OPCIONS DE MENÚ

diumenge, 30 de novembre del 2014

"Si dejas que la vida pase sin querer, no pasa lo que quieres". La Contra de la Vanguardia.

Lang Lang, pianista universal; uno de cada dos humanos le oyó tocar en los Juegos de Pekín.

Tengo casi 30 años que pasan cada vez más deprisa, porque aún crezco con mi trabajo y todo me parece nuevo. La revolución cultural frustró la carrera musical de mis padres, que se volcaron en la mía. Presido la Fundación Montblanc. El exceso de televisión mata la voluntad

1
La ley de los Beatles (Ericsson, 2006) constata que la excelencia en una disciplina requiere 10.000 horas de práctica (y mejor antes de cumplir los 20, como los de Liverpool). A los 10, Lang Lang ya había practicado más. Otra explicación de su genio es que nuestra sociedad de masas sólo es capaz de reconocer a el número uno en cualquier campo. Y, si el futbolista es Messi (perdón, CR), el pianista hoy es Lang Lang, porque es excepcional, pero, además, sabe usar el marketing para convertirse en el pianista planetario: el uno. Y, en esta era de la reproducción ilimitada de el uno, ¿por qué molestarse en escuchar al dos? (Pero Joaquín Achúcarro es insuperable interpretando a Albéniz).

Acaba de despertarse: ¿qué quiere escuchar?
Yo tengo dos modos de despertar: hay días en que me voy reactivando poco a poco...

Póngale música a esos momentos.
Mahler. La Primera de Mahler.

¿Por qué?
Porque Mahler construye espacios en tu cerebro, donde su música crea un lugar nuevo y sublime cada vez que la escuchas...

Magnífico.
... Y estás allí admirado de tanto esplendor, sintiendo ese espacio y, de repente, el espacio también es tiempo. Nuevo tiempo... ¡El futuro! Está allí. esperando... Esperándote...

¿Y para sus otros despertares?
Abro los ojos y salto de la cama, como un atleta tras un récord olímpico. Y, entonces, ya no necesito escuchar nada.

Se pone a trabajar... ¿Qué pieza elige hoy para estirar los dedos?
Hoy, Chopin: los Études. Optimismo y exigencia para empezar.

Bien, supongamos que ya lleva horas de trabajo intenso: ¿con qué se relaja?
Salgo a pasear, sol y aire libre, aunque, si llueve, también es estupendo. Y tal vez me lleve los auriculares para escuchar hip-hop. Suelo ponerme Jay-Z. O nada.

¿Prefiere pasear solo?
También es relajante charlar.

¿Con quién? ¿Con su novia?
Mejor con mi madre. Hablar de todo y de nada: comentar dónde iremos de vacaciones cuando acabemos los conciertos programados; o decidir qué plantaremos en nuestro jardín. Me gusta su charla, porque la música también es hablar entre generaciones.

¿Qué se dicen entre generaciones?
Las partituras pueden ser siempre las mismas, pero la emoción es diferente cada vez que la interpretas. El pop, en cambio, cree que la emoción está en la novedad y, por eso, a veces se repite.

Nada más viejo que las novedades.
En cambio, la música clásica busca la emoción en el viejo repertorio; si lo interpretas bien, siempre dice algo nuevo.

¿Cómo se llega a interpretar así?
Con voluntad suficiente para vencer a la naturaleza desde niño. Tienes que vencerte.

¿En qué sentido?
Cuando necesitas más madurez para sacrificarte por el futuro es cuando menos maduro eres. A los cuatro o cinco años,cuando debes empezar a tocar, eres un niño que vive sólo en el presente y a quien le cuesta centrarse y una hora le parece una eternidad.

Un niño es un ser siempre a punto de aburrirse.
¿Cómo convence a ese niño de que sólo si repite escalas durante horas y horas, días y años llegará a obtener y compartir de adulto el inmenso placer de la música?

¿...?
No se le puede convencer... ¡Hay que estar convencido por él! Necesita a alguien que vea el sentido de su esfuerzo. Alguien que ponga el sentido de su vida en dárselo.

Usted ha contado que ese fue su padre.
Mis padres músicos fueron ese alguien. Como otros miles de padres chinos, pusieron en mí todo su esfuerzo y sacrificio para que yo fuera lo que ellos no habían podido ser.

¿Por qué?
La revolución cultural destrozó sus vidas. Fue una masacre de los sueños de toda una generación. Durante diez años, nadie en mi país podía estudiar, progresar, destacar. Querer ser artista significaba la cárcel, el ostracismo, los juicios populares...

Otra de las aberraciones del siglo XX.
En 1979, China volvió a abrirse, y con la política del hijo único, los padres pusieron sus esperanzas frustradas en el sueño de su hijo. Yo fui uno de esos niños obsesionados con el número uno, porque mi padre también lo estaba.

El segundo en China es un perdedor.
Esa obsesión para mí a ratos era una tortura y otros, un juego maravilloso. Pero no olvide que la cultura china, durante cinco mil años, incentivó el trabajo y el esfuerzo. La revolución cultural iba contra nuestra propia cultura: por eso fracasó.

Ha explicado ya lo mucho que le debe a otra obra de arte: Tom y Jerry.
Los adoro. Cuando yo tenía sólo 21 meses, Tom y Jerry interpretando la Rapsodia húngara ya me hacían tocar más deprisa...

Usted llegó a romper los pedales en un berrinche infantil.
Estaba enfadado por mi actuación en un concurso. Y todavía no sabía que no puedes hacer nada sin emociones, pero tampoco, si te dejas llevar por las emociones: interpretar es ser consciente de ese equilibrio.

¿Usted cree que cualquier niño puede llegar a ser excepcional?
Todo ser humano está llamado a ser único. Muchos hemos logrado algo porque alguien creyó en nosotros antes que en él mismo. Y ese es el gran peligro hoy...

¿Cuál?
Estamos dejando que los niños crean que las cosas suceden; no les enseñamos que deben hacer que sucedan. Por eso, hoy la mayoría no decide su propio destino. Tienen que aprender que si dejas que la vida te pase sin querer, no te pasará lo que quieres.

¿Cree que no educamos su voluntad?
Dejamos que malgasten horas y horas ante pantallas de un ordenador o de la televisión sin tomar decisiones. Y eso no es vivir tu vida; así vives la vida de otros. Lo máximo que logras viendo tanta tele es ser una cifra en los índices de audiencia.



¿Qué significa perderte el respeto?. Patricia Ramírez. Huffington Post.

El respeto te lo puedes perder por diferentes motivos. Aquí tienes algunos ejemplos.

Cuando sobrevaloras las necesidades de los demás e infravaloras las tuyas. Aprende a decir que NO. Aprende a dar valor a tus hobbies y a tu tiempo, al fin y al cabo, ¿no es el rato en el que mejor te sientes?

Cuando no te pones en el lugar que te corresponde y dejas que los demás abusen de ti y de tu tiempo. Ponerte en tu sitio no tiene nada que ver con el orgullo y la soberbia. Ponerte en tu sitio significa informar a los demás que hay comentarios y situaciones que te sientan mal. Los otros deben conocerlos, por el simple hecho de que estar informados puede evitarlos la próxima vez. Si no dices a la gente qué te molesta o qué puede ser humillante o ridículo para ti, los demás tampoco tienen por qué adivinarlo. Piensa que cada uno funciona y se comporta atendiendo a su escala de valores y no siempre tiene que coincidir con la tuya. Aunque tú la tengas muy clara. Recuerda, que los demás te traten mal, no es una opción.

Cuando eres infiel a tu escala de valores. La vida a veces te pone a prueba, desde esa cartera que te encuentras y que no es tuya, al cambio de más que te han dado en la cafetería. Te sentirás muy mal contigo mismo y te arrepentirás, si no te comportas fiel a tu escala de valores. Si llevas toda la vida diciendo que no te quedarías con nada que no fuera tuyo, devuelve esa cartera y ese cambio. Ejemplos como este hay muchos. Hay muchas cosas accesibles y momentos en la vida en los que si traspasamos el límite, igual otros no se enterarían nunca, pero ni un así es un motivo que lo justifique. Porque los que te valoran no son los demás, sino tú a ti mismo, y te lo aseguro, te dará remordimiento. Y si cuando cruzas tu escala de valores no te sientes mal, igual es que nunca la tuviste.

Cuando justificas el maltrato de los demás. No existe una sola excusa para aquellos que faltan el respeto a otros, mucho menos para los que ridiculizan. Ni el estrés que tengan en el trabajo, ni el que estén atravesando un momento duro en sus vidas, ni su personalidad descontrolada. He oído muchas veces decir… "es que tiene un pronto muy feo, pero en el fondo es buena persona". El que es buena persona lo es en el fondo y en la superficie, y se piensa muy mucho lo que va a decir antes de hacer daño a otros.

Cuando crees que las personas que están por encima de ti jerárquicamente, tienen el derecho de permitirse ese lujo. Ni tu jefe, ni tu padre, ni alguien que tú creas que está por encima, tiene derecho a tratarte mal. No es la jerarquía lo que les otorga poder faltar al respeto, sino la poca calidad como personas.

En el caso en el que te estés faltando el respeto a ti mismo sin que intervengan terceros, ¡PÁRATE! Piensa en qué te estás equivocando, con qué no te sientes a gusto, qué te gustaría que fuera de otra manera. No te sigas sintiendo mal por lo ocurrido hasta ahora, simplemente invierte tiempo en planificar lo que deseas cambiar de ti… ¿Es la gestión de tu familia, de tu trabajo, de ti mismo? Sea lo que sea, seguro que es susceptible de cambio, y cuanto antes empieces, mejor. No te lamentes por lo que has perdido o lo que has hecho de una forma que te avergüenza. Tú tienes valor a pesar de los errores y las "torpezas", y te hace grande rectificar y volver al camino… al tuyo, porque cada uno tenemos el nuestro y nadie puede juzgar si es mejor o peor que el de los demás.
En el caso de que el motivo de "faltarte el respeto a ti mismo" sea el trato que recibes de otro y el que tú lo toleres… ¡PÁRATE TAMBIÉN! A pesar de que los procedentes son difíciles de modificar, nunca es tarde. Sigue estas reglas sencillas:

Decide si la persona que te está haciendo daño en tu vida merece seguir teniendo tu aprecio, tiempo o dedicación. Si es alguien de quien puedes prescindir… ya estás tardando. No le debes ninguna explicación, simplemente sácalo de tu vida e ignóralo.
Si es alguien muy importante para ti, alguien que merece otra oportunidad, aplica las siguientes reglas de comunicación.
Dile claramente lo que te está haciendo daño, haciendo referencia a lo que dice o hace contigo. Y añade, por favor, cómo te hace sentir y cómo desearías que te tratase. Y para finalizar, comenta cuáles serán las consecuencias si no cambia contigo. Mira el ejemplo: "No me gusta que me levantes la voz, haces que me sienta ridícula y menospreciada. Me encantaría que pudiéramos hablar de lo que no estamos de acuerdo en un tono de voz conversacional. Así podría expresarme con naturalidad y sin miedo. Si no dejas de darme voces, tendré que cortar nuestra comunicación y eso nos separará en nuestra relación".
Acompaña lo que dices con el contacto ocular, con seguridad en tus palabras, pero con un tono y volumen de voz que no sean acusatorios. Estás informando, no regañando. No ganas nada si te pones a su altura. Piensa que además estás actuando como ejemplo de lo que necesitas del otro. No se le puede pedir a alguien que deje de gritarte si tú le estás dando voces.
Sé coherente con lo que le has dicho. Si ves que te sigue gritando, sal de la habitación, o dile que vas a colgar el teléfono y que no retomarás la conversación hasta que no cambie en lo que le has pedido. No sigas repitiendo tu crítica y amenazando con que te vas si no lo haces, porque perderás todo el valor si no lo haces.

Hacerse respetar es parte del camino para valorarte y ser feliz. No pierdas la oportunidad.



dissabte, 29 de novembre del 2014

EDUCAR ES SEMBRAR. Àlex Rovira.

Germán tomaba todos los días el mismo autobús para ir a su trabajo. Una parada después de la suya, siempre subía una anciana y se sentaba al lado de una ventana. La anciana abría una bolsa y durante todo el trayecto iba tirando algo por la ventana.
Como todos los días hacía lo mismo, Germán, muy intrigado, se acercó a ella y le preguntó qué era lo que tiraba por la ventana.
Son semillas —le dijo la anciana.
Pero las semillas caen encima del asfalto, las aplastan los coches, se las comen los pájaros... ¿Cree que sus semillas germinarán al lado del camino?
Seguro que sí. Aunque algunas semillas en efecto se pierdan, algunas más acabarán en la cuneta y, con el tiempo, germinarán.
Pero tardarán en crecer, necesitan agua... —replicó Germán.
Yo hago lo que puedo hacer. ¡Ya vendrán los días de lluvia!
Porque educar es sembrar. Sembrar amor, sembrar consciencia, sembrar humanidad para que crezcan buenas personas, buenos ciudadanos y buenos profesionales. Quiero compartir contigo un texto precioso de Marguerite Yourcenar sobre la educación de los niños. Me parece extraordinario. Aquí queda, para que lo disfrutes y lo paladees:
“He reflexionado con frecuencia acerca de lo que podría ser la educación del niño. Pienso que se necesitarían estudios básicos, muy simples, en los que el niño aprendiera que vive, en el seno del universo, sobre un planeta cuyos recursos deberá cuidar más tarde, que depende del aire, del agua, de todos los seres vivientes, y que el menor error o la menor violencia, pueden destruirlo todo. Aprendería que los hombres se han matado entre sí en guerras que sólo han producido otras guerras, y que cada país acomoda su historia, falsamente, para halagar su orgullo. Se le enseñaría lo suficiente del pasado para que se sienta ligado a los hombres que lo han precedido, para que los admire cuando lo merezcan, sin hacer de ellos unos ídolos, como tampoco del presente o de un hipotético porvenir. Se intentaría familiarizarlo, a la vez con los libros y las cosas; sabría el nombre de las plantas, conocería a los animales, sin hacer esas odiosas vivisecciones impuestas a los niños y a los adolescentes con el pretexto del estudio de la biología; aprendería a dar los primeros auxilios a los heridos; su educación sexual comprendería su presencia en un parto, su educación mental la vista de enfermos graves y de muertos. Se le darían también simples nociones de moral, sin las cuales la vida en sociedad es imposible, instrucción que las escuelas elementales y medias ya no se atreven a dar (…). En materia de religión, no se le impondría ninguna práctica o ningún dogma, pero se le diría algo respecto de todas las grandes religiones del mundo, sobre todo de las de su país, para despertar su respeto y destruir por adelantado ciertos prejuicios odiosos. Se le enseñaría a amar el trabajo cuando el trabajo es útil, y a no dejarse engañar por la impostura publicitaria, comenzando por la que le pondera golosinas más o menos adulteradas, que le preparan futuras caries y diabetes. Hay ciertamente un medio de hablar a los niños de cosas en verdad importantes, y más pronto de lo que se hace.”

Besos, abrazos,

Álex

Dime de qué trabajas y te diré quién eres. Luis Muiño. La Vanguardia.

Nuestra profesión, el oficio que ejercemos, moldea nuestra personalidad, nos marca la posibilidad que tenemos de divorciarnos y amenaza con trasladar nuestro cometido profesional al hogar, todo un peligro. ¿Y tú, de qué trabajas?
Hace unas décadas, en el año 1971, un equipo de investigadores de la Universidad de Stanford (EE.UU.) comenzó uno de los experimentos más famosos de la historia. El objetivo del equipo de psicólogos era estudiar cómo cambiaba el comportamiento de los individuos cuando se les atribuía un determinado papel profesional. ¿Cómo influye nuestro cometido laboral en nuestra conducta? Los investigadores, dirigidos por Philip Zimbardo, dividieron a un grupo de voluntarios en dos grupos, cuidando que no hubiera diferencias entre ellos en cuanto a características de personalidad, nivel socioeconómico u otros rasgos significativos. A cada uno de los grupos se le asignó un empleo: unos serían carceleros y los otros presos. Después, para ayudarlos a introducirse en su rol, se organizó una puesta en escena completa. Los presidiarios fueron detenidos en sus casas por coches con sirenas, llevados a una oficina y aislados en celdas preventivas. A los guardianes se les aleccionó que tenían que mantener el orden y la disciplina pero sin usar el castigo físico. Después de los preparativos, los dos grupos empezaron a vivir la vida de una prisión.
La cárcel ficticia comenzó su andadura y a los dos días la violencia y la rebelión se desataron. Algunos prisioneros empezaron a destrozar sus vestimentas y sus números de identificación, gritaron e insultaron a los guardianes, levantaron barricadas y se encerraron en las celdas. A la vez, los que hacían de carceleros se afanaron en aplacar la rebelión con violencia, usando extintores, transformando los derechos de los prisioneros en privilegios y enfrentando a unos presos contra los otros. Uno de los reclusos tuvo que ser devuelto muy pronto a su casa porque mostraba síntomas de grave perturbación emocional. Al tercer día, los celadores empezaron a hablar de un supuesto “plan de evasión masiva” (en realidad, cualquiera podía abandonar el experimento cuando quisiese) y tomaron duras medidas para reprimirlo. Los carceleros actuaron con tanta dureza contra los reos que, al cuarto día, tres más tuvieron que ser puestos en libertad por problemas psicológicos. Poco a poco, se hizo evidente que algunos de los guardianes se sentían muy bien utilizando su poder de forma sádica. Lo peor era comprobar que esta actitud se acentuaba aunque la resistencia de los prisioneros se había ido apagando hasta desaparecer. El simple hecho de que alguien les asignara un oficio les había hecho caer en todos los estereotipos negativos sobre esa profesión. El experimento de la cárcel de Stanford se ha convertido en un ejemplo extremo de cómo pueden afectar las funciones profesionales en nuestro comportamiento. La situación creada tuvo tanto impacto que aquella investigación tuvo que ser suspendida al cabo de seis días y los intentos de replicarla (la BBC en 2001) han sido suspendidos por el peligro que suponían para el bienestar psicológico de los participantes. Y estos datos nos deben hacer meditar porque no olvidemos que, en realidad, lo único que hicieron Philip Zimbardo y sus colaboradores fue asignar un papel profesional a un grupo de personas. ¿Tanto influye el cometido laboral en nuestra conducta general? Los datos parecen indicar que sí, porque hay muchas estadísticas que reflejan grandes diferencias entre grupos de personas a las que sólo separa su ocupación. Un ejemplo: la vida sentimental. El sentido común entiende que ciertas profesiones fomentan la estabilidad en pareja y otras la dificultan.
Un estudio del año 2010 confirmaba grandes diferencias en la tasa de divorcios entre una profesión y otra. El espectro variaba entre la cifra de 43% por ciento de bailarines y coreógrafos (es decir: casi la mitad de sus matrimonios terminan en ruptura) y el 1,78% de los ingenieros agrícolas, que tienen una curiosa tendencia a la estabilidad marital. En los valores grandes de propensión a la ruptura están los masajistas (38%), teleoperadores (29%), camareros (27%) y terapeutas (24%). En porcentajes medios están los bibliotecarios (16,9%), los detectives e investigadores privados (17,4%) y, en contra del estereotipo, los músicos y cantantes (17%). Y en los valores bajos los físicos teóricos que se dedican a la investigación (8,8%) y los dentistas (7,8%).
Los autores de la investigación trataban de explicar la gran influencia que, según los datos, parece ejercer la profesión en la estabilidad de la pareja usando tres variables fundamentales. Una de ellas es la oportunidad: las profesiones que se sitúan en un rango de divorcios alto demandan una gran cantidad de contactos con personas muy diferentes. El segundo factor es el atractivo que da esa función profesional, ya que determinados oficios llevan a relacionarse de una forma que asegura el grado de satisfacción de los usuarios. La tercera causa de estas diferencias es el tipo de personalidad a la que atrae esa profesión: los más extrovertidos tienden a elegir ciertas actividades y su propensión a variar más de pareja que los introvertidos aumenta los índices de divorcio de esa profesión. Esas son las tres variables que más se han utilizado para explicar por qué ejercer un determinado oficio acaba por cambiar nuestra forma de ser.

La primera, la oportunidad, ayuda a entender que ciertas profesiones fomenten la tendencia a tener relaciones con diferencias de poder. Al igual que en el experimento de la cárcel de Stanford, muchas personas tienen un papel de autoridad en su trabajo que pueden correr el riesgo de intentar trasladar a su vida privada. Cuando reflexionamos sobre esa posibilidad tendemos a pensar en cuerpos de seguridad o en militares, pero no hay que olvidar que hay muchas más actividades en las que las diferencias de poder con los usuarios son patentes. Psicólogos, directores de cine, profesores, políticos y directivos son también ejemplos de profesionales que trabajan muchas horas al día en relaciones desniveladas de las que a veces les puede costar salir. Hay muchas personas con carencias emocionales y de autoestima a las que es peligroso dar mucho poder en el ámbito laboral.
El factor oportunidad afecta también a otro tema: nuestra tendencia a delegar la responsabilidad. Es lo que podríamos denominar síndrome de Eichmann: en su libro Eichmann en Jerusalén. Un estudio sobre la banalidad del mal la escritora Hannah Arendt analizó la personalidad de este oficial y llegó a la conclusión de que, simplemente, se trataba de un burócrata sin imaginación que se limitaba a sentarse en la mesa de su despacho y realizar concienzudamente su trabajo. Para personas como este asesino nazi, lo importante es hacer bien la tarea que le han encomendado, sea cual sea el objetivo de esta. Cuando se les plantean cuestiones éticas sobre lo que están haciendo, delegan la responsabilidad moral en sus superiores. Aparte de las consecuencias que esa falta de compromiso tenga en el ámbito laboral, esos individuos corren el riesgo de trasladarla al resto de su vida. Aquellos cuyo patrón de personalidad tiende a lo que el psicólogo J. B. Rotter denominaba “locus de control externo” (inclinación a echar la culpa a factores ajenos a ellos) son los más vulnerables a este fenómeno. Las personas de control externo se confían en cuanto tienen alguien en quien delegar, en el trabajo o en casa. Es muy fácil que pasen de despedir a gente porque se lo ha mandado su empresa a tratar con dureza a los hijos porque se lo pide su pareja.
Las oportunidades que nos brinda nuestro trabajo también nos cambian en el sentido positivo. Un ejemplo evidente son los profesionales que están continuamente en contacto con personas que sufren. Si no existieran ciertas profesiones (desde la enfermería hasta el trabajo social, desde los cooperantes hasta los periodistas…) casi nunca sabríamos de personas que están pasando un mal momento. Y mucho menos aún a miembros de ciertos colectivos excluidos. Nuestro mundo está siendo cada vez más diseñado para la invisibilidad de estas personas. Desaparecen de nuestra vista las personas que han sufrido una pérdida y que lloran su pena en tanatorios. Y también las mujeres víctimas del tráfico que ejercen la prostitución en polígonos industriales o en clubs nocturnos. Pero ciertas actividades laborales incluyen contacto directo con estos individuos y colectivos. En muchos casos, ese contacto les transforma: supone una llamada directa a su empatía, que en gran parte “entra por los ojos”. Trabajar con el sufrimiento les ayuda a interiorizar la solidaridad, a convertirla en una cuestión más visceral.

El “factor atractivo” ha sido también muy estudiado. La función laboral que desempeñamos puede tener mayor o menor encanto. Y eso, evidentemente, influye en nuestra autoestima y en la forma en la que nos relacionamos con los demás. En principio, el hecho de que nuestro trabajo tenga un halo atrayente influye positivamente en nuestra autoimagen. Pero hay que tener cuidado con los extremos…
Andy Warhol anunció en los años sesenta que en el futuro todo el mundo tendría 15 minutos de gloria. El mundo actual parece haberle dado la razón: muchas personas, de ámbitos completamente diferentes, se convierten en famosos por un día. La importancia de la reputación se ha incrementado. Los humanos somos la única especie animal que se conoce entre sí fundamentalmente por lo que los demás cuentan de nosotros: todo el mundo puede informarse acerca de nosotros. Y ahora, en la era de internet, más aún. De hecho, incluso en las relaciones privadas, las experiencias comunicadas por terceros son esenciales en la imagen que proyectamos en los demás. La mayoría de los momentos importantes que van a aumentar o disminuir nuestra popularidad ocurren cuando no estamos presentes.
En el mundo laboral, ese factor es aún más decisivo. Siempre se dice que “famoso es aquel que no tiene que explicar quién es aunque la otra persona no lo haya visto nunca”. Cultivar esa reputación tiene un precio: obliga a la persona a mantenerse siempre pendiente de sí. Los individuos populares son siempre conscientes de cómo hablan y actúan y acomodan su comportamiento al público que los mira. Es lo que el psicólogo Mark Snyder denominaba “auto-monitoreo”: la fama obliga a vigilarse a uno mismo todo el tiempo, a controlar y dirigir la conducta para lograr el efecto deseado en cualquier situación. La gente que rodea a la persona popular presiona para que esto sea así al convertirle en el centro continuo de atención. Si un famoso está en un grupo, la mayoría de las conversaciones se centrarán en su trabajo y olvidarán el del resto, la gran mayoría de los comentarios serán positivos y, lo peor: atribuirán el éxito puntual al famoso, no a las circunstancias. Kirk Douglas afirmó: “Cuando me hice famoso no fui yo el que cambié primero: fueron los demás”.
Es muy fácil que todos estos factores influyan en el resto de la vida de la persona. Los halagos son una droga dura, sobre todo cuando se inhalan: el ego sube hasta cuotas peligrosas para los individuos que están cerca de esa persona. Y los efectos pueden ser devastadores: los casos de juguetes rotos (personas famosas que han acabado autodestruyéndose por no poder soportar la pérdida de popularidad) y las desastrosas vidas privadas de una gran cantidad de celebridades nos lo recuerdan. ¿Son ejemplos extremos? Desde luego, se trata de individuos muy populares. Pero hay que recordar que ser, por cuestiones profesionales, la persona con más atractivo, puede tener el mismo efecto. Un ejecutivo al que acaban de ascender, un escritor que acaba de publicar un libro o un sindicalista al que acaban de ascender reciben también una gran cantidad de elogios circunstanciales que desaparecerán con el tiempo. Y es difícil que esos altibajos no le afecten.
Las investigaciones sobre la tercera variable, el tipo de personalidad que se siente atraída por cada mundo laboral, se han centrado especialmente en cómo cada ambiente laboral canaliza nuestras virtudes y nuestros defectos. Un ejemplo: un estudio publicado este año en The Journal of Neuropsychiatry and Clinical Neurosciences analizaba cómo cambiaba la tendencia impulsiva en luchadores profesionales. Las conclusiones eran que, por una parte, este tipo de deporte profesional atrae a personas que quieren aprender autocontrol y, por otra, que el resultado final era el esperable: las personas que se dedican a él para ganarse la vida son menos impulsivas que un grupo de control de individuos de otras profesiones. Lo importante de esta investigación es que no sólo analizaba la tendencia de personas con determinados rasgos de personalidad a entrar en ciertas profesiones sino que también habla de cómo esos mundos laborales cambian al individuo. Otro ejemplo: cuando Salvatore Maddi y Suzanne Kobasa empezaron a trabajar con el concepto de resiliencia –capacidad de proyectarse en el futuro a pesar de estar viviendo acontecimientos desestabilizadores– intentaron ver hasta qué punto ciertas profesiones aumentaban esa capacidad de resistir en los malos momentos. Su constatación es que algunos ámbitos laborales (salud, intervención social, servicios de emergencia, etcétera) aumentan el sentido del compromiso, la sensación de control sobre los acontecimientos y la apertura a los cambios vitales. Por eso son personas que, a través de sus experiencias laborales, acaban por conseguir interpretar las experiencias estresantes y dolorosas como una parte más de la existencia, implicándose rápidamente en metas que sienten como propias pero sirven también para ayudar a los demás.
Las consecuencias de estos beneficios para la personalidad podemos verlas reflejadas a nivel social en momentos como la crisis del ébola que acabamos de vivir. En una situación crítica en la que muchos ámbitos laborales (sobre todo a nivel político) han sido cuestionados, ha habido profesionales a los que hemos admirado y que, seguro, han podido dormir satisfechos de su labor. Quizás esa es la mejor demostración de que el trabajo –a fin de cuentas, aquello a lo que dedicamos más tiempo a lo largo de nuestra vida– ­influye decisivamente en nuestra forma de ser. Y que cuando elegimos una profesión, elegimos una forma de vivir.

El uniforme y su importancia
Hace unos meses saltaba la noticia de que un hospital chino había decidido cambiar el uniforme de las auxiliares de enfermería por el de auxiliares de vuelo. El objetivo: mejorar la atención a los pacientes, que por cuestiones de estereotipo se sentían intimidados por las enfermeras pero no por las azafatas.
La función laboral se escenifica en gran parte a través de la forma de vestir. Los imponentes uniformes de los cuerpos de seguridad, los zapatos lustrados y los trajes caros de marcas exclusivas de los directivos, las modas (como el actual look hipster) de aquellos que quieren demostrar que son creativos o las batas blancas que distinguen a profesionales de la salud y científicos son ejemplos de la importancia del atuendo. De hecho, en muchos casos, “quitarse el disfraz” sirve para desconectar de la vida laboral y volver a ser lo que somos en la vida privada: parejas, amigos o padres sin mayor distinción de estatus.

Pero es importante recordar que la forma en la que nos tratan los demás nos cambia por dentro. Y en nuestra profesión, los modos de comportamiento de los otros dependen, mucho más de lo que creemos, de nuestro uniforme de trabajo. Otro de los experimentos famosos de la historia de la psicología, el de obediencia a la autoridad de Stanley Milgram, lo demostró. La investigación inicial logró que un grupo de voluntarios siguieran presionando un botón que pensaban que daba descargas eléctricas a una víctima porque un profesor universitario se lo había pedido. Después, se hicieron variaciones del diseño inicial para ver qué condiciones eran necesarias para producir ese terrible efecto de obediencia ciega. Y se descubrió que la más importante era la forma de vestir del investigador: mientras éste llevara algo blanco y fuera elegante, los voluntarios podían seguir delegando la responsabilidad moral en él.


divendres, 28 de novembre del 2014

“No hagas de tu vida un borrador, pues puede que no tengas tiempo de pasarlo a limpio”. Frases para cambiar vidas.

Autor: A.Rossato.
Esta es una frase especialmente indicada para los dubitativos. Los que siempre aguardan para emprender aquello que tienen en mente hasta que se produzcan las condiciones perfectas. Los que no se mueven hacia ninguna parte, si el viento no sopla a favor o si no tienen todas las herramientas al alcance (sin que falte hasta la más pequeña pieza) y, además, -porque la palabra riesgo no forma parte de su vocabulario- si no cuentan por anticipado con todas las respuestas.
Unas condiciones tan completas y bien acabadas, tan idílicas y perfectas… que lo más probable es que nunca lleguen a producirse. Señala un viejo proverbio, creo que con acierto, que "quien se queda varado sobre una pierna meditando sobre cuál es la mejor manera de seguir caminando, jamás acabará por dar ni un solo paso".
Sería estupendo, desde luego, poder ir construyendo nuestra vida con ensayos previos que nos permitieran probar si lo que pretendemos hacer resultará bien o si, por el contrario, fracasaremos cuando lo pongamos en práctica. De esa forma experimentaríamos lo que vamos a vivir previamente, a modo de borrador, como dice la frase, para acabar haciendo solo aquello que realmente funcionase y descartando lo que no.
La realidad es que nunca tendremos de nuestro lado absolutamente todas las certezas, pero si no nos aventuramos algún día, nunca acabaremos saliendo de donde estamos.
Cualquier proyecto, cambio o aspiración que nos propongamos acometer en nuestra vida ha de ser sopesado convenientemente, pero, incluso, para ello también debe de existir un límite, porque a veces parece que nos comportamos como si tuviéramos otra vida de repuesto en la maleta. Se trataría, por tanto, de no darle mil vueltas a los asuntos y que tal vez con cien nos bastase.
Los años no se estiran y si un día volvemos la vista atrás quizá nos arrepintamos no de las cosas que hicimos, y en las que nos pudimos equivocar flagrantemente, sino, más bien, de las que no hicimos... porque nunca encontramos el momento apropiado para emprenderlas.
 “La vida es una obra que no permite ensayos. Canta, ríe, baila, llora, vive intensamente antes de que el telón baje.” (Charles Chaplin)



SECO BAJO LA LLUVIA. Fábula.

Un hombre invitó a Nasrudín a salir de caza con él, pero le dio por montura un caballo demasiado lento. El Mulá no dijo palabra. Muy pronto los demás se distanciaron, perdiéndose de vista. Poco después comenzó a llover fuertemente. No había refugio alguno en esa zona y todos los participantes de la cacería terminaron empapados. Nasrudín, sin embargo, en cuanto comenzó a llover se quitó todas sus ropas, las dobló y se sentó encima de ellas. Cuando cesó la lluvia, se vistió nuevamente y regresó a la casa de su anfitrión para almorzar. Nadie podía comprender por qué estaba seco. No obstante sus veloces caballos, ellos no habían podido hallar refugio en esa llanura.
-Fue el caballo que me dio, dijo Nasrudín.
Al día siguiente le dieron un caballo rápido y su anfitrión reservó para sí el lento. Llovió nuevamente. El caballo iba tan despacio que el anfitrión se mojó más que nunca, mientras regresaba a su casa a paso de tortuga.
Nasrudín repitió la misma operación que la vez anterior y regresó a la casa seco.
-Usted es el culpable (gritó el anfitrión), porque me hizo montar ese maldito caballo.

-Quizá (dijo el Mulá) usted no puso nada de sí mismo para resolver el problema de mantenerse seco.

dijous, 27 de novembre del 2014

"Quejarse es la mejor forma de arruinar una relación". Rafael Santandreu. La Contra de La Vanguardia.

Tengo 41 años. Nací y vivo en Barcelona. Soltero y sin pareja. La democracia del libre mercado no funciona, yo estoy por el decrecimiento. Creo que hay una dimensión espiritual en el ser humano; no sé si es real o no, pero es benéfica.

Razones para sonreír

Mediante las terapias breves intenta insuflar sentido común, recordarnos que en la vida hay dificultades y que nadie es perfecto –todos podemos fallar y no pasa casi nada–, una filosofía de vida que sabe de la brevedad de nuestro paso y de las virtudes de la apertura mental. Y a los pacientes reticentes a mirarse las cosas de otra manera, profesionales de la queja, les espeta: "¿Qué prefieres, tener razón o curarte?". No propone afrontar ni neuras ni miedos, sino comprender que no hay nada que temer. Y asegura que lo que peor nos sienta es terribilizar por terribilizar, es decir, sentirnos fatal por haber actuado fatal. Eso y otras cosas cuenta en El arte de no amargarse la vida (Oniro).


Basta de dramatizar?
Sí, basta de terribilitis, porque la mayor parte de los trastornos emocionales (depresión, ansiedad, estrés...) son el resultado de esa tendencia a calificar de terribles cosas que no lo son.


Exageramos.
Anticipamos las desgracias y nos tomamos a la tremenda adversidades con las que deberíamos contar. Los seres humanos tenemos unas 20.000 pequeñas adversidades a lo largo de la vida (te tuerces el tobillo, pierdes las llaves, te roban...).

Al mal tiempo buena cara
O aceptas la realidad y dejas de exigirle a la vida, o te conviertes en un cascarrabias. Imaginarse muerto es una buena medida preventiva de las ansiedades cotidianas. Dígame, en esta vida tan corta y de la que desconocemos su sentido, ¿es tan importante esta desgracia que le está ocurriendo?

Hay que ver las cosas con perspectiva.
Hay que ser realista, con eso basta. Estamos llenos de creencias irracionales del tipo: "Si me despiden, es el acabose". El "debo hacerlo todo bien", "deberían tratarme con consideración y justicia" y "las cosas me deben ser favorables" son exigencias infantiles. La persona madura es la que no exige, sino que prefiere: "Me gustaría hacerlo todo bien, pero no lo necesito para disfrutar del día".

Un matiz importante.
Las personas vulnerables emocionalmente están llenas de exigencias, y cuando estas no se cumplen se enfadan con ellas mismas, con el mundo o con los otros.

¿De dónde surgen esas creencias?
Se transmiten socialmente, son mensajes que nos convierten en débiles y neuróticos. Yo he elaborado una lista de las diez creencias irracionales favoritas de los españoles.

A saber...
Necesito tener a mi lado alguien que me ame; de lo contrario, ¡qué vida más triste! Tengo que ser alguien en la vida. No puedo tolerar que la gente me menosprecie. Debo tener un piso en propiedad o soy un fracasado. Tener buena salud es fundamental para ser feliz. Si mi pareja me pone los cuernos, no puedo continuar con ella.


...
Tengo que tener una vida emocionante, de lo contrario mi vida es un desperdicio. Más siempre es mejor. La soledad es muy mala...

Qué agobio, sí.
La necesititis es devastadora y nociva para la salud mental. No es cierto que para ser felices necesitemos amor sentimental, éxito, hijos, no tener problemas... Si mantenemos estos deseos en el límite de las preferencias, nuestra mente estará sana.

¿Sanos, solos y aburridos?
¿Por qué no? Tener pareja y lo demás no producen tanta plenitud como puede parecer; si no, las consultas de los psicólogos no estarían llenas. No hay que exigir tanto a la vida, a los demás, ni a uno mismo.

¿Es usted un pasota?
Para nada. Me ocupo, pero no me preocupo de las cosas. El mito de la bondad de la preocupación que nos inculcan desde pequeños es absurdo y nocivo.

Pero si esas creencias son irracionales, ¿cómo poner razón en ellas?
Hay que revisar a diario cómo pensamos, detectarlas, combatirlas con argumentos y desarrollar nuevas creencias racionales. Una de las mayores causas de estrés es el miedo a hablar en público.

Nos afecta lo que piensen de nosotros.
Nos liberamos de la necesidad de aprobación de los demás cuando comprendemos que estar abajo no es ningún problema. Al contrario, ser capaz de estar abajo con orgullo y de buen humor te hace superior y te permite disfrutar más de la vida. Como todos los miedos, la vergüenza y el temor a hacer el ridículo se vencen pensando bien, no enfrentándonos a ellos.

Hay que tolerar la frustración.
No siempre conseguiremos nuestros deseos, pero no pasa nada: la vida sigue siendo bella. Eso es ser realista. La eficacia está sobrevalorada: todo lo que perdemos con los errores que cometemos, por ejemplo en nuestro trabajo, es obviable, pero no lo es la paz interior que perdemos obsesionándonos con la perfección. La felicidad no depende de logros o situaciones ideales, sino de nuestra salud mental.

Amores y desamores son termómetro de nuestro bienestar.
Uno está preparado para tener pareja cuando puede decirle: "Cariño, te quiero mucho, pero no te necesito nada". Las exigencias y tensiones que causa el amor dependiente, ese que nos trasmiten continuamente a través del cine o la música ("Sin ti yo muero"), es un mensaje neurótico.


...
Creer que tu pareja tiene que hacerte feliz es mucho exigir y te amargará cada vez que algo falle. Yo creo que si Romeo y Julieta se hubieran casado, su matrimonio no habría durado más de un año.

¿Mejor sugerir que exigir?
Pruébelo, el "me gustaría que..., pero si no lo haces te querré igual" da unos resultados fantásticos. Nunca exija nada a su pareja.

Nadie es perfecto.
La clave de las buenas relaciones es pedir a cada cual lo que puede dar. Aceptar incondicionalmente a los demás es la manera de aceptarnos del mismo modo a nosotros mismos. Quejarse es la mejor forma de arruinar una relación. Y no se cree obligaciones, las cosas hay que hacerlas por disfrute.