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dimarts, 22 d’octubre del 2013

"El sufrimiento del no quiero morir es el que más duele". Cristina Monforte. La Contra de La Vanguardia.

Cristina Monforte, experta en cuidados al final de la vida.
Tengo 38 años. Barcelonesa. Soltera. Soy doctora en Enfermería, dirijo el departamento de Enfermería de la UIC y codirijo la nueva cátedra de Atención al Final de la Vida. Necesitamos políticos y una política que se preocupe del bienestar de todas las personas. Soy católica

ÁNGELES
Creo que entre las enfermeras hay muchos ángeles que tienen la capacidad de serenar al enfermo. Son pacientes con tu impaciencia, comprensivas con los familiares, y, cuando cae la noche y te sientes solo en esas habitaciones sin alma, te dan consuelo. Un estudio belga afirma que su compañía en esos momentos vulnerables hace que los pacientes que desean morir amanezcan con otro talante. Ese es su poder, aunque haya enfermeras que lo desconozcan. Nunca nadie me había definido con tanta claridad cuál es su trabajo: "Cuidar". Y para mostrar el camino e investigar desde la enfermería se ha creado en la UIC la cátedra We Care: Atención al Final de la Vida

Enfermera de batalla?
Sí, enfermera de trincheras: He trabajado 14 años junto a enfermos y sus familias en cuidados intensivos.

Eso debe de marcar.
Mi trayectoria más amplia fue en una unidad de politrauma atendiendo pacientes accidentados, en su mayoría jóvenes.

Vaya.
Soy una apasionada de la enfermería, trabajar junto a esas personas ha sido lo mejor que me ha podido pasar en la vida porque se aprende mucho.

Muchos pacientes se quejan de la crudeza con que se les han dado ciertas noticias.
Estoy de acuerdo. Me he pasado al ámbito docente precisamente para contribuir a formar profesionales de la enfermería comprometidos con el paciente.

Cuénteme sus aprendizajes.
Aprendes a convivir con la muerte, con personas que sufren, y a saber qué decir o qué no decir: acompañar, saber estar. Y si algo aprendes por los poros es que la vida es limitada, que todos morimos.

¿Alguna conclusión?
La muerte es un momento trascendental de la vida por el que todos vamos a pasar. Cuando te toca, debes estar bien atendido. No es fácil estar al lado de gente que muere, entre otras cosas porque la muerte de otro siempre te interpela, nunca te deja indiferente.

¿Ni cuando llevas ya demasiadas?
Pienso que cuando a una enfermera la muerte la deja indiferente es el momento de irse unos días a casa a descansar y recuperarse para volver a ser sensible a las necesidades del paciente que muere. Y no todo el mundo está preparado para atender ese trance.

¿Qué requiere?
Un grado de sensibilidad y de madurez diferente. Debes saber tratar a los familiares que sufren. Conseguir que ese paciente muera tranquilo y que haya tenido todo lo que necesitaba hasta el último momento es muy tranquilizador para la familia.

¿Por qué es tan difícil?
Lo que paraliza al cuidador es el miedo a morir. Estamos realizando un estudio sobre el impacto de la primera muerte en los estudiantes de enfermería, y es mucho más elevado de lo que nos pensábamos. Está claro que necesitan formación en ese sentido.

¿Formación sobre la muerte?
Sí, talleres donde exterioricen y hablen sin miedo de la muerte para que consigan integrarla. No todos pueden, pero las enfermeras que trabajan en el ámbito del final de la vida no quieren trabajar en otro.

Se sienten útiles.
Muy útiles. En la sociedad en que vivimos evitamos hablar de la muerte, y las enfermeras también. Yo recuerdo perfectamente mi primera muerte (1992), pero eso no es necesariamente malo, te ayuda a madurar y a valorar el tiempo que tienes.

¿Alguna vez se ha ido llorando del hospital?
He llorado con las familias y solía llamar cuando estaba de descanso preguntando por algún paciente. Defiendo que ese grado de implicación es humano y es bueno.

Los médicos suelen evitarlo.
El centro del trabajo de una enfermera es cuidar. A los médicos los forman en curar. La cátedra Atención al Final de la Vida que acabamos de crear pretende conseguir conocimiento nuevo sobre este periodo mediante la investigación realizada por las propias enfermeras para mejorar la atención.

Implicar a las partes implicadas.
Muchas veces, de noche, cuando ya no está la familia ni el médico, es a la enfermera a la que le preguntan: "¿Qué va a ser de mí?", "Esto no va bien, ¿me estoy muriendo?"...

Usted ¿qué les dice?
Les devuelvo la pregunta. Entonces es cuando te explican todos sus miedos. Asusta, pero no puedes engañar ni robar la esperanza.

¿Entonces?
Ha de haber mucha franqueza y confianza para saber decirle: "Sí, esto no va bien, pero usted no va a estar solo, no va a tener dolor, vamos a estar a su lado continuamente".

Tranquilizador.
Sí, para la mayoría; a otros la angustia vital les ahoga y se resisten a la muerte. No es tarea fácil. El sufrimiento del no quiero morir es el que más duele, y ahí es donde hay que investigar, porque en ese tránsito estamos involucrados la humanidad entera.

¿Qué han averiguado?
Una de nuestras líneas de investigación y mi tesis doctoral tratan sobre el deseo de morir. Por lo general nos aferramos a la vida, y los estudios nos revelan que aquellos que quieren morir sufren físicamente y a menudo carecen de sentido de la vida.

¿Cómo se les puede devolver?
Dedicando tiempo al paciente, por parte de los profesionales, la familia, voluntarios (formados) y entre los propios pacientes cuando las condiciones lo permitan. Las enfermeras tienen un papel fundamental.

¿Hay estudios?
Uno en Bélgica que demuestra que los pacientes con deseos de morir, tras una charla tranquila con la enfermera, ya no querían morir. Y según otro estudio, es esencial atender sus necesidades espirituales.


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