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diumenge, 31 d’agost del 2014

"Somos torpes para descubrir qué nos hace infelices". Anders Sandberg. La Contra de La Vanguardia.

Anders Sandberg, investigador del Instituto del Futuro de la Humanidad de Oxford.
Tengo 42 años: pago 20 euros al mes para ser crionizado. Soy ingeniero informático y matemáti­co. ¿Niños? Disfruto de sobrinos. La cosmología muestra que Dios es más vacío que ser. Dentro de 25 años la mitad de las profesiones las harán ordenadores. Colaboro con la UIMP-Barcelona

Sandberg investiga jun­to con genios de racioci­nio impecable, como Eric Drexier, creador de la nanotecnologta. Y sin embargo luce la medalla de la crionización con instrucciones para con­gelar su cadáver hasta la resurrección transhumana (circa 2050). Pero añade con ironía que la medalla ya le sirve para captar la atención de las chicas. Gozo escuchándo­le y me anima: "Las pro­fesiones rutinarias que no harías sin cobrar se­rán reducidas a un algo­ritmo y hechas por má­quinas. Sólo los oficios '3P’ (políticos, prostitu­tas y pastores de almas) serán insustituibles, por­que exigen una actua­ción diferente cada vez". Tras esta contra déjenme añadir la cuar­ta P: la de periodista

¿Qué invento cambiará nues­tras vidas?
Soy matemático e informáti­co, pero la investigación más terrorífica que he analizado era de psicología cognitiva...

¿Inteligencia artificial?
Revelaba la torpeza de los humanos para re­conocer qué les hace felices y qué infelices.

Siempre es más fácil verlo en otros.
El trabajo también daba pruebas de lo inca­paces que somos de detectar los hábitos y conductas que nos hacen desgraciados.

¿Cuáles son esos tristes mecanismos?
Uno de los más habituales en nosotros es confundir el fin con los medios.

Por ejemplo.
¿Se reconocerá a sí mismo en la conducta de una manada de chimpancés?

Claro: soy un primate librepensador.
Pusieron una máquina a los simios con pa­lancas. Cuando las accionaban, expulsaban unas fichas de plástico que podían introdu­cir en otra máquina para sacar plátanos.

Era darles cultura financiera.
Demasiada, porque los convirtieron en maximizadores racionales de beneficio y, en lugar de ir sacando sus monedas cada vez que tenían hambre y sacar uno o dos plá­tanos, que hubiera sido lo juicioso...

¿Actuaron como humanos?
Efectivamente: el macho alfa se lio a tortas con los micos beta, que pugnaban por darle a la palanca de las monedas con frenesí, has­ta que las atesoró todas y, como cualquier ricachón, se fue a un rincón con cara de ma­la uva para que nadie tocara su dinero.

Hoy tendrá más plátanos que amigos.
Como tantos humanos, el triste primate co­metía el primer gran pecado contra la felici­dad: confundir el medio con el fin. El dinero sólo es el medio que sirve para tener comi­da, que es el fin, pero cuando lo atesoras lo conviertes en el objetivo. Y te quedas solo.

Los plátanos saben mejor compartidos y si no los compartes, se pudren.
La segunda derivada de esa confusión entre medios y fines es reducir a los demás a me­ros medios para lograr tus fines egoístas. De ese modo degradas tus relaciones con los de­más humanos y te privas de su calidad de seres infinitamente diversos. Y te vuelves a quedar solo.

Yo creía que hablaríamos de máquinas.
Todo está relacionado. Estamos diseñando la inteligencia artificial de los robots para que corrijan conductas por el mismo meca­nismo que Aristóteles describe para alcan­zar la virtus en su Ética a Nicómaco.

¿La Persistencia?
Es mejor que los antidepresivos. Si usted tiende a ser pesimista y no confía en sí mis­mo, ese temor le hará inseguro y tal vez tam­bién incompetente, y por tanto es probable que le acaben despidiendo con razón.

¿Cómo enseña al robot a aprender?
Primero con aserción voluntaria, como us­ted puede enseñarse a sí mismo: "Me voy a imponer optimismo. Voy a tener pensa­mientos positivos: ¡qué bien me ha salido es­te trabajo!". Al principio, esa aserción será sólo voluntarista y su obra tal vez no sea tan buena como sus ganas de hacerla bien..

Pero quien la sigue la consigue.
...Y las neuronas que se usan una y otra vez acaban creando un circuito por proximidad -lo mismo que en la inteligencia artificial-, así que, si persiste, acabará por tener una actitud más positiva que le hará ser más efi­ciente. Y nadie despide a alguien eficiente.

Al menos en teoría.
Esa es la segunda línea de nuestras investi­gaciones: ¿qué profesiones van a desapare­cer en el futuro inmediato?

Ya hay software que redacta noticias.
Y sustituirá a los periodistas que sólo redac­tan rutinariamente. El 50 por ciento de las profesiones desaparecerán en los próximos 25 años. En general: si está cómodo en su rutina laboral es porque pronto la hará una máquina. Desaparecerán los oficios que pue­dan ser reducidos a un algoritmo, como el de esos teleoperadores que siguen frases en una pantalla, porque ya los harán máquinas.

¿Y los conductores?
Ya los están sustituyendo ordenadores e in­teligencia artificial en minas, fábricas, puer­tos y todo recinto controlado. Y desaparece­rán a medida que la circulación se vaya con­virtiendo en circuito previsible.

Y ahí tenemos ya el Google-car.
Es el siguiente paso, pero antes hay que con­vertir las calles en circuitos cerrados...

Pobres taxistas
También desaparecerán los tecnócratas y los gestores de procesos sistematizables. Se­rá un proceso acelerado -diez años- hacia mitad de siglo, porque la inteligencia artifi­cial diseñará cada vez mejor inteligencia ar­tificial. Así, dentro de medio siglo participa­remos en procesos tan conflictivos como los que vivimos con la revolución industrial.

También decían hace unos años que to­do sería realidad virtual, y ya ve.

Yo también me puse aquellas gafas y guan­tes de realidad virtual creyendo que eran el futuro, pero antes han llegado los móviles y ahora son las Google-glass las que nos lle­van hacia la vida virtual, pero nos llevan. El destino siempre es más predecible que sus caminos.


LAS DIEZ CLAVES DE LA FELICIDAD. Cámbiate.

Las diez claves de la felicidad fueron desarrolladas por la organización Action for Happiness en base a las investigaciones realizadas sobre aquellos comportamientos o acciones que pueden realizar las personas para aumentar su bienestar y felicidad.
Hacer cosas por los demás. La generosidad está unida al centro de recompensa de nuestro cerebro, de manea que ofrecer a los demás nuestra ayuda, tiempo o energía también aumenta nuestro propio bienestar, ya se trate de familiares, amigos, compañeros  o extraños.
Las investigaciones han demostrado que ayudar a los demás aumenta la felicidad y la satisfacción en la vida, proporciona una sensación de significado, aumenta los sentimientos de competencia, mejora el estado de ánimo y reduce el estrés. Así mismo, nos ayuda a conectar con los demás y a satisfacer nuestra necesidad básica de relacionarnos con los demás.
Además, ser amables y preocuparnos por los demás parece ser contagioso, ya que cuando vemos a alguien ser amable o cuando los demás son amables con nosotros, tenemos más probabilidades de serlo también con los demás.

Hacer ejercicio. Dado que la mente y el cuerpo están conectados, no es extraño que mantenernos activos nos ayude a sentirnos mejor. El ejercicio puede mejorar el estado de ánimo de inmediato, ayudarnos a salir de una depresión y aumentar nuestra vitalidad y energía.

Ser consciente del mundo a tu alrededor. Si te detienes a mirar a tu alrededor, puedes descubrir que hay un mundo mucho más amplio del que creías justo a tu lado. El mindfulness consiste en experimentar plenamente lo que está ahí, de manera consciente, intencional y sin juzgar. Implica ser más consciente de lo que llega a ti a través de tus cinco sentidos, observándolo todo sin juzgarlo. Hagas lo que hagas, ya sea ir caminando al trabajo, comer o cuidar de una planta, si lo haces con mindfulness lo estás haciendo con tus cinco sentidos, dejando que esa tarea te absorba y mantenga tu atención sumergida en el instante presente.
Así, el mindfulness te ayuda a conectar contigo mismo y tus sentimientos en el presente y dejar de dar vueltas al pasado o a las preocupaciones, además de enriquecer tu día a día.

Aprender cosas nuevas. El aprendizaje de cosas nuevas aumenta nuestra felicidad porque nos expone a ideas nuevas, nos mantiene ocupados y absortos en algo que nos interesa, y aumenta nuestra sensación de competencia y logro y nuestra autoestima. Aprender algo nuevo no necesariamente implica ir a clase o hacer un cursillo. Puedes aprender por tu cuenta, unirte a algún club, practicar algún deporte, etc.
 
Tener metas. Tener metas y objetivos que alcanzar nos hace sentir bien acerca del futuro. Las metas deben ser realistas y alcanzables, con cierto grado de dificultad para motivarnos pero no tan complicadas como para resultar imposibles. Las metas aportan una sensación de dirección a nuestras vidas y, al alcanzarlas, nos dan una sensación de logro y éxito, nos ayudan a hacer realidad nuestros sueños y mejorar nuestras vidas y nos aportan una sensación de significado y propósito.

Resiliencia. Tarde o temprano, a todos nos llegan las malas rachas: el estrés, las pérdidas importantes, los fracasos, los golpes de la vida… A menudo, no podemos evitar que suceda, pero sí podemos intentar decidir cómo vamos a actuar ante esos reveses. La resiliencia hace referencia a la capacidad para afrontar la adversidad y superarla sin dejar que nos hunda o nos dañe.
La resiliencia es algo que se puede aprender y un modo de hacerlo consiste en cambiar nuestro modo de pensar acerca de la adversidad y nuestro modo de relacionarnos con ella.

Emociones positivas. Las emociones positivas, como la gratitud, la alegría, la inspiración, etc., cuando se experimentan de manera habitual, nos ayudan no solo a sentirnos mejor sino también a tener más recursos. Sin dejar de ser realistas, podemos optar por centrarnos en los aspectos positivos de una situación.
Las emociones positivas nos ayudan a ampliar nuestras percepciones, a ver más de lo que hay a nuestro alrededor, responder mejor ante las exigencias de la vida, ser más creativos, afrontar mejor las dificultades, interesarnos por aprender cosas nuevas y estar más abiertos ante las nuevas ideas. Así mismo, nos ayuda a sentirnos más cerca de los demás y confiar más en ellos, lo que mejora nuestras relaciones con otras personas.
“El miedo cierra nuestras mentes y nuestros corazones, mientras que las emociones positivas abren literalmente nuestras mentes y nuestros corazones. Realmente cambian nuestra forma de pensar y nuestra bioquímica”, (Dra. Barbara Fredrickson, Universidad de Carolina del Norte).

Autoaceptación. Si te centras siempre en tus defectos, te desprecias a menudo o no te gustas como eres, difícilmente te vas a sentir feliz. Por este motivo, aprender a aceptarnos tal y como somos y ser mables con nosotros mismos incluso cuando cometemos errores, aumenta nuestro bienestar, satisfacción y resiliencia. Además, nos ayuda también a aceptar a los demás tal y como son.


Significado. Las personas que piensan que sus vidas tienen un significado o un propósito son más felices y tienen una mayor sensación de control. Además, experimentan menos ansiedad, estrés o depresión. Cada persona encuentra significado y propósito de un modo diferente. Algunos lo encuentran en un trabajo vocacional, otros en la maternidad o paternidad, otros en las creencias religiosas, etc. Lo que todos tienen en común es que les aporta una sensación de pertenencia a algo más grande que ellos mismos que ayuda a las personas a responder a la pregunta de por qué estamos aquí o qué sentido tienen nuestras vidas. Ofrece también una guía sobre cómo vivir nuestras vidas o qué metas perseguir, aporta sentido a las cosas que nos suceden y nos ayuda a afrontar los tiempos difíciles.


dissabte, 30 d’agost del 2014

EL VALOR DE LA AMISTAD. Relato.

En un colegio norteamericano se contaba esta historia:
Un día, cuando era estudiante de secundaria, vi a un compañero de mi clase caminando de regreso a su casa. Se llamaba Carlos. Iba cargando todos sus libros y pensé:
- “¿Por qué se estará llevando a su casa todos los libros el viernes? ¡Debe ser un nerd!”
Yo ya tenía planes para todo el fin de semana: fiestas y un partido de fútbol con mis amigos el sábado por la tarde, así que me encogí de hombros y seguí mi camino.
Mientras caminaba, vi a un montón de chicos corriendo hacia él, y cuando lo alcanzaron, le tiraron todos sus libros y le hicieron una zancadilla que lo arrojó al suelo; sus anteojos volaron y cayeron en el pasto como a tres metros de él. Miró hacia arriba y pude ver una tremenda tristeza en sus ojos.
Mi corazón se estremeció, así que corrí hacia él mientras gateaba buscando sus anteojos. Observé algunas lágrimas en sus ojos. Le acerqué a sus manos sus anteojos y le dije:
—¡Esos chicos son unos tarados, no deberían hacer esto!
Me miró y me dijo:
—¡Hola... gracias!
Había una gran sonrisa en su cara. Lo ayudé con sus libros pues vivía cerca de mi casa. Le pregunté por qué no lo había visto antes y me contó que se acababa de cambiar de una escuela privada. Yo nunca había conocido a alguien que hubiera ido a una escuela privada. Caminamos hasta su casa. Le pregunté si quería jugar al fútbol el sábado, con mis amigos, y aceptó. Estuvimos juntos todo el fin de semana.
Mientras más conocía a Carlos, mejor nos caía, tanto a mí como a mis amigos.
Llegó el lunes por la mañana y ahí estaba Carlos con una nueva pila de libros. Me paré y le dije:
—Hola, vas a sacar buenos músculos si cargas todos esos libros todos los días.
Se rió y me dio la mitad para que le ayudara.
Durante los siguientes cuatro años, Carlos y yo nos convertimos en los mejores amigos.
Cuando ya estábamos por terminar la secundaria, Carlos decidió ir a la Universidad de Georgetown y yo iría a la de Duke. Sabía que siempre seríamos amigos, que la distancia no sería un problema. Él estudiaría medicina y yo administración, con una beca de fútbol.
Carlos fue el orador de nuestra graduación. Yo lo fastidiaba todo el tiempo diciéndole que era un nerd. Llegó el gran día. Él preparó el discurso. Yo estaba feliz de no ser el que tenía que hablar.
Carlos se veía realmente bien. Era una de esas personas que se había encontrado a sí misma durante la secundaria, había mejorado en todos los aspectos y se veía bien con sus anteojos. ¡Tenía más citas con chicas que yo y todas lo adoraban! ¡Caramba! Algunas veces hasta me sentía celoso...
Pude ver que él estaba nervioso por el discurso, así que le di una palmadita en la espalda y le dije:
—Vas a ver que estarás genial, amigo.
Me miró con una de esas miradas realmente de agradecimiento y me sonrió.
—Gracias —me dijo. Limpió su garganta y comenzó su discurso:
“La graduación es un buen momento para dar gracias a todos aquellos que nos han ayudado a través de estos años difíciles: tus padres, tus maestros, tus hermanos, quizá algún entrenador... pero principalmente a tus amigos. Yo estoy aquí para decirles a ustedes, que ser amigo de alguien es el mejor regalo que podemos dar y recibir y, a propósito, les voy a contar una historia...”
Yo miraba a mi amigo incrédulo cuando comenzó a contar la historia del día que nos conocimos. Aquel fin de semana él tenía planeado suicidarse. Estaba solo, tenía grandes problemas. Habló de cómo había limpiado su casillero de la escuela y por qué llevaba todos sus libros con él: para que su mamá no tuviera que ir después a recogerlos.
Me miraba fijamente y me sonreía.
“Afortunadamente fui salvado. Un amigo me salvó de hacer algo irremediable”.
Yo escuchaba con asombro cómo este apuesto y popular chico contaba a todos ese momento de debilidad. Sus padres también me miraban y me sonreían con esa misma sonrisa de gratitud. Recién en ese momento me di cuenta de lo profundo de sus palabras:
Nunca subestimes el poder de tus acciones: con un pequeño gesto, puedes cambiar la vida de otra persona, para bien o para mal. Los amigos son ángeles que nos llevan en sus brazos cuando nuestras alas tienen problemas para recordar cómo volar.
¿Sabemos y tenemos conciencia de las consecuencias de nuestros actos, para bien o para mal?
No somos responsables de la felicidad o infelicidad de los demás, pero ¿no es cierto que a veces contribuimos a ellas?

Extracto del libro:
La culpa es de la vaca 2a parte
Lopera y Bernal

Seis pasos para practicar meditación antiestrés en casa. Eva Carnero

Adoptar este sencillo hábito mejora nuestra relación con nosotros mismos y con los demás.
Diversos expertos y estudios coinciden en los beneficios de la meditación a la hora de combatir el estrés.
Adquirir la costumbre de practicar meditación, requiere constancia, dedicación y paciencia
Desde que nos levantamos hasta que nos metemos en la cama, e incluso mientras dormimos, miles de pensamientos pululan por nuestra cabeza manteniéndonos mentalmente ocupados casi las 24 horas del día. Eso no sería un problema si ese aluvión de pensamientos fuera compatible con el equilibrio y la serenidad que necesitamos para vivir en un estado de bienestar psíquico y emocional. Sin embargo, muchas personas se ven incapaces de manejar ese día a día y se sienten arrollados por las innumerables responsabilidades asociadas al trabajo, la familia o las relaciones personales.
Pero, ¿cómo conciliar el vertiginoso trajín cotidiano en el que vivimos con la paz interior que necesitamos? La respuesta está en las técnicas de meditación. Del mismo modo que cada día ponemos orden en casa o en nuestra agenda, sería muy beneficioso para nuestra salud, que hiciéramos lo mismo con nuestra mente. Así lo corroboran los resultados de numerosos estudios como el del centro Johns Hopkins Medicine, según el cual practicar unos 30 minutos de meditación al día puede reducir los síntomas de la ansiedad y la depresión. Así, Madhav Goyal, investigador de la Universidad Johns Hopkins y director del estudio, publicado en la revista JAMA Internal Medicine, afirma que “la meditación parece proporcionar un alivio similar al constatado con antidepresivos en otros estudios”.
En esta misma línea, Miriam Subirana, doctora por la Universidad de Barcelona, escritora y profesora de meditación y mindfulness, asegura que “a largo plazo, la práctica continuada de ejercicios de meditación contribuye a afrontar mejor los baches de la vida, superar las crisis con mayor fortaleza interior y ser más nosotros mismos bajo cualquier circunstancia”.
“La puerta de entrada a la meditación es la respiración”, afirma Subirana. Y es que “focalizar nuestra atención en la respiración, en las sensaciones que experimenta nuestro cuerpo, nuestros músculos, etc., facilita los cambios temporales a nivel físico y psíquico”, apostilla la psicóloga y experta en coaching Eva Hidalgo.
Hemos extraído del libro Serenidad Mental (Obelisco, 2011) de Miriam Subirana, un breve resumen sobre cómo realizar una meditación básica:
1. Encontrar un lugar tranquilo y acogedor. Poner una luz tenue y música suave pueden ayudar a conseguir crear el ambiente adecuado.
2. Sentarse en el suelo con la espalda recta, pero sin tensiones, respirando hondo y manteniendo los hombros y brazos relajados.
3. Con los ojos abiertos, elegir un punto enfrente y dejar ahí la mirada, mientras poco a poco todas las distracciones van desapareciendo.
4. Observar los pensamientos sin juzgarlos ni retenerlos, solo observándolos.
5. A continuación, crear pensamientos e imágenes positivas de uno mismo, visualizarlos y mantenerlos durante unos minutos.
6. Para terminar, cerrar los ojos unos instantes creando un silencio completo.
Eso sí, como cualquier otro hábito, adquirir la costumbre de practicar meditación requiere constancia, dedicación y paciencia, ya que antes de que podamos ser testigos de sus efectos a corto plazo, es necesario que pase algún tiempo. De hecho, según Subirana, “21 días es lo que tardan en aparecer los primeros síntomas de que algo está cambiando en nuestro interior”. Sin embargo, si lo que buscamos es un cambio radical en nuestra vida, debemos tocar nuestras creencias limitantes y liberarnos de ellas. Si meditamos, pero no cambiamos nuestro estilo de vida ni nuestros hábitos limitadores, conseguiremos mejorar nuestra relación con el entorno y con los demás, pero no habrá una transformación profunda”, asegura la experta.
No se trata, por tanto, de un cambio que ocurra de la noche a la mañana, si no de una progresión a nivel emocional que comienza con pequeñas sensaciones como “la disminución del estrés y la ansiedad o el crecimiento de una actitud más abierta y relajada”, explica Subirana.
A medida que pasan los días, si hemos sido disciplinados, comprobaremos cómo nos sentimos más seguros de nosotros mismos. Tal como aclara la escritora, “al cabo de unas semanas, la actitud del practicante de meditación ya es visiblemente distinta. Siente que es capaz de llevar a cabo sus sueños porque está fuertemente conectado con lo que le motiva. Y eso, al fin y al cabo, es lo que nos da la vida”.
Por si eso fuera poco, según la coach, los beneficios de la meditación trascienden lo psíquico: “Las mejoras afectan a todos los niveles, el sistema digestivo empieza a funcionar mejor, somos más flexibles, reducimos los dolores de cabeza y nos sentimos más vitales y energéticos”. Teoría en la que coincide Eva Hidalgo, quien se apoya en la existencia de diversos estudios que corroboran esta afirmación. Uno de ellos es el publicado en 2013 por la American Heart Association en el se afirma que la Meditación Trascendental puede ser considerada como un tratamiento real para la presión arterial alta, ya que se ha comprobado su efectividad para bajarla.
Conseguir llegar hasta ese anhelado estado de bienestar gracias a la meditación no es magia, es fruto del esfuerzo y la práctica diaria de unos ejercicios asociados a unas técnicas sistematizadas que combinan aspectos físicos y psíquicos, y que, a grandes rasgos, se pueden agrupar en las que “emplean más la respiración y el cuerpo, las se basan en la visualización y las que se focalizan en los mantras”, explica Subirana, quien practica la meditación creativa, una técnica que se centra en la contemplación y la expansión de la consciencia.

Por su parte, Eva Hidalgo, que practica meditación guiada y mindfulness (atención y conciencia plena), aconseja su ejercicio para autorregular los pensamientos, calmar la mente y focalizar el presente. Aunque insiste en la idea de considerar la meditación como una “buena herramienta complementaria que favorece nuestro bienestar, pero que debe ir acompañada del resto de recursos que forman parte del proceso terapéutico para asegurar sus efectos positivos”. 


divendres, 29 d’agost del 2014

¿Que puedo hacer?. Martin Luther King.

Aquella noche Martin Luther King ofrecía una conferencia. Quería convencer a los asistentes de la importancia de desarrollar un profundo sentido de colaboración entre las personas, a fin de poder lograr objetivos valiosos para la comunidad. Él había escuchado repetidamente la misma queja estéril:
-¿Pero yo qué puedo hacer?
Luther King mandó apagar las luces del estadio. Cuando todo estuvo en tinieblas, preguntó:
-¿Alguien podría ayudar a iluminarnos?
Todos permanecieron en silencio. Él sacó su mechero y lo encendió.
-¿Veis esta luz? -dijo.
El público asintió, en silencio.
-¿Nos sirve para algo?
Nuevamente, silencio.

-Sacad ahora, cada uno de vosotros, vuestro mechero, y cuando yo os dé la señal, encendedlo. El estadio se iluminó con miles de pequeñas luces.

Los límites del amor saludable. Walter Riso.

¿El amor lo justifica todo? Pensar que sí puede llevamos a sostener relaciones insatisfactorias, cuando no dañinas. No podemos renunciar al amor, pero tampoco podemos aceptar el amor a cualquier precio, anteponiéndolo a nuestra realización o incluso a nuestra dignidad personal.
Walter Riso nos cuenta cómo detectar el mal amor y desprendemos de él para ser más libres y felices.
“Haría cualquier cosa por ti, si me lo pidieras."
¿Quién no ha dicho esta frase alguna vez en su vida bajo el efecto hipnótico del enamoramiento? ¿Y cuántos no se han arrepentido luego? Aspiramos a un amor sin límites, más allá del bien y del mal, hecho para valientes, para quienes están dispuestos a entregarse hasta la médula y sin recato. La consigna del amor que no sabe poner límites es categórica: "Si no hay abdicación del yo, si la subordinación al amor no es radical, entonces ese amor no es verdadero". ¡'Qué gran error!
Obviamente, no se trata de vivir sin amor. Nadie desdeña la experiencia amorosa en sí misma sino las secuelas de una idealización afectiva sin fronteras. No se trata de destruir el amor sino de ponerlo en su sitio y acomodarlo a una vida digna, más pragmática e inteligente. Se trata de vivir un amor justo y placentero, que no implique la autodestrucción de la propia esencia ni excluya de raíz nuestros proyectos de vida.

EL AMOR NO ES SACRIFICIO
Parecería que todo vale cuando se trata del "milagro del amor". Amor estoico, dispuesto a todo, cuanto más insensato, mejor. No importa si debes sacrificar estudios, profesión, vida social y hasta las ganas de vivir. En una relación convencional, bajo el amparo de la tradición sentimentalista y del espíritu de sacrificio, los intereses personales se colocan en segundo lugar y el "vivir para el otro" se convierte en lo primero.
En los amores enfermizos, cuya norma es la dependencia y la entrega sin miramientos, el desinterés por uno mismo es la regla.
De hecho, la propuesta afectiva, implícita que persiste en la mayoría de las culturas amantes del amor desesperado sigue siendo la misma: "Amar es dejar de ser uno mismo". No se trata de vincularse en libertad sino de dejarse absorber y desaparecer en el ser amado.
Si asumimos que el amor de pareja no tiene límites, si hacemos de la abnegación absoluta una forma de vida, es natural que no sepamos cómo reaccionar ante una situación afectiva que nos hiera o degrade. Y, una vez que pasamos determinados límites, volver atrás no es tan fácil. ¿Qué se supone que deberíamos hacer cuando la persona que amamos viola nuestros derechos? Si el costo de amar a nuestra pareja es renunciar a los proyectos de vida en los cuales estamos implicados, ¿habrá que seguir amando? Y si no podemos dejar de amar, ¿habrá que seguir alimentando el vínculo?
Nadie niega que hay momentos en los que el "yo" pasa a un segundo plano, pero sí esta renuncia se realiza de una manera compulsiva y sistemática, habremos entrado en la terrible codependencia. Cuando establecemos las condiciones que debe reunir un amor de pareja saludable, definimos una zona -una demarcación más realista que romántica- a partir de la cual una relación debe terminarse o transformarse. Pasar los límites de lo razonable (maltrato, infidelidades, dudas, desamor..) implica que el amor por sí solo no justifica ni valida el vínculo afectivo debido a los costos psicológicos, morales, físicos y/o sociales implicados.

CUÁNDO DECIR 'BASTA'
Existen al menos tres situaciones en las que el amor de pareja pierde su sentido vital. La primera es cuando no te quieren. Si es así, ¿por qué sigues en una relación insana a sabiendas de que no te aman? Si no te quieren, no es negociable. ¿Qué acuerdos vas a proponer si no hay sentimiento ni ganas? ¡Qué mala consejera puede ser a veces la esperanza! Si bajara un ángel y te dijera que tu pareja nunca podrá amarte de verdad, ¿seguirías manteniendo la relación? Para mí está claro que si alguien titubea o duda del amor que siente hacia mí, no me ama. "Dame un tiempo", "déjame pensarlo" o "no estoy seguro": excusas o mentiras. Si es evidente que no te quieren y sigues a la espera de la resurrección amorosa, dispuesto a responder ante cualquier insinuación, te has extralimitado.
La segunda situación que marca el límite del amor es cuando tu realización se ve obstaculizada. El psicólogo Abraham Maslow decía: "Un músico debe hacer música; un pintor debe pintar; un poeta debe escribir si quiere ser feliz. Lo que un hombre puede ser, debe serlo. A esta necesidad la llamamos autorrealización". La felicidad es enemiga de la represión.
La pregunta que surge es obvia: ¿por qué motivo el amor que sientes por tu pareja debe impedir la expansión satisfactoria de tus talentos y potencialidades personales? Todo lo que nos haga crecer como seres humanos -mientras no sea destructivo ni para uno ni para otros- debe llevarse a cabo si no queremos sentirnos incompletos. Sin obsesionamos con ello, la búsqueda de la excelencia (superación no egocéntrica) y el perfeccionamiento (mejoramiento continuo) definen el arte de vivir
¿Cómo avanzar en la vida si la persona que amas se resiste a tu crecimiento? Si por hacer feliz a la persona que amas has renunciado a tus deseos íntimos, has reprimido tu esencia o has adoptado una "imagen" prestada que distorsiona tu verdadero yo, has pasado el límite del buen amor. O peor: si ésa fue la "prueba de amor" que te han exigido, no te han amado o no te aman lo suficiente. Un amor que exija la castración motivacional e intelectual del otro para que funcione no es amor sino esclavitud.
Por último, la tercera situación es cuando tus principios se vulneran. Reflexiona un momento: ¿qué estás dispuesto a negociar por amor? Hay cosas que no puedes entregar, porque si lo haces te traicionarías a ti mismo.
El límite de lo negociable es la dignidad personal; es decir, la opción de ser valorado, honrado o respetado. Sentirse digno es aceptar que uno es merecedor de respeto. Y a ese valor no podemos ponerle precio.
¿Cómo saber cuándo alguien afecta tu dignidad? Suele ser evidente para quien se observa a sí mismo. Lo que se siente es indignación, que puede definirse como cólera ante la injusticia. Cuando la indignación tiene lugar, sientes que se ha violado lo entrañable y que los intereses más íntimos han sido maltratados.
La premisa es conservar tu ser moral y negarte a ser objeto. Y un buen comienzo para ello es aceptar que tu pareja no es más que tú ni más valiosa, al menos en lo que se refiere a la posibilidad de recibir consideración y respeto. Los seres humanos somos iguales en derechos y en dignidad, a pesar del culto a la entrega y al sacrificio por amor.

DIGNIDAD PERSONAL
La defensa de la dignidad personal merece especial atención. Existen, al menos, dos factores clave que afectan en las relaciones afectivas:
Convertirse en un instrumento para satisfacer a otros. El sacrificio exigido en aras del amor puede ser una excusa para utilizar al otro. En muchas culturas, el usufructo obtenido por amor ha sido visto como una consecuencia natural del matrimonio. Si lo tuyo es mío y lo mío es tuyo, si establecemos una relación basada en la despersonalización y el canibalismo afectivo e intelectual, entonces tu cuerpo es mío, tu mente me pertenece. tu libertad es parte de mi patrimonio, y viceversa. Este intercambio de identidades es definitivamente tenebroso.
La pérdida de independencia. El equilibrio entre "tus derechos" y "mis derechos" es delicado. Por ejemplo, ¿tiene que pedirse permiso a la pareja para salir a algún sitio, desempeñar una actividad nueva o hacer un viaje?
Una señora ya entrada en años me decía: "Mi marido es encantador, generoso y nada machista; siempre me da permiso para salir". Obviamente, no se trata de "desaparecer" sin dejar rastro, pero ¿pedir permiso...? ¿Qué tipo de vínculo amoroso puede haber cuando uno de los dos posee la autoridad de otorgar indultos y aprobaciones? Lo que debe pesar a la hora de tomar decisiones no es la ley del más fuerte sino la fuerza de los argumentos. Si todo va bien, tendremos una red de posibilidades funcionando al mismo tiempo: mis planes, tus planes y nuestros planes.

AMAR DE IGUAL A IGUAL

Acoplarse a las exigencias razonables de cualquier relación afectiva, acercarse al otro sin perder la propia esencia, amar sin dejar de quererse a sí mismo... requiere de una revolución personal, cierta dosis de subversión amorosa que permita cambiar el
paradigma tradicional del culto al sacrificio irracional por un nuevo esquema donde el respeto mutuo y recíproco ocupe el papel central. ¿Amar con reservas? Sí, con la firme convicción de que amar no implica negociar con mis principios sino relacionarnos de igual a igual. Un amor horizontal, dentro y fuera de la cama.

dijous, 28 d’agost del 2014

Si todos los caminos llevan a Roma... ¿como se sale de Roma?

Una buena amiga me ha pasado este audio que quiero compartir con tod@s vosotr@s. Hermosas palabras anónimas de agradecimiento a las personas que me encuentro en el camino de la vida que lo hacen más bonito y maravilloso si cabe.

Gracias Sandra por el regalo!


 
 


A veces, pensamos demasiado y sentimos muy poco.

Mi abuelo siempre decía que si alguien quiere seriamente formar parte de tu vida, hará lo imposible por estar en ella, aunque, en cierto modo, perdamos entre pantallas el valor de las miradas, olvidando que cuando alguien nos dedica su tiempo, nos está regalando lo único que no recuperará jamás.

Y es que la vida son momentos, ¿sabes? Que ahora estoy aquí y mañana no lo sé.  Y que quería decirte, que si alguna vez quieres algo, quieres algo de verdad, ve por ello y nada más, mirando el miedo de frente y a los ojos, entregándolo todo y dando el alma, sacando al niño que llevas dentro, ese que cree en los imposibles y que daría la luna por tocar una estrella….

Así que no sé qué será de mí mañana, pero este sol siempre va a ser el mismo que el tuyo,  que los amigos son la familia que elegimos y que yo te elijo a ti, te elijo a ti por ser dueño de las arrugas que tendré en los labios de vieja, que apuesto fuerte por estos años a tu lado, por las noches en vela, las fiestas, las risas, los secretos y los amores del pasado. Tus abrazos, así por que sí,  sin venir a cuento, ni tener que celebrar algo.

Y es que en este tiempo me he dado cuenta que los pequeños detalles son los que hacen las grandes cosas. Y que tú has hecho infinito mi límite y así te doy las gracias por ser la única persona capaz de hacerme llorar riendo, para aparecer en mi vida con esa sonrisa loca, con ese brillo en los ojos capaz de pelearse contra un millón de tsunamis….


Así que no… no sé dónde estaremos mañana, no sé dónde estaremos dentro de 10 años, ni cómo se sale de Roma, no te puedo asegurar nada.  Pero te prometo, que pase lo que pase,  estés donde estés, voy a acordarme de ti toda la vida, por eso, mi luna va a estar siempre contigo, porque tú me enseñaste a vivir cada día como el primer día del resto de mi vida y eso, eso no lo voy a olvidar nunca.

EMOCIONES. Llegan, nos habitan, nos informan y las dejamos partir

El origen de la palabra ecología viene del griego oikos = casa, y el sufijo -logos = conocimiento.
La expresión ecología emocional significa etimológicamente: «Conocimiento de nuestra casa emocional». La ecología emocional enseña el arte de gestionar nuestras emociones de tal forma que la energía que nos aportan sirva para mejorar como personas, aumentar la calidad de nuestras relaciones y cuidar mejor el mundo que habitamos.
Cuando nacemos, en nuestro interior ya existe el embrión de lo que será nuestra casa emocional. Al principio sólo es una estancia en la que residen emociones básicas imprescindibles para nuestra supervivencia: el miedo, la ira, la tristeza, la alegría, el asco. ¿Cómo es en este momento?
¿Es una casa abierta, bien ventilada, acogedora, con espacios libres de barreras, un buen clima emocional, donde las emociones entran y salen de forma fluida?
¿ O más bien es una casa cerrada a cal y a canto, con muros defensivos, con pinchos que hacen difícil su acceso, con algunas habitaciones cerradas que retienen emociones prohibidas?
En función de cómo sea vamos a gozar de un buen nivel de salud emocional o bien vamos a sentirnos en desequilibrio e infelices.
Te proponemos que hagas el ejercicio de cerrar los ojos y reflexionar sobre tu casa emocional. A estas alturas de tu vida eres responsable de lo que en ella ocurre. Es importante que conozcas bien sus habitantes, estas emociones, sentimientos, pasiones y afectos que entran y salen de ella, que se relacionan entre ellas y nos mueven a la acción.
¿Te gustan estos habitantes de la casa? ¿Predominan las emociones agradables o las desagradables? ¿Tienes habitantes que se han apalancado en tu casa?      
Recuerda que las emociones son un lenguaje valioso útil para ir más orientado en tu vida. Te aportan datos sobre cómo te relacionas contigo mismo, con los demás y cómo evoluciona tu proyecto de vida. Si las atiendes, les das nombre, si una vez escuchadas incorporas la información a tu mapa mental y las dejas partir, las estarás gestionando ecológicamente y serán tus aliadas. Es posible que no hayas entrado en algunas habitaciones de tu casa emocional. Tal vez temas qué hallarás detrás de sus puertas. Allí pueden estar prisioneras algunas emociones. Hay quien no se permite sentir el enfado y lo encierra en su interior. Y a fuerza de acumular ira y dejar pasar el tiempo sin gestionarla, ésta puede convertirse en rabia, rencor o resentimiento. Si tú sientes estas emociones... es el momento de «ventilar habitaciones».
Si dejas encerrada en una habitación de tu casa emocional algunas emociones desagradables o dolorosas como pueden ser la envidia, el resentimiento, el rencor, los celos... recuerda que van a convertirse en tóxicos emocionales que te dañarán a ti y a las personas que te rodean, puesto que en algún momento serán «lluvia ácida» que arrasará la relación.
Por otro lado, no debes prohibir que entren en tu casa determinadas emociones desagradables. Incluso ellas te in forman de algo que es importante para reconducir tu vida. Así la tristeza te indica que estás viviendo algo como si fuera una perdida, la ira te informa de que sientes que al­guien o algo es un ob áculo para lo que quieres conseguir; el asco o la aversión te indica que debes apartarte de una situación o de algo que es insano para ti, el miedo te señala que intuyes un peligro y te empuja a protegerte o a defen­derte, la alegría busca repetir la situación placentera, y la sorpresa promueve la apertura al aprendizaje. ¡Deja que entren en tu casa, acógelas, escúchalas y permíteles que se vayan! ¡Que no se instalen permanentemente en ella!
Tampoco es conveniente retener o evitar compartir emociones tan bellas como la alegría, el amor, la ternura, la gra­titud... Como decía el poeta Evtuixenko, incluso la ternura puede ser letal si se esconde. Cuando no expresas estos sen­timientos, el mundo se pierde lo mejor, evitas que mejore el clima emocional, y dejas de dar vitaminas emocionales a tus relaciones. ¿Acaso puedes perder algo por abrazar, decir gra­cias o te quiero, ser detallista con alguien, o regalar alegría alos demás?  Compartir emociones positivas es una estrategia siempre ganadora.

La naturaleza de las emociones es fluir. Sean agradables o desagradables de sentir, una vez cumplida su misión, de­bemos dejarlas partir.

Emociones, las razones que la razón ignora.
Mercè Conangla, Jaume Soler y Laia Soler Conangla.
Ediciones Obelisco