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La respuesta unánime de los
expertos en educación consultados es no. “No se puede abarrotar los programas escolares con más y
más contenido educativo; lo que cuenta para el éxito de los estudiantes es el
rigor, la precisión y la coherencia; eso significa centrarse en la enseñanza de
un menor número de cosas con mayores niveles de profundidad”, afirma
Andreas Schleicher, subdirector de
educación de la OCDE y director del informe PISA. También Maria Vinuesa, de la asociación de maestros Rosa Sensat, está
convencida de que la escuela “ha de enseñar
muy pocas cosas y muy bien, con gran rigor, para asegurar que se sientan las
bases que darán posibilidad de continuar aprendiendo a lo largo de toda la
vida”.
Ahora bien, esa unanimidad se
esfuma tan pronto se formula la siguiente pregunta: si no lo ha de enseñar
todo, ¿qué
ha de enseñar?. Las posiciones van desde quienes piensan que los
contenidos que recoge el plan de estudios actual ya son los adecuados y lo que
hay que modificar son los métodos, el cómo se transmiten los conocimientos de
matemáticas, historia, lenguas, arte, etcétera; hasta quienes apuestan por
desmontar el programa convencional de asignaturas, escoger los contenidos
imprescindibles que necesita un joven de 16 años para desenvolverse en la
sociedad actual y organizarlos en temas y proyectos transversales vinculados a
la vida cotidiana y adaptados a cada edad.
Existe cierto consenso en que
durante las últimas décadas se ha utilizado la escuela como cajón de sastre
para dar respuesta a las demandas crecientes de la sociedad y a nuevos valores
o prioridades sociales, y se han incluido nuevos contenidos educativos y nuevas
exigencias de competencias, pero sin reducir o eliminar lo ya existente. “Pese a que la
sociedad va cambiando, y en los últimos decenios de forma cada vez más
acelerada, los contenidos escolares se mantienen incólumes; una reforma
educativa tras otra se limita a cambiar el orden de los contenidos en cada
curso, pero al final se hace siempre lo
mismo”, reprocha Rafael
Yus, catedrático de Biología y autor de ¿Qué se debe enseñar en la escuela
de hoy? (Ed. Ludus). Y subraya que la escuela “para educar ha de utilizar un contenido
que sea de interés general para el alumnado, y en ese contenido deben entrar,
de forma interrelacionada, materias
académicas, valores, emociones, etcétera, que permitan adquirir las
ansiadas competencias básicas útiles para la vida real, y no importa si ello
supone eliminar una buena parte de los conocimientos que hoy día podemos
obtener cómodamente con la ayuda de las máquinas”.
Cada época tiene sus claves y
el mundo necesita que la escuela prepare personas del siglo XXI, que
probablemente no necesitan los mismos aprendizajes ni las mismas asignaturas
que generaciones anteriores. “Hoy estamos en la sociedad de la información y no tiene
sentido una larga lista de aprendizaje académico que, además, no se mantiene en
la memoria si no lo utilizas; lo que debemos de hacer es adiestrar a la gente para vivir con tanta información, sortear el
exceso y saber dirigirse a las fuentes más fiables”, opina Yus.
Manuel
Fernández,
investigador y responsable del departamento de Didáctica y Organización Escolar
de la Universidad de Granada, considera que el concepto de persona educada
evoluciona y exige incorporar nuevos conocimientos que quizá hoy puedan ser el
uso de desfibriladores, la educación para el consumo, la educación sexual o la
protección del medio ambiente. Pero enfatiza que la responsabilidad de lograr
esa persona educada no es exclusiva de la escuela, sino compartida con padres, familia,
comunidad, medios de comunicación y sociedad civil. “No creo que
cada vez que se hable de nuevas necesidades educativas haya que hablar de
añadir disciplinas al programa escolar; la escuela no puede estar de espalda a
esos nuevos contenidos, pero tampoco puede añadir o fragmentar más las
disciplinas”, dice. Para Fernández, el papel de la escuela es liderar el
proceso de educación integral del individuo y situar al maestro como
persona de referencia y responsable de integrar contenidos de trascendencia
social como la educación sexual, la prevención de los malos tratos, el consumo
responsable o la nutrición en sus conversaciones, relaciones y actividades con
los alumnos o en las disciplinas que ya explica.
Rafael
Yus
comparte la idea de que la escuela no puede enseñarlo todo y hay muchas cosas que
puede enseñar la familia o el entorno social, pero alerta que hay
tareas para las que la escuela es insustituible. “Lo que no puede hacer la familia es
enseñar materias complejas, educar diestramente –hace falta un profesor bien formado,
igual que un médico es insustituible para abordar enfermedades raras–, o educar
en sociedad, porque el aula es una
microsociedad en la que los alumnos pueden interactuar, se relacionan entre
iguales y movilizan otros aspectos de la personalidad” que no
muestran ante los padres, detalla.
Formar
ciudadanos, no universitarios
El responsable de desarrollo
del profesorado y de políticas educativas de la Unesco, Francesc Pedró, enfatiza que en el programa escolar no cabe todo y
hay conocimientos que, por importantes que sean, han de quedar fuera. “La pregunta que
un país se tiene que hacer es cuáles son
las competencias mínimas o imprescindibles para que un chico o chica de 16 años
salga a la calle y tenga garantizada la supervivencia, y en función de eso redefinir
el currículo escolar, porque hay muchas matemáticas posibles, y lo importante
es preguntarse cuáles son las que un ciudadano –no un estudiante universitario–
necesita conocer”, comenta. En su opinión, si la función de la
escuela es formar ciudadanos capaces de vivir en su entorno, tiene sentido que
el programa de contenidos obligatorios incluya educación vial para saber vivir
en un entorno donde el tráfico es crucial, o formación sobre a qué obliga un
cheque o cómo contrastar las distintas tasas de interés, que son recursos que
van a tener que utilizar cuando pidan un préstamo para estudios, para financiar
una moto o un viaje. “Y no veo por qué incluir estos conocimientos en el
programa no puede contribuir al aprendizaje de cuestiones relacionadas con la
ciencia, las matemáticas o la física, porque a través de las actividades de
educación vial puedes abordar el consumo de combustible, la distancia de
frenada y otras muchas cuestiones”, subraya.

De ahí que, en su opinión, la
clave para adecuar la escuela a la sociedad actual no esté tanto en los programas de
contenidos como en los métodos. “Es lógico que en estos momentos en que hay gran
inquietud por el planeta, el tema del medio ambiente se trabaje en la escuela,
pero hablar de medio ambiente es hablar de medio natural, que ya es un
contenido escolar; lo importante es cómo trabajas esos contenidos, que sirvan
para desarrollar la reflexión, el trabajo científico y el espíritu crítico”,
ejemplifica. Y subraya que lo mismo ocurre con la educación emocional: “No se trata de incluir en el programa una hora semanal
para enseñar emociones, sino de trabajar los conflictos y las alegrías que van
surgiendo cada día en clase”.
También Pedró cree que integrar
los contenidos tradicionales de la escuela con las competencias que ahora pide
la sociedad es cuestión de métodos, de un replanteamiento pedagógico. Pone como
ejemplo la enseñanza de filosofía: “Seguramente, por importante que sea, en la educación
obligatoria no cabe ni es básico explicar las corrientes filosóficas; pero eso
no quiere decir que la enseñanza escolar no dé a los chavales de 14 años la
oportunidad de enfrentarse a las preguntas básicas sobre el sentido de la vida
y de conocer las bases de la filosofía y la ética”.
Temas
transversales

Y remarca que esta forma de
enseñar y aprender requiere que las escuelas tengan más libertad para
organizarse y que el foco se ponga más en utilizar el conocimiento que en
adquirirlo. “Igual no es tan útil saber cosas que
puedes buscar rápidamente pero sí es importante saber utilizar ese conocimiento
y trabajar con ello”, resume.
También el responsable de
políticas educativas de la Unesco considera que profesores y escuelas deberían gozar de más
autonomía para organizar su proyecto educativo según el contexto y
las familias que tienen. “No se puede decir que educamos competencias y luego
regular que hay que dar tres horas de matemáticas, cuatro de lengua, etcétera;
especificar en detalle el contenido y las horas que hay que trabajar es una
manera decimonónica de controlar la calidad de la enseñanza; en los sistemas
modernos se confía en la profesionalidad de los docentes y se hacen controles
por catas”, señala Pedró.
El
freno: padres, políticos y universidad
Hace años que desde distintos
ámbitos se critica que los ciudadanos del siglo XXI se forman en escuelas del XIX
y que se reclama una renovación de contenidos, métodos y organización en los
colegios. Y hace más de diez que se definieron las competencias y habilidades
indispensables para vivir en la sociedad de la información y la competitividad.
Pero ninguna reforma renueva realmente la escuela. Rafael Yus asegura que la escuela está abocada a ser conservadora
porque “las
personas que pueden cambiar la educación fueron educadas en un sistema arcaico
al que se aferran porque al menos ese sistema logró que ellos, ahora personas
influyentes, llegaran a donde han llegado”. Y precisa que no se
refiere sólo a los políticos que hacen las leyes educativas, sino también a
padres y madres, y a la universidad. “Para la universidad es fundamental que haya asignaturas
de sus especialidades en las escuelas e institutos porque eso da sentido a lo
que ella enseña, da de comer a las legiones de licenciados que salen de las
facultades sin otro puesto de trabajo que no sea la enseñanza, y a fin de
cuentas justifica la propia esencia de los departamentos universitarios y su
perpetuación”, opina. A estos frenos añade el que suponen sistemas
de evaluación de la calidad como PISA, “pensado para
homogeneizar el mercado laboral amparándose en la etiqueta de las
competencias”. Manuel Fernández, por su parte, considera que la
renovación educativa no prospera porque el cambio no ha de empezar por los
contenidos o la estructura escolar sino por renovar la formación de los maestros,
mejorar los procesos de selección para asegurar que quien lidera la
educación maneja los nuevos contenidos éticos, morales, financieros,
medioambientales o cualesquiera que se quieran transmitir, y focalizar la enseñanza en la relación
profesor-estudiante.
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