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divendres, 31 d’octubre del 2014

¿DE DÓNDE VIENE EL MAL HUMOR?. Jordi Jarque. La Vanguardia.


Todas las personas tienen sus límites, y cuando se traspasan aparecen agotamientos y enfados, como si la alegría se desvaneciera, aunque esta puede volver al poco tiempo. También están aquellos en quienes parece que el buen carácter brilla por su ausencia y pueden estar así varios días o toda su vida. ¿De qué depende?
Un amigo comenta que hace unos días intentó entrar en la web Elmalhumor.blogspot.com. Es una revista digital llamada El malhumor que va de eso, del mal humor en tono de humor. Y ese amigo se puso de mal humor porque asegura que no consiguió abrir la web y le bloqueó internet. También confiesa que afortunadamente, y aunque en aquel instante no solucionó el problema, enseguida se le pasó el enfado y quedó con unos amigos para dar un pequeño paseo por la playa o al revés, dio el paseo y se puso contento. El caso es que se le pasó. Pero no todo el mundo difumina tan rápidamente ese estado de ánimo. Hay a quien le dura todo el día o, más enigmático todavía, hay quien ya se levanta así, por no mencionar quienes están agrios todos los días del año. ¿Por qué sucede esto? ¿De dónde viene el mal humor?
El desencadenante puede ser cualquier circunstancia. Por ejemplo Marc Gascons, del restaurante Els Tinars, con una estrella Michelin, confiesa que le pone de mal humor no poder comer cuando el estómago le recuerda que tiene hambre. En cambio a Ricky Mandle, creador de los productos Delishop, le cambia el carácter cuando no encuentra lo que busca o “cuando esperas una cosa que no sucede.
- Cuando llegué de Nueva York hace más diez años y aterricé en Barcelona, no encontraba lima, me refiero a la fruta. Habitualmente tenías que ir al mercado de la Boqueria para comprarla porque no la encontrabas en ningún otro lugar. Ahora sí, está en muchas tiendas”.
Algunos expertos comentan que además de las expectativas no cumplidas, hay quien se le cruza por la mente un mal pensamiento y eso le pone de mal humor”, como asegura José Elías, psicólogo, fundador y director del centro Joselías, de Madrid y unos de los pioneros en España en aplicar las técnicas de risoterapia. Diana Pérez, psicóloga y profesora de yoga en Madrid, añade que hay personas que parecen estar peleadas con la vida. Al escritor Shalom Auslander no le extraña demasiado encontrar malhumorados porque afirma que incluso “Dios está siempre cabreado”; pero parece que lo dice para mantener su propio mal humor a raya. Para Marta Centellas, psicóloga del centro Sum de Barcelona, el mal humor es un estado de ánimo en el que inciden muchos factores. Y Tal Ben Shahar, profesor de Psicología Positiva en la Universidad de Harvard, asegura que el enfado tiene su función, es como una válvula que cuando se abre alivia la presión a la que está sometida una persona ante una circunstancia que le afecta. Si alguien es despedido del trabajo, puede ser más productivo para uno mismo aceptar el enfado que produce tal circunstancia, que negarlo.
Hay otros estudios que incluso parece que ensalcen el mal humor. Al menos es lo que podría desprenderse del que se publicó hace casi dos años en la revista Science. Joe Forgas, coeditor de Frontiers, de la serie de psicología social de Psychology Press, de Nueva York, profesor de Psicología de la Universidad de Nueva Gales del Sur en Sydney, Australia, y responsable del mencionado estudio sobre las emociones, asegura que el mal humor mejora las capacidades para afrontar los problemas porque son personas menos crédulas, piensan con más claridad y tienen una mayor capacidad comunicativa que los que están en permanente felicidad.
“La irritabilidad, en dosis moderadas, tiende a promover un estilo de comunicación más concreto, más armonioso y, en definitiva, más exitoso. Mientras que el humor positivo parece promover la creatividad, la flexibilidad y la cooperación, el mal humor fomenta la melancolía y activa una forma de pensar más atenta, reflexiva y cuidadosa, lo que hace a una persona prestar más atención al mundo externo y le ayuda a lidiar con situaciones complicadas”.
Para llegar a esta paradójica conclusión, Joe Forgas seleccionó a un grupo de voluntarios a quienes les indujo a sentir felicidad o molestia, a través del visionado de películas que tenían que vincular con experiencias personales. Y luego les pasó unos test. La investigación concluyó que los malhumorados e irritables cometieron menos errores y se comunicaron de manera más clara y directa que los que habitualmente se muestran alegres. El investigador lo achaca a la manera de procesar la información cuando se está de mal humor. Pero otros expertos consultados recelan de este tipo de estudios, sobre todo los psicólogos que pasan consulta habitualmente.
Marta Centellas explica que el mal humor, siempre que no haya trastornos neurológicos, es un estado de ánimo en el que generalmente se produce una negación de la realidad.
“No están conformes con lo que esperaban, con la expectativa que habían depositado, y eso produce una frustración que puede traducirse en el enojo, el mal humor, que les hace ver las cosas todavía de forma más negativa”.
Pero insiste en que esto se produce por una distorsión de la percepción del presente.
“Trabajo mucho en centrarlo en el presente porque generalmente la gente está anclada en el pasado. Se vive el presente desde el pasado o desde los proyectos no cumplidos. Así que se niega el presente, se distorsiona. Esto produce tensión que quien la padece parece que está peleado con todo el mundo”.
Diana Pérez añade que las personas que están peleadas con la vida pueden ser demasiado egocéntricas. Todo les puede parecer poco y casi nunca las cosas están suficientemente bien.
El mal humor es estar en resistencia, en lucha con uno mismo porque te sientes mal contigo mismo, seas o no consciente de ello. El ego quiere conseguir cosas para sí mismo. Es como una fuerza centrípeta que quiere absorber y nunca es suficiente, como un agujero negro. No puede dar. No hay altruismo. Primero es yo, y después yo, siempre yo. Y se frustran porque no consiguen lo que quieren. Nada les parece bien. Evidentemente estoy hablando en el caso extremo, porque como en todo hay grados”.
No se trata sólo de palabras. Algunas investigaciones han querido comprobar hasta qué punto es fuerte el ego, qué sucede cuando se le quiere someter y si hay fuerza de voluntad para ello. Roy Baumeister, profesor de Psicología Social de la Universidad Estatal de Florida y Mark Muraven, profesor de Psicología en la Universidad de Albany en Nueva York, experto en los límites del autocontrol en la conducta del ser humano, acuñaron en los años noventa el término agotamiento del ego, según el cual, la fuerza de voluntad es un recurso limitado que cuando se sobrepasa se convierte en una pequeña bomba de relojería de mal humor. Así que casi no es extraño que algunos, al volver del trabajo estén de mal humor si han agotado su fuerza de voluntad para ejercer el autocontrol ante situaciones tensionales en su mundo laboral. También lo han constatado quienes han dejado de fumar. Parece como si el autocontrol del ansia por fumar no les dejara más fuerzas que manifestar mal humor. Controlar el ego para no decir barbaridades en el trabajo o para evitar caer en la impulsividad del consumo del cigarrillo disparara la furia de ego.
En ese sentido. David Gal, experto en psicología del consumo de la Northwestern University, y Wendy Liu, especializada también en conducta psicológica del consumidor de la Universidad de California, San Diego, han publicado este año en Journal of Consumer Research un estudio titulado Grapes of wrath: the angry effects of self control (algo así como las uvas de la ira: el enojo como resultado del autocontrol). La conclusión de su estudio es que las personas que hacen un esfuerzo para controlarse, manifiestan más reacciones de enfado.
“La investigación ha demostrado que ejercer el autocontrol hace que las personas sean más propensas a comportarse de manera agresiva hacia los demás”. Y después explican que quienes siguen por ejemplo una dieta se enfadan más fácilmente.
Pero esto no es una ecuación matemática porque en los seres humanos inciden muchos factores, tal como recuerda José Elías. No se trata de evitar el autocontrol, porque la convivencia social podría convertirse en un pequeño o gran caos. José Elías destaca que hay personas más vulnerables emocionalmente, fluctúan más. Ante un mismo hecho dos personas no tienen por qué reaccionar de igual manera. Incluso una misma persona puede reaccionar de forma diferente ante una misma circunstancia según en qué momento emocional se encuentre.
“Por una parte hay las personas inseguras, muy dependientes del mundo exterior. Reclaman una atención constante que cuando no la reciben se enfadan, no se sienten queridos ni deseados. Creen que los demás los tienen que aceptar siempre, y eso no tiene por qué ser así”.
Marta Centellas añade que este tipo de personas prefieren vivir en el victimismo.
El mal humor es una opción de vida. Y hay gente que está a gusto así porque de esta manera no se siente responsable de su vida. A mis pacientes, una de las preguntas que les hago es si quieren ser víctimas o guerreros. Y después les digo cuánto están dispuestos a invertir. Algunos piensan que me estoy refiriendo a nivel económico, y entonces les aclaro que estoy hablando de su esfuerzo. Para algunos es más cómodo seguir como están porque es una manera de llamar la atención y que los demás estén pendientes de él. Pero yo soy drástica. Muestro la parte oscura, la porquería que hay detrás de ese mal humor. La gente que ha tocado fondo ya no tiene nada que perder más que ese mal humor”.
Además, las personas que siguen de mal humor consiguen que poco a poco, o rápidamente, cada vez haya menos gente a su alrededor. Es un revulsivo. A nadie le gusta estar habitualmente junto a una persona que está enfada siempre. Con lo cual, se retroalimenta el enfado de la persona ya que nadie le presta atención. Es mejor intentar cambiar aunque signifique un esfuerzo.
Pero las fluctuaciones hormonales tampoco lo ponen fácil. Hay quien liga los arranques de ira con esas subidas y bajadas de las hormonas. El mal humor lo asocian a un estado de insatisfacción, de displacer, que a su vez está relacionado con los niveles de endorfinas y otros neurotransmisores como la dopamina. Y el cerebro necesita sus dosis para percibir el goce o, dicho de otra manera, para neutralizar el displacer. Pero, ¿cómo movilizar las hormonas a favor del buen humor? Cada uno puede ir desarrollando sus pequeños trucos. Marc Gascons explica que:para “mitigar el mal humor, me pongo a cocinar en casa. No es broma. Incluso hacer un bocadillo ya me pone de buen humor”. Ricky Mandle explica que todo “depende de que quieras ver el vaso medio vacío o medio lleno. Una misma realidad es interpretada de dos maneras distintas. Yo generalmente escojo verlo medio lleno, así que casi siempre estoy de buen humor”. Y algunos expertos señalan que el ser humano tiene la capacidad escoger. Es cuestión de aprender a controlar mínimamente el pensamiento.
José Elías asegura que se puede ejercitar y es necesario hacerlo para evitar quedar atrapados en según qué tipo de pensamientos.
Una de las primeras cosas que hay que aprender es que un pensamiento no tiene por qué ser verdad. Muchas veces creemos que lo que pensamos es verdad. Pero imagina que ves una persona y tú crees, porque así te viene en la mente, que esa persona no te acepta. A partir de esa falsa premisa vas a construir una realidad paralela que nada tiene que ver con lo que está sucediendo realmente. Haga lo haga esa persona reforzará ese falso pensamiento tuyo. Si se ríe pensarás que lo hace para disimular o que se está riendo de ti de forma descarada. Si está seria pensarás que es lógico que esté seria porque no te acepta. Si no te dice nada, deducirás que lo hace adrede para que tú notes que no te acepta. Vaya, que haga lo que haga está sentenciado, y todo por un pensamiento que te ha pasado por la cabeza y le has dado el valor de la certeza. Por eso aconsejo practicar ejercicios de control de pensamiento. Al menos para neutralizar aquellos pensamientos negativos que lo único que hacen es servir de combustible para el mal humor”.
“Esto no significa que siempre se tenga que estar contento, añade Diana Pérez. No es cuestión de exigirse estar siempre bien ante malas noticias, eso sería tan pernicioso como estar siempre mal. Podría convertirse en una obsesión, en una búsqueda de un perfeccionismo emocional, tras el cual puede haber un nivel de autoexigencia que sin duda alimentará la insatisfacción permanente de manera soterrada. Sería una bomba de relojería. Según Diana Pérez hay que permitirse el mal humor temporal.
“Mi propia naturaleza es cambiante, como la naturaleza. El mar a veces está calmado y otras removido. Forma parte del ciclo natural y es sano aceptarlo. Mi energía a veces está arriba y en otras ocasiones está más abajo. Son como surcos en la mente de todo lo vivido y que tiene su propia vida. Cuando tienes este malestar lo observas, como si no fuera contigo. Sencillamente dejas que drene. Forma parte de la estructura del ser humano desde que ha nacido. No somos ideales, somos lo que somos con nuestras imperfecciones. Si aprendes a respetar estos momentos, también sabrás acompañar mejor si es otra persona la que está de mal humor”.
En ese sentido el soporte social es importante porque ayuda a relativizar ese mal humor. José Elías asegura que, en general, las personas que viven solas son más vulnerables al mal humor.
El compartir ayuda a relativizar y puede disipar el mal humor. En la interacción con los demás, te dan otras visiones diferentes, otra perspectiva a aquello que despierta tu ira”.
Para eso hay que estar dispuesto a querer cambiar, claro. Y según Marta Centellas eso no depende de la edad.
“Es falso eso de que con la edad no se puede cambiar. Todo depende de que quieras o no. Si quieres, tú puedes. Es la diferencia entre ser víctima o guerrero. Yo lo he visto”.
Y por cierto, el amigo mencionado al principio del reportaje finalmente consiguió, otro día, entrar en la web de la revista de humor sobre mal humor. 



SOLO VIVEN A FONDO AQUELLOS QUE SE ENTREGAN. Antonio Jorge Larruy. La Contra de Vanguardia.

Antonio Jorge Larruy, Investigador en autoconocimiento

Tengo 50 años. Barcelonés.Casado desde hace 20 años y con tres hijos (20, 19 y 13). Estudié Económicas y Periodismo, pero no terminé. La política debería asociarse a la sabiduría y estar regida por un sentido de la unidad.No soy partidario de creencias, sino de experiencias.


Amor y conciencia

Hace seis años dejó la empresa familiar para crear y gestionar Espacio Interior, un centro de desarrollo y crecimiento personal. ¿Siendo muy niño intuí que esto que soy va más allá de lo que me pasa, y aprendí a través de la meditación a acceder a ese lugar que aporta a mi vida paz y creatividad para lidiar con lo cotidiano¿. Su propuesta, desarrollada en el libro Espacio interior (Ed. Luciérnaga), consiste en parar y escucharse, ... lo que significa dejar que todo lo que llevas dentro (emociones, pensamientos) salga. Tener la paciencia y la firmeza de estar con ello, aportando a ese espacio de escucha lo que cura: amor y conciencia. Y de ahí nace la actitud en la vida.


Feliz Navidad. La Navidad es una época de cierto tono afectivo, y una invitación al disfrute.

Y al dispendio.
Esa invitación a la alegría debería extenderse al día a día, pero tenemos cierta dependencia de las formas.

¿A qué se refiere?
Todo lo que profundamente anhelamos lo somos, el problema es que vivimos en un personaje y hemos perdido el contacto con esa dimensión que está en nuestro interior.

Si fuera tan sencillo... .
Simplemente, se requiere aprender a parar, aflojar la crispación mental y emocional en la que vivimos para empezar a reconocerla.

¿Por qué cree que estamos crispados?
No vivimos directamente la realidad de lo que hay y lo que somos, somos lo que hay que ser. No nos aceptamos ni aceptamos las cosas como son, estamos continuamente queriendo ser de otro modo.

... E intentando cambiar a los demás.
Creo que las relaciones humanas son el reflejo literal de cómo uno vive consigo mismo. Si te vives con más profundidad, vivirás al otro con más profundidad.

¿Cómo empezamos a querer ser otro?
De niños. Nadie nos dijo: “Tú eres un potencial de vida y en ti está todo, simplemente has de ir sacándolo y manifestándolo. Tu vida es un proceso creativo”.

Eso es mucho decir. Por el contrario, se ha considerado que un niño no sabe, que un niño no tiene, que un niño no puede. Se ha considerado al niño desde la carencia y se le ha dicho: “Tienes que ser”, ahí está el origen de la tensión.

Entiendo.
... En la guerra contra uno mismo para ser el más listo, el más guapo y ser aceptado. Sin embargo, si fuéramos convenciéndonos de que somos esa potencialidad...

Hay que desarrollarla. 
Sí, pero si la persona, en lugar de estar pendiente de lo que lleva dentro, está pendiente de medirse, interpretarse y juzgarse en función de los modelos, ese desarrollo se bloquea. Las personas que más se desarrollan son las que más confían en sí mismas, y sólo viven a fondo las que se entregan.

A menudo, tanta preocupación por desarrollar nuestro interior desemboca en un egocentrismo cerril.
De nuevo el personaje, el que quiere ser alguien a nivel espiritual se queda en las formas. La mejor cura para esto es el trabajo diario, renovar y realizar ese conocimiento.

¿Cómo? 
A través de tres cuestiones básicas: es necesario tener un espacio para estar con uno mismo y meditar; es necesario un cambio de actitud, dejar de vivir con una actitud pasiva y de dependencia del exterior, y empezar a crear desde dentro, siendo conscientes de que somos generadores de nuestra propia plenitud en función de lo que damos. Cuanto más uno da, más uno crece.

Gran principio. 
Si no movilizas tu energía, cada vez tienes menos; en el ámbito afectivo, si no estás en una disposición generosa, afectiva, empática, cada vez eres más pobre. Y en el intelectual, si no cultivas tu capacidad de interesarte y de entender, cada vez vives con menos.

Tercera cuestión... 
Entender que hay una dimensión inconsciente que hay que sacar a flote y reeducar. Debemos investigar sobre nuestras ideas profundas, dialogar con nuestro niño interior, ese al que no se le dijo: “En ti está todo”.
Llevamos siglos repitiendo el “Conócete a ti mismo” del templo de Delfos.
Creo que el mayor problema que tenemos es lo atrapados que estamos en los pensamientos; eso produce agitación, confusión y problemática emocional. ¿Sabe lo que pasa?

¿Qué pasa? 
Qué no estamos en lo que somos. Lo real es la vida, no los pensamientos sobre la vida. Tenemos que empezar por sentir el cuerpo; si lo hiciéramos, tendríamos un beneficio inmediato: contactar con una realidad energética. La realidad es energía, conciencia y plenitud, y hay que constatarlo cada día.

¿Y la pequeña realidad de llegar a final de mes y de lidiar con los otros? 
Cuanto mayor es la conciencia de mí mismo y menos atrapado estoy en mis pensamientos, mejor respondo a mis responsabilidades. Estar conectado con esa conciencia me predispone a que vaya a recoger a los niños con una actitud espléndida y que me enfrente a mis problemas bancarios sin esa carga subjetiva de preocupación y sufrimiento.

Somos lo que pensamos. 
Vivimos conforme a la idea que tenemos de nosotros mismos, por eso es tan importante librarse del yugo de la mente, piedra filosofal de todas las corrientes espirituales.

El pensamiento es una herramienta muy valiosa. 
Imprescindible, lo que pasa es que la mente está hiperactivada porque estamos todo el día dentro de ella. Si estuviéramos siempre escuchando al corazón, al final crearíamos una cardiopatía, y eso estamos haciendo con la mente: creando una mentepatía. El cuerpo y la mente son vehículos de la vida y confundirse con ellos es el problema.

Los pensamientos crean hábitos y nuestros hábitos conforman nuestro carácter. 
Una palabra puede sustentarse en sentimiento o ser simplemente una palabra. Para mí, este es el sentido de la mente: esas ideas, esas palabras, ¿están iluminadas? Si no lo están, no vehiculan nada.





dijous, 30 d’octubre del 2014

DEMASIADO EVIDENTE. Fábula.

Cierta mañana, Nasrudín envolvió un huevo en un pañuelo, se fue al centro de la plaza de su ciudad y llamó a los que pasaban por allí:
- “¡Hoy tendremos un importante concurso!”, dijo. “¡Quien descubra lo que está envuelto en este pañuelo recibirá de regalo el huevo que está dentro!”.
Las personas se miraron, intrigadas. Nasrudín insistió:
- “Lo que está en este pañuelo tiene un centro que es amarillo como una yema, rodeado de un líquido del color de la clara, que a su vez está contenido dentro de una cáscara que se rompe fácilmente. Es un símbolo de fertilidad y nos recuerda a los pájaros que vuelan hacia sus nidos. Entonces, ¿quién puede decirme lo que está escondido?”
Todos los habitantes pensaban que Nasrudín tenía en sus manos un huevo, pero la respuesta era tan obvia que nadie quiso pasar vergüenza delante de los otros.
¿Y si no fuese un huevo, sino algo muy importante, producto de la fértil imaginación mística de los sufís? Un centro amarillo podía significar algo del sol, el líquido a su alrededor tal vez fuese algún preparado de alquimia. No, no, aquel loco estaba queriendo que alguien hiciera el ridículo.
Nasrudín preguntó dos veces más y nadie se arriesgó a decir algo impropio. Entonces, abrió el pañuelo y mostró a todos el huevo.
- “Todos vosotros sabíais la respuesta”, afirmó, “y nadie osó traducirla en palabras. Así es la vida de aquellos que no tienen el valor de arriesgarse: las soluciones nos son dadas generosamente, pero estas personas siempre buscan explicaciones más complicadas, y terminan no haciendo nada. Sólo una cosa convierte en imposible un sueño: el miedo a fracasar."
La Vida viene a cuento. Relatos de Ecologia Emocional.
Jaume Soler y Maria Mercà Conangla.
RBA Libros

¿Sabes usar tus redes sociales para aumentar tu bienestar?. Pilar Jericó.

“Tengo cien amigos en Facebook pero ninguno para tomar una cerveza un viernes por la tarde”, escribió una persona en twitter. Es posible que en las redes sociales no sea oro todo lo que reluce. Si existe un lugar en el que mostramos la mejor versión de nosotros mismos, donde sacamos nuestras mejores fotos, ideas… ese es las redes sociales. Por supuesto, es una herramienta que está cambiando el mundo y nuestra manera de comunicarnos con los demás. Podemos estar en contacto con aquel compañero de facultad del que nos separan kilómetros, con amigos de la infancia (¡si los encontramos en el océano de usuarios!), con nuestros familiares... Y, en este sentido, podríamos decir que nos facilitan enormemente el poder compartir momentos. Por no hablar de la funcionalidad que pueden tener a nivel profesional al permitirnos generar vínculos con personas que nos une un mismo interés. Por supuesto, no se cuestionan los beneficios maravillosos de las redes sociales, sin embargo, el problema es saber si nos ayudan a ser más felices. Para responder a esta pregunta y como solemos hacer en este laboratorio, acudimos a la ciencia.
Han comenzado a proliferar estudios que revelan el impacto no tan positivo de las redes en nuestras vida. Entre ellos destaca el llevado a cabo por Fabio Sabatini de la Universidad de La Sapienza, en Roma, y Francesco Sarracino de STATEC, en Luxemburgo. Analizaron los datos de una encuesta realizada a 50.000 personas en Italia a lo largo del 2010 y 2011, con el fin de saber si el uso de las redes sociales reducía su bienestar subjetivo. Para dar respuesta a su inquietud recogían la información a través de diferentes preguntas: “¿Cómo está de satisfecho con su vida?, ¿con qué frecuencia se reúne con la familia?, ¿puede la gente confiar en usted?, ¿qué uso hace de Facebook y Twitter?...”.  Lo que encontraron puede que a priori no llame nuestra atención, quienes confiaban en los demás y buscaban momentos de interacción con otras personas evaluaban su bienestar de manera más positiva que los que no lo hacían. Cuando el contacto con los otros era fundamentalmente a través de una red social, la confianza en dicha interacción se veía mermada. Tiene su lógica: si la persona la hemos conocido solo a través de una pantalla, necesitamos algo más para confiar en él o en ella. Su lenguaje no verbal, su manera de respirar, su presencia… la magia que tenemos los seres humanos y que es imposible que se recoja en los perfiles cibernéticos. Por ello, los investigadores de la Universidad de La Sapienza aseguran que el impacto que las redes sociales tienen en nuestro bienestar es positivo solo cuando pasamos del mundo online al cara a cara… De ahí lo importante de conocerse personalmente en las webs de contactos  y no pasar horas y horas de chat imaginando quizá imposibles.
Si la interacción cara a cara es la que genera confianza en el otro y, por ello, bienestar en la relación, ¿las redes sociales son una plataforma para impulsar las interacciones en nuestra vida personal? Sí esto fuera así, sería una noticia estupenda ya que el número de usuarios de las redes está en aumento, como confirma la encuesta que realiza anualmente Navegantes en la Red. Sin embargo, algunas investigaciones indican que el uso que hacemos de Facebook, la red social por excelencia, no mejora nuestro bienestar sino que aumenta nuestro malestar. Daniel Gulati, empresario de tecnología y escritor, observó cómo la red de Mark Zuckerberg impactaba en la vida de los jóvenes. Detrás de los comentarios, publicaciones y “me gustas”, aparecían celos, ansiedad y comparaciones poco beneficiosas para uno mismo. Si nos comparamos con la imagen ideal del otro, es posible que pensemos que nuestros logros no lo son tanto.
En definitiva, las redes sociales son una potente herramienta que está transformando positivamente el mundo en muchos aspectos. Sin embargo, un uso exagerado de ellas puede ir en detrimento de nuestro bienestar y de nuestra felicidad. Por ello, como toda herramienta, lo beneficioso es saber usarlas de modo inteligente, de manera que le dediquemos tiempo pero que nunca las sustituyamos por el contacto cara a cara con el otro, con ese café o esa cerveza que anhelaba la persona de twitter.




dimecres, 29 d’octubre del 2014

La tiranía de los prejuicios. Irene Orce.

“Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, Albert Einstein.
Los prejuicios son férreos tiranos. Determinan nuestra manera de ver el mundo y estigmatizan nuestras relaciones. Están presentes en todos los ámbitos y actividades de nuestra vida, e implican una forma de pensar íntimamente vinculada con comportamientos o actitudes de discriminación, por sutiles que sean. No en vano, nos llevan a juzgar de antemano a cualquier persona o situación en base a sus características externas, sin tener ninguna experiencia directa sobre las mismas. Condicionan nuestras respuestas y reacciones, y nos predisponen a aceptar o rechazar a alguien en base a sus particularidades. A menudo operan desde el inconsciente, y ejercen una enorme influencia sobre nuestras opiniones, conductas y actitudes. 
Lo cierto es que a todos nos gusta pensar que somos personas tolerantes, flexibles y de mente abierta. Que hemos superado las barreras del racismo, del machismo y del estatus socioeconómico. Que aceptamos a todo el mundo tal como es y que no hacemos diferencias. Sin embargo, la realidad es que miles de personas padecen discriminación cada día por motivos de nacionalidad, raza, género, orientación sexual, discapacidad o por padecer enfermedades y trastornos mentales. La causa de esta discriminación a menudo se encuentra en los estereotipos, es decir, el conjunto de creencias, valores, actitudes y hábitos que otorgamos a las personas pertenecientes a un grupo determinado. 
Cuando valoramos negativamente a un grupo de personas en base al estereotipo que tenemos de ellas, el prejuicio entra en acción. Bajo su criterio, “los catalanes son tacaños”, “los madrileños chulos”, “los maños tozudos”, “los musulmanes extremistas”, “las rubias tontas”… y una interminable ristra de afirmaciones categóricas que a menudo no nos molestamos en cuestionar. Y aunque algunos de estos prejuicios puedan parecer inofensivos, e incluso jocosos, a nivel inconsciente contribuyen a construir nuestra percepción de la realidad. De forma sutil nos limitan, convirtiéndonos en personas más rígidas y más desconfiadas. En última instancia, se trata de juicios de valor basados en una información insuficiente, incompleta, errónea, limitada o exagerada. Se fundamentan en una visión distorsionada de la realidad. Y resultan tremendamente resistentes, puesto que les otorgamos la condición de ‘verdades’. Pero si aspiramos a modificarlos y trascenderlos, tenemos que comenzar por el principio y preguntarnos: ¿cómo se construyen?

REGRESO AL ORIGEN
“Detrás de un prejuicio se esconden el miedo y la ignorancia”, Ryszard Kapuscinski
Existen varias teorías sobre el origen de los prejuicios. Las más modernas apuntan a que se trata de actitudes aprendidas en base a las experiencias que acumulamos a lo largo de nuestra existencia, principalmente durante la infancia. Desde pequeños absorbemos como esponjas todas aquellas creencias, costumbres y tradiciones que observamos en nuestra familia y en nuestra sociedad. A medida que crecemos, surge la necesidad de construir nuestra propia identidad, utilizando todas las premisas que hemos absorbido para identificarnos con un grupo social determinado. Este posicionamiento nos brinda una sensación de seguridad y nos ayuda a sentirnos aceptados. Pero este proceso pasa por diferenciarnos de los demás. Y es en esta diferenciación donde a menudo se forjan los prejuicios. 
No en vano, los seres humanos solemos agruparnos con quienes compartimos más características comunes, dejando de lado a aquellas personas con las que no nos identificamos. Se trata de una selección inconsciente. Y aunque no siempre rechazamos a los demás grupos, sí solemos dar prioridad al nuestro. Partimos de la premisa que nuestra manera de hacer las cosas es “la normal”, “la más correcta” y, en definitiva, “la mejor”. Y en paralelo, tendemos a menospreciar lo que no conocemos y lo que no comprendemos, poniéndonos en una posición de superioridad. Así, los prejuicios surgen del miedo, la ignorancia y el rechazo ante lo que es diferente a nosotros.
Existen muchos tipos de prejuicios, pero todos ellos se fundamentan sobre el etnocentrismo, es decir, la creencia de que nuestra cultura y etnia son superiores a las demás. Esta sobrevaloración de nuestras tradiciones, convenciones y costumbres sobre las de los demás han sido el motor de algunas de las mayores atrocidades de la historia. Conquistas sangrientas, esclavitud, colonialismo, campos de concentración… A los prejuicios étnicos se les suman los religiosos, de género, de orientación sexual, y el más sutil pero igualmente dañino prejuicio estético, relacionado con la manera de vestir o las características físicas de la persona, a la que discriminamos o menospreciamos si no encaja con nuestro canon de belleza.

EL EFECTO PIGMALIÓN
“La tolerancia es la mejor religión”, Víctor Hugo
Todos conocemos los resultados de conflicto, sufrimiento, discriminación y exclusión que generan los prejuicios. Entonces, ¿por qué los seguimos manteniendo, alimentando y transmitiendo? La realidad es que nuestra mente funciona en base a la programación que hemos recibido. Vemos aquello que esperamos ver, y actuamos en consecuencia. De ahí la increíble resistencia de los prejuicios. ‘Vemos’ a la persona que tenemos delante en función de cómo la interpretamos y evaluamos. Y siempre nos fijamos en todo aquello que corrobora la ‘idea preconcebida’ que tenemos sobre ella. Por ejemplo, una persona que tenga el prejuicio de que “todos los catalanes son tacaños” tenderá a fijarse sólo en aquellos cuyo aspecto avale su teoría, dejando de prestar atención al resto. De hecho, solemos obviar la información que contradice nuestro punto de vista, catalogándola como excepcional o errónea. Esto contribuye a reforzar nuestros los tópicos y estereotipos sobre los que construimos nuestros prejuicios.
Es lo que en psicología se conoce como ‘profecía autocumplida’ o ‘efecto Pigmalión’. Cuenta la leyenda que el excepcional escultor Pigmalión, que habitaba en la isla griega de Creta, dedicaba sus días y sus noches a trabajar la piedra con el cincel. Siempre buscaba nuevas fuentes de inspiración, y la hermosa Galatea acudió en su ayuda. Con su recuerdo fresco en la retina, comenzó a modelar una bellísima escultura. Tardó varias semanas en terminarla, y le dedicó tal atención y cuidado que terminó por enamorarse perdidamente de ella. Tal era su amor por la estatua, que rogó a los dioses que insuflaran vida a la piedra para poder amarla como si de una mujer real se tratase. La diosa Venus, conmovida por los sentimientos del escultor, decidió complacerlo. Así, la estatua se convirtió en la amante y compañera inseparable de Pigmalión. 
Al igual que en la leyenda, el ‘efecto Pigmalión’ es el proceso mediante el cual las creencias, prejuicios y expectativas de una persona respecto a otra afectan de tal manera a su conducta que ésta termina por confirmarlas. La mayoría de nosotros somos víctimas del efecto Pigmalión. Así, la causa de que nos aferremos a nuestros prejuicios son nuestras creencias y expectativas. Hacemos predicciones y nos encargamos de que se cumplan, todo ello en aras de mantener las cosas tal y como están para evitar salir de nuestra zona de comodidad. Pero en el proceso nos estamos perdiendo la oportunidad de aprender y disfrutar de la riqueza que nos brinda la diversidad.
Si aspiramos a romper este círculo vicioso, tenemos que comprometernos con realizar un proceso de introspección para hacer conscientes los prejuicios desde los que vemos y construimos la realidad. Y esto pasa por cuestionar nuestro sistema de creencias cada vez que nos perturbe ver algo diferente a como creemos que debería ser. Trabajar sobre nuestros prejuicios nos ayudará a construir vínculos más sanos y ricos con personas de distintos ámbitos, lo que a su vez contribuirá a que ganemos en flexibilidad y tolerancia. Eso sí, para lograrlo necesitamos tener la humildad suficiente para aceptar que solemos ver la paja en el ojo ajeno…y obviamos la viga que obstruye nuestra propia visión de la realidad.

En clave de coaching
  • ¿De qué manera me influyen mis prejuicios?
  • ¿Hasta qué punto determinan mis relaciones?
  • ¿Qué gano cuando juzgo de antemano?

 
Libro recomendado
  • ‘La biología de la creencia’, de Bruce Lipton (Palmyra)


"Si le sonríes a la vida, la vida te devuelve sonrisas. La Contra de La Vanguardia



Olivier Bouyssi, hombre feliz... contra todo pronóstico
Tengo 49 años. Nací y vivo en Marsella. He sido monitor de buceo y patrón de embarcación. Tengo pareja y he criado a un niño de otra pareja. Me gusta la democracia a la suiza. Tengo fe, y eso me ayuda. Un accidente, sida, cáncer, infartos, depresión. . . y pese a todo soy feliz.

Penectomía
Olivier Bouyssi me imparte una lección de felicidad pese a la adversidad y el dolor. Enseña con seriedad la capacidad de estar sereno y alegre, incluso si te extirpan parte del pene. Tras su penectomía, su novia de entonces le dejó: "Fue incapaz de entender que la falta de cuatro centímetros no significaba que todo acabara. Sólo debíamos explorar nuevos caminos para nuestra relación afectiva y sexual. Se negó, se fue. ¡Y eso me devolvió la calma! Había conseguido desequilibrar mis energías...", escribe Olivier en su libro Feliz contra todo pronóstico (Plataforma), que ha venido a dar una charla en el centro Pronokal. "¡Agradece todas las experiencias!", aconseja.

Cuántas veces ha entrado en un quirófano?
Perdí la cuenta hace mucho.

¿Cuánto tiempo lleva en tratamientos médico?
¡Años enteros! Desde hace 24 años, cuando el accidente: iba en moto... y un coche me arrolló. Siete costillas rotas, los dos fémures rotos, el cráneo roto y los pulmones encharcados en sangre.

Para haberse matado.
Me trasladaban al hospital y casi muero: no podía respirar. Pensé en lo que sé de buceo.

¿A qué se refiere?
Conservé la calma y me concentré en el mínimo oxígeno que captaba. Y resistí. Pero a los pocos meses, recibí el mazazo.

¿Qué mazazo?
"Tiene sida", me diagnosticaron. Infectado en una transfusión de alguna de las cirugías.

Lo que faltaba.
Y era a finales de los años ochenta, cuando el sida era letal. Mi sistema inmunitario se hundía. Sentí que me quedaba poco tiempo.

¿Y qué hizo?
Mi sueño era vivir en el Caribe. Y me fui. Sin casi nada, en una cabaña, fui feliz. Y me enamoré de una chica, Mylene.

Y la enfermedad, ¿qué?
Cuando me sentí peor, regresamos. Mantuvimos el sida a raya, pero llegó otro revés.

¿Qué?¡Cáncer!
Tres cánceres. Primero, un cáncer de sangre. Segundo un cáncer de recto. Me operaron, no quise la bolsita: fue un año de dolores cada vez que iba al retrete...

Y tercero.
Un cáncer de pene.

Dios santo.
Radiologías, largas quimioterapias, cirugías en pene e ingles... Me quitaron piel de la pantorrilla para trasplantarla...

¡Usted ha sufrido lo indecible!
¡Súmeles tres infartos, por los fármacos!

¿Cómo se puede vivir así?
Los fármacos antisida mermaron mi serotonina y padecí una depresión profunda. Saber la causa me ha ayudado a afrontarla... Y, contra todo pronóstico, ¡soy feliz!

Ya me explicará el secreto.
Adoro a mi madre, ¡y sé que ella sufriría horriblemente si me viese morir!

O sea, que usted sobrevive por amor.
Eso ayuda mucho. Tres veces he estado a punto de morir en la UVI, y las tres he pensado: "¡Mejoraré, seguro, voy a seguir aquí!"

Aconseje al que esté en un hospital.
Sé paciente, y ya verás como retomas pronto las riendas de tu vida. Dime, ¿qué miras cuando tomas una curva con tu coche? ¿El morro del coche o la salida de la curva?

La salida de la curva.
¡Pues haz igual en todo lo demás!

¿Cómo está ahora?
Este año ha sido el primero sin dolencias.

¿Le ha enseñado algo el sufrimiento?
El dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional. El dolor te obliga a enfrentarte a ti mismo. Y yo decidí, en vez de compadecerme y sufrir... ¡sonreír!

Difícil.
No me lo invento, ¡prueba!: sonríe, y la vida te devolverá sonrisas. ¡La vida es un espejo!

¿Puedo elegir la felicidad, pues?
Sí, puedes entrenarla, como una gimnasia.

Recéteme tres ejercicios de felicidad.
Uno: cada día reserva quince minutos para ti y revísate, como un capitán a su barco.

Dos.

Hay cuatro emociones que te visitan a diario: miedo, odio, inferioridad, culpabilidad. Visualiza cuatro marcadores... ¡y vigila que sus indicadores no se disparen!

¿Qué conseguiré?
Ser el capitán de tu barco: tener un ánimo estable, ¡suceda lo que suceda!

¿Y el tercer ejercicio?
Captura fotos mentales de cosas buenas y, antes de dormirte, revísalas y atesóralas.

¿Fotos?
Esta mañana tomaba un café en una terraza, ha pasado una pareja, se han besado tiernamente... Observándoles, he participado de esa ternura. Esta noche atesoraré esto.

Otra foto.
Después de semanas de aislamiento esterilizado por la quimio, pasé a planta... ¡y vi una mosca en la habitación! ¡Una mosca!

¿Y?
Sentí que esa mosca que revoloteaba era la vida, la vida que volvía a recibirme. La mosca se me posó en la pierna. ¡Qué gran foto!

Pequeñas cosas.
Que no son tan pequeñas.

Ante una adversidad de la vida, ¿no piensa "por qué a mí"?
Soy marino, navego: cuando una tormenta se desata en alta mar... jamás piensas
"¿por qué a mí?" No. Sólo actúas... hasta que la tormenta ha pasado.

Pero lo del pene... ¡Buf!
A mis amigos les dije: "Van a quitarme cuatro centímetros... pero como Dios fue tan generoso conmigo, ¡no es problema!"

Qué buen humor.
En vez de llorar, nos reímos. Recuerda: tu capital eres tú. No te subestimes. Cultívate, échate al camino de la felicidad y camina.

Y cuando su madre muera, ¿qué?
Viviré por mis amigos: viviré porque no quiero darles un disgusto.