EL DESEO
DE CAMBIO
¿Cómo
sería tu vida si despertaras y de repente ese cambio se hubiera hecho realidad?
¿Qué cosas serían diferentes? ¿Cómo te sentirías? ¿En qué notarían las demás
personas que has cambiado?
Intenta
detectar cuáles pueden ser los obstáculos o los frenos, tanto internos como
externos, para llegar a realizar ese cambio.
¿Qué
pasos puedes realizar para dirigirte hacia ése futuro deseado?
Procura
hablar y actuar como si ése cambio ya estuviera llevándose a cabo.
Son
muchas las personas que en algún momento se plantean realizar un cambio. Quizás
anhelan dar un giro a su vida, renovarse en algún aspecto, superar una
dificultad, mejorar a nivel personal… Sin embargo, sólo cuando esta necesidad es
suficientemente intensa impulsa a movilizarse en algún sentido.
Quienes
se dedican a la publicidad saben que la palabra “cambio” surte un efecto
especial. Supone la promesa de una vida mejor, más feliz y completa. Cualquier
tipo de novedad –un cambio de imagen, reformas en el hogar, dietas milagrosas–
se utiliza como reclamo. La cuestión es, como bien dice la frase, renovarse o
morir, con la esperanza de que eso lleve a un estado diferente, más cerca de la
ansiada felicidad.
Sin
embargo, más allá de esas transformaciones superficiales no resulta fácil
cambiar. El
cambio suele ser algo buscado y esperado pero también temido. Por un
lado existe el impulso de hacer algo distinto o salir de la insatisfacción. Por
otro, la tendencia a preferir la comodidad de lo conocido.
En
el viaje hacia el cambio son muchos los frenos y los obstáculos que pueden
hacer que ese deseo quede en mero intento. Para que llegue a realizarse puede
resultar útil tener en cuenta premisas como las siguientes:
CREER EN EL CAMBIO
“Todo cambia, nada es” Heráclito de Éfeso.
El
mayor freno para lograr un cambio es ni siquiera creerlo posible. Cada vez que
se pronuncian frases como: “Nunca cambiarás”, “Soy así, no puedo evitarlo”, “No hay
nada que pueda hacer para mejorar esta situación”, se niega, tanto
en uno mismo como en los demás, la capacidad de cambiar.
Nociones
como el peso del carácter y los genes inducen a pensar que una persona es tal
como es porque ha nacido así y tiene irremediablemente esos defectos. Mientras
que poner la causa de los problemas fuera (en los demás, en el pasado vivido,
la mala suerte, las circunstancias…) augura un futuro poco prometedor, que
resta tanto responsabilidad como posibilidades frente al cambio.
Sin
embargo, la psicología se fundamenta precisamente en la capacidad de cambiar de
la persona. Sostiene
que el cambio no sólo es posible, sino inevitable. Si miramos a
nuestro alrededor podemos ver que, como decía el filósofo Schopenhauer, el
cambio es lo único que permanece inmutable.
Nuestra
propia identidad es dinámica y cambiante. Resulta imposible definirse del mismo
modo siendo niño que adulto, cuando se vive en pareja, se acaba de ser padre o
cuando se cambia de trabajo. El propio cuerpo, e incluso cada célula, sufren
una transformación continua. Y los valores y creencias, así como el modo de
relacionarse y vivir las propias emociones, evolucionan con el tiempo.
Por
tanto, si el cambio es una variable constante la cuestión no está en cómo
generarlo, sino más bien en cómo conducirlo hacia lo que se desea.
MIRAR HACIA EL FUTURO
“Si no sabes adonde quieres ir, llegarás a cualquier parte”
Muchas
veces se busca un cambio, pero sin saber realmente qué es lo que se desea
cambiar. Es fácil convertirse entonces en un especialista de la queja, hablando
una y otra vez sobre los propios problemas, lo que disgusta o las enormes
dificultades que impiden cambiar.
Digamos
que, en tales casos, la persona está más enfocada en el problema que en la solución,
lo cual supone un excelente mecanismo para seguir igual. Para
iniciar un cambio y empezar a movilizarse es preciso conocer cuál es la
dirección de destino.
Partiendo
de la situación actual, se puede imaginar a qué futuro se desea llegar. De este
modo, se tendrá una idea más clara del trayecto y las posibles estaciones que
implica el cambio. Una distancia excesivamente larga entre el origen y la meta,
por ejemplo, puede indicar que se tienen expectativas un tanto irrealistas, o
que es preciso plantearse pequeños objetivos a corto plazo.
Los
expertos en márketing saben la importancia que tiene la atención. Sólo lo que
capta nuestro interés tiene probabilidades de expandirse. En
relación a nuestra situación personal ocurre algo parecido: centrar la atención
en las dificultades hace que éstas crezcan, mientras que enfocarse hacia el
futuro deseado permite encaminarse hacia el cambio.
TRASPASAR LAS LIMITACIONES
“Un obstáculo es lo que se ve al desviar los ojos del objetivo”
Los
cambios a menudo implican decisiones difíciles, despedirse de algo que resulta
familiar, afrontar la incertidumbre de lo desconocido… Resulta lógico, por lo
tanto, que desestabilicen y provoquen miedo o estrés.
Muchas
personas tienen una larga lista de razones por las cuales posponen o no llegan
a realizar ese cambio que tanto desean. Sin embargo, detrás de cualquier limitación externa se
esconde un miedo, y éste supone el mayor obstáculo.
En
la base del temor suelen hallarse creencias del tipo: “No seré capaz”, “Es demasiado difícil” o
“He malgastado mucho tiempo”. Este diálogo interno en lugar de ayudar crea una
sensación de incapacidad todavía mayor. No hay nada tan peligroso
como tener una idea fija y además limitante. Quien la descubre no debe dudarlo:
es preferible cambiarla.
La
resistencia al cambio es algo que conocen bien los psicólogos. Se trata de esa
tendencia, a menudo inconsciente, que actúa en contra del objetivo terapéutico
y que es preciso aprender a detectar y atravesar. Se explica por esa fuerza
homeostática, común a todos los seres vivos, que trata siempre de conservar el
antiguo estado, y que resulta antagónica y complementaria con la fuerza que
impulsa a cambiar.
En
realidad, se necesita tanto el cambio como la estabilidad para tener capacidad
para adaptarse a las circunstancias, a la vez que se mantiene un buen
equilibrio físico, mental y emocional.
ROMPER PAUTAS
“Quien hace siempre lo mismo, difícilmente obtendrá un resultado
diferente”
A
veces es tan simple como tener en cuenta esa vieja máxima. Se desea cambiar,
sentirse distinto, resolver una situación, pero se sigue haciendo exactamente
lo mismo que ayer, hace un mes o un año. Es decir, lo que se ha comprobado repetidamente que no
funciona.
Los
problemas a menudo no aparecen por sí solos, sino que contribuimos a crearlos.
A partir de una situación, presente o pasada, se pueden generar ideas o
recurrir a soluciones que en realidad acrecientan todavía más la dificultad.
La buena
noticia es que si somos capaces de crear nuestro propio problema, también
podemos generar las condiciones que ayuden a resolverlo. Una buena manera es
introduciendo cambios en las actitudes y comportamientos que se repiten. Tal y
como decía Milton Erickson, uno de los terapeutas más influyentes de nuestro
tiempo, los individuos empiezan a tener dificultades cuando actúan o piensan
siguiendo pautas rígidas.
Una
persona, por ejemplo, puede tener el hábito de abordar la nevera por la noche
cada vez que tiene una preocupación importante. Ese comportamiento sin duda
actúa como tranquilizante, pero desgraciadamente tiene efectos secundarios como
el aumento de peso y quizá sentimientos de culpabilidad. Empezar por cambiar el
patrón de conducta: forzándose, por un lado, a hablar de lo que le inquieta, y
comprometerse a comer delante de su pareja en vez de a escondidas, puede
suponer una manera de romper el círculo vicioso.
Modificar
la secuencia en que aparece la dificultad, utilizar lo que se ha comprobado que
sí funciona, salir del camino acostumbrado, realizar algo nuevo, distinto,
sorprendente… implica introducir flexibilidad en la propia vida, uno de los
ingredientes indispensables para el cambio.
EL EFECTO BOLA DE NIEVE
Un
pequeño cambio puede tener un efecto expansivo y generar cambios cada vez
mayores. No se trata de magia. Es un principio que se halla presente en
cualquier sistema vivo: al cambiar una parte se produce una reacción en cadena
que involucra a las restantes. Por eso, cuando un miembro de la familia realiza
un cambio los demás se ven afectados en cierta medida. O cuando se modifica algún aspecto personal,
los sentimientos y pensamientos también varían.
A
veces basta con modificar la manera en que se percibe una situación. Las
personas se sienten estancadas y ofuscadas cuando no encuentran salidas o
maneras de realizar un cambio. Cuanto más analizan o más explicaciones buscan a
lo que les ocurre, más absorbidas se encuentran por sus propias circunstancias.
Cuando
Alejandro Magno cortó el nudo gordiano con un golpe de su espada, en lugar de
pretender deshacerlo, mostró que la solución a un problema depende del modo en
que se considere. Por eso, una buena dosis de creatividad y, sobre todo,
mirar la situación desde diferentes ángulos permite abrir nuevas alternativas
para el cambio.
DAR LA BIENVENIDA AL
CAMBIO
“Y llegó el día en que el riesgo que corría por permanecer
dentro del capullo era más doloroso que el que corría por florecer”. Anaïs Nin.
Quizás
una pregunta clave sea: “¿Qué estoy dispuesto a cambiar?” Algún
movimiento diferente, algo distinto se tiene que iniciar si se pretende romper
la inercia.
El cambio
no está exento de riesgo.
Como cualquier elección supone una apuesta que puede llevar tanto a ganar como
a perder en algún aspecto. Sin embargo, mantenerse en la duda y la pasividad
también puede pasar factura. Por un lado, el tiempo por sí mismo puede acotar
las posibilidades y decidir por nosotros. Por otro, el deseo de cambiar no
realizado puede crear una honda insatisfacción personal.
Las
personas no sólo somos capaces de cambiar de manera asombrosa, sino que
cambiamos constantemente. De hecho, todos conocemos ejemplos de
transformaciones personales a raíz de una situación crítica o por pura
voluntad. Puede
que haya momentos difíciles o en los que no resulte fácil encontrar una salida,
pero resulta reconfortante saber que es posible abrir ventanas y descubrir un
nuevo horizonte si estamos dispuestos a cambiar.
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