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dimecres, 12 de juny del 2013

Dime con quién vas y te diré hasta dónde llegarás. Francesc Miralles. El País.

En su impactante libro Mal de alturas, el alpinista y escritor Jon Krakauer explica la importancia de elegir bien a los compañeros de cuerda antes de una ascensión, ya que el temor o irresponsabilidad de uno de ellos puede arrastrar al resto hacia el abismo.
Algo parecido sucede con los acompañantes que nos procuramos para la gran aventura de la vida. No podemos elegir a nuestra familia, pero sí a los miembros de una expedición personal que estará llena de sorpresas y riesgos. Más allá del propio talento y ambición, nuestro éxito o fracaso dependerá en buena parte de las personas a las que nos atemos.
Reformulando el dicho popular “Dime con quién vas y te diré quién eres”, se puede afirmar: “Dime con quién vas y te diré hasta dónde llegarás”, ya que nuestro círculo de amistades y colaboradores puede impulsar nuestros proyectos de vida o bien suponer un freno. Así como los amigos empáticos y entusiastas nos pueden salvar de un naufragio personal, rodeados de personas tóxicas bloquea nuestra energía creativa y nos contagia su mismo estado de ánimo negativo.

LOS VAMPIROS ENERGÉTICOS
Todo el mundo sabe que existen, pero no siempre les concedemos la importancia que tienen en nuestro pulso emocional.
Este tipo de vampiros no pueblan la noche, sino las mañanas grises de la oficina, o los domingos por la tarde. No chupan nuestra sangre, pero sí las ilusiones que se encargan hábilmente de desactivar. Y ni siquiera son conscientes de ello, ya que creen sinceramente que nos están ayudando.
Podemos definir al vampiro energético como aquella persona en la que dominan los estados mentales negativos, a los que, sin darse cuenta, trata de arrastrar a los demás. Algunas pistas para desenmascararlos:
a) Son personas muy solícitas y de entrada extremadamente amables. Ante cualquier adversidad, serán los primeros en llamar para interesarse por nuestros problemas, aunque luego es raro que los escuchen.
b) A la primera ocasión exponen su drama personal, que monopolizará la conversación durante el contacto.
c) Si les contamos cualquier proyecto ilusionante, expondrán argumentos para que no lo llevemos a cabo, ya que el vampiro energético se compara constantemente con los demás y no quiere que su víctima le aventaje en ningún ámbito.
d) Tienden a censurar y culpar a personas de su entorno inmediato, actitud que muy probablemente tienen con nosotros mismos cuando frecuentan otras compañías.

e) Aunque no contactemos nunca con ellos,
no se darán por aludidos e insistirán en fijar nuevas citas, ya que se mueven en un círculo social reducido.

f) El signo más universal de que hemos estado con un vampiro energético: 
Un vez concluido el contacto, nos sentimos enormemente fatigados y con el ánimo bajo.

CUANDO LA AMISTAD ES LA GUERRA...
En su novela Antichrista –con excelente traducció de Sergí Pàmies- Amelie Nothomb retrata un tipo de relación desigual y destructiva que suele abundar en la adolescencia, cuando necesitamos mitos cercanos en los que inspirarnos.
Narra la historia de Blanche, una solitaria y tímida estudiante de filosofía que es “adoptada” por la deslumbrante Christa, que despliega a su paso poderosas armas de seducción. La ventaja de esta segunda sobre la primera hará que Blanche sea víctima de todo tipo de abusos y humillaciones por parte de ella hasta que finalmente decide rebelarse. Entonces, lo que había sido prácticamente una relación amorosa se convierte en una guerra terrorífica entre ambas.
A un nivel más sutil, según James Redfield, en todas las amistades insanas hay una guerra encubierta por apoderarse de la energía del otro. El autor del best seller Las nueve revelaciones hace una clasificación en cuatro tipos de personalidad, cada una con su estrategia:
1.    El intimidador. Nos hace sentir inseguros o incómodos ante su presencia. Dice y hace cosas que indican que en cualquier momento puede sucumbir a un ataque de rabia o de violencia. De este modo capta nuestra atención y nos atrae –por miedo- hacia su punto de vista.
Antídoto: Ante este perfil, la única salida es eludir el contacto, ya que           a corto o medio plazo, se convertirá en una relación destructiva.

2. El interrogador
. Se vale de la crítica para socavar nuestra autoestima. Manipulador nato, trata de obtener el máximo de información para hallar una brecha por la que hacernos sentir inseguros. Censura nuestro modo de trabajar o de vivir en pareja para demostrar jerarquía sobre nosotros.
Antídoto: Una forma de neutralizarlo es explicarle claramente que nos hiere su actitud, con lo que su estrategia subterránea quedará al descubierto. Entonces surgirá la oportunidad de un auténtico diálogo.

3. El distante. En una fiesta, se apartará del grupo para hacerse notar, pudiendo adoptar un aire melancólico o malhumorado. Su estrategia es hacer que nos acerquemos para capturar nuestra atención, a menudo jugando con el sentimiento de culpa, ya que nos hace temer que hemos cometido alguna indelicadeza o hemos sido injustos con él.
Antídoto: No debemos ceder a su juego. Si no expresa claramente lo que le pasa, lo mejor es dejarlo de lado. Sólo así lograremos arrancarlo de sus posiciones y que se comporte con normalidad.


4. El “pobre de mi”.
Su estrategia es el victimismo. Como no tiene fuerza suficiente para competir directamente por la atención, trata de ganar nuestra simpatía a través de lamentos y manipulaciones. De ese modo se sitúa en el centro y nos arrastra hacia su tragedia.
Antídoto: Podemos romper su discurso introduciendo nuevos temas de conversación donde no sea el centro del drama. El humor también es un arma efectiva para desactivar su estrategia.

LA COMPASIÓN BIEN ENTENDIDA...
Si me preguntan por qué lo quería, no podría decir más que esto: porque él era él, porque yo era yo y porque él y yo éramos nosotros. (Montaigne)

Hasta aquí hemos hablado de los
malos “compañeros de cuerda”, aquellos que os roban energía en lugar de ser una inspiración para nuestro día a día.
En el polo opuesto de las relaciones tóxicas tenemos las amistades que se sustentan en la admiración mutua, la igualdad y la complicidad. También en la compasión tal como es entendida en el budismo: la capacidad de ponernos al servicio de los demás para infundir ánimo en tiempos de dificultad. La siguiente historia anónima ilustra muy bien esta actitud:
Dos hombres, ambos muy enfermos, ocupaban la misma habitación de un hospital. A uno se le permitía sentarse en su cama cada tarde, durante una hora, para ayudarle a drenar el líquido de sus pulmones. Su cama daba a la única ventana de la habitación. El otro hombre tenía que estar todo el tiempo boca arriba.
Los dos charlaban durante horas. Hablaban de sus esposas y sus familias, de sus hogares, del trabajo de estancia en el servicio militar, de los lugares donde habían estado de vacaciones. Y cada tarde, cuando el hombre de la cama junto a la ventana podía sentarse, pasaba tiempo describiendo a su vecino todas las cosas que podía ver desde ella.
El hombre de la otra cama deseaba ardientemente que llegaran esas horas en que su mundo se ensanchaba y cobraba vida con noticias del mundo exterior. Por su compañero sabía que la ventana daba a un parque con un precioso lago. Patos y cisnes jugaban en el agua, mientras los niños echaban a volar sus cometas. Los jóvenes enamorados paseaban de la mano entre flores de todos los colores. Grandes árboles adornaban el paisaje, y se podía ver en la distancia el bello perfil de la ciudad.
Mientras el hombre describía todo esto con exquisito detalle, el del otro lado de la habitación cerrada los ojos e imaginaba la idílica escena. Una tarde calurosa, el hombre de la ventana describió un desfile que estaba pasando. Aunque el otro no podía oír a la banda, podía verlo, con los ojos de su mente, exactamente como lo describía su compañero.
Pasaron días y semanas. Una mañana la enfermera de día entró con el agua para bañarles y encontró el cuerpo sin vida del hombre de la ventana, que había muerto plácidamente mientras dormía. Apesadumbrada, llamó a los ayudantes del hospital para que se llevaran el cuerpo.
Cuando lo consideró apropiado, el otro enfermo pidió ser trasladado a la cama al lado de la ventana. La enfermera lo cambió encantada y, tras asegurarse de que estaba cómodo, salió de la habitación. Lentamente, y con dificultad, el hombre se irguió sobre el codo, para lanzar su primera mirada al mundo exterior; por fin tendría la alegría de verlo por él mismo. Se esforzó para girarse despacio y mirar por la ventana al lado de la cama… y se encontró con una pared blanca.
El hombre preguntó a la enfermera por qué su compañero muerto le había descrito cosas tan maravillosas a través de aquella ventana. La enfermera le reveló que el hombre era ciego y que no habría podido ver ni la pared y concluyó:
“Quizá sólo quería animarle a usted”.

Esta historia conmovedora demuestra que no hay mayor felicidad que hacer felices a los demás, sea cual sea nuestra situación. Como reza un viejo dicho: el dolor compartido es la mitad de pena, pero la felicidad, cuando se comparte, es doble.


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