Cien cerebros
Directa, rápida, desenfadada, la baronesa Greenfield, más que responder, razona en voz alta. “Mida cien cerebros: el volumen medio masculino es mayor, pero el corpus callosum entre los dos hemisferios es más grande en las mujeres. Los hombres explican hechos y las mujeres refuerzan lazos y musculan emociones. Usted tiene más testosterona y profundidad en la visión; yo mejor percepción cromática (usted caza y yo recolecto); los videojuegos los compran niños: riesgo, competición, un objetivo: son como la caza; en cambio, la niña usa tres veces más vocabulario: construye afectos. Pero no hay nada –mira desafiante– que una persona no pueda cambiar usando su propia mente”.
Tengo 61 años: la edad te hace más tú misma, pero sigo abierta a todo. Nací en Londres: estimulante. Soy profesora de Farmacología Sináptica. Mi religión es la apertura de mente. Si no curamos el alzheimer, nuestro Estado de bienestar será insostenible. Colaboro con HSM.
Quién es mejor, Mozart o Shakespeare?
Si me permite, baronesa, es una pregunta estúpida.
¡Correcto! ¿Y por qué?
¿...?
Porque el talento no se puede medir cuantitativamente. Por eso es una idiotez jerarquizar a Darwin, Einstein, Freud por su cantidad de talento.
Como si fueran pichichis de la Liga...
Porque lo que les hace genios no es su cantidad de genio, sino que el suyo era único e irrepetible. ¿Por qué nos empeñamos entonces en medir el talento de nuestros estudiantes siempre con el mismo patrón?
¿...?
Midamos el esfuerzo y premiémoslo, pero no el talento. Y al final, la gran enseñanza de la escuela debería ser que el esfuerzo se premia a sí mismo: no requiere gratificaciones.
Algo que aprendes, pero no te enseñan.
Incentivemos, pues, la diversidad de talentos, el genio individual de cada uno.
¿El mediocre no lastra al brillante?
No hay estudiantes mediocres, sino personas que aún no han encontrado su talento: ayudémoslos a encontrarse ¡Demonios! Yo no sé cocinar y lo he intentado mil veces. ¿Eso me hace mediocre para todo?
Me parece usted muy inteligente.
Intento ser yo misma. Eso es crecer. Doy clase a chicos que han llegado como números uno a Medicina. ¿Sabe cuál es su trauma?
Nunca tuve tanto talento.
Que en Oxford descubren que allí ya no son el más listo de la clase, y se frustran.
¿La mediocridad es la uniformidad?
¿Qué define nuestro cerebro? que está en constante cambio. En realidad, lo que consideramos nuestra identidad es un espejismo. Nunca somos iguales a nosotros mismos, porque nuestro cerebro –núcleo de nuestro yo– siempre está mutando.
¿Por qué?
Sabe adaptarse y se adapta. Por eso somos una especie triunfadora que vive mejor que ninguna tanto en el Polo como en el Sáhara.
¿Es bueno ser conscientes de eso?
Es el principio de la responsabilidad. Si al niño que fracasa en el cole se le demuestra que no nació más tonto, sino que saca peores notas sólo porque estudia menos, mejora su rendimiento. Ser consciente de que tu cerebro es el fruto de tus actos te hace poderoso y vulnerable al tiempo: responsable.
¿Y los genes no nos determinan?
Sólo si algo no funciona en ellos. Es la experiencia la que moldea el cerebro que moldea la experiencia que moldea el cerebro...
¿A todas las edades?
Nacemos con todas las puertas abiertas y las vamos cerrando a medida que escogemos caminos. Hasta los 10 años eres ciudadano del mundo: puedes nacer ruso y después transformarte en catalán o chino. Vas especializando tu cerebro en una cultura y por eso entonces aprendes otro idioma sin acento. Tras los 10 años, puedes reconstruir tu identidad, pero te quedará el acento.
¿Casi todo es cuestión de voluntad?
Al ejercerla nos convertimos en lo que cada uno es. Sólo los humanos tenemos esa capacidad de ser diversos: de adaptarnos. La inteligencia es capacidad de adaptación y ser inteligente consiste en no cerrarte a otras experiencias, otras culturas, otros mundos. Esa variedad de experiencias te hace único... ¡El genio único del que hablábamos!
Los monos aprenden repitiendo.
Y las dictaduras repiten esquemas machaconamente para evitar dejar espacio a otras experiencias: cierran fronteras físicas y mentales y repiten, repiten, repiten.
¿Su contribución a la neurociencia?
He demostrado que la conciencia no es algo que exista o no exista igual que se apaga o enciende la luz. La conciencia tiene graduación y se puede medir. Tiene niveles.
¿Cómo?
Tenemos una escala. Y al usarla sabemos que una bacteria tiene menos conciencia que un gato, que tiene menos conciencia que un primate, que tiene menos que un bebé, que tiene menos que un adulto...
¿Un adulto de qué edad?
Depende del instante. Un adulto tiene más conciencia según cuándo...
¿De qué depende?
¡Esa pregunta me quita el sueño! ¿Por qué varían los estados de conciencia? ¿Cómo se modifican? Pero el gran misterio es: ¿cómo el pedazo de carne que es el cerebro consigue generar conciencia? Ni siquiera somos capaces de imaginar qué esperamos obtener al responder a esa pregunta: ¿una fórmula? ¿una imagen? No sabemos. Ni idea.
¿Y si el cerebro no fuera capaz de pensarse a sí mismo?
Un científico puede admitir eso como punto de partida, no como conclusión.
¿Qué espera ahora de la neurociencia?
Necesitamos solución para el alzheimer y las neurodegeneraciones... ¡Y ya!. O la encontramos o el envejecimiento de Occidente arruinará nuestro Estado de bienestar.
¿Qué más?
El cambio mental. Gracias a las redes sociales e internet avanzamos hacia la noosfera, una gran conciencia universal en la que todos participaremos o comulgaremos, como anticipó Teilhard de Chardin...
Un visionario.
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