Vanessa Diffenbaugh, madre de acogida y escritora
Tengo 34 años. Nací en San Francisco. Casada, tengo dos hijos biológicos y he sido madre de acogida de 9 niños, dos se han quedado en la familia. Licenciada en Literatura Inglesa. La política en EE. UU. debería atender más la educación y la igualdad. Vivimos por un propósito
Una gran familia
Una gran familia Vanessa y Míster D. (tal como le llaman sus alumnos e hijos) se han complicado mucho la vida acogiendo unos pocos de los muchos niños que viven al amparo, o mejor desamparo, del sistema tutelar norteamericano. "Trevon había sufrido abusos de niño, Donovan siempre vivió en casas de acogida hasta quedar en la calle con 18 años, y la madre de Sharon vivía en la calle". Ese es el perfil de los adolescentes que han vivido y viven con los Diffenbaugh, una gran familia. Vanessa volcó sus experiencias en la novela El lenguaje de las flores (Salamandra), que se convirtió en un superventas y que le permitió crear la Red de la Camelia, una red ciudadana para ayudar a estos jóvenes: "el futuro del país".
Cuál es su propósito?
Vivir una vida de amor.
...
En Stanford conocí a mi marido, que era director de una escuela de transformación urbana: daban opciones a los niños de familias desestructuradas y pobres.
Y usted se involucró.
Sí, porque el trabajo de mi marido implicaba llevarse a casa niños necesitados de un hogar y de cariño.
¿Fracasos?
Muchos. Pero para hablar de ellos debo primero hablarle de mis éxitos.
Adelante.
El mayor éxito de mi vida ha sido mi matrimonio, somos pacíficos, tenemos un propósito común, y parte de nuestra relación pasa por incorporar nuevos miembros a nuestra familia.
¿Por qué?
Empezamos tutelando y vimos que muchos niños iban de casa en casa, se nos rompía el corazón, y decidimos hacer algo al respecto. A los seis meses de nacer nuestra primera hija ganamos la custodia de Trevon, que lleva con nosotros cinco años.
¿Qué edad tenía cuando lo acogieron?
Catorce años, pero su comportamiento era el de un niño de diez, muy necesitado de una mamá. El día que acudimos a los tribunales para formalizar la custodia supe que estaba embarazada de mi segundo hijo y, en cuanto nació, llegó también el segundo adolescente que se instaló con nosotros, Chela.
De cero hijos a cuatro.
Fue una locura. La experiencia me llevó a escribir una novela que trata de cómo aprender a dar y a aceptar el amor, un reto para alguien a quien se le ha negado de niño.
¿Hubo más jóvenes acogidos?
A Catherine su madre de acogida la echó de casa y pasó un tiempo con nosotros. Y antes de que nacieran mis hijos biológicos acogimos a dos hermanas, pero fue un fracaso.
¿Qué pasó?
En Estados Unidos no hay suficientes buenas familias dispuestas a acoger y cuando te prestas voluntario te piden demasiado.
No pudo con todo.
Yo pedí un niño en edad escolar para poder ir a trabajar, pero me llamaban constantemente con urgencias. Acabé cediendo y acogiendo a dos hermanas encantadoras de 3 y 13 años a las que no podía atender.
¿Las devolvió?
Sí, y acabe convirtiéndome en la persona que no quería ser: una mujer que hace más honda la herida de un niño. Me sentí muy culpable, sabía que acabarían en un hogar desastroso. No se si lo he superado, pero no me he rendido: sigo intentándolo.
¿Ha habido más fracasos?
Megan, tenía 16 años, nunca había tenido una familia, en su partida de nacimiento, en lugar de un nombre, figuraba una cifra. Quisimos adoptarla, pero nos desafió desde el principio. Nunca la habían amado.
¿Qué ha aprendido?
Donovan vivía en una familia, pero a los 18 años le tocó marcharse y se quedó en la calle sin ningún lugar adonde ir, que es lo que suele pasar. Era alumno de mi marido y lo acogimos un tiempo hasta que pudimos ubicarlo, pero pasa temporadas con nosotros. He comprendido que siempre se necesita una madre, tengas la edad que tengas. A Donovan le gusta que le acompañe a comprar ropa, que le prepare el bocadillo...
Que lo cuiden y cuidar.
Sí. Y cada semana he llevado a Trevon a ver a su madre, que vive en la calle, y he comprendido que para él ha sido una gran suerte tenernos a todos, incluida su madre.
Eso es un éxito y también la Red de la Camelia que ha fundado usted.
En mi novela El lenguaje de las flores relato la experiencia de una joven que ha crecido bajo el sistema tutelar del Estado en diferentes casas de acogida.
Se convirtió en un superventas.
Sí, algo inesperado. Me di cuenta de que la gente en mi propio país desconocía que esos jóvenes son abandonados a su suerte a los 18 años. "¿Cómo puedo ayudar?", me preguntaban. El objetivo de la Red de la Camelia es apoyar a esos jóvenes que llegan a la mayoría de edad y deben emanciparse.
¿Qué tienen que ver las flores con todo esto?
De niña tenía un enorme diccionario victoriano con el sentimiento que corresponde a cada flor. El de la camelia es: "Mi destino está en tus manos", quiero recordar que el destino de un país está en las manos de los ciudadanos más jóvenes.
Acoger a un adolescente asusta.
Lo que pasa es que los medios de comunicación siempre te venden tragedias, pero la mayoría lo único que quieren es salir adelante en la vida. Dar y recibir amor es un intercambio muy positivo que suele funcionar.
Muchos los acogen por dinero.
Cierto, te dan 600 dólares al mes. La mayoría de padres de acogida viven por debajo del umbral de la pobreza. Y los jóvenes saben que están ahí por ese motivo..., debe de ser muy triste. Y dan muchas vueltas de hogar en hogar a partir de los tres añitos.
...
No quiero abundar en los estereotipos del sistema, pero los asistentes sociales suelen ser gente muy dura porque terminan trabajando con 70 críos y sin demasiados recursos, y están tan acostumbrados a vivir fracaso tras fracaso que se endurecen y se olvidan de por qué se metieron en eso.
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