La culpa es la emoción más
obstaculizadora en el camino de los anhelos y objetivos.
Desde un punto de vista psicológico, y en
términos sencillos, la palabra “culpa” alude a una acción u omisión que le
provoca a su autor un sentimiento de responsabilidad por un daño causado, y que
le produce malestar y/o remordimientos. Aquí
este sujeto tiene conciencia de su culpa. Sabe de la transgresión que ha
cometido, y se dirige autorreproches. Pero, ¿se gana algo con ello?.
Creemos que no, pues se está en deuda con uno mismo y con otro/s, y ninguno de
todos ellos obtiene así satisfacción alguna. Ya que, “como en las deudas, no cabe con las culpas otra honradez
que pagarlas” (Jacinto Benavente).
Entonces, si la culpa es real, corresponde
hacerse cargo de lo hecho u omitido, del daño provocado a otro/s, e intentar
remediar la situación. El autorreproche puede
ser transformado en una introspección seria (reflexión, análisis y decisión),
en busca de soluciones. Y la más sencilla (y si se quiere, en ocasiones, la más
“difícil”) es saber pedir perdón.
Porque nunca es sano intentar “silenciar” a
una culpa. Pues este temperamento, con el que se intenta evitar falsamente la
propia responsabilidad, puede llegar a generar desvalorización personal, “bloqueos”,
represiones y aún otras afecciones psíquicas (que pueden derivar en
comportamientos obsesivos y compulsivos), sino psicosomáticas. Por caso -se ha
dicho en una investigación efectuada en el año 2010 por la Fundación Santa
Lucía de Roma (Italia)-, la culpa puede provocar algunas isquemias (disminución
del riego sanguíneo) y microtraumas craneales.
Pero la culpa también puede ser
inconsciente. Freud la conceptuó como el
sentimiento conciente o inconciente de indignidad que sería la forma bajo la cual
el Yo percibe la crítica del Superyó. Y el sentimiento de culpa
inconciente es uno de los obstáculos principales con los que tropieza la
psicoterapia. No existe, escribió Freud, un medio “directo” de combatirlo. El
único medio propiamente analítico consiste en trasformar poco a poco el
sentimiento de culpa inconciente en conciente. Lo cual no es sencillo, pues el
sentimiento de culpa inconsciente, que se presenta desde el inicio como
fundamentalmente inexpiable, se traduce en una necesidad de castigo. Una suerte
de masoquismo que se ha descubierto sobre todo en sujetos empujados a conductas
criminales por tal sentimiento, que se aplaca cuando el individuo que lo padece
y que, por ello, ha cometido un delito, es condenado por la Justicia. Así como también en personas que encuentra su
satisfacción en la afección que sufren y no quieren (pueden) renunciar al
castigo inconscientemente deseado, representado por el padecer.
Sin embargo, también puede tratarse de una
culpa consciente, pero ficticia o inducida. En
el primer caso, pueden ser personas que se castigan por algo de lo cual no son
culpables, pero que de algún modo las mortifica. Inclusive hay
quienes se culpan por todo, pareciendo mártires que cargan a cuestas el dolor
del mundo. Creemos que requieren de psicoterapia, correspondiendo buscar sus
motivaciones y develarlas en aras de su salud mental. Y en el segundo supuesto,
no es novedad que hay individuos que son
auténticos “mete-culpas”, valiéndose de esta perversa estrategia de
manipulación a fin de controlar y dominar a otro/s para que hagan lo que al
“culpador” le plazca. Aceptar estas “culpas” gratuitas sin más, importa
brindarle “poder” al “culpabilizador” sobre uno mismo, siendo así su víctima.
Aún ante un engaño. Recordemos a Anaxágoras (500-428 a. NE): “Si me engañas una vez, tuya es la culpa; si me engañas
dos, es mía”.
Además, hay “culpas” generadas por creer
haberse equivocado en algo, o por haberse realmente equivocado. Pues bien, “el único hombre que no se equivoca es el que nunca hace
nada” (Goethe). Las llamaríamos culpas “inútiles”. Y, teniendo
en cuenta que las personas de baja autoestima son más proclives a sufrir
continuados sentimientos de culpa, que refuerzan su distorsionada autoimagen,
sugeriríamos que, en lugar de atormentarse y arrastrar una pesada carga,
también aquí, se buscasen soluciones.
Como fuera, la culpa es la emoción más
obstaculizadora en el camino de los anhelos y objetivos. Y por lo común, las
personas pueden emplearla de tres formas:
- sentirse culpables exclusivos de todo lo ocurrido (un quiste psíquico);
- culpabilizar de todo, inclusive de nuestros males, a los demás, como forma de tratar de quitarnos responsabilidad ante lo sucedido (una “salida” muy cómoda), o bien,
- pensar sencilla e irresponsablemente, que nadie tiene la culpa de nada, que se debe al “destino” o a la circunstancia, descargando así el agobio e intentando evitar no hacer más penosa la situación dada (una ficción o un delirio).
Pero si se intenta sustituir
la culpa por la responsabilidad bien entendida, poniendo atención y cuidado en
lo que se hace, omite o decide, sino disculpándose o reparando a conciencia el
daño causado, tal vez se pueda cambiar para bien.
“La culpa es vivida como una
separación entre nosotros y el mundo. La responsabilidad, por el contrario, nos
adentra en él. La responsabilidad es equilibrio. ¿Y qué es la culpa sino su
falta? Empecemos tal vez por ahí”
Xavier Guix.
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