El autor repasa las
distintas fases de la existencia y los retos a los que se enfrenta la persona
en cada una de ellas
LA VIDA es la gran maestra, enseña más
que muchos libros. Píndaro decía: «Atrévete a ser
tú mismo». Vivimos tiempos de extravío. Veo mucha gente perdida
en lo fundamental, desorientada, flotando sin saber bien hacia donde dirigirse.
El mundo está terrible como siempre y apasionante como nunca. Ardiendo y
fascinante. La coreografía se mueve en el escenario de la Historia actual como
una amalgama de hechos e intenciones, luces y sombras en donde se mezcla lo bello
y lo que repudia, hay admiración y desdén. Como en la fábula de Iriarte nos
preguntamos: «¿Son galgos o son podencos?».
En el parque jurásico de la vida moderna encontramos de todo. Entramos en el
polígono industrial de un mundo que ha cambiado más en 20 años que en un siglo.
En la sociedad de la información, donde cada vez tenemos mas noticias pero
menos gente con formación, que es criterio, saber a qué atenerse e interpretar
bien la realidad en su complejidad y en sus conexiones. Voy a desmenuzar cada
una de las distintas etapas de la vida -infancia, pubertad, adolescencia,
primera juventud, madurez y tercera edad- dando unas pinceladas sobre lo más
interesante que circula por ellas.
«Entramos
en un mundo que ha cambiado más enlos últimos 20 añosque en un siglo»
La
infancia
es un periodo decisivo donde se lleva la palma la relación madre-hijo. El niño va
descubriendo la vida de forma gradual y progresiva. La primera exploración que
hace el niño es a través de la boca: ésta se convierte en el primer elemento
para contactar con la realidad. Las mucosas bucales van a ser la primeras en
explorar la realidad que está fuera de él. Con seis, siete u ocho meses el niño
ya gatea y enseguida empieza a andar. Son los primeros atisbos de libertad.
Cuando el niño tiene año y medio maneja 40, 50 o 60 palabras, con tres años
1.000 palabras. En ese espacio de tiempo se ha producido un aumento exponencial
del lenguaje. Nombrar
las cosas es apoderarse de ellas. El lenguaje es anterior a la
gramática.
El progreso del niño se hace de forma
secuencial, pero es impresionante y se suceden distintos momentos en él: la edad del
sueño; la edad del juego, que se acompaña de la
sociabilidad: el niño empieza a relacionarse con otros... y aparece la fase
personalista (yo, mi, mío...) , la edad de la obstinación (el niño quiere
hacer su voluntad y que los más cercanos se inclinen en esa dirección), viene
después la entrada en el jardín de infancia y en la escuela, que es decisivo.
Entre los seis, siete u ocho años viene la comprensión analítica y el
pensamiento conceptual. Pero tengo que decir que casi todo está en la infancia.
Esto quiere decir que si un niño ha crecido en un ambiente afectivo y educativo
adecuado, va a salir de ella fortalecido. Viene la edad de las preguntas (¿eso qué
es?, ¿para qué sirve?). El niño se vuelve una especie de filósofo incipiente.
La fase escolar se extiende desde los seis a los diez o doce años. Asiste a
importantes cambios físicos y psicológicos. La imaginación y la fantasía asoman
en primer plano de su conducta. Y la visión de perfiles borrosos que tenía
hasta ese momento se va haciendo mas nítida y mejor dibujada. Su visión de la
realidad va a ser cada vez mas objetiva. Es fundamental la colaboración entre
escuela y familia. Una buena educación familiar debe descansar sobre esta tetralogía:
1. Presencia simultánea del
padre y de la madre.
2. Comunicación afectiva
centrada en sentimientos positivos de amor y ternura.
3. Transmisión de valores
vividos por los padres: uno es lo que hace, no lo que dice.
4. Tener una disponibilidad
socioeconómica suficiente.
La
pubertad
se extiende en las chicas de los 10 años a los 14 y en los chicos de los 12 a
los 17. Va desde las primeras manifestaciones de la maduración biológica o
corporal hasta el final de la misma. Y aparece la capacidad de generación: la
primera menstruación en las chicas y la primera eyaculación en los chicos. Es
la denominada edad del pavo. La pubertad es la antesala de la adolescencia.
La
adolescencia
es el periodo de la formación de la personalidad. Es complicado señalar el
límite cronológico de la adolescencia con la primera juventud. Su contorno es
borroso, desdibujado, etéreo, de perfiles imprecisos, zigzagueantes y
desiguales, y se ponen de pie las cuatro piezas de la maduración: física, psicológica,
social y cultural. La madurez física es un proceso natural. Que
va en la chicas de los 15 a los 20 y en los chicos de los 17 a los 23,
aproximadamente. Hoy se ha alargado la adolescencia en los chicos por motivos
de índole muy diversa... y uno se encuentra con chicos de 23 o 24 años que son
auténticos adolescentes.
La madurez psicológica hace referencia a la madurez
de los sentimientos, a la intelectual, a la de la voluntad y a la de la
vocación profesional. La madurez afectiva es una dimensión clave y consiste en descubrir los
sentimientos y emociones y saber gestionarlos de forma correcta,
incluyendo a la sexualidad dentro de ese perímetro.
La madurez intelectual debe apuntar a que el joven
aprenda a utilizar los instrumentos de la razón. El orden es uno de los mejores
amigos de la inteligencia. Aprender a pensar, desarrollar espíritu crítico
positivo, dar argumentos y descubrir el sentido de la vida.
La madurez de la voluntad es decisiva,
ya que ella es la joya de la corona de la ingeniería de la conducta. Tener
voluntad es ser capaz de diseñar objetivos concretos, bien delimitados y poner
todo el esfuerzo posible para irlos alcanzando. La vocación profesional
consiste en ir descubriendo las preferencias personales y qué quiere cada uno
ir haciendo con su vida en relación con el trabajo. Aquí debemos destacar dos
tipos: los que tiene una vocación definida y saben lo que quieren y aquellos
otros que no tienen claro qué quieren hacer con su vida y necesitan de
consejeros operativos. Y finalmente dentro de la madurez psicológica un apunte
sobre la madurez de la personalidad. Este apartado es decisivo y aquí debo
subrayar la enorme importancia de tener modelos de identidad sanos, atractivos,
sugerentes, que nos arrastran a seguir en esa dirección.
La madurez social significa la capacidad para tener un
buen nivel de contacto interpersonal: adquirir habilidades sociales, tener
recursos para la comunicación, conocer las reglas del juego social, evitar el
miedo al qué dirán, luchar por ir metiendo en el comportamiento personal la
naturalidad, no buscar la aprobación de los demás, evitar el victimismo, saber
pedir consejo, seleccionar bien a los amigos.
Cuando eres joven estás lleno de posibilidades, cuando eres
mayor estás lleno de realidades. Son dos notas claves de la biografía,
posibilidades frente a realidades. El adolescente no está hecho para el placer,
sino para el heroísmo y van apareciendo de una forma sigilosa pero rotunda los
cuatro grandes argumentos de la vida, abriéndose paso entre masas de pensamientos:
amor,
trabajo, cultura y amistad. Y cada uno enseña el paisaje que se
esconde en su interior.
EL AMOR es la poesía de los sentidos, la inteligencia es la
nitidez de la razón. Ahí entra la importancia de la
educación. Educar es introducir en la realidad con amor y conocimiento. Educar
es enseñar a pensar, mientras que la cultura es enseñar a vivir. Educar es
convertir a alguien en persona. Educar es seducir con los valores que no pasan
de moda. Aquí entra la importancia de los padres. Un buen padre vale más que
cien maestros. Una buena madre es la mejor universidad doméstica. Porque quien sabe
querer sabe exigir.
La
primera juventud va desde los 25 años a los 35, o mejor decir a
los treinta y tantos largos. Aquí se consolidan los grandes argumentos del
proyecto de vida antes mencionados. El trabajo profesional y la vida afectiva
llevan la batuta. La juventud no depende de los años, sino de la ilusiones por
cumplir y ya se juntan la cultura y la amistad. La cultura es libertad, el
privilegio del conocimiento vivido. La cultura es lo que queda después de
olvidar lo aprendido, es la memoria del tiempo. Hay que pasar de la cultura del
éxito (que es un gran error) a la cultura del esfuerzo (que es la más acertada
y descansa sobre el orden, la constancia y la voluntad).
La
madurez
sucede de los 40 años en adelante. Ya hay balance existencial: haber y debe. Y
cada segmento de nuestra travesía echa una mirada hacia atrás sobre cómo han
ido las cosas. Hacemos cuentas con nosotros mismos. Salen a la palestra los
grandes asuntos de la vida que son analizados aunque nos resistamos porque
están ahí. La
madurez es serenidad y benevolencia. En esa época de la vida hacemos
inevitablemente balance existencial: haber y debe; y cada segmento de nuestra
travesía rinde cuenta de su viaje. Surgen los grandes asuntos de la vida y les
pasamos revista. Muchas veces las cuentas no salen. Es fundamental
reconciliarnos con nosotros mismos y tener la nitidez de saber que la vida no
va bien sin buenas dosis de olvido. Cada uno necesita reconciliarse con su pasado.
La
tercera edad
tiene igualmente una cronología compleja ya que la expectativa de vida ha
crecido en Occidente de forma extraordinaria. Pero lo que es indudable es la
disminución de las capacidades físicas, psicológicas y sociales que dan lugar a
un gran cambio en la persona. Lo que sí me gustaría dejar claro es que uno se hace
viejo cuando sustituye sus ilusiones por sus recuerdos. O dicho de
otra manera, cuando uno empieza a mirar más hacia atrás que hacia delante. Y
aquí es bueno evitar tres males: la excesiva soledad, la inactividad y la rutina.
Hay que preparar bien la jubilación para que no sea algo brusco, ni un giro de
180 grados. Y afrontar la muerte con visión sobrenatural, es decir, tener claro
que el animal termina, pero el hombre no muere.
Si los años arrugan la piel, carecer de ilusiones arruga el alma.
Decía Cervantes «la felicidad no está en la posada, sino en
medio del camino». Ser feliz es poseer lo que uno desea. Y lo mejor es no
desear demasiadas cosas y no equivocarse en las expectativas.
Enrique Rojas es catedrático de
Psiquiatría y autor del libro Vive tu vida.
(Ed. Temas de Hoy).
Gracias, mientras estaba leyendo estaba haciendo un repaso histórico de mi vida. Y al hacerlo, pude sentir cada periodo o fase con realidad, aunque en ciertos tramos sentí tristeza y frustración. Sin embargo, también pude hacer esta revisión con tranquilidad, sin remordimiento y sin ira al recordar; sino que la hice con comprensión y con esperanza de que aun puedo tener ilusiones. De todo lo que leí me he quedado con una frase que me ha animado a ser feliz en el hecho de caminar y no en el hecho de poseer cosas: "Si los años arrugan la piel, carecer de ilusiones arruga el alma" ¡Gracias, Enrique Rojas!
ResponElimina