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dissabte, 20 de juny del 2015

Una actitud positiva no garantiza nada. Eva Carnero Chamón. El País.

Existe un lado amable del pesimismo: aquel que nos pone los pies en la tierra. ¿Y si el vaso está medio vacío?
La felicidad a cualquier precio ha creado una nueva clase de discriminación, la de los que sufren.
Aunque una actitud positiva nos hace más creativos, entusiastas y responsables, no garantiza que alcancemos nuestros deseos. Sergio Fernández
La nueva corriente rechaza las principales tesis del pensamiento positivo y sugiere un esquema en el que solo se incluyen objetivos realizables
Mantener una actitud positiva ante la vida, tal y como están las cosas, es toda una heroicidad. Pero levantar la voz en contra de las bondades del pensamiento positivo, todavía lo es más. Hace tiempo que este acto de rebeldía tiene nombre y apellidos. El de la psicóloga Julie K. Norem, profesora de Psicología de la Universidad de Wellesley (EE UU), quien lleva más de dos décadas estudiando el lado positivo del pesimismo, que recoge en su libro El poder positivo del pensamiento negativo (Paidós, 2001). O Gabriele Oettingen, profesora de Psicología en las universidades de Nueva York y Hamburgo, y autora de Rethinking positive thinking: Inside the new science of motivation (Current, 2014).
También filósofos como el polémico Roger Scruton, investigan sobre los riesgos del exceso de optimismo, así como las consecuencias de vivir en un mundo donde prevalece un positivismo injustificado. Scruton, profesor de Estética en la Universidad de Oxford, publicó en 2010 Usos del pesimismo. El peligro de la falsa esperanza (Ariel), dirigido a una sociedad seducida por vendedores de sueños irrealizables. En la misma línea, el filósofo y ensayista francés Pascal Bruckner se pregunta cómo hemos podido llegar a trivializar tanto la idea de la felicidad. La felicidad a cualquier precio ha creado una nueva clase de discriminación, la de los que sufren. Bruckner, autor de La euforia perpetua. Sobre el deber de ser feliz (Tusquets, 2001), repasa la transformación que ha tenido la idea de la felicidad a lo largo de la historia.
La idea de la discriminación de la que habla Bruckner es compartida en su totalidad con la visión que tiene la periodista y activista americana Barbara Ehrenheich, quien en su libro Sonríe o muere. La trampa del pensamiento positivo (Turner, 2012) hace un sonoro alegato contra lo que califica como la “moda positiva” y denuncia con vehemencia la dictadura del pensamiento positivo y sus terribles consecuencias sobre la sociedad.
“Si la vida te pone de rodillas, aprovecha para fregar”. Para Ehrenheich, esta frase (pronunciada por su madre una y otra vez a modo de mantra para seguir adelante ante los reveses de la vida) sintetiza a la perfección el espíritu calvinista y la ética protestante, los antecedentes del actual pensamiento positivo que propiciaron la aparición de ese nuevo pensamiento.
La corriente del optimismo surgió para plantarle cara a esa filosofía que ensalzaba la abnegación, el trabajo duro y la autoevaluación constante de nuestros actos. Sin embargo, para algunos autores parece que nos liberamos de las cadenas calvinistas para colocarnos otras, las del pensamiento positivo. Según explica Ehrenheich en su libro Sonríe o muere (una llamada a la prudencia y a la responsabilidad individual y colectiva), el pensamiento positivo ha heredado de su antecesor la constante vigilancia interior. “El calvinista analizaba lo que pensaba y sentía buscando síntomas de laxitud, pecado o autocomplacencia, mientras que el pensador positivo se pasa la vida al acecho de pensamientos negativos, lastrado de dudas o ansiedades”.

Peale, el inventor del ‘nuevo pensamiento’
¿Pero quién fue el fundador de este nuevo pensamiento o pensamiento positivo? Norman Vincent Peale (1898-1993), autor norteamericano y famoso orador-predicador, popularizó en 1952 este término con la publicación de El poder del pensamiento positivo (Atria Books), que según algunas teorías se trata del primer libro de autoayuda. Peale –a quien se le deben frases del tipo “los golpes de la vida no pueden destrozar a una persona cuyo espíritu se forja con los fuegos del entusiasmo”– contaba con hordas de adeptos y, a través de sus conferencias y de su popular programa de radio, insufló al mundo su doctrina autogratificante que se extendió como la pólvora imponiéndose como filosofía de vida en muchas personas.
Tanto es así, que las voces discordantes quedaron en un segundo plano durante décadas en medio de un mundo rendido a los pies del positivismo. Solo algunos rebeldes se han atrevido a cuestionar sus bondades. Como la autora de El poder positivo del pensamiento negativo (Paidós, 2002), Julie K. Norem. “Hay que ser verdaderamente valiente para manifestarse y luchar contra una corriente de pensamiento que promete a las personas que se sentirán mucho mejor si siguen sus preceptos, y que si alguien tiene problemas es que falla su carácter”, observa esta investigadora que suele estudiar las estrategias que usamos para lograr los fines. “Mucha gente está convencida de que debería ser más positiva. Así que intentar hacerles ver que existen otras posibilidades y que no hay una sola manera correcta de pensar, es complicado y tremendamente agotador.”
El efecto del pensamiento positivo es tal, que “en la actualidad es innegable la existencia de una fuerte presión que nos insta a considerar solo el lado brillante de la vida. Sin embargo, las emociones negativas forman parte de ella, nos aportan información importante sobre lo que nos rodea y sobre qué debemos poner atención. Intentar suprimir estos pensamientos puede tener efectos negativos sobre nuestra salud y bienestar”, advierte la psicóloga.
Un punto de vista con el que no está de acuerdo en absoluto Mario Alonso Puig, médico, divulgador y autor, entre otros libros, de Ahora Yo (Plataforma, 2013) o El Cociente agallas (Espasa, 2013). “Una persona que mantiene una actitud positiva no niega necesariamente la realidad, ni las dificultades que esta pueda ofrecer. Simplemente se centra menos en el problema y más en la solución”. Eso sí, también recalca la idea de que la actitud positiva es una condición necesaria, “pero no suficiente”.

¿Más frustrados?
Reducir la responsabilidad de nuestros éxitos profesionales o personales a nuestra actitud, no es algo con lo que esté de acuerdo Sergio Fernández, director del Instituto Pensamiento Positivo y autor de Vivir con abundancia (Plataforma, 2015): “Aunque una actitud positiva nos hace más creativos, entusiastas y responsables, pensar que solo con la actitud alcanzaremos lo que deseamos lleva a algunas personas a la frustración”.
Mantener la dosis justa de ilusión para lograr algo y, al mismo tiempo, no perder de vista la realidad parece ser el quid de la cuestión. El filósofo Roger Scruton en su Usos del pesimismo. El peligro de la falsa esperanza (Ariel, 2010) afirma que son necesarias ciertas dosis de pesimismo para situar a la gente en la realidad y que no se deje llevar por las ilusiones. Sin embargo, Alonso Puig cree que “la ilusión y el entusiasmo mueven resortes muy profundos del ser humano, mecanismos que nunca experimentarán aquellos que desconocen el poder transformador de un sueño”. De hecho, según el coach Sergio Fernández, “todos los grandes genios de la humanidad fueron personas que desafiaron el status quo, que fueron capaces de imaginar un mundo diferente y lo hicieron trabajando tenazmente y con los pies en el suelo”. Por tanto, el enfoque más inteligente sería “actuar sabiendo que eventualmente van a suceder cosas que no queremos que ocurran, pero no debemos permitir que esto elimine la alegría de vivir”, sugiere el coach.

¿Fue el optimismo el culpable de la crisis?
Precisamente, una de esas situaciones negativas que la sociedad ha experimentado en los últimos años es la profunda crisis económica que estalló en 2007 y que sigue afectando a millones de personas en todo el mundo.
¿Qué o quiénes fueron los responsables de la debacle financiera? ¿Tuvo algo que ver percibir el vaso medio lleno o medio vacío? Para Scruton la respuesta está en el exceso de optimismo de los banqueros. “Ese optimismo es el causante del fin del sentido común y el creador de erróneas filosofías como la de dar la posibilidad a los bancos de prestar dinero sin ponerse en el peor escenario posible: que el prestatario jamás iba a poder devolverlo”. Por el contrario, la explicación de Sergio Fernández se encuentra en la “grave crisis de responsabilidad” que vivimos. Según el coach, “los bancos no hubieran prestado dinero si las personas no lo hubieran solicitado. En demasiadas ocasiones pensamos que la solución o la responsabilidad de lo que ocurre la tienen los demás”, lamenta. Este no querer asumir responsabilidades “nos ha llevado a una España en la que está mal visto ser medianamente optimista”, añade. “En determinados entornos demostrar una actitud alicaída y pesimista te granjea más simpatías que lo contrario, que puede ser considerado soberbio o arrogante. Quejarse está mejor visto que aportar soluciones”.

El método del contraste mental
¿Podría explicar esta debacle económica la conocida y polémica ley de la atracción (atraemos lo que pensamos) enunciada por Rhonda Byrne en El Secreto (Urano, 2007)? Este libro es un auténtico fenómeno editorial y cuando Nicole Kidman y su marido Keith Urban confesaron que su matrimonio estaba encaminándose gracias a la ley de atracción, no hicieron más que apuntalar un boom que parece no tener fin.
Lo cierto es que esa ley no parece tener demasiados adeptos entre los estudiosos del pensamiento. Aunque su oposición adquiere diferentes grados. Desde la postura más extrema de Julie K. Norem (la considera “peligrosa”, sobre todo, cuando “empuja a la gente a renunciar a la búsqueda de tratamientos médicos porque confía en el poder curativo de sus pensamientos”) hasta la de Alonso Puig, que reconoce que “el estado de ánimo tiene cierto poder de atracción”. Lo explica a través de la cadena causa-efecto que percibe entre los pensamientos, emociones y decisiones: “El ser humano actúa de un modo u otro en virtud de las emociones que influyen en sus decisiones”.
Esta revisión del pensamiento positivo no tiene por qué conducir a su eliminación. Hay quien aporta propuestas que renuevan esta filosofía de vida. Oettingen aboga por una corriente híbrida que aglutina el pensamiento positivo y el realismo. Rechaza las principales tesis del pensamiento positivo y sugiere un nuevo esquema en el que solo se incluyen objetivos realizables. Oettingen no se queda en la teoría y lleva su tesis a los laboratorios a través de un método que denomina mental contrasting (contraste mental). El proceso es sencillo. La persona elige un deseo e imagina por unos minutos que se hace realidad, y después debe pensar acerca de los posibles obstáculos que se interpondrán en su camino para alcanzar el objetivo. Según Oettingen, cuanto más razonables son las metas fijadas, mejores resultados se obtienen.
Esta “falta de ambición” no es ni de lejos la postura defendida por Alonso Puig, quien nos recuerda cómo el escultor Miguel Ángel decía que lo que más le preocupaba es que apuntáramos demasiado bajo y triunfáramos, porque entonces nos acomodaríamos y no desplegaríamos nuestro verdadero potencial. “Una cosa es apuntar alto y disfrutar del camino hacia la meta y otra, muy distinta, obsesionarse y olvidarse del disfrute”, aclara.

Optimismo 'por decreto'
Imagine que le despiden del trabajo en el que lo ha dado todo durante más de 15 años. O que su pareja decide poner fin a su matrimonio después de casi una década de amor. Bien, ¿cree que podría ver el lado positivo de estas hipotéticas situaciones? Es más, ¿cree que lo tienen? Lo cierto es que los acólitos más fervientes del pensamiento positivo ven valiosas oportunidades de cambio allí donde “el común de los mortales” solo consigue sentirse víctima de una terrible injusticia. Cosa que, a priori, no parece que encierre nada negativo. Sin embargo, desde hace unos años numerosos autores como la periodista y ensayista Barbara Ehrenreich han decidido decir ¡basta! a la tiránica y generalizada postura del pensamiento positivo que exige optimismo sí o sí. Según se desprende de su libro Sonríe o muere parece que ya no basta con que el optimista sea uno mismo; ahora también se condena al ostracismo al que no ve el mundo del mismo color rosáceo.

Por otro lado, voces como la de Mario Alonso Puig trasladan el problema al dogmatismo y no al optimismo en sí: “Si alguien manifiesta un estado de ánimo negativo, podemos hacerle propuestas para que lo mejore, pero en ningún caso exigencias. Hacerlo revela una descomunal arrogancia”.




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