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diumenge, 10 de març del 2013

LA NECESIDAD DE DECIR NO. La Vanguardia.


Uno de los contratiempos más difíciles de abordar en la vida diaria es terminar con “falsas obligaciones” que nos han atribuido por nuestra dificultad para decir no. Muchos de los problemas que van haciéndose más grandes se deben a la tensión que nos supone el uso de esta palabra.
En el mundo moderno existen derechos básicos de comunicación que todos sabemos racionalmente que tenemos: el derecho a rechazar peticiones sin sentirnos culpables o egoístas, a cambiar de opinión, a decidir qué hacemos con nuestro tiempo y nuestro esfuerzo, a decidir qué contamos y qué no contamos acerca de nosotros mismos… Sin embargo, a la hora de la verdad, muchos de estos derechos son vulnerados por los demás porque no llegamos a sentir que podemos reivindicarlos. Y si otras personas nos avasallan con su facilidad de palabra o con sus gestos agresivos no somos capaces de decirles no. A partir de ese momento el problema va creciendo: cada vez es más difícil afrontar lo que está ocurriendo.
Para ser capaces de decir no es necesario aprender asertividad. Y para hacerlo debemos ver que existen tres formas básicas de comunicarnos con los demás:
Una de ellas consiste en dejar de comunicar lo que sentimos o pensamos cuando creemos que puede crear tensión. Para hacerlo, tendemos a responder con monosílabos, a gesticular poco, a mirar hacia abajo, a poner barreras espaciales… En esas ocasiones nos quedamos siempre con la sensación de que “tendría que haber dicho que...” o “tendría que haber hecho…”. Pero no lo decimos ni lo hacemos. Si alguien nos pide algo, decimos que “sí” aunque querríamos haberle dicho que “no”, porque nuestra comunicación es la de alguien que mendiga cariño. Lo primero que hacemos cuando conocemos a alguien es ofrecerle un favor y poner nuestras cosas a su disposición. Después, los favores se convierten en obligaciones y lo nuestro se convierte en suyo. Es lo que los psicólogos llamamos actitud pasiva.
La segunda forma de comunicarse es la actitud agresiva. Gestos amenazantes, postura corporal de enfrentamiento (señalar con el dedo a la otra persona es un ejemplo), volumen de voz elevado, interrupciones. Cuando adoptamos esta forma de comunicación, le explicamos a la otra persona lo que “tiene que hacer”, lo que “debe hacer” o lo que “sería mucho mejor para todos que hiciera”. Todo esto con una mirada imperativa que, entre otras cosas, tiene como objetivo no dejar tiempo ni espacio a la otra persona para pensar.
La tercera, la más adaptativa en el mundo actual, es la actitud asertiva. Es la que queda justamente a medio camino entre las dos anteriores: ni pasivo ni agresivo. Mirada directa pero que no hace sentirse presionada a la otra persona, expresión facial distendida que transmite estados de ánimo, capacidad de alabar pero también de criticar, mensajes del tipo “yo pienso que”, “opino que”, “me gustaría que”....


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