Quizás la expectativa de felicidad instantánea que solemos endilgarle al vínculo de pareja, este deseo de exultancia, se deba a un estiramiento ilusorio del instante de enamoramiento.
En efecto, en un primer momento el encuentro es pasional, desbordante, incontenible, irracional. Las emociones nos invaden, se apoderan de nosotros y durante un tiempo casi no podemos pensar en otra cosa que no sea la persona de quien estamos enamorados y la alegría de que esto nos está ocurriendo.
Estar enamorados nos conecta con la alegría que sentimos de saber que el otro existe, nos conecta con la poco común sensación de completud. Este estado no se sostiene mucho tiempo, pero queda inscripto como un recuerdo que sostiene la relación y que es posible recrear cada tanto.
Pasados algunos meses, la realidad nos invade y allí todo termina o empieza la construcción de un camino juntos.
Cuando uno se enamora en realidad no ve al otro en su totalidad, sino que el otro funciona como pantalla donde el enamorado proyecta sus aspectos idealizados.
Los sentimientos, a diferencia de las pasiones, son más duraderos y están anclados a la percepción de la realidad externa. La construcción del amor empieza cuando puedo ver al que tengo enfrente, cuando descubro al otro. Es allí cuando el amor reemplaza al enamoramiento.
Pasado ese momento inicial comienzan a salir a la luz las peores partes mías que también proyecto en él. Amar a alguien es el desafío de deshacer aquellas proyecciones para relacionarme verdaderamente con el otro. Este proceso no es fácil, pero es una de las cosas más hermosas que ocurren o que ayudamos a que ocurran.
Hablamos del amor en el sentido de que nos importe el bienestar del otro. Nada más y nada menos. El amor como el bienestar que invade cuerpo y alma y que se afianza cuando puedo ver al otro sin querer cambiarlo.
Más importante que la manera de ser del otro, importa el bienestar que siento a su lado y su bienestar al lado mío. El placer de estar con alguien que se ocupa de que uno esté bien, que percibe lo que necesitamos y disfruta al dárnoslo, eso hace al amor.
Una pareja es más que una decisión, es algo que ocurre cuando nos sentimos unidos a otro de una manera diferente. Podría decir que desde el placer de estar con otro tomamos la decisión de compartir gran parte de nuestra vida con esa persona y descubrimos el gusto de estar juntos.
Aunque es necesario saber que encontrar un compañero de ruta no es suficiente, también hace falta que esa persona sea capaz de nutrirnos, que nos ayude a nuestro crecimiento personal.
El amor se construye de a dos, sobre la base de una química que nos hace sentir diferentes. Quizás por la sensación mágica de ser totalmente aceptados por alguien.
Enamorarse es amar las coincidencias, y amar, enamorarse de las diferencias.
Fuente: Jorge Bucay – Silvia Salinas, Amarse con los ojos abiertos, 2002.
Interesantes comentarios, sugiero de modo especial este libro.
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