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dilluns, 23 de març del 2015

"No haga nada por ayudar a nadie: hágalo por ayudarse". Vickie Cammack. La Contra de La Vanguardia.

Vickie Cammack, pionera de las redes de apoyo vecinal para los más débiles
A mi edad, la calidad de vida depende de las relaciones que hayas creado. No hay independencia personal sin interdependencia cívica. Soy canadiense. La soledad es la mayor pobreza. Tengo 4 hijos, uno con síndrome de Down. Colaboro con la red Vincles del Ayuntamiento de Barcelona

POR PURO INTERÉS
Vickie no habla de caridad ni ser buenos, sino de que no hay dinero ni habrá el suficiente para que todos seamos cuidados por profesionales si, con suerte, llegamos a viejos o si, sin ella, caemos antes en la enfermedad o la demencia. Tal vez algunos puedan pagar un centro privado, pero el dinero no los salvará de la pobreza de la soledad. Cammack explica cómo las nuevas tecnologías ayudan a crear redes sostenibles y eficientes de apoyo vecinal para quienes más las necesitan en el Vecindario como se hacía antaño en los mejores pueblos. Tenderos y vecinos de la ciudad de Barcelona la escuchan por puro interés, porque el mejor modo de que te ayuden mañana es ayudar hoy.

David no te miraba a los ojos y no cuidaba mucho su aspecto. Vivía con su madre anciana, que temía que un día su hijo acabara durmiendo en la calle porque no encajaba en ningún sitio...

¿Rasgos autistas?
...Un día su madre, enferma, me pidió que cuidara de David si ella moría. Hablé con él y descubrí que, aunque se expresara mal, le preocupaba la justicia social y que le encantaba la música clásica. Entonces me puse a diseñar la red de amigos de David...

¿Cómo?
Pregunté a los de Amnistía Internacional si querían un voluntario que les escribiera cartas... Y ¡claro que querían! Y pedí a una soprano amiga y a varios músicos de la Sinfónica de Vancouver que entraran en la red...

Pero es gente muy ocupada...
...¡Pero si les estaba haciendo un favor! Usted no sabe lo mucho que necesitamos sentirnos útiles. También se integró en ella el antiguo contable de su madre para ayudarle con el dinero. Y los tenderos del barrio que conocían bien a David desde pequeño.

¿Qué tenderos?
El del súper, el panadero, el quiosquero de su calle. Charlaban con él, cuidaban de que no le pasara nada. Y les gustaba hacerlo de forma natural: les apetecía. Y porque también sabían que un día ellos serían David.

¿Nadie era familiar suyo?
Cuando murió su madre, David se quedó sin familia, pero, con nuestra tecnología de red, nos coordinamos para cuidar de él. Iba a oír a la Sinfónica, a Amnistía... Paseaba por el barrio, que ahora era su familia.

¿No molestaba a nadie?
Al contrario, era alguien que aportaba mucho con su presencia a todos. Un día a David le diagnosticaron un tumor cerebral y se vio enfrentado a la enorme complejidad de ser un enfermo grave hoy en día.

Es complicado.
Pero su red de amigos supo responder y tomaron las mejores decisiones por David.

Antaño, en los mejores pueblos era así.
El día de su cumpleaños, el director de la Sinfónica de Vancouver, Bramwell Tovey, fue a tocar el piano para él al hospital. Yo vi su sonrisa al salir de la habitación: aún más fresca y franca que la del propio David.

La música es el camino más directo entre dos personas.
Poco después de que David muriera, Tovey volvió a emocionarse ante el auditorio: "Seguramente -les dijo- habrán visto aquí a un tipo desaliñado que rehuía su mirada, pero amaba la música y a Mozart más que nadie: este Réquiem está dedicado a él, a David".

Era buena gente.
No es eso. Lo hicieron por egoísmo. Porque ayudar a David los ayudaba a ellos. Las buenas acciones que haces sólo por sentirte bueno no son sostenibles. Las almas caritativas de ocasión dejan de serlo si no hay una cámara o un periodista cerca. No interesan

Yo creía que...
Las redes de apoyo funcionan porque cualquiera que se integre en ellas para ayudar a quien las necesite se siente útil y gratificado sin necesitar nada más a cambio. Le contaré otra historia a ver si me capta...

Una de mis amigas, Elizabeth, es directiva de una multinacional, y le hablé de Tina, una anciana sin familia que necesitaba ayuda en casa. Y metí a Elizabeth en su red.

¿Cómo?
"Prueba a visitarla un día -le dije- y si no vuelves a verla, no se lo diré a nadie". Fue, le dio de comer, habló con ella, la cogió de la mano. Y volvió cada semana. Yo le dije que no era necesario, que ya teníamos red para Tina, pero Elizabeth respondió que era ella la que necesitaba a Tina.

¿Por qué?
"He descubierto -me confesó- que estar con Tina me quita el estrés; me ayuda a frenar y sentir lo que de verdad importa".

¿Esa ayuda sí que sirve?
Es la experiencia humana: biología. Todos tenemos una parte vacía que se llena al sentirse útil, y todos, por desvalidos que seamos, tenemos otra mitad que puede aportar algo a los demás y llenarlos. Así funcionan las redes sostenibles como la de David o Tina.

Es hermoso.
Es más que eso: es imprescindible. iHa visto usted las cifras de demografía de Barcelona? ¿Ha calculado cuánto costará mantener en asilos con profesionales bien pagados a todos los ancianos? ¿Y cuando usted lo sea?

Casi prefiero no saberlo.
Se lo diré yo: no hay Seguridad Social ni Estado de bienestar que soporte la sociedad envejecida que va a ser Barcelona y cualquier ciudad europea dentro de unos años. Cada vez hay menos hijos para sostener a los mayores. Si no nos organizamos en redes de vecindario, van a pasar aquí muy mala vejez...

¿Y con ahorros y fondo de pensiones?

Aunque por el camino no desaparezcan en alguna crisis, ese dinero no le evitará la pobreza de la soledad. Así que intégrese en esas redes de apoyo de su barrio, pero no por bueno y generoso -eso no es sostenible-, sino porque le harán sentirse mejor: sólo las relaciones en las que las dos partes obtienen algo son duraderas.


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