, considera que la renovación educativa no prospera porque el cambio no ha de empezar por los contenidos o la estructura escolar sino por renovar la formación de los maestros, mejorar los procesos de selección para asegurar que quien lidera la educación maneja los nuevos contenidos éticos, morales, financieros, medioambientales o cualesquiera que se quieran transmitir, y focalizar la enseñanza en la relación profesor-estudiante.


dijous, 29 de maig del 2014

Reflexiones para vivir mejor. La Sabiduría.


La sabiduría no es saber mucho, la sabiduría es saber decidir cuando se justifica y cuando no se justifica actuar.


Hoy en Reflexiones para vivir mejor Walter Riso nos hablara de "La Sabiduría".



Dos sexos, dos lenguajes. Piergiorgio M. Sandri. La Vanguardia.

Hombres y mujeres difieren notablemente en cuanto a estilo de comunicación y capacidad verbal. Nuevas investigaciones establecen una base científica a los que siempre se consideraron tópicos
En un episodio de la serie Friends, Ross decide por fin besar a su vecina Rachel. El día después, ella lo comunica a sus dos amigas, más excitadas que nunca. “Queremos oírlo todo”, dice una. La otra coge el vino, desenchufa el teléfono. Inicia el interrogatorio, seguido de una amplia serie de detalles. “¿Cómo fue? ¿Estaba sujetándote? ¿Tenía las manos en tu espalda?” y así durante un buen rato. En la escena siguiente, tenemos la versión masculina del relato. Ross está de pie en la cocina con sus amigotes, comiendo una pizza con las manos. “Y luego la besé”, cuenta. “¿Con lengua?”, pregunta uno. “Sí”. “Guay”. Fin de la conversación.
Los guionistas quisieron bromear sobre un tópico que desde siempre arrastran consigo hombres y mujeres: la capacidad de lenguaje. En particular, se dice que ellas disponen de habilidades lingüísticas superiores a las de ellos. Allan y Barbara Pease, los estudiosos norteamericanos que hace más de una década publicaron un célebre libro titulado Por qué los hombres no escuchan y las mujeres no entienden los mapas, acaban de publicar otra obra El libro de las preguntas clave sobre tu relación (Amat) en el que vuelven a plantear la eterna discusión.
“La mujer puede pronunciar sin esfuerzo un media de entre 6.000 y 8.000 palabras diarias. Utiliza adicionalmente entre 2.000 y 3.000 sonidos para comunicar, además de hasta 10.000 gestos y expresiones faciales. Un total de más de 20.000 unidades de comunicación para transmitir un determinado mensaje. El hombre, en cambio, emplea sólo entre 2.000 y 4.000 palabras, entre 1.000 y 2.000 sonidos y emite como mucho 3.000 señales de lenguaje corporal. Es decir que su media diaria asciende a cerca de 7.000 unidades de comunicación. Un tercio de lo que emiten las mujeres”, explican.
Los neurocientíficos desde hace tiempo ven con recelo la tesis de un cerebro femenino y otro masculino. María José Barral, profesora titular de Anatomía y Embriología Humanas de la Universidad de Zaragoza es una del grupo de académicos que más se ha opuesto a esta distinción de género. “El cerebro está sometido a una combinación de varios factores: la genética, la hormonal y los condicionantes del ambiente y de la sociedad”, explica. Y el ser humano –asegura– nace con un cerebro muy inmaduro, fácilmente moldeable según las circunstancias. En su opinión, ciertas diferentes capacidades del habla que se detectan en edades tempranas entre niñas y niños simplemente pueden darse por el hecho de que los padres tienden a relacionarse con ellas y ellos de forma diferente. Según Barral, ningún estudio entre los que se suelen citar sobre el tema puede proporcionar datos fiables que indiquen una homogeneidad entre los géneros. “Sí que se ha detectado un área del lenguaje que tiene un peso diferente entre los sexos, pero esto no significa que no podamos encontrarnos con hombre parlanchín y una mujer más bien callada. Porque, se diga lo que se diga, no existe ningún cerebro igual a otro”.
Sin embargo, a nivel empírico existen investigaciones que confirman la presencia de rasgos comunes dentro del mismo sexo –por lo menos en lo que se refiere al lenguaje–, debido precisamente a la actuación de las hormonas y los condicionamientos culturales. Por ejemplo, una prueba llevada a cabo por los psiquiatras del Maudsley Hospital de Londres comprobó, gracias a la resonancia magnética, que la corteza cerebral de las mujeres se encendía, tras recibir estímulos verbales, cuando se trataba de expresar emociones, mientras que la de los varones se activaba sólo cuando debían ejecutar una acción o tan sólo imaginarla. ¿Qué hay de cierto?
Alberto Ferrús, profesor de Investigación del Instituto Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC) confirma que sí hay diferencias sustanciales. “Hay que huir de explicaciones románticas y basarse en datos fundados en el origen celular y molecular”, explica. El primer hecho diferencial es genético. “A partir de ahí se produce una cascada de diferencias. Las tormentas hormonales, que son diferentes en ellos y ellas, también influyen en el comportamiento. Y luego hay diferencias histológicas y neuroanatómicas entre los cerebros”.
Efectivamente, explica Ferrús, en las zonas relacionadas con el habla, la presencia sinápsis, unión intercelular entre neuronas, es notablemente más alto en las mujeres que en los hombres, en algunos casos hasta el doble. No son diferencias constantes y oscilan según la edad y el ciclo reproductivo. Aún así es posible extraer algunos datos: la percepción espacial y la capacidad de valorar las rotaciones en tres dimensiones, de media, favorece a los hombres, aunque la distribución es bastante repartida entre sexos. En cambio, en lo que se refiere a fluidez verbal, la media favorece a las mujeres y, en este caso, la diferencia entre sexos es más marcada. También se ha estudiado cómo reaccionaba el cerebro de hombres y mujeres cuando veían fotos de su pareja: el área del procesamiento de las emociones se activaba más en ellas que en ellos. Esto explicaría, de alguna manera, porqué las mujeres tienen una capacidad superior para la gestión de las emociones.
Louann Brizendine, neurobióloga de la Universidad de Califronia, autora del libro El cerebro femenino (RBA), respalda esta tesis y sostiene que para el lenguaje y la escucha ellas tienen un 11% más de neuronas dedicadas a la tarea que ellos. También el hipocampo (dedicado a la memoria) y la zona cerebral dedicada a distinguir la emoción en los rostros de otras personas son mayores en el sexo femenino. “Si usted se pelea con su esposa, dentro de diez años ni siquiera se acordará de la discusión. Pero ella no la olvidará nunca. Quedará firmemente registrada en su hipocampo, que es como su disco duro. Hombres y mujeres tenemos un hardware diferente. Asimismo, el cerebro de las mujeres es superior en cuanto a número de neuronas espejo, que son claves para la empatía. Esto explicaría porque ellas son más hábiles en ponerse en la piel de las otras personas. Tal vez porque han aprendido en el curso de millones de años a interpretar las emociones del bebé que no habla y a leer los matices emocionales en la expresión no verbal del recién nacido”.
“La resonancia magnética ha evidenciado que cuando la mujer se comunica cara a cara, posee entre catorce y dieciséis zonas clave en ambos hemisferios cerebrales, que se usan para decodificar palabras, cambios en el tono de voz y señales del lenguaje corporal (algunos erróneamente la han identificado como intuición femenina). En cambio, el hombre posee sólo entre cuatro y siete de estas zonas”, confirman Allan y Barbara Pease. De hecho, es un hecho que ellas recuerdan mejor listas de palabras o frases. Hombres y mujeres están destinados…¿a no entenderse nunca?
Dependerá también de las hormonas. Una de las razones por las cuales las mujeres serían más habladoras que los hombres residiría en una proteína, la llamada FOXP2, que facilita que la comunicación sea fluida y abundante. Científicos de la Universidad de Maryland (EE.UU.) coordinados por Margatet McCarthy han determinado, tras estudiar un grupo de niños y niñas de entre tres y cinco años, que esta sustancia, conocida como la proteína del lenguaje, está presente en ellas un 30% más. Esto explicaría porque las pequeñas empiezan a hablar antes, tienen un vocabulario mucho más amplio y una variedad de frases hechas mucho mayor que los chicos de su misma edad. Con anterioridad ya se había comprobado que si se inyectaba la FOXP2 en los ratones, las crías de hembras se volvían más ruidosas que sus hermanos machos.
Sobre un hecho pocos están dispuestos a discutir: sea como sea, mujeres y hombres hablan diferente. “Ellos se quejan de que ellas hablan mucho, que siempre exageran, que nunca van al grano, que siempre quieren conocer todo hasta el mínimo detalle. Ellas no soportan que ellos sean tan directos, que siempre se les tiene que sacar las cosas con calzador, que se quedan a menudo en silencio, que siempre dan consejos sin que nadie se los pida”, dicen Allan y Barbara Pease, que subrayan como el mundo masculino y femenino parecen situarse en ondas completamente distintas. “En el momento de comunicar, ellas piensan en voz alta y consideran este tipo de comportamiento como un gesto de amistad, pues hablando permiten que los demás compartan sus pensamientos. Además, liberan sus sentimientos para así poder afrontarlos mejor. Sin embargo, los hombres no suelen comprender esta actitud y lo entienden como que la mujer está pasándoles una lista de problemas para solucionar lo antes posible. Pero ellas no esperan respuestas, sino disponer de alguien que las escuche con atención o que confirme lo que ellas dicen”.
Deborah Tanned, autora de Women and men in conversation (Mujeres y hombres en la conversación), señala que: “Para los hombres, la conversación es la manera de negociar su estatus en el grupo y evitar que la gente empuje a su alrededor. El varón utiliza la charla para preservar su independencia. Las mujeres, en cambio, usan la conversación para negociar la cercanía y la intimidad; de hecho, hablar es la esencia de la intimidad, por lo que ser mejores amigos significa sentarse y hablar. Para los chicos, en cambio, las actividades, el hacer cosas juntos, son centrales. Simplemente sentarse y hablar no es una parte esencial de la amistad”. Según Tanned, “para las mujeres, hablar de problemas constituye la esencia de la conexión. Le digo mis problemas, él me dice sus problemas, y así estamos cerca. Los hombres, sin embargo, cuando escuchan los problemas, lo interpretan como una solicitud de asesoramiento, por lo que responden con una solución”.
“En el fondo, los hombres siguen siendo solucionadores de problemas y las mujeres son constructoras de nidos”, sostienen Barbara y Allan Pease, que proporcionan una explicación antropológica. “Los hombres evolucionaron como cazadores de alimentos, no como comunicadores. En cambio, las mujeres solían pasar sus días en compañía de otras mujeres y niños del grupo y por ello desarrollaron la habilidad de comunicarse con éxito para poder mantener relaciones. Resultado: cuando hoy dos hombres salen juntos a pescar, pueden pasarse horas sentados sin apenas cruzar palabra. Se lo pasan en grande disfrutando de la mutua compañía. Pero si las mujeres pasaran un tiempo juntas y sin hablar, sería indicativo de la existencia de un problema importante”.
En la película Señoras y señores (1966) de Pietro Germi, ganadora en Cannes, obra maestra de la commedia all’ italiana, uno de los protagonistas se pone audífonos para no escuchar a su mujer, que habla continuamente reprochándole falta de ambición. La imagen, grotesca, hizo historia, en clave de caricatura. Pues bien: un reciente estudio de la universidad inglesa de Sheffield, dirigido por el profesor Michael Hunter ha desatado cierto revulsivo al proporcionar base científica a esta escena cinematográfica. En su opinión, el tono de la voz femenina posee sonidos más complejos que la masculina debido a la forma de sus cuerdas vocales y de su laringe. Cuando ella habla, el sonido, al ser procesado, ocupa toda el área auditiva del cerebro de ellos. Con lo que, a partir de un cierto tiempo, se produce una desconexión. De cierta manera, él se agota. “Ellos, por razones fisiológicas, no pueden atender durante mucho tiempo la conversación femenina”, sostiene. Según esta tesis, la capacidad del varón para gestionar la gama de sonidos tendría ciertas limitaciones.
¿Cuánto de estas diferencias no son otra cosa que tópicos de género? Por ejemplo se dice que las mujeres hablan en forma circular, mientras que los hombres son más directos y simples a la hora de manifestar sus pensamientos. Este punto también parece demostrado. Así lo explica la profesora de Psiquiatría Emilia Costa, de la Universidad de la Sapienza de Roma, que ha dedicado 30 años al argumento. “El pensamiento femenino prefiere una modalidad analógica, circular, curvilínea y ondulatoria de disponer los contenidos de la representación, mientras que el masculino opta por una lógica secuencial, linear, angular”. En la práctica ¿qué significa? “La mujer piensa de un objeto a otro, de una situación a otra, mientras que el pensamiento masculino va directamente de un punto a otro, sigue un objetivo preciso en sus acciones, una estrategia. Así, en la era prehistórica salía de la cueva para ir a cazar. La mujer, en cambio, como se dedicaba al cultivo y al hogar, ha ido desarrollando a lo largo de la evolución un pensamiento que junta varios componentes: sabores, colores, modelos, una serie de funciones con modalidad ondulatoria”, explica la profesora Costa.
Y no sólo la expresión oral es diferente, sino también el contenido de la misma. Un profesor de la Universidad de Texas, James W. Pennebaker, en el 2008 analizó 14.000 textos escritos por hombres y mujeres con la ayuda de un programa informático para investigar si había diferencia de género en la palabra escrita. Descubrió que en las redacciones de ellas, se empleaban a menudo expresiones como pienso y siento. Asimismo, comprobó que se usaban en gran cantidad verbos comunicativos como hablar o escuchar y que los temas principales se centraban en expresiones de dudas o sentimientos. Los hombres, en cambio, “se limitaban a contar hechos, se fijaban en eventos externos, cantidad y localización de objetos y procedimientos”. ¿La convivencia es imposible? Según el psicólogo John Gray, autor del superventas Los hombres vienen de Marte y las mujeres, de Venus (Grijalbo), “hombres y mujeres hablan lenguas distintas, por lo que comportamientos similares asumen para unos y otros significados opuestos. Entenderse puede llegar a convertirse hasta en un juego, en el momento en que se es consciente de las diversidades”. ¿Quieren hablar del tema?

CONSEJOS PRÁCTICOS
En su libro Las preguntas clave sobre tu relación (Amat), Barbara y Allan Pease recomiendan…
Queridas mujeres…
  •  Procuren ser directas, sencillas.
  •  Utilicen frases cortas, claras.
  •  Digan exactamente lo que quieran decir.
  •  Eviten interrumpir.
  •  Si tienen un problema que precisa una solución, informen de ello.
  •  Si les castigan con no hablarles, ellos no lo percibirán como un castigo.
Queridos hombres….
  •  Antes de hablar a su mujer, escuchen
  •  No insistan siempre en proponer soluciones
  •  No tomen en sentido literal cada palabra que ellas dicen
  •  Manifiesten interés antes de pensar en su respuesta
  •  Ofrezcan detalles sobre las cosas
  •  No ofenden ni ridiculicen la expresión de los sentimientos de ellas




dimecres, 28 de maig del 2014

No te pierdas el respeto a ti mismo. Patricia Ramírez.

En el momento en el que te pierdes el respeto a ti mismo...
- te lo pierden los demás,
- te sientes mal contigo mismo,
- terminas por interiorizar que ese es el trato que te mereces,
- pierdes tu confianza y seguridad,
- sientas un precedente contigo y con los demás.
Conseguir que te respeten es un derecho y tienes que hacerlo valer. Una persona respetada se siente a gusto y cómoda en los grupos sociales con los que se relaciona. También piensa que sus opiniones son importantes y las emite sin miedo a la crítica ni al rechazo. Es capaz de defenderse cuando identifica que le atacan, porque su dignidad es más importante que evitar un conflicto con alguien que se está pasando de la raya. Valora su bienestar y su paz interior, y ambas pasan por concebirse como una persona digna de respeto y del buen trato de los demás. Una persona que se respeta vive en equilibrio, con su tiempo, sus obligaciones, su trabajo y su ocio.

¿Qué significa perderte el respeto?
El respeto te lo puedes perder por diferentes motivos. Aquí tienes algunos ejemplos.
Cuando sobrevaloras las necesidades de los demás e infravaloras las tuyas. Aprende a decir que NO. Aprende a dar valor a tus hobbies y a tu tiempo, al fin y al cabo, ¿no es el rato en el que mejor te sientes?
Cuando no te pones en el lugar que te corresponde y dejas que los demás abusen de ti y de tu tiempo. Ponerte en tu sitio no tiene nada que ver con el orgullo y la soberbia. Ponerte en tu sitio significa informar a los demás que hay comentarios y situaciones que te sientan mal. Los otros deben conocerlos, por el simple hecho de que estar informados puede evitarlos la próxima vez. Si no dices a la gente qué te molesta o qué puede ser humillante o ridículo para ti, los demás tampoco tienen por qué adivinarlo. Piensa que cada uno funciona y se comporta atendiendo a su escala de valores y no siempre tiene que coincidir con la tuya. Aunque tú la tengas muy clara. Recuerda, que los demás te traten mal, no es una opción.
Cuando eres infiel a tu escala de valores. La vida a veces te pone a prueba, desde esa cartera que te encuentras y que no es tuya, al cambio de más que te han dado en la cafetería. Te sentirás muy mal contigo mismo y te arrepentirás, si no te comportas fiel a tu escala de valores. Si llevas toda la vida diciendo que no te quedarías con nada que no fuera tuyo, devuelve esa cartera y ese cambio. Ejemplos como este hay muchos. Hay muchas cosas accesibles y momentos en la vida en los que si traspasamos el límite, igual otros no se enterarían nunca, pero ni un así es un motivo que lo justifique. Porque los que te valoran no son los demás, sino tú a ti mismo, y te lo aseguro, te dará remordimiento. Y si cuando cruzas tu escala de valores no te sientes mal, igual es que nunca la tuviste.
Cuando justificas el maltrato de los demás. No existe una sola excusa para aquellos que faltan el respeto a otros, mucho menos para los que ridiculizan. Ni el estrés que tengan en el trabajo, ni el que estén atravesando un momento duro en sus vidas, ni su personalidad descontrolada. He oído muchas veces decir... "es que tiene un pronto muy feo, pero en el fondo es buena persona". El que es buena persona lo es en el fondo y en la superficie, y se piensa muy mucho lo que va a decir antes de hacer daño a otros.
Cuando crees que las personas que están por encima de ti jerárquicamente, tienen el derecho de permitirse ese lujo. Ni tu jefe, ni tu padre, ni alguien que tú creas que está por encima, tiene derecho a tratarte mal. No es la jerarquía lo que les otorga poder faltar al respeto, sino la poca calidad como personas.
En el caso en el que te estés faltando el respeto a ti mismo sin que intervengan terceros, ¡PÁRATE! Piensa en qué te estás equivocando, con qué no te sientes a gusto, qué te gustaría que fuera de otra manera. No te sigas sintiendo mal por lo ocurrido hasta ahora, simplemente invierte tiempo en planificar lo que deseas cambiar de ti... ¿Es la gestión de tu familia, de tu trabajo, de ti mismo? Sea lo que sea, seguro que es susceptible de cambio, y cuanto antes empieces, mejor. No te lamentes por lo que has perdido o lo que has hecho de una forma que te avergüenza. Tú tienes valor a pesar de los errores y las "torpezas", y te hace grande rectificar y volver al camino... al tuyo, porque cada uno tenemos el nuestro y nadie puede juzgar si es mejor o peor que el de los demás.
En el caso de que el motivo de "faltarte el respeto a ti mismo" sea el trato que recibes de otro y el que tú lo toleres... ¡PÁRATE TAMBIÉN! A pesar de que los procedentes son difíciles de modificar, nunca es tarde. Sigue estas reglas sencillas:
Decide si la persona que te está haciendo daño en tu vida merece seguir teniendo tu aprecio, tiempo o dedicación. Si es alguien de quien puedes prescindir... ya estás tardando. No le debes ninguna explicación, simplemente sácalo de tu vida e ignóralo.
Si es alguien muy importante para ti, alguien que merece otra oportunidad, aplica las siguientes reglas de comunicación.
Dile claramente lo que te está haciendo daño, haciendo referencia a lo que dice o hace contigo. Y añade, por favor, cómo te hace sentir y cómo desearías que te tratase. Y para finalizar, comenta cuáles serán las consecuencias si no cambia contigo. Mira el ejemplo: "No me gusta que me levantes la voz, haces que me sienta ridícula y menospreciada. Me encantaría que pudiéramos hablar de lo que no estamos de acuerdo en un tono de voz conversacional. Así podría expresarme con naturalidad y sin miedo. Si no dejas de darme voces, tendré que cortar nuestra comunicación y eso nos separará en nuestra relación".
Acompaña lo que dices con el contacto ocular, con seguridad en tus palabras, pero con un tono y volumen de voz que no sean acusatorios. Estás informando, no regañando. No ganas nada si te pones a su altura. Piensa que además estás actuando como ejemplo de lo que necesitas del otro. No se le puede pedir a alguien que deje de gritarte si tú le estás dando voces.
Sé coherente con lo que le has dicho. Si ves que te sigue gritando, sal de la habitación, o dile que vas a colgar el teléfono y que no retomarás la conversación hasta que no cambie en lo que le has pedido. No sigas repitiendo tu crítica y amenazando con que te vas si no lo haces, porque perderás todo el valor si no lo haces.
Hacerse respetar es parte del camino para valorarte y ser feliz. No pierdas la oportunidad.