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dilluns, 6 d’agost del 2012

"AQUI TENEIS EL RELOJ, ALLÍ TENEMOS EL TIEMPO". Moussa Ag Assarid, escritor Tuareg. La Contra de la Vanguardia, 01/02/07

Algun@s ya conoceis de mi relación con un país árabe, y de mi pasión por los viajes. Al recorrer mundo siempre te sorprende el valor que les dan a las cosas los diferentes pueblos que he tenido el placer de conocer. Lo que para nosotros es muy importante para otros es banal o al revés. La capacidad de disfrutar con cosas, simples, sencillas, naturales, de observar, y sobre todo de reir aunque en muchos casos la pobreza sea extrema.


Nos autollamamos primer mundo, paises desarrollados... pero pienso que este desarrollo industrial, esta sociedad en la que vivimos ha perdido la esencia de lo natural, de la observación, del compartir, no nos conocemos casi ni entre vecinos, apenas podríamos decir lo que sienten muchos de nuestros amigos, que les pasa o que es lo que realmente les preocupa.


Hace años cayó en mis manos este libro. La visión que tiene de nuestro mundo, de como vivimos, de como sentimos, del valor que le damos a las cosas un tuareg que aterriza en París y debe de enfrentarse a intentar entender nuestra sociedad, nuestra manera de vivir. Discrepo en alguno de los capítulos pero en su globalidad es un buen ejemplo de las diferencias entre culturas y muchas beces, al leerlo, me pregunto cual es la sociedad desarrollada?. Libro de fácil lectura y para reflexionar sobre la pérdida de muchos de los valores más esenciales y a la vez sencillos arranca sonrisas pero con un poso agridulce al pensar, ¡Cuanta razón tiene!. 


Reproduzco una entrevista que le hicieron en la Contra a raíz de la publicación en nuestro país de su libro. 




ESCRITOR TUAREG, DEFENSOR DE LOS PASTORES 

‘ E L    P R I N C I P I T O ’
Debe de tener cerca de 30 años y llega de otro planeta, como el Principito. Cautiva la suavidad de sus gestos, la dulzura de su voz y lo que cuenta. Un día, en un bar, charló al azar con un desconocido acerca de su añorado mundo. Y resultó ser un editor... que se empeñó en publicarle ‘En el desierto no hay atascos. Un tuareg en la ciudad’ (Sirpus): hoy es todo un éxito en Francia, y Moussa es ya una celebridad mediática. Que un pastor tuareg llegue a estrella en Europa es tan improbable que Moussa lo intrepreta como un designio: lo aprovecha para defender la vida nómada y pastoril de los tuareg.

No sé mi edad: ¡nací en el desierto del Sahara, sin papeles...! Nací en un campamento nómada tuareg entre Tombuctú y Gao, al norte de Mali. He sido pastor de los camellos, cabras, corderos y vacas de mi padre. Hoy estudio Gestión en la Universidad Montpellier-1. Estoy soltero. Defiendo a los pastores tuareg. Soy musulmán, sin fanatismo

Qué turbante tan hermoso...!
–Es una fina tela de algodón: permite tapar la cara en el desierto cuando se levanta arena, y a la vez seguir viendo y respirando a su través.

–Es de un azul bellísimo...
–A los tuareg nos llamaban los hombres azules por esto: la tela destiñe algo y nuestra piel toma tintes azulados...

–¿Cómo elaboran ese intenso azul añil?
–Con una planta llamada índigo, mezclada con otros pigmentos naturales. El azul, para los tuareg, es el color del mundo.

–¿Por qué?
–Es el color dominante: el del cielo, el techo de nuestra casa.

–¿Quiénes son los tuareg?
Tuareg significa abandonados, porque somos un viejo pueblo nómada del desierto, solitario, orgulloso: señores del desierto, nos llaman. Nuestra etnia es la amazigh (bereber), y nuestro alfabeto, el tifinagh.

–¿Cuántos son?
–Unos tres millones, y la mayoría todavía nómadas. Pero la población decrece... “¡Hace falta que un pueblo desaparezca para que sepamos que existía!”, denunciaba una vez un sabio: yo lucho por preservar este pueblo.

–¿A qué se dedican?
–Pastoreamos rebaños de camellos, cabras, corderos, vacas y asnos en un reino de infinito y de silencio...

–¿De verdad tan silencioso es el desierto?
–Si estás a solas en aquel silencio, oyes el latido de tu propio corazón. No hay mejor lugar para hallarse a uno mismo.

–¿Qué recuerdos de su niñez en el desierto conserva con mayor nitidez?
–Me despierto con el sol. Ahí están las cabras de mi padre. Ellas nos dan leche y carne, nosotros las llevamos a donde hay agua y hierba... Así hizo mi bisabuelo, y mi abuelo, y mi padre... Y yo. ¡No había otra cosa en el mundo más que eso, y yo era muy feliz en él!

–¿Sí? No parece muy estimulante...
–Mucho.Alos siete años ya te dejan alejarte del campamento, para lo que te enseñan las cosas importantes: a olisquear el aire, escuchar, aguzar la vista, orientarte por el sol y las estrellas... Y a dejarte llevar por el camello, si te pierdes: te llevará a donde hay agua.

–Saber eso es valioso, sin duda...
–Allí todo es simple y profundo. Hay muy pocas cosas, ¡y cada una tiene enorme valor!

–Entonces este mundo y aquél son muy diferentes, ¿no?
–Allí, cada pequeña cosa proporciona felicidad. Cada roce es valioso. ¡Sentimos una enorme alegría por el simple hecho de tocarnos, de estar juntos! Allí nadie sueña con llegar a ser, ¡porque cada uno ya es!

–¿Qué es lo que más le chocó en su primer viaje a Europa?
–Vi correr a la gente por el aeropuerto... ¡En el desierto sólo se corre si viene una tormenta de arena! Me asusté, claro...

–Sólo iban a buscar las maletas, ja, ja...
–Sí, era eso. También vi carteles de chicas desnudas: ¿por qué esa falta de respeto hacia la mujer?, me pregunté... Después, en el hotel Ibis, vi el primer grifo de mi vida: vi correr el agua... y sentí ganas de llorar.

–Qué abundancia, qué derroche, ¿no?
–¡Todos los días de mi vida habían consistido en buscar agua! Cuando veo las fuentes de adorno aquí y allá, aún sigo sintiendo dentro un dolor tan inmenso...

–¿Tanto como eso?
–Sí. A principios de los 90 hubo una gran sequía, murieron los animales, caímos enfermos... Yo tendría unos doce años, y mi madre murió... ¡Ella lo era todo para mí!. Mecontaba historias y me enseñó a contarlas bien. Me enseñó a ser yo mismo.

–¿Qué pasó con su familia?
–Convencí a mi padre de que me dejase ir a la escuela. Casi cada día yo caminaba quince kilómetros. Hasta que el maestro me dejó una cama para dormir, y una señora me daba de comer al pasar ante su casa... Entendí: mi madre estaba ayudándome...

–¿De dónde salió esa pasión por la escuela?
–De que un par de años antes había pasado por el campamento el rally París-Dakar, y a una periodista se le cayó un libro de la mochila. Lo recogí y se lo di. Me lo regaló y me habló de aquel libro: El Principito. Y yo me prometí que un día sería capaz de leerlo...

–Y lo logró.
–Sí. Y así fue como logré una beca para estudiar en Francia.

–¡Un tuareg en la universidad...!
–Ah, lo que más añoro aquí es la leche de camella... Y el fuego de leña. Y caminar descalzo sobre la arena cálida. Y las estrellas: allí las miramos cada noche, y cada estrella es distinta de otra, como es distinta cada cabra... Aquí, por la noche, miráis la tele.

–Sí... ¿Qué es lo que peor le parece de aquí?
–Tenéis de todo, pero no os basta. Os quejáis. ¡En Francia se pasan la vida quejándose!. Os encadenáis de por vida a un banco, y hay ansia de poseer, frenesí, prisa... En el desierto no hay atascos, ¿y sabe por qué? ¡Porque allí nadie quiere adelantar a nadie!

–Reláteme un momento de felicidad intensa en su lejano desierto.
–Es cada día, dos horas antes de la puesta del sol: baja el calor, y el frío no ha llegado, y hombres y animales regresan lentamente al campamento y sus perfiles se recortan en un cielo rosa, azul, rojo, amarillo, verde...

–Fascinante, desde luego...
–Es un momento mágico... Entramos todos en la tienda y hervimos té. Sentados, en silencio, escuchamos el hervor... La calma nos invade a todos: los latidos del corazón se acompasan al pot-pot del hervor...

–Qué paz...
–Aquí tenéis reloj, allí tenemos tiempo.


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