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dilluns, 10 de juny del 2013

"Los más desafortunados de este mundo son los pesimistas». Andrea Hirata. la Contra de La Vanguardia.

Andrea Hirata cuya vida novelada se ha traducido a 23 idiomas.
Nací más o menos hace 27 años: en Belitong -una isla diminuta de indonesia- no había registros. Tras vivir en París y Gran Bretaña he vuelto a casa. Estoy licenciado en Económicas. Todos los niños del mundo deberían poder estudiar; en Belitong fue una proeza. Soy musulmán

BENDITO ENTUSIASMO
Un viejo maestro y una joven entusiasta de la educación montaron una escuela en una isla de Indonesia que apenas aparece en los mapas y sin educación pública. Las condiciones del Gobierno para que permaneciera abierta eran que no le costara ni un duro y que contara como mínimo con diez alumnos. Tras siete años de estudio, sólo uno de esos niños descalzos consiguió ir a la universidad, pero el talante de aquellos dos maestros y sus diez alumnos cambió para siempre la historia de Belitong, que hoy recibe miles de turistas al año en busca de las ruinas de la escuela. Andrea escribió su extraordinaria historia, La tropa del arco iris (Temas de Hoy).

Mi diminuta isla era rica en estaño, pero durante cien años lo explotó una gran compañía foránea, la PN.

¿Dos mandos?
Sí. Los trabajadores de la PN, con sus instalaciones deportivas, sus casas coloniales y su escuela. Y los nativos, hijos y nietos de analfabetos, niños descalzos y harapientos que no teníamos derecho a la educación.

¿Ocurrió un milagro?
Sí, con nombre y apellido: se llamaban el viejo maestro Park Arga y la joven Bu Mus, que habilitaron un cochambroso colegio de madera en el que llovía dentro.

...
Eran personas tan excepcionales que hicieron de esa choza un lugar de conocimiento, así que quien tenía paraguas lo abría y quien no, aguantaba. Bu Mus se cubría la cabeza con una hojas de platanero. Teníamos cuatro meses de lluvia, pero nadie se movía.

¿No había otra escuela pública?
No, y para el Gobierno era más sencillo que permaneciera cerrada; así que el inspector Salamikum estaba lleno de exigencias. Añada a eso que bajo los tablones del aula había un rico yacimiento. Si de los diez alumnos que acudíamos fallaba uno, la cerraban.

Usted y sus nueve amigos.
Nueve niños y una niña (cuyos hijos han ido todos a la universidad). Nadie creía en la educación, nuestro futuro estaba escrito: miseria. Ni Park Arfa, que se ganaba la vida como agricultor, ni Bu Mus, que lo hacía como costurera, cobraban por darnos clase.

¿Cuántos de ustedes fueron a )a universidad?
Yo fui el único, el resto sigue en la isla. Algunos son mineros y otros agricultores, pero todos han salido de la pobreza. En cuanto a mí, puedo asegurarle que de todos mis años de estudio, la mejor educación, la más impactante, ha sido la de esa escuela.
¿Por qué?
Desde el primer día los profesores me hicieron sentir que educarse es celebrar la vida. Bu Mus consiguió que nos enamoráramos del reto de saber. Mi compañero de pupitre, Linsang, el más brillante de todos, me hizo prometerle que alguno de los dos llegaría a la universidad.

¿Qué le hacía brillar?
Era un genio de las matemáticas. Cada día pedaleaba 80 kilómetros para ir a la escuela atravesando un río lleno de cocodrilos. Jamás faltó. Pero vivían 14 en una choza diminuta y los únicos que podían trabajar eran su padre y él: tuvo que abandonar.

¿Y el material escolar?
Nuestros padres nos compraban tres cuadernos por curso. Para sumar teníamos cada uno un puñado de ramitas. La pizarra era el suelo de tierra. Pero el orgullo que sentía Bu Mus (que tenía 15 años) por ser maestra y su pasión por enseñar se convertían día a día en nuestra pasión por aprender.

Qué grande, Bu Mus.
Éramos su razón de ser y ella nos transmitía esa energía de la alegría de aprender. Hoy sé que tener o no tener tiza u ordenadores es lo de menos. Los problemas complejos se convertían en desafíos, la aritmética difícil, en un entretenimiento. Las hojas de periódico sucias en las que envolvían el pescado eran tesoros de lectura

Su entusiasmo es contagioso.
Gracias a él conseguimos ganar el Concurso Académico. Vencimos a la escuela de la PN, con sus magníficos libros y profesores venidos de fuera. Claro que teníamos al genio de Linsang y la creatividad de Mahar, que nos llevó a ganar también el premio de carnaval. ¿Cuántas mentes brillantes como las suyas estarán enterradas en la pobreza?

Eso da mucha rabia.
Sufríamos una baja autoestima con carácter agudo por la discriminación sistemática y la marginación en la que vivíamos. Por eso ganar aquel concurso, algo impensable, fue crucial para la población: empezó a creer en nuestra escuela, y esa creencia en la educación ha permanecido.

Recobraron la dignidad.
Sí, tan pisoteada. Para Park Arfa el secreto del conocimiento era valorarse uno mismo, y su enseñanza era el gozo del estudio. Aquella mentalidad nos hizo estar agradecidos aun en la pobreza.

¿Qué fue lo dificil en su vida?
He tenido muchísimas dificultades en mi vida, pero quizá lo más difícil fue poner en práctica lo que me enseñaron mis profesores: intentar dar el máximo posible en lugar de recibir el máximo posible. He creado una escuela gratuita en mi isla.

Los precios del estaño acabaron desplomándose.
... Y la grandeza de la PN y su escuela se las tragó la tierra. Luego los nativos cribaron el estaño con sus propias manos y abrieron nuevas escuelas. No fue una gran corporación ni el Gobierno quienes lograron restablecer la educación como un derecho fundamental. Fue la propia gente pobre.

Es alentador.

A nuestra escuela literalmente se la llevó el viento, pero su espíritu ha permanecido. Allá donde voy lo veo: los más desafortunados de este mundo son los pesimistas.


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