OPCIONS DE MENÚ

dimarts, 30 de setembre del 2014

LA LECCIÓN DEL CARBÓN. Fábula.

Un hombre, que regularmente asistía a las reuniones de un determinado grupo, sin ningún aviso dejó de participar en sus actividades.
Después de algunas semanas, una noche muy fría el líder de aquel grupo decidió visitarlo. Encontró al hombre en casa, solo, sentado frente a una chimenea donde ardía un fuego brillante y acogedor. Adivinando la razón de la visita, el hombre dio la bienvenida al líder, lo condujo a una silla grande cerca de la chimenea y se quedó quieto, esperando una pregunta. Se hizo un grave silencio. Los dos hombres sólo contemplaban la danza de las llamas en torno de los troncos de leña que crepitaban.
Al cabo de algunos minutos el líder, sin decir palabra, examinó las brasas que se formaban y cuidadosamente seleccionó una de ellas, la más incandescente de todas, retirándola a un lado del brasero con unas tenazas. Volvió entonces a sentarse, permaneciendo silencioso e inmóvil después de solicitar permiso para fumarse una pipa.
El anfitrión prestaba atención a todo, fascinado pero inquieto. Al poco rato, la llama de la brasa solitaria disminuyó, hasta que sólo hubo un brillo momentáneo y el fuego se apagó repentinamente. En poco tiempo, lo que era una muestra de luz y de calor, no era más que un negro, frío y muerto pedazo de carbón recubierto por una leve capa de ceniza.
Muy pocas palabras habían sido dichas desde el ritual saludo entre los dos amigos.
El líder, antes de prepararse para salir, con las tenazas blandió el carbón frío e inútil, colocándolo de nuevo en medio del fuego. De inmediato la brasa se volvió a encender, alimentada por la luz y el calor de los carbones ardientes en torno suyo. Cuando el dirigente alcanzó la puerta para irse, el anfitrión le dijo:
- Gracias por tu visita y por tu bellísima lección. Regresaré al grupo. Buenas noches.

Maestro: ¿Por qué se extinguen los grupos?
Muy simple: porque cada miembro que se retira le quita el fuego y el calor al resto. A los miembros de un grupo vale recordarles que ellos forman parte de la llama y que lejos del grupo pierden todo su brillo. A los líderes vale recordarles que son responsables por mantener encendida la llama de cada uno de los miembros y por promover la unión entre todos ellos, para que el fuego sea realmente fuerte, eficaz y duradero.

La culpa es de la Vaca 2ª parte

Visualizar para crear. Pilar Jericó.

Si quieres conseguir algo, primero suéñalo. Así lo recomendaba uno de los grandes psiquiatras del siglo XX, Viktor Frankl. Durante la II Guerra Mundial, estuvo prisionero en campos de exterminio. Cuando se sentía muy hundido utilizaba una técnica: se veía a sí mismo dando una conferencia en una sala bien iluminada y cómoda frente a un atento auditorio, que escuchaba sus reflexiones. De este modo, Frankl estaba definiendo cómo le gustaría verse en unos años, se distanciaba de su amarga situación y se sentía más aliviado. Como decía el psiquiatra: “el prisionero que perdía la fe en el futuro -en su futuro- estaba condenado”. Y la explicación, volvemos a encontrarla en la ciencia.
Científicos de la Universidad de Northwestern en Chicago han descubierto que lo que imaginamos se superpone a aquello que realmente hemos vivido, lo que hace que nuestro cerebro no sea capaz de diferenciar entre lo que ha vivido y lo que ha imaginado. Dicho estudio, publicado por la revista Psychological Science, levantó un debate interesante en la comunidad científica entre partidarios y detractores, que todavía sigue abierto. Independientemente de ello, parece ser que la visualización tiene un poder que muchos desconocen pero que los deportistas de élite dominan a la maravilla. De hecho, los especialistas en tiro con arco aseguran que visualizar tan solo 10 minutos puede ser tan efectivo como 100 flechas tiradas, igual sucede con los motoristas de élite e incluso con los pilotos de fórmula uno. Su entrenamiento visual consiste en proyectar con su imaginación determinados hechos que más tarde tomarán cuerpo en la competición real. Si lo trasladas a tu vida privada, cuando quieres lograr algo, conviene primero soñarlo, en especial cuando se están atravesando momentos difíciles. Imagina cómo serías en un nuevo trabajo, con una nueva pareja, en un nuevo proyecto o cambiando de forma de ser… En definitiva, imaginando una nueva vida. Soñarla es el primer paso para alcanzarla, aunque haya personas que lo evitan. “Soñar es peligroso” me comentó un hombre después de una conferencia. Cuando le pregunté el motivo me argumentó que era para evitar la frustración: “Si sueñas mucho y luego no lo logras, ¿qué ocurre?”, dijo.
Personalmente, creo que hay que ser ambiciosos con los sueños y, luego, tener la capacidad para gestionar la frustración (o las sorpresas), porque la vida se encarga de ponernos a cada uno en nuestro sitio. El objetivo de soñar no es marcar objetivos imposibles, sino definir rutas de navegación. Si no tienes una visión personal, es como si estuvieras en medio del océano sin mapa ni rumbo o incluso, lo que es peor, que formes parte de la visión de otro. Si no tienes tu propio sueño, puedes formar parte del de otro. Y lo mejor es tomar conciencia de ello antes de despertar un día y percatarse de todo el tiempo perdido. Por eso, primero sueña y luego ponte manos a la obra. Del sueño no se vive, pero a veces es un buen pulmón para seguir adelante.


Si has construido un castillo en el aire, no has perdido el tiempo, es allí donde debería estar. Ahora debes construir los cimientos debajo de él. George Bernard Shaw, escritor irlandés, Premio Nobel (1856-1950)

Basado en el libro: Jericó, P. (2010): Héroes Cotidianos. Planeta


dilluns, 29 de setembre del 2014

LAS CUATRO ESTACIONES. Fábula.

Había un hombre que tenía cuatro hijos. Como parte de su educación, él quería que ellos aprendieran a no juzgar a las personas y las cosas tan rápidamente como suele hacerse. Entonces los envió a cada uno, por turnos, a ver un árbol de peras que estaba a gran distancia de su casa. 
En su país había estaciones, así que el primer hijo fue en invierno; el segundo en primavera; el tercero en verano y el cuarto en otoño. Cuando todos habían ido y regresado, el padre los llamó y les pidió que describieran lo que habían visto.
El primer hijo dijo que el árbol era horrible, giboso y retorcido, parecía seco y sin vida.
El segundo dijo que no, que el árbol estaba cubierto de brotes verdes y lleno de retoños que prometían flores.
El tercer hijo no estuvo de acuerdo: él dijo que estaba cargado de flores, que emanaba un aroma muy dulce y se veía hermoso; era el árbol más lleno de gracia que jamás había visto.
El último de los hijos tampoco estuvo de acuerdo con ninguno de ellos. Dijo que el árbol estaba cargado de peras maduras, lleno de savia y bienestar. Como los pájaros acudían al peral para comer de los frutos que se estaban marchitando, todo a su alrededor se llenaba de un exquisito aroma.
Entonces el padre les explicó a sus hijos que todos tenían la razón, porque ellos sólo habían visto una de las estaciones de la vida del árbol. Y añadió que por eso no se podía juzgar a una persona por sólo ver una de sus temporadas: “La esencia de lo que son los hombres, el placer, la tristeza, el regocijo y el amor que vienen con la vida sólo pueden ser medidas al final, cuando todas las estaciones hayan pasado”.
¿No será por esta razón que nos quedamos con una idea prefijada de una determinada estaciónjut de una persona, a partir de la cual la juzgamos el resto del tiempo?.
¿No será que debemos entender a las personas como móviles y no como estacionarias?

La culpa es de la Vaca 2ª parte

Cuando 24 horas no bastan. Eva Millet. La Vanguardia.

¿Dónde está la sociedad del ocio? Al contrario de lo que vaticinaron algunos expertos, el siglo XXI se ha convertido en el del agobio. La falta de tiempo define nuestro mundo, también es un modo de sobresalir sobre los otros.
"Voy de bólido". "Estoy agobiadísimo". "De trabajo, hasta las cejas". "Voy de culo". "Escopetado". "Estoy liadísimo". "No paro"… Este abanico de expresiones es cada vez más habitual para explicar el estado vital de la sociedad del siglo XXI. Padres, madres, trabajadores y trabajadoras cuyas agitadas vidas tienen una característica en común: la falta de tiempo.
Es lo que le sucedía a Brigid Schulte, una exitosa periodista de The Washington Post, casada y madre de dos hijos, quien llevaba años inmersa en una frenética carrera contra el paso de las horas. Schulte quería llegar a todo, tanto a nivel profesional y familiar. Un esfuerzo (seguro que conocido para muchos), que la dejaba exhausta: “Sentía que no tenía tiempo, que no hacía bien lo que tenía que hacer y que no atendía a mi familia debidamente... Me sentía culpable”, explicó en una entrevista en la NPR, la radio pública de Estados Unidos, donde detalló como, en su afán de “no destrozar la infancia de mis hijos”, se encontró un día en la cocina, a las dos de la madrugada, preparando cupcakes para la fiesta del colegio de sus retoños. Aquello fue un aviso. Como también la breve anotación en su diario (escrita asimismo a las dos de la madrugada) que rezaba: “Pánico. Me despierto llena de pánico”.
Llegó a un punto en el que Schulte se dio cuenta de que aquella vida era, básicamente, imposible. Sin embargo, en vez de tomarse un descanso, escribió un libro, publicado hace unos meses en Estados Unidos, donde trata de entender por qué las sociedades más desarrolladas, caracterizadas por la abundancia de bienes, carecen de uno de los más básicos: tiempo de asueto, algo que ella misma estaba sufriendo en su día a día. El libro se titula Overwhelmed: work, love and play when no one has the time (Abrumados: trabajo, amor y ocio cuando nadie tiene tiempo), y fue objeto de una extensa reseña en The New Yorker, por parte de la también reconocida periodista Elizabeth Kolbert. A partir de la experiencia personal de su autora, explica que el “ir de bólido” no se da solamente en las grandes ciudades, sino también en localidades supuestamente más tranquilas (como en Fargo, Dakota del Norte, donde Schulte descubrió que hay madres tan estresadas como ella); que las presiones del tiempo se estudian en congresos internacionales y en universidades como Oxford y que las madres trabajadoras son las que más las sufren. “Todavía no tenemos modelos a seguir de lo que es una pareja donde el reparto de tareas es equitativo”, se explayó en la NPR. “Por eso las mujeres cargan con el trabajo en la casa y en el cuidado de los niños, mientras que la esfera de los hombres sigue siendo primordialmente su trabajo fuera del hogar”.
Esto último no es necesariamente una novedad: el reparto del trabajo entre hombres y mujeres en el hogar sigue siendo una cuenta pendiente (y uno de los principales motivos de divorcio). Sin embargo, sí que hay un punto que reseña Schulte en su libro que resulta novedoso: el no tener tiempo, el estar ocupadísimo, se está convirtiendo en un símbolo de estatus. En una nueva manera de competir socialmente. Es quién recibe más watsaps, se pasa más horas en la oficina o viaja más por motivos de trabajo; hace las vacaciones más frenéticas o recorre más kilómetros llevando a los niños a extraescolares. Responder a un ¿cómo estás? con un “liadísimo/a” se ha convertido en una respuesta estándar destinada más a despertar una punzada de envidia que conmiseración. Algo similar sucede con frases tipo: “No tenemos un fin de semana libre hasta enero”, que hoy tienen más connotaciones positivas que negativas.
Un error, porque el estar constantemente liado “sienta mal, muy mal”, asegura Nathalie Lizeretti, psicóloga. “De entrada –enumera– porque genera un estado constante de insatisfacción, además de estrés, ansiedad, sentimientos de soledad, de incomprensión y de aislamiento. De tener muchas cosas entre manos y no cerrar nada. De estar pero no estar. De hacer pero no hacer”.
Un hacer sin hacer cada vez más característico de la trepidante sociedad actual. Otra singularidad que destaca el libro de Schulte es la cantidad de tiempo que la gente pierde pensando en lo que tiene que hacer. Un mecanismo mental que también genera mucho estrés. “Tenemos tendencia a atender lo urgente y lo reciente, y olvidamos priorizar, decidir, valorar qué debemos o queremos atender: es decir, olvidamos o incluso perdemos la capacidad de valorar qué es lo realmente importante, describe Natalie Lizeretti. Todo ello, resume, “genera de nuevo esa desagradable sensación de insatisfacción: no he cerrado nada de lo que quería cerrar y tengo la sensación de pérdida de control. Voy apagando fuegos sin pararme a pensar si el fuego existe realmente”.
La sociedad del agobio del siglo XXI tiene poco que ver con la sociedad del ocio que, hace casi cien años, predijo John Maynard Keynes. En 1931 este influyente economista británico escribió Posibilidades económicas para nuestros nietos, un breve ensayo donde expresaba su optimismo por el futuro pese al difícil contexto económico de aquel momento histórico. Keynes imaginó que, hacia el 2028, el nivel medio de vida en Estados Unidos y Europa habría aumentado tanto que la gente, con las necesidades básicas satisfechas, no necesitaría trabajar más de quince horas semanales. El resto de su tiempo lo dedicarían al ocio y la cultura. En consecuencia, el reto de la sociedad, con tanto tiempo libre, sería cómo emplearlo.
Keynes acertó en la primera parte de sus predicciones: ni siquiera cien años después de su ensayo el nivel de vida en los países industrializados ha aumentado ostensiblemente. Pero erró en su otra parte de su hipótesis: la gente hoy se siente más agobiada que nunca y el ocio, para muchos, es algo prácticamente inexistente.
¿Qué ha ido mal? En Revisiting Keynes, una recopilación de ensayos editada por Lorenzo Pechi y Gustavo Piga, se dan algunas respuestas. Como que el economista “subestimó el placer que el trabajo proporciona a muchas personas”, para las cuales es una forma de realización vital. No todo el mundo, en definitiva, ansía dejar de trabajar. Tampoco tuvo en cuenta un factor importante de la naturaleza humana: la tendencia a tener más y más bienes. Del último gadget electrónico a los últimos modelos de bolsos y coches... Una insaciabilidad que también se traslada a otros campos, como el afán por vivir nuevas experiencias, cuanto más excitantes, mejor. En definitiva: al tener más y más por hacer y por comprar, cada vez es más raro el dedicarse a cosas inmateriales, como sentarse un ratito a disfrutar del atardecer.
Asimismo, señalan los expertos, Kenyes no tuvo en cuenta una cuestión tan clave como es el reparto inequitativo de esos bienes que iban a ser la base del excedente de tiempo en la sociedad futura. Sin duda, se quedaría espantado si levantara la cabeza y viera como, en este siglo, aumentan la acumulación de riqueza y la brecha entre pobres y ricos (sólo en España son 30 las familias que se reparten gran parte del capital nacional, según la revista Forbes). Incluso en los países más prósperos no todo el mundo tiene las necesidades básicas cubiertas que Keynes predijo.
Sin embargo, algunos investigadores revelan que son precisamente los más ricos los que menos tiempo tienen. En The New Yorker, Elizabeth Kolbert cita el trabajo del estadounidense Daniel Hamermesh, profesor de economía especializado en el uso del tiempo. En su estudio Not enough time? (¿Sin tiempo suficiente?) Hamermesh  asegura que ir agobiado es la maldición de la gente, detalla: “De mediana edad y con un nivel educativo más alto en los países ricos”. Aunque el docente no se compadece de ellos porque, “este agobio, como las largas jornadas laborales, es algo que este tipo de gente o, como mínimo, la sociedad en la que viven, ha sido escogido por ellos mismos”. Sin olvidar, recalca, que aquellos quienes expresaron sentirse más presionados por la falta de tiempo son los que se sienten menos presionados por problemas financieros.
Hamermesh cree que esta coyuntura ha sido desatada, por un lado, por el aumento de las diferencias salariales que ha caracterizado la evolución de la economía en los últimos 35 años. Pero, también, por los incentivos, cada vez mayores, que se dan a los más preparados para trabajar más horas. En cierto modo, es como si el sector más privilegiado de la sociedad hubiera vendido su alma al diablo: trabajo y dinero, mucho dinero, a cambio de muchas horas. Un pacto que conviene a las empresas (donde los empleados más apreciados siguen siendo los que pasan más horas en la oficina y están más disponibles), y que ha generado un aumento de workaholismo: la adicción de los mejor pagados a trabajar muchas horas. “Se podría argumentar que trabajar para cobrar e, incluso, la adicción a las jornadas laborales largas son opciones libres de cada uno”, escribe Hamermesh. Sin embargo, este experto señala que las conductas de estos profesionales y ejecutivos altamente remunerados, adictos al trabajo, “provocan efectos secundarios en la gestión del tiempo de sus subordinados y en el de sus familiares”.
Las nuevas tecnologías, que permiten estar conectados constantemente, están jugando asimismo un papel importante en este déficit de horas que padece la sociedad occidental. Porque aunque teóricamente permiten ahorrar tiempo y desplazamientos, también roban tiempo personal y de ocio. “Salimos a cenar con los amigos y estamos (nosotros y el resto de la mesa, y los de la mesa de al lado) más pendientes de los whatsapps que recibimos de gente que no está allí que de los amigos con los que estamos cenando”, ilustra la psicóloga Nathalie Lizeretti. “En consecuencia, sí hemos salido a cenar, pero ¿hemos disfrutado realmente de la compañía, de la cena, del entorno? No, imposible. Por esto tenemos una constante sensación de insatisfacción, porque no vivimos de forma plena y auténtica las diferentes experiencias vitales”.

Y de este modo, la vida se escurre alrededor de muchos, indiferente a nuestras prisas. Porque, aunque cada vez hayan más y más cosas que hacer, comprar y experimentar, las veinticuatro horas del día siguen inamovibles. Una realidad que provoca un desequilibrio vital y del que, según Nathalie Lizeretti, son responsables tanto factores externos como internos. “Influyen tanto el trabajo y las cada vez más abundantes obligaciones que nos creamos y que nos crean, como el concepto tan distorsionado de nosotros mismos que estamos construyendo”. Porque entre tantas prisas, dice esta especialista, “a menudo no nos planteamos cuestiones tan básicas como quién queremos ser y, por tanto, no nos planteamos si las cosas que hacemos son lo que realmente queremos o no. Simplemente nos dejamos llevar por la inercia, cada vez más vertiginosa, que nos impide sentarnos a pensar o, simplemente, a descansar.

EL BUEN OCIO
Cuando Keynes escribió Posibilidades económicas para nuestros nietos, uno de los aspectos que más le preocupaba era si el hombre del siglo XXI sería capaz de emplear todo aquel tiempo libre del que, creyó, iba a disponer. El ejemplo que veía en los despreocupados ricos de su época no era muy edificante; en particular, señaló, el de las esposas de los ricos, cuyas vidas vacías y frívolas le parecían un malgasto. Dado lo que veía, al economista le preocupaba la posible depresión nerviosa de una sociedad rodeada de abundancia pero incapaz de disfrutar del arte de la vida. El ocio, en definitiva, también requería una preparación.

Pero, ¿qué es exactamente el ocio? ¿En qué consiste? En ¿Cuánto es suficiente? (ed. Crítica), el economista y biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky, y su hijo Edward, filósofo, lo definen como uno de los pilares de una buena vida. Para ellos, el ocio es el hacer algo sin presiones, porque sí, porque nos gusta: puede ser tanto leer, mirar el mar, jugar a fútbol, coleccionar sellos o tocar la guitarra. “Lo importante no es el nivel intelectual de la actividad, sino su carácter de determinación sin propósito”. Pero para hacer algo “porque sí”, recuerdan, hay que tener sin duda tiempo.


diumenge, 28 de setembre del 2014

Ni contigo ni sin ti. Reflexiones para vivir mejor. Walter Riso.

Hasta dónde aguantar la indecisión del otro, decenas de miles de personas en todo el mundo son víctimas de las inseguridades sentimentales de sus parejas, quienes, además de causarles un tremendo dolor, les exigen «paciencia». ¿De qué paciencia hablan? Hoy en reflexiones para vivir mejor "Ni contigo, ni sin ti".



Cuando nadie crea en ti, tú sigue haciéndolo. Patricia Ramírez.

Nadie creyó en Susan Butcher cuando empezó a prepararse la dura carrera con perros de trineo conocida como la Iditarod. Considerada la carrera más dura del mundo, el musher (persona que dirige y tira del trineo) recorre 1.800 km de hielo ártico.
La Iditarod era una carrera de hombres hasta que la conquistó Susan. Recorre la cordillera de Alaska y puede alcanzar temperaturas inferiores a 70º bajo cero debido a las fuertes rachas de viento. Son 16 perros los que inician la carrera y los que tiran del trineo, y se pide que por lo menos sean seis los que atraviesen la línea de meta. La carrera puede durar entre 9 y 15 días. Hasta que se presentó Susan, la carrera se corría siguiendo la misma estrategia: 12 horas de carrera y 12 horas de descanso. Pero Susan innovó, además de preparar a sus perros como entrenan los atletas de alto rendimiento. Además, en su entrenamiento propio, corrió en períodos de 4 a 6 horas, corriendo y descansando, pero sin parar la noche entera. La desventaja era dormir menos, pero ella apostó por este sistema.
Butcher ganó la prueba 4 años consecutivos, y luego falleció de leucemia. Veterinaria y amante de sus perros, le dio una visión completamente distinta a la carrera: desde el cuidado de sus perros a cómo los entrenaba, pasando por estrategia desarrollada durante la competición. Cuidó todos los detalles que hasta ese momento no se tenían en cuenta.

Su éxito se basó en los siguientes puntos, que puedes aplicar tanto a tu vida profesional como personal.

Creatividad y salir de la zona de confort. Las cosas se hacen siempre igual hasta que llega otra persona que las hace de forma distinta. Tenemos el ejemplo del atleta estadounidense Dick Fosbury, que cambió completamente la técnica del salto de altura, y ahora todo el mundo salta como él.
Hay personas que no se acomodan, que crean, inventan, se adelantan y se anticipan para mejorar y perfeccionar. Estas personas no están seguras de que su creatividad les lleve a tener más éxito del que tienen hasta el momento de cambiar, pero apuestan por ello. No les preocupa equivocarse, les preocupa dejar de innovar.

• Planificación y entrenamiento bien diseñado. Cuando te preparas para un objetivo, cuando tienes que alcanzar una meta, no vale ser un mediocre e ir a salto de mata. Todo lo controlable, bajo control. Cuanto menos dejes a la improvisación, mejor. De por sí, cualquier proyecto tiene piedras en el camino con las que tendrás que tropezar y muchas cosas que dependen de terceros, de la burocracia, de tu rival, de las circunstancias, etc. Así que planificar, prever, diseñar y estar preparado te darán seguridad y aumentará tu éxito.

• Flexibilidad para ir introduciendo cambios. No basta con la mera repetición, necesitas analizar errores y buscar soluciones. Los planes no son rígidos. Las ideas hay que tenerlas claras, tienes que saber hacia dónde remas y por qué remas. Y si se fabrica un remo más aerodinámico del que tú tienes, tendrás que aprender a utilizarlo. Estamos en constante evolución, necesitas capacidad de aprendizaje y estar abierto a lo nuevo. Quedarte desfasado hoy en día es parte de la incultura. La pereza de muchas personas con ponerse al día y reciclarse hace que SE ESTANQUEN y que dejen de crecer. No dejes nunca de formarte y de estar abierto a lo nuevo, aunque sea para rechazarlo.

• Concentración y atención: si quieres mejorar, necesitas prestar atención. Entrenar duro para no estar presente es absurdo. Muchas son las personas que le echan horas y horas al trabajo, pero sin eficacia alguna. Les interrumpe el móvil, contestan a un whassapp, un compañero se les acerca, se levantan a por el café, pasan de un tema a otro, simultanean varias tareas, largas reuniones que se empiezan tarde y no se sabe cuándo acaban. Un atentado contra la atención. Si somos capaces de prestar atención plena al presente, le sacamos mucho más provecho. Una tarea a la vez, y una detrás de otra, pero no todas mezcladas.

• Autodisciplina. El deber por encima de postergar. Quien algo quiere, algo le cuesta. Someterte a una carrera tan dura implica que hayas trabajado el esfuerzo y la lucha contra la adversidad en tus entrenamientos. Muchos deportistas se quedan en el camino porque cuando se enfrentan al esfuerzo de la competición se dan cuenta de que nunca han entrenado ese nivel de dureza física y mental. Si al primer contratiempo te retiras, si te da pereza, si dejas para mañana el objetivo de hoy, lo más probable es que también te ocurra en una competición o cuando tu proyecto se ponga cuesta arriba. Para tener autodisciplina necesitas una rutina y un plan de entrenamientos, y no saltártelo, salvo que un problema justificado te lo impida. Si aprendes a postergar, cada vez lo harás más y cada vez te dará más pereza empezar lo que dejaste.

• Pensar en tu equipo, no solo en ti. Susan trató a sus perros como atletas de alto rendimiento. Los cuidaba, mimaba, los trataba, nutría, les prestaba atención, les daba descanso. Los demás mushers los trataban como a perros, sin más consideración. Nadie consigue un objetivo grupal por sí solo. Cristiano marca muchos de sus goles a pase de otro jugador. Cuando trabajamos en equipo, todos somos importantes, y todos tienen que sentirse valorados por sus aportaciones en el grupo. No siempre las aportaciones de todos son igual de visibles o relevantes, pero son aportaciones. Y sin ellas, no habría la misma sinergia ni la eficacia en el grupo.


Los demás pueden desconfiar y dejar de creer en ti. Tú no.

dissabte, 27 de setembre del 2014

"El arquitecto de tu propia realidad eres tú: ¡eres libre!". Karin Schlanger. La Contra de la Vanguardia.

Karin Schlanger, psicoterapeuta familiar.
Tengo 56 años. Nací en Buenos Aires y vivo en Palo Alto (California). Soy psicoterapeuta familiar y sistémica, discípula de Paul Watzlawick. Estoy casada y tengo dos hijos, Felipe (23) y Andreas (19). ¿Política? Soy de centroizquierda. Soy una judía con simpatías budistas

TERAPIA BREVE
¿Qué es salud mental? Desde los años sesenta trata la cuestión el Mental Research Instihtte, en Palo Alto (California), donde una escuela psicoterapéutica sostiene que no hay enfermedad mental cauro categoría cerrada sino relaciones con el entorno de cada persona que pueden ocasionarle un sufrimiento, solventable tratando el sistema tradicional. La doctora Karin Schlanger -discípula de Paul Watzlawick- ha venido a explicarlo al hospital de Sant Pau, desde su experiencia como fundadora en California del Centro Latino de Terapia Breve y de Entrenamiento para familias de habla hispana cuyas necesidades no encuentran una respuesta en el sistema de saltad mental.

¿Qué es la enfermedad mental?.
Una adaptación al entorno. Una adaptación al sistema en el que se inserta la persona.

¿Ah, sí?
Cambia tu entorno o tu relación con él, ¡y solucionado! Nada es: todo es relacional, sistémico.

Descríbame sistémico.
Todo está relacionado con todo, componiendo sistemas. También las relaciones interpersonales.

Un ejemplo.
Un jefe consulta cómo manejar a sus empleados, "maleducados y agresivos". Fue una consulta hecha a mi maestro, que aplicó su terapia del "como si"...

¿A ver?
Vio que ese jefe era frío v agresivo con sus empleados, y que por ello reaccionaban así... y se perpetuaba el bucle. Le recetó a ese jefe que un día actuara "como si" su empleado tuviese miedo y quisiera calmarle...

¿Y qué pasó?
Que ante esa nueva actitud del jefe, los empleados reaccionaron con más amabilidad. Lo que llevó al jefe a distenderse y ser, a su vez, más amable, lo que acrecentó la amabilidad de los empleados: ¡otro bucle, pero distinto!

¿Quién formuló esta terapia?
Paul Watzlawick, mi maestro, filósofo y psicólogo austríaco, que fue discípulo de Jung y se instaló en Estados Unidos.

Resuma las tesis de Watrlawick.
La realidad no está ahí: la construimos. No nos la encontramos: ¡la creamos! Lo que denominamos realidad es resultado de la comunicación.

Otra tesis de Watzlawich.
Todo es comunicación, ¡no es posible no comunicar! Y conviene analizar cada acción en su contexto.

¿Y esto es aplicable a la psicoterapia?
Sí: el enfermo puede sanar si reencuadra su relación con su contexto. ¡Se lo ahorrará en fármacos! Esto es muy útil en las relaciones familiares, en las empresas...

¿A largo o a corto plazo?
¡Es una terapia muy breve! Esta terapia sólo podía surgir en un país como Estados Unidos, donde el tiempo ¡es dinero!

Bien visto.
Nada de inacabables sesiones de psicoanálisis durante años._ ¡Seamos prácticos!

Resuma esta terapia breve.
Si algo te duele... ¡deja de hacerlo!

Lo fácil es decirlo.
Una esposa pensaba separarse de su marido, que la controlaba. Pero ella le amaba. Le aconsejé: deja de discutir con él, imprímete tarjetas con frases que quisieras decirle...

¿Frases impresas?
Sí. Cuando él le reclamó algo con impertinencia, ella desenfundó una de las tarjetas.

¿Y qué hizo él?
Se rió. En esa ocasión, en vez de discutir y enfadarse, rieron juntos... Aún son pareja

Conclusión...
Había una queja o sea: ¡problema!, y si deja de haberla... ¡fin del problema! Y en breve tiempo. ¿Cómo? Cambia un aspecto pequeñito y eso desencadenará el cambio total.

Defina problema
Queja, sufrimiento... ¡Soluciones intentadas sin éxito! Se trata de repasarlas, constatar que no han funcionado, ¡y aplicar otra!

Otro caso, por favor.
Una señora se me quejó de que su marido, que viajaba mucho por trabajo, le hacía poco caso en casa. Y ella le atosigaba a preguntas, le interpelaba.. y él lo vivía como un agobio, y se alejaba más de ella..

No es un caso infrecuente
Le dije a ella: deja de atosigarle, preguntarle, seguirle, ¡y háblale desde el humor, y no desde la demanda

¿Y qué pasó?
Él dejó de sentirse tan acosado, y se acercó a ella, que a su vez dejó de sentirse repudiada y ganó autoestima. Ambos ganaron tranquilidad y confianza Y siguen juntos.

¿Todo se puede cambiar?
Lo incambiable puede cambiarse. Se trata de empezar por un cambio muy muy pequeño. Ese pequeño logro... insufla ánimos. Y, a partir de eso, todo mejora.

¿Puede ilustrarme con otro paciente?
No hablo de pacientes, sino de clientes, para huir de la terminología del diagnóstico.

¿Tan grave es diagnosticar?
Durante años la homosexualidad se diagnosticó: era patología. Fue sacarla de la lista de "enfermedades" para que millones de personas "sanasen" de golpe. ¿Entiende?

Ya... pero la esquizofrenia
Lo mismo. Se trata de ver qué sucede en el contexto familiar de esa persona, qué condiciona su conducta, su sufrimiento. Y aliviarlo. Sin etiquetas diagnósticas. ¡No hay realidad objetiva!

Eso puede llevarnos al desconcierto...
Al revés: si aprendes a sentirte arquitecto de tu propia realidad, adquieres responsabilidad y eso te aleja del sufrimiento, ¡eres libre! Saber que tienes el poder de construir tu realidad... ¡es la verdadera libertad!

¿Algún consejo fma!?

Comunicación continua. Y si has intentado soluciones y no te han servido... ¡prueba algo diametralmente opuesto!


Buenas y malas ideas. Gabriel García de Oro. El País.

Ilustración Joao Fazenda
A pesar de nuestros propósitos, a veces escogemos la peor de las opciones.
Existen herramientas que nos ayudan a aprovechar las buenas y descartar las malas.
“Lo importante no es tener muchas ideas, sino la idea oportuna en cada caso”. Juan Zorrilla de San Martín
Pongamos el caso de que queremos sorprender a una persona llevándola a cenar a un lugar especial. Nos vienen a la cabeza pensamientos de todo tipo hasta que llega un momento en el que… ¡eureka! Tenemos una idea: una mariscada en un nuevo restaurante flotante que han abierto en el puerto de nuestra ciudad. Sin embargo, cuando llega el momento descubrimos que esa persona a quien queríamos sorprender es alérgica al marisco y además se marea con facilidad. La sorpresa nos la llevamos nosotros.
¿Qué ha fallado? El restaurante no. Ni la calidad del marisco. ¡Era una buena idea! ¿O no? La primera regla que debemos aprender es que en la mayoría de los casos no hay buenas o malas ideas, simplemente hay ideas que encajan y otras que no. Depende de las circunstancias, el entorno y el receptor, la idea puede apreciarse como buena o mala. Por tanto, ante un fracaso como el que acabamos de ver, tenemos que preguntarnos la razón por la que nuestra idea ha fallado, que normalmente es debido a:

Falta de información. Si hubiéramos sabido los problemas con el marisco de la persona que queríamos sorprender, seguro que hubiésemos desestimado llevarla a una marisquería. Recordemos que no es casualidad que todo proceso creativo empiece con un periodo de información e investigación.

Falta de contraste. Aquellos que hacen de la creatividad su profesión o su manera de vivir saben de la importancia de contar con una persona de confianza para contrastar sus ideas. Y es que el simple hecho de verbalizar aquello que hemos pensado nos ayuda a pulir detalles o enriquecer nuestra idea con otros puntos de vista.

Falta de empatía. Las personas altamente creativas son empáticas. Son capaces de ponerse en el lugar de los demás e imaginar cómo reaccionarán o qué sentirán, más allá de los gustos propios. Está claro que podríamos haber sospechado que hay personas que tienen problemas con el marisco, a pesar de que a nosotros nos pueda encantar.

Pero ¿qué pasa cuando hemos hecho los deberes y aun así fallamos? ¿Hay alguna manera de prever?
Esta misma incertidumbre la tuvieron las empresas en el siglo pasado, en pleno auge de la innovación, el desarrollo y las necesidades imperiosas del crecimiento y los planes estratégicos. En un mercado que se hacía cada vez más global y competitivo, las corporaciones entendieron que no podían dejar a la intuición sus planes de futuro. No podían depender de lanzar sus nuevos productos y “a ver qué pasa”. Así, en los años sesenta, Albert S. Humphrey, en el Instituto de Investigaciones de Stanford, creó un método que bautizó como SWOT, por sus siglas en inglés, y que en español conocemos como DAFO: Debilidades, Amenazas, Fortalezas y Oportunidades. Una sencilla herramienta de análisis que sirvió, y sigue sirviendo hoy día, para evaluar una idea o un plan de futuro. Humphrey dio en el clavo. El DAFO comenzó a dar resultados y se empezaron a escribir sesudos libros y empezaron a aparecer variaciones de todo tipo. Pero la realidad es que el DAFO es sencillo de usar. Y es aplicable a nuestro día a día. A nuestras ideas y nuestros propios planes estratégicos de crecimiento. ¿Qué se necesita? Un lápiz. Un papel. Y buenas dosis de sinceridad con uno mismo.
Si hoy día, después de más de medio siglo, el DAFO sigue siendo la herramienta del millón de dólares es porque no solamente se limita a analizar la idea en sí, sino que también nos obliga a reflexionar acerca de aquellas cosas de nosotros mismos que pueden hacer que funcione o no. Porque un proyecto nace en nuestra cabeza, pero después deberemos llevarlo a la tierra, es decir, hacerlo real. Y eso nos involucra a nosotros y a nuestro entorno.
La teoría es muy sencilla y se resume en dibujar una plantilla con cuatro cuadrantes. En los superiores pondremos como epígrafes debilidades y amenazas. Debajo de las debilidades, las fortalezas, y debajo de las amenazas, las oportunidades.
El siguiente paso consiste en hacer una lista en cada uno de los cuadrantes, teniendo en cuenta que las debilidades y las fortalezas hablan de nosotros, y las amenazas y las oportunidades, de todo lo que nos rodea. Es decir, un análisis interno y uno externo que nos permitirán una mejor valoración de la idea.

Debilidades. Aquí haremos una lista de todos aquellos aspectos negativos de nosotros mismos que afecten a la idea y puedan hacerla fracasar. Si somos tímidos y hemos pensado que sería una gran idea declararnos en público, por ejemplo, nuestra timidez sería una debilidad a tener en cuenta.

Amenazas. Aquí enumeraremos aquellos aspectos que no dependen de nosotros y que pueden arruinar nuestros planes. Imaginemos que hemos planeado un viaje a París con nuestra familia que coincide con una huelga de trenes en el país vecino. Esto, claramente, es una amenaza externa.

Fortalezas. Aspectos positivos de nosotros mismos, incluso de nuestras habilidades, que creemos que repercuten en el éxito de la idea. Si antes decíamos que ser tímido es una debilidad para declarar nuestro amor en público, sin duda ser extrovertido sería una fortaleza.

Oportunidades. En este cuadrante reflexionaremos acerca de aquellas circunstancias que nos rodean y pueden jugar a nuestro favor. Si la huelga de trenes en Francia era una amenaza, tener un primo que preside una aerolínea, por poner un ejemplo, sería una oportunidad de llegar a hacer ese viaje.
“Las ideas no son responsables de lo que los hombres hacen de ellas”. Werner Karl Heisenberg
Una vez hemos rellenado todas las partes del análisis DAFO, de nosotros depende tomar una decisión, valorar si las debilidades y las amenazas pesan más que las fortalezas y las oportunidades. Pero sea cual sea el resultado, lo que está claro es que el DAFO nos ha obligado a reflexionar. A autoanalizarnos. A hacernos preguntas. Por tanto, tenemos en nuestras manos una información muy valiosa que nos permite hacer lo mismo que hacen las empresas: trabajar para mejorar las debilidades y encontrar entornos y circunstancias donde potenciar nuestras fortalezas.
Lógicamente, y a pesar de que hemos expuesto ejemplos sencillos y cotidianos, a ninguno se nos escapa que un DAFO nos puede servir para analizar proyectos de futuro a largo plazo para valorar si aquello que hemos pensado para progresar es una buena o una mala idea. Si funcionará o no. Y sea como sea, lo que está claro es que al final, si decidimos que sí, que tenemos un proyecto que vale la pena poner en marcha, nos toca empezar. Aterrizarlo. Es decir, convertir el pensamiento en realidad. Porque una cosa es el análisis y otra muy distinta la ejecución. Y una buena idea mal ejecutada, a pesar de todas las fortalezas y oportunidades, será un fracaso absoluto. Así, es importante:

Marcar una ruta. Como si de una expedición se tratara, marcaremos las etapas necesarias que nos han de permitir convertir nuestro pensamiento en realidad.
Establecer un calendario. Marcar fechas de realización posibles. Si no somos realistas, nos agobiaremos y abandonaremos la idea; pero si demoramos demasiado su realización puede ser que perdamos interés.
Los pequeños grandes detalles. El diablo está en los detalles, dice un refrán anglosajón para advertirnos de cómo las pequeñas cosas son más importantes de lo que su tamaño indica. Y es verdad. En la mayoría de ocasiones la línea que separa el éxito y el fracaso es tan pequeña como el más nimio de los detalles.
Aprendizaje. Si hemos seguido todo el proceso, desde el DAFO hasta el cuidado de los pormenores, es más que posible que hayamos puesto las bases para que la idea funcione. Pero seguro que a lo largo del proceso saldrán áreas de mejora personal que nos servirán para aprender y hacer que la siguiente idea aún funcione mejor.

El DAFO de Esopo.
Dos ranas vivían en una charca que se secó y tuvieron que buscar otro hogar. De repente vieron una corriente profunda, con agua abundante y alimento suficiente. Una de las ranas no se lo pensó y dijo:
“Aquí tenemos todo lo que necesitamos para vivir”.
Pero la otra rana replicó:
“Supongamos que nos quedamos sin agua, ¿cómo podremos salir de una profundidad tan grande?”.
Esta fábula de Esopo nos demuestra que es mejor no dejarse llevar por la primera impresión. En este caso, la rana hizo un DAFO y detectó una amenaza (la posibilidad de quedarse sin agua) y una debilidad (su incapacidad para saltar desde tanta profundidad).

UNA RUTA REALISTA
Libro
‘Éxito se escribe con A’. Lluís Soldevila. (Bresca). Es un manual para hacer nuestro DAFO personal en la vida y alcanzar nuevas cotas de éxito.

‘El mapa del tesoro’. Francesc Miralles y Álex Rovira. En ella aprenderemos la importancia de trazar rutas, realistas y posibles, que nos lleven a hacer todo aquello que queramos hacer.

divendres, 26 de setembre del 2014

CUENTO SUFÍ


Muchos de nuestros problemas existen únicamente en nuestra mente, ¡los inventamos!

Mientras Mulla Nasrudin está paseando con su hijo, ven un huevo en el suelo.


El niño le pregunta:
- Papá, ¿cómo entran los pájaros en el huevo?

Nasrudin sofocado, responde:

- ¡Yo que me he estado preguntando toda mi vida cómo salían los pájaros del huevo!. Vienes tú ahora y me planteas un problema más.


Cuento Sufi del libro La sabiduría de los cuentos de Alejandro Jodorowsky

EL CALOR DE NUESTRO HOGAR. Jenny Moix.

Diferentes estudios han demostrado los efectos terapéuticos de la arquitectura y la decoración. Nuestro hogar es nuestro refugio, y pensar en cómo sentirnos a gusto en él, una premisa para mejorar nuestro ánimo.
“Nuestro humor incide en cómo cuidamos nuestra casa y, al revés, el estado de nuestro hogar influye en cómo nos sentimos“"
"Lo realmente importante es sentirnos cómodos y cobijados en nuestras casas, y eso no significa estar rodeados de lujo”
En la excelente película Los intocables de Eliot Ness, ambientada en el Chicago de los años treinta, el protagonista (Kevin Costner) persigue implacablemente al gánster Al Capone. Una persecución que se convierte en una sangrienta batalla. Mientras Eliot Ness sufre lo indecible, su dulce esposa lo telefonea para saber cómo se encuentra y le pregunta de qué color cree que debería pintar las paredes de la cocina. Al colgar el teléfono, él reflexiona en voz alta: “Una parte del mundo todavía se preocupa por el color de la cocina”. Aunque nos lo parezca, la mujer de Eliot Ness no se está ocupando de un tema tan baladí. Para la cordura humana, el estado de nuestras casas es mucho más crucial de lo que parece.
¿Qué debían sentir nuestros ancestros cuando se refugiaban en sus cuevas?. Entrar o no podía significar seguir viviendo o morir. Las cavernas les protegían de las arrasadoras inclemencias del tiempo y de los feroces depredadores. Cobijarse en sus grutas debía constituir un gran alivio para ellos. Y nosotros, ¿qué sentimos cuando entramos en nuestro hogar y cerramos la puerta?. ¡Buf!. Otro gran alivio. Los leones no merodean por las calles, pero siguen existiendo “leones”, simplemente con otras formas (jefes, clientes, compañeros, reuniones, compromisos sociales, tráfico…). 
Nuestra casa es nuestro cobijo. Cuando contemplamos desde nuestro sofá las espantosas escenas que cada día arrojan los noticieros, nos sentimos de alguna forma protegidos de toda esa barbarie. Sentimos que nuestras paredes nos resguardan de alguna manera. El hogar no es solo donde nos cobijamos, sino también donde podemos recargar energías para nuestro día a día. Ese rincón del mundo es esencial para nuestra vida. 

LA CASA Y EL ESTADO DE ÁNIMO
“Si hay belleza en el carácter, habrá armonía en el hogar. Si hay armonía en el hogar, habrá orden en la nación. Si hay orden en la nación, habrá paz en el mundo” (Confucio)
Cuando se evalúa la depresión se tiene en cuenta el aspecto físico de la persona, esto es, si va limpia y arreglada. No saquemos una conclusión simplista, eso no significa que todo el mundo que se encuentra deprimido descuide su imagen, ni que todas las personas desarregladas sufran depresión. Pero sí que puede ser un síntoma más. Desde mi punto de vista, también se debería tener en cuenta el estado de la casa. De hecho, hablando con compañeras psicólogas todas compartíamos experiencias de pacientes que sus casas reflejaban su estado de ánimo. Pacientes desilusionados con casas descuidadas o personas en las que el desorden mental se veía reflejado en todas las habitaciones.
Nuestro humor incide en cómo cuidamos nuestra casa y, al revés, el estado de nuestro hogar influye en cómo nos sentimos. Un ejemplo extremo es estar de traslado. Vivir con nuestras cosas metidas en cajas es de lo más estresante. Para nuestra paz mental necesitamos tener cada cosa en su sitio. 
Algunas investigaciones muestran cómo la arquitectura y la decoración de los hospitales influyen no solo en el estado de ánimo de los pacientes, sino también en su recuperación. En un estudio realizado por Roger S. Ulrich, de la Universidad de Delaware, se compararon dos grupos de pacientes que fueron sometidos a una colecistectomía. Los pacientes del primer grupo pasaron su convalecencia en una habitación con vistas a un paisaje natural, mientras las personas del segundo grupo solo oteaban edificios desde sus ventanas. Los primeros necesitaron menos días para ser dados de alta y tomaron menos analgésicos mientras estuvieron hospitalizados.
La atención que se presta a la decoración de los hospitales cada día es mayor, dado que, como el anterior, muchos estudios muestran la influencia de la arquitectura y del interiorismo en las emociones y la convalecencia de los pacientes. Con estas premisas se puede suponer que en el caso de nuestras casas pasa exactamente lo mismo. 

REDECORAR NUESTRAS EMOCIONES
“Mira las estrellas, pero no te olvides de encender la lumbre en el hogar” (Proverbio alemán )
Si el estado de nuestra casa nos da más o menos equilibrio, más o menos paz, más o menos energías, parece necesario que empecemos a meditar qué podemos cambiar para sentirnos más a gusto en ella. Podría ser terapéutico. De hecho, una psicóloga me comentaba que una parte de la terapia con una de sus pacientes consiste en que arregle su casa. Y le pide que en cada visita le traiga fotos. Una de las formas de comprobar su avance mental es observar el progreso de su hogar.
Está claro que es terapéutico porque en muchas ocasiones esa necesidad de arreglar nuestra cabaña surge de muy adentro. En el síndrome del nido se ve muy claro. Muchas mujeres embarazadas sienten la necesidad imperiosa de limpiar, ordenar y preparar todo lo referente a la llegada del bebe.
Una mujer que padeció cáncer me explicaba que durante la quimioterapia le dio por poner muchas plantas, y lo más curioso es que conocía otros casos como el suyo. Igual nos encontramos ante otro síndrome que de momento no tiene nombre.
Una amiga me comentaba que después de su divorcio, en plena intemperie emocional, empezó a comprar mantas y cojines y a encender la lumbre cada día. Según ella, era como si sintiera un frío dentro y necesitaba mucho calor de hogar. Así se sentía mejor.
Desgraciadamente, no siempre se repara el estado de ánimo simplemente arreglando nuestra cabaña. No son pocas las personas que dan miles de vueltas antes de llegar a casa. Hacen cualquier cosa para retrasar al máximo el momento. Entrar supone un suplicio. “La casa se me cae encima”, es una de sus expresiones favoritas. Los motivos no suelen encontrarse en la vivienda en sí, sino más bien en la relación con quienes habitan en ella (padres, pareja…). Incluso, en algunos casos, la raíz de esa desazón se halla en las profundidades de la misma persona. Cuando no estás bien contigo mismo parece que no hay lugar en el mundo que dé paz, ni tu propio hogar. 

BATALLA CONTRA EL DESORDEN
“Los niños iluminan el hogar. ¡Cómo no iluminarlo, si dejan las luces prendidas en todos lados!” (Aldo Cammarota)
Mientras escribía este artículo, asistí a una tertulia que celebramos asiduamente un grupo de amigos psicólogos. Les pedí tratar el tema de la casa. Y enseguida apareció un subtema: el desorden. Una de las tertulianas nos expuso este dilema: “Imaginaros una familia compuesta por la madre y el padre y dos niños pequeños, una familia feliz. Siempre juegan y, como consecuencia, tienen la casa muy desordenada. Ese desorden no les hace sentir bien. Y así se enfrentan a un dilema “orden o felicidad”. La verdad es que ninguno de nosotros caímos en la trampa dicotómica que ofrece este dilema porque en esta vida normalmente la salida se encuentra en el medio.
El orden tiene diferentes significados para cada uno de nosotros. Podemos encontrarnos ante una mesa rebosante de montañas desparramadas de papeles y que su propietario nos aclare: “Para mí está ordenado, sé donde se encuentra cada papel”. Y todos conocemos personas obsesivas que cuando entras en su casa parece que nadie vive allí.
En la tertulia llegamos a la conclusión, a la que media humanidad también ha llegado, de que es muy importante diferenciar espacios comunes y privados. En los comunes es importante que reine el orden (no obsesivo), mientras que en los espacios privados cada uno puede tener “su orden”. De hecho, recuerdo a una mujer que uno de los motivos principales de discusión con su marido era el desorden de este. Finalmente, se solucionó de forma práctica. Llegaron al acuerdo de que una de las habitaciones sería el estudio de él, y ella no entraría ni para limpiar ni para ordenar. Sería la pequeña isla del marido y allí podría reinar “su orden”. Con los adolescentes, muchos padres llegan a esta especie de acuerdo. La habitación del adolescente, por definición, está desordenada. En una ocasión leí que en un piso piloto de una nueva promoción, para que fuera todo más realista, presentaban la habitación destinada a los niños ¡desordenada! 

NO ES CUESTIÓN DE DINERO
“El hombre feliz es aquel que, siendo rey o campesino, encuentra paz en su hogar” (Johann Wolfgang Goethe)
Una gran parte de los españoles, cuando son encuestados y se les pregunta que harían si les tocara la lotería, responden que destinarían el dinero a arreglar alguna parte de la vivienda. Es verdad, si tenemos dinero es más fácil tener nuestro hogar como nos gustaría. Pero no es menos cierto que la cantidad de dinero que uno tiene no es proporcional con lo acogedora que es su casa.
Muchos ricos famosos exhiben sus casas en las páginas de las revistas del ramo. Estancias enormes, sofás kilométricos, todo milimétricamente colocado, y el protagonista en cuestión, vestido a conjunto con la habitación. Me conmueve pensar que habrá personas que soñaran con eso pensando que allí se encuentra la felicidad. Pensemos que, en algunos casos, esos famosos tienen la parte de la casa que enseñan y otra más íntima en donde realmente viven, porque, ¿quién se puede encontrar recogido en un sofá que no se acaba nunca?
Lo importante es sentirnos cómodos y cobijados, y no rodeados de lujo. La prueba está en que la mayoría de las personas que se hospedan en hoteles de lujo acaban finalmente por añorar sus hogares.
Mi abuela, como ha ocurrido con muchas mujeres de su misma época, vivió duramente su infancia y juventud. Ya bien entrada en su madurez, su vida se fue acomodando e incluso pudo ahorrar. Gran parte de esas pesetas las invirtió en mantas. Grandes y cálidas mantas de lana que en su mayoría regaló a mi madre. Debía de ser proporcional la cantidad de mantas que compró con el frío que debería de haber pasado de pequeña. Ahora yo atesoro algunas. Cuando me acoplo en mi rincón del sofá con una de esas mantas por encima me parece notar el cariño de mi abuela enredado entre las hebras de la lana. Esa sensación no tiene precio.

PELICULAS
1.  ‘Nueve meses’, Chris Columbus.
2.  ‘Esta casa es una ruina’, Richard Benjamin.
3.  ‘La guerra de los Rose’, Danny DeVito.
4.  ‘El guardaespaldas’, Mick Jackson.