Llegó la Navidad, una fecha llena de emociones, en
la que algunos reviven recuerdos repletos de felicidad y alegría, y otros,
momentos más tristes y duros. Sea como
sea, la Navidad despierta especialmente sensaciones y pensamientos, y nos
invita a reflexionar sobre el año que dejamos atrás y el que nos abre
nuevamente las puertas.
En el siguiente cuento, Jorge Bucay, nos habla
sobre los recuerdos y todas aquellas personas que forman parte de ellos,
personas que dejan huella en nuestra vida.
Se acercaban las fiestas de fin de año. Épocas de balance de introspección. Tiempos donde mirar atrás es lo cotidiano y
no lo ocasional.
Martín lo sabía, lo respiraba, lo sentía. Durante los últimos veinte años, antes de Navidad
se preguntaba si había valido la pena.
Él había vivido gran parte de su vida con intensidad y gozo, su
intuición lo había guiado cuando su inteligencia fallaba en mostrarle el mejor
camino. Casi todo el tiempo se había
sentido en paz y feliz. Y, sin embargo,
cada fin de año ensombrecía su ánimo aquella sensación de haber dedicado
demasiadas horas al día a sí mismo. (…) No obstante, Martín hacía todo lo
posible por no dañar a los demás, especialmente a aquellos que estaban más
cerca, a quienes ubicaba en el mundo de sus
afectos. (…)
Veía a la gente hablando sobre las fiestas, a sus
amigos y familia consultándose dónde las pasarían, a quién invitarían, con
quién tendría deseos de encontrarse. Y,
por alguna razón, él no se sentía incluido, no se juzgaba merecedor, no era
como ellos. Todos parecían tan
preocupados por los demás…
Tenía que tomarse un tiempo para reflexionar sobre
su presente y sobre su futuro. Martín
puso unas pocas cosas en su mochila y partió en dirección al monte. (…)
– Por una moneda
te alquilo el catalejo.
Era la voz de un viejo que apareció desde la nada
con un pequeño telescopio plegable entre sus manos y que ahora se lo ofrecía
con una mano, mientras con la otra, tendida hacia arriba, reclamaba su moneda.
Martín encontró en su bolsillo la moneda buscada y
se la alcanzó al viejo, que desplegó el catalejo y se lo dio. Después de mirar durante un rato consiguió
ubicar su barrio, la plaza y hasta la escuela frente a ella.
Algo le llamó la atención. Un punto dorado
brillaba intensamente en el patio del antiguo edificio. Martín separó sus ojos de la lente, parpadeó
varias veces y volvió a mirar. El punto
dorado seguía allí.
– ¿Qué es lo
raro?
– preguntó el viejo.
– El punto
brillante
– contestó -. Ahí, en el patio de la escuela.
Es demasiado temprano para armar el árbol de Navidad.
Martín tendió el telescopio al viejo para que
viera lo que él veía.
– Son huellas – dijo el
anciano.
– ¿Qué
huellas? –
preguntó Martín.
– Tuyas – dijo el
anciano -. ¿Te acuerdas de aquel día…? Debías de tener siete años. Tu amigo de la infancia, Antonio, lloraba
desconsolado en el patio de la escuela.
Su madre le había dado unas monedas para comprar un lápiz para el primer
día de clase. ¿Recuerdas? Él había perdido el dinero y lloraba a mares.
Martín buscó infructuosamente en su memoria. El viejo, después de una pausa, siguió.
- ¿Te acuerdas
de lo que hiciste? Tú tenías un lápiz nuevo que ibas a estrenar aquel día. Pero te acercaste al portón de entrada y,
cerrando la puerta sobre el trozo de madera, cortaste el lápiz en dos partes
iguales. Luego le sacaste punta a la mitad
cortada y le diste el medio lápiz nuevo a Antonio.
– No me
acordaba
– dijo Martín-. Pero eso, ¿qué tiene que ver con el punto brillante?
– Antonio
nunca olvidó aquel gesto, y ese recuerdo se volvió importante en su vida.
– ¿Y?
– Hay acciones
en la vida de uno que dejan huellas en la vida de otros – explicó el
viejo – Las acciones que contribuyen a la
felicidad de los demás quedan marcadas como huellas doradas…
Martín volvió a mirar por el telescopio y vio otro
punto brillante en la acera, a la salida del colegio.
– Ése fue el
día que saliste a defender a Pancho, ¿te acuerdas? Volviste a casa con un ojo
morado y un bolsillo del guardapolvo arrancado.
– Ese que está
ahí, en el centro
– siguió el viejo – es el trabajo que le
conseguiste a don Pedro cuando lo despidieron de la fábrica… Y el otro, el de
la derecha, es la huella de aquella vez que reuniste el dinero que hacía falta
para la operación del hijo de Ramírez. Las huellas que salen a la izquierda son
de cuando interrumpiste tu viaje porque la madre de tu amigo Juan había muerto
y querías estar con él.
Martín apartó la vista del telescopio y, sin
necesidad de él, empezó a ver como aparecían miles de puntos dorados
desparramados por toda la ciudad. Al terminar de ocultarse el sol, el pueblo
parecía iluminado por huellas doradas, que parecían muchas más porque las
lágrimas que caían de sus ojos multiplicaban hasta el infinito las luces del
pueblo.
Martín
dio las gracias al viejo y volvió al pueblo.
Este año, la fiesta iba a ser en su casa. Había muchos amigos a quienes
quería volver a ver. Sobre todo, a
aquellos que habían dejado huella en su vida.
Bonic conte de Nadal. Tots deixem alguna empremta i a tots ens han deixat empremtes i és bo recordar-ho
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