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dimecres, 15 d’agost del 2012

"Lo que me preocupa no es que me hayas mentido, sino que de ahora en adelante ya no podré creer en ti". Frases para cambiar vidas.

Autor: Friedrich Nietzsche
Erase una vez un país donde no solo se mentía, sino en el que, además, la mentira era objeto de admiración y síntoma de buen gusto, y donde todo aquel desdichado ciudadano que osara decir la verdad, era, de inmediato, perseguido y vituperado por la gran mayoría mentirosa.
Aquel país, democrático a pesar de todo, y llamado Falacia, estaba dirigido siempre por hombres, de derecha o izquierda, que habían ascendido al poder a través de la mentira y prometiendo a su pueblo todo aquello que sabían con certeza que serían incapaces de cumplir.
Y entonces, ¿por qué el pueblo los elegía? Porque siendo la mentira la única razón conocida y habiendo arraigado de tal forma en el modus vivendi de aquella sociedad, la victoria era del que mentía mejor y cuyas fábulas resultaban más satisfactorias y complacientes.
Engaños, embustes y falsedades sinfín, eran los atributos de  aquella sociedad, y la hipocresía una norma admitida como la máxima expresión de inteligencia.
Nadie decía lo que de verdad pensaba. Nadie se atrevía a desdecir una calumnia, aunque resultara evidente su falsedad. Todos vivían bajo el yugo dictatorial de la farsa. Y hasta los más pequeños eran convenientemente aleccionados desde la cuna para no desarrollar sinceridad.
Muchos habían emigrado de Falacia en busca de un lugar en el que poder expresar la verdad en libertad y donde valores como honestidad, honradez e integridad, todavía estuvieran vigentes y significaran algo. Otros habían optado por quedarse y asumir la mentira como verdad, sin cuestionarla y sin plantearse un leve titubeo sobre si lo que les contaban era cierto o no.
¿Eran infelices en Falacia? No. Ni mucho menos. La verdad es siempre incomoda y resulta fea de engullir. La mentira es suave y preciosa, tan hermosa, que ciega y place.
Cuentan que en aquel país hubo un tiempo en el que sí se dijo la verdad, pero que el veneno de la mentira fue extendiéndose lentamente hasta contaminarlo todo y el hecho de que desde las más altas instancias se mintiera, resultó una coartada perfecta para que todos lo hicieran.
¿Pero no todo sería mentira en aquel atribulado país? No todo, pero si lo sustancial. El día era el día y la noche la noche, obviamente, pero de lo demás nadie podía estar seguro. Las noticias escupían decenas de mentiras por minuto; las estadísticas eran inciertas o inventadas; las declaraciones ajustadas a lo que el mundo quería oír y lo que pasaba no era lo que pasaba, sino lo que se quería hacer creer en virtud del propósito de turno.
Toda similitud o concomitancia con la realidad de algún país concreto es pura casualidad. Por desgracia, esta historia, razonablemente, podría darse en muchos lugares a la vez hoy en día.
¿La solución? Exigir la verdad. No conformarse con nada que no sea la realidad, sin ambages, sin cloroformo, y aunque duela, que ya somos mayorcitos. Verdad desnuda y fea, pero cierta.
No nos conformemos con sucedáneos de lo que pasa. No hagamos oídos a versiones edulcoradas ni embustes prefabricados, o tendremos que emigrar, como contaba de algunos habitantes de Falacia, hacia un lugar en el que la verdad todavía siga teniendo valor. Hacia un lugar en el que la mentira y los mentirosos sean repudiados y no ensalzados como los más listos. Proscritos y apartados. Relegados por los que aún piensan (pensamos) que otro mundo mejor, más integro y justo, es posible.

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