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diumenge, 18 de desembre del 2011

HASTA SIEMPRE CESÁREA. Nos queda tu música, gracias a ella estarás presente siempre.


Estuvo cerca de la muerte en Australia -sufrió un derrame cerebral hace tres años al terminar un concierto en Melbourne- y la tuvieron que operar del corazón de urgencia en mayo del año pasado en París, pero al final se ha despedido en su isla de San Vicente. La cantante caboverdiana Cesaria Evora, "la reina de la morna" como la bautizaron algunos periodistas, falleció ayer sábado a la edad de 70 años en el hospital Baptista de Sousa. Ya en septiembre pasado anunció en París su retirada de los escenarios por problemas de salud. Según Le Monde, había llegado al hospital americano de Neuilly con la tensión por las nubes y una tasa de colesterol capaz de tumbar a un elefante. Diabética, Cesaria Evora había dejado la bebida, aunque seguía fumando y se había estado atiborrando todo el verano de patatas fritas.
Tenía 47 años cuando los europeos la descubrieron. En 1998 grabó en París el disco La diva aux pieds nus, al que iban a seguir grabaciones conmovedoras como Mar azul o Miss perfumado, que le abrieron todas las puertas. Siempre de la mano de José da Silva, un ferroviario que se convirtió en su representante y productor, tras emocionarse hasta las lágrimas al oirla cantar por primera vez, y que ha estado junto a ella hasta el último suspiro.
Decía que empezó a cantar para ahuyentar a la tristeza. Con 16 años lo hacía en bares de Mindelo, el puerto de la isla de San Vicente donde había nacido en 1941. Los clientes la iban llamando desde las mesas y cantaba a cambio de unos escudos o por un vaso de aguardiente grog, ron o whisky. Se enamoró de un joven compositor y guitarrista que la llevaba con él a cantar en barcos que atracaban en el puerto cuando Cabo Verde era todavía ¿lo fue hasta 1975? colonia portuguesa.
Gracias a unas grabaciones recuperadas de Radio Barlavento y Radio Clube se puede ahora escuchar su voz de jovencita. Una voz más clara y fina en canciones que se grabaron en los estudios de esas dos emisoras de Mindelo, entre 1959 y 1961, cuando por la noche escuchaba a Amália Rodrigues y a Àngela Maria. En su casa siempre hubo música: el padre, Justino, tocaba cavaquinho -instrumento de cuatro cuerdas de origen portugués que recuerda a una pequeña guitarra- y violín, y B. Leza, probablemente el más importante de los compositores caboverdianos, era de la familia.
Se presentó en los mejores teatros y auditorios, en Miami, Hong Kong y Monte Carlo, desde China hasta Estados Unidos; ganó el Grammy y recibió la Legión de Honor en Francia; compartió grabaciones con Compay Segundo, Erykah Badu, Goran Bregovic o Ryuichi Sakamoto, cantó con Caetano Veloso y Mariza, vendió más de cinco millones de discos, y sus canciones han sido remezcladas por DJ.
Cesaria Evora recorrió el planeta con sus mornas melancólicas y las alegres coladeras -en 1999 y 2000 dio dos veces la vuelta al mundo-, pero siempre volvía a casa: necesitaba a los suyos -tenía dos hijos y dos nietos- y el mar: ese mar que trae riqueza, pero también la saudade de cientos de miles de caboverdianos -la mitad de la población del país vive lejos del archipiélago- que tuvieron que partir en busca de una vida mejor. A ella le gustaba pasar horas mirándolo, aunque no se metía en el agua porque no sabía nadar. Aunque, como explicó una vez, le hablaba "como si fuera una persona. Una anciana me dijo que las olas crean una música que nosotros los humanos no entendemos".
El pasado 27 de agosto, día de su cumpleaños, el nuevo presidente de la República de Cabo Verde, José Carlos Fonseca, fue a visitarla a su casa de Mindelo para entregarle un gran ramo de flores. Era una mujer salida de la pobreza, de días de hambruna en las diez pequeñas islas castigadas por la sequía, de unos tiempos en que los colonizadores portugueses prohibían caminar por la acera a los caboverdianos que no podían comprarse un par de zapatos: por rebeldía, cantaba descalza. Y era auténtica, ajena a cualquier artificio de la industria. Entrevistarla podía resultar una aventura. Uno se la podía ganar olvidando el cuestionario que llevaba preparado a propósito de su último disco, asunto por el que no solía mostrar demasiado interés, y preguntándole en cambio por su receta de la catchupa -guiso tradicional a base de judías, maíz... y, si hay dinero, carne-. Y entonces ella podía contar historias como la de Paulino y Camuche, que es como, bromeando, llamaba a sus ojos: "Dos hermanos que van juntos a todas partes. Uno es ciego, pero camina; el otro ve bien, pero no puede andar".
Para este último viaje, Cize, como la conocían sus familiares y amigos, ya no necesitará el pasaporte diplomático de cubierta color rojo sangre, que le facilitó hace más de diez años el Gobierno de Cabo Verde y que ella enseñaba en los controles fronterizos con sonrisa de niña traviesa.
EL PAIS.

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