La palabra anciano casi ha desaparecido del vocabulario. Nadie quiere envejecer, y lo cierto es que, según algunos estudios, sentirse joven hace que se viva más sano. Pero no asumir la edad cronológica también es cosa de jóvenes, es un efecto de la sociedad actual.
¡Yo no tengo esta papada! Estas cámaras digitales me sacan muy vieja! ¡Las de antes sí hacían buenas fotos!”, exclama la abuela de 82 años cuando mira las fotos de la última reunión familiar. También sorprende el abuelo, de 85 años, cuando le proponen un viaje para la tercera edad: “¡Ni hablar! ¡Son para viejos!”.
Intriga lo que pasa con las edades. En el siglo XIII se era viejo a los 30 años; también a principios del siglo XX, a los 40 años se era mayor. Pero, a partir del aumento acelerado de la esperanza de vida, el concepto de anciano casi ha desaparecido del vocabulario popular. Posiblemente nadie se definiría con ese término.
Cuanto más joven te sientas, más vivirás. Esta afirmación es el resultado de un estudio sobre el envejecimiento realizado con 516 hombres y mujeres de 70 o más años por Jacqui Smith, psicóloga del Instituto de Investigación Social de la Universidad de Michigan –junto con dos colegas del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano de Alemania–. Para elaborarlo siguió la evolución de esas personas a lo largo de seis años. El hallazgo más sorprendente fue que, de promedio, se sentían con 13 años menos de los que tenían.
También se constató que su percepción de sí mismos sólo se modificaba en caso de mala salud. Las investigadoras concluyeron que “sentirse joven está relacionado con una mejor salud y mayor longevidad. Incrementa el optimismo y la motivación para superar obstáculos, reduce el estrés y mejora el sistema inmunitario, lo que reduce el riesgo de enfermedades”.
También los jóvenes se sienten más jóvenes de lo que son. La discrepancia entre edad real y subjetiva no es característica de los adultos mayores. Esa diferencia entre la edad cronológica y la imagen que se tiene de ella se ha denominado identidad de edad subjetiva y es una percepción que está presente en todas las edades. En los más jóvenes, se ha identificado que la resistencia a verse mayores proviene de una negación del envejecimiento resultante de temores como “no poder lograr el éxito en la pareja y la carrera, experimentar declives sexuales o físicos y no tener una seguridad e independencia económica”, según la profesora de Psicología Joan Montepare, especialista en estudios sobre envejecimiento en el Lasell College de Massachusetts.
Debido a las diversas circunstancias socioeconómicas y culturales, se produce el fenómeno del niño que no quiere crecer, una adolescencia retardada. Son jóvenes que ralentizan su incorporación a la edad adulta como mecanismo defensivo y de negación de las etapas vitales. Todo crecimiento o envejecimiento implica “una pérdida que va seguida de un proceso de duelo con respecto al tiempo de la propia vida, con su rechazo/evitación”, afirman Moisés Martín y Manuel Martínez en su estudio “La vivencia del envejecimiento”, publicado en Cuadernos de Relaciones Laborales.
Partiendo de que la vida, para seguir siéndolo, tiene que surgir de las cenizas de pérdidas sucesivas, es posible que el duelo de cumplir años acompañe desde edad muy temprana. Cumplir 12 años significa la pérdida de los privilegios de la niñez, por ejemplo. No es de extrañar que desde la tercera década los sucesivos cumpleaños empiecen a ser incómodos, por no decir traumáticos. Es muy probable que los jóvenes que han tardado más de lo esperado en sentirse adultos vayan tomando conciencia de que se les “ha pasado el arroz” para algunas vivencias. ¿De ahí las crisis de los 30 o los 40?
Cada cumpleaños tiene por finalidad contribuir a confrontar con la realidad cronológica, con el fin de despejar la ilusión de inmortalidad y permanencia. Pero parece ser, por lo que dicen los investigadores, que la reconciliación con el tiempo y la resolución del duelo no llegan hasta una edad avanzada. En el estudio antes citado, el grupo de los mayores de 80 años se mostraba como el que ya ha elaborado el duelo de las pérdidas y, dado que cada cumpleaños puede ser el último, este vuelve a ser motivo de celebración.
De vuelta a la resistencia de los más jóvenes a asumir su edad, es muy aclarador el análisis del catedrático de Psicología Evolutiva de la Universitat Autònoma de Barcelona Adolfo Perinat en su libro Los adolescentes en el siglo XXI. Su perspectiva de éstos en la sociedad española evidencia un proteccionismo pernicioso y amortiguador, por parte de los padres y la sociedad, que impide a los jóvenes correr sus riesgos para construir su autoestima y seguridad.
Además, identifica lo que denomina una “moratoria en asumir responsabilidades”. Una de sus inequívocas consecuencias sería el mantenimiento de jóvenes y adolescentes en estado de semidependencia de la familia en lo económico y en un estado psicológico-mental de semiinfantilismo que contrasta con su estado psicobiológico de madurez reproductiva.
EN PRIMERA PERSONA.
El testimonio de dos mujeres jóvenes refleja la conciencia acelerada del paso del tiempo y de las pérdidas que conlleva.
Marta, 31 años. “Hasta hace poco, no me había preocupado cumplir años, era un día más en mi vida. De repente, me di cuenta de que al día siguiente cumpliría 29, y que este hecho ¡me llevaba de forma inexorable hacia los 30! Esto me llevó a pensar en cómo veía a la gente que tenía 30 cuando yo tenía 18 años: eran personas mayores, gente con hijos, hipotecas, trabajos serios y responsabilidad, que cuando salían por las noches destacaban por estar fuera de lugar. Ahora, no tengo hipoteca, no tengo hijos, tengo un trabajo y, seguramente, para los de 18 canto como una almeja cuando salgo de noche, porque deben de pensar que ya no tengo edad. Muchas veces me estresa pensar que el tiempo avanza más rápido que yo y que no lo atrapo, pero me consuela ver que las chicas de Sexo en Nueva York tienen más edad y son estupendas, así que todavía me quedan unos añitos...”.
Gloria, 33 años. “El principal miedo es la cuestión del reloj biológico. A los 33, que tu ginecólogo te diga que la fertilidad baja exponencialmente te hace pensar que se te pasará el arroz o que, en cualquier caso, te quedan años para tener hijos, pero que cada vez será más difícil y requerirá más complicaciones o procesos técnicos... Además, te sorprendes empezando a hacer el deporte que nunca has hecho antes, comprando cremas cada vez mejores donde ya aparece el odioso lema antiaging... El consuelo es que no estás sola. Cuando hablo con muchas de mis amigas, veo que son sentimientos compartidos, que los miedos de tener o no pareja estable son universales, que más de uno te dice que pareces más joven y que otros te dicen que en menos de un año te puede cambiar la vida radicalmente para bien porque, claro, a esta edad, ya se sabe, ¡todo va más rápido que cuando tienes veinte!"
Gloria, 33 años. “El principal miedo es la cuestión del reloj biológico. A los 33, que tu ginecólogo te diga que la fertilidad baja exponencialmente te hace pensar que se te pasará el arroz o que, en cualquier caso, te quedan años para tener hijos, pero que cada vez será más difícil y requerirá más complicaciones o procesos técnicos... Además, te sorprendes empezando a hacer el deporte que nunca has hecho antes, comprando cremas cada vez mejores donde ya aparece el odioso lema antiaging... El consuelo es que no estás sola. Cuando hablo con muchas de mis amigas, veo que son sentimientos compartidos, que los miedos de tener o no pareja estable son universales, que más de uno te dice que pareces más joven y que otros te dicen que en menos de un año te puede cambiar la vida radicalmente para bien porque, claro, a esta edad, ya se sabe, ¡todo va más rápido que cuando tienes veinte!"
Este término, ideado en 1973 por el psiquiatra y gerontólogo norteamericano Robert Neil Butler –conocido por su trabajo en favor de las necesidades y derechos de los jubilados– describe el conjunto de actitudes negativas de la sociedad hacia las personas de más edad. Significa rechazo, tendencia a la marginación, temor, desagrado, negación, agresión y todos los prejuicios que operan conjuntamente en la discriminación hacia la persona que envejece. Es una lacra tan poderosa como el sexismo o el racismo. El viejismo, que varía según las culturas, enlaza con las ideas de declive físico y de todo aquello que la sociedad venera: belleza corporal, poder, ostentación de bienes, productividad... A este conjunto de factores se le identifica con la inutilidad. Como el viejismo se aprende desde edades tempranas, no es de extrañar que la mayoría de las personas, de todas las edades, no deseen ni acercarse ni pertenecer a ese club.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada