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divendres, 11 de gener del 2013

'El instinto de la felicidad funciona incluso en las situaciones más difíciles'. Luis Rojas Marco.

En plena crisis económica, y rodeados de noticias que van minando nuestra alegría diaria, Luis Rojas Marcos dice haber identificado los protectores de la dicha. En su nuevo libro, 'Secretos de la felicidad', enumera además los mecanismos neuroquímicos que están detrás de las emociones placenteras.

¿Por qué escribe sobre felicidad?
La medicina hizo un cambio significativo hace 20-25 años y fue cuando nos dimos cuenta que no basta con curar las enfermedades, sino que es importante valorar el estado inmunológico y emocional, qué cualidades tenemos los seres humanos naturales que nos protegen o que nos ayudan a superar situaciones difíciles de la vida. Se empezó a investigar temas como el optimismo y la felicidad, la capacidad de relacionarse... Es un tema que antes trataban los filósofos, pero no se había estudiado de una forma metódica. De ahí que yo también entrase en ese mundo, de estudiar la influencia de las cualidades positivas.

¿Es usted feliz?
Yo me doy un 8,5. Ese número va a ser muy parecido en muchas personas diferentes, aunque cambies de país, excepto en aquellas que no tienen cubiertas sus necesidades y también en las personas que están deprimidas. El 80%, si le preguntas, va a dar más de un 5, hombres, mujeres, mayores...

¿Los españoles tienen alguna particularidad?
Aquí no se habla de la felicidad. No se presume de ser feliz. En Estados Unidos, en cambio, se glorifica la felicidad, y no es que sean más felices (normalmente se puntuan también con un 7 o un 8), sino que la cultura fomenta hablar del tema, hasta el punto de que la mayoría de las personas creyentes piensan que cuanto más feliz eres más probabilidades tienes de ir al cielo.

¿Por qué les cuesta tan poco ser felices a los niños?
Porque el instinto de la felicidad es genético. Todos nacemos con la capacidad de proteger y buscar nuestra satisfacción de la vida, necesaria para que la especie continue. Los niños, si les dejamos tranquilos, de forma natural van a ser felices, porque está en sus genes. Incluso algunos que pasan por una infancia muy dura, luego les preguntas cómo de felices son y te dan un 7 o un 8, porque lo han superado. Normalmente, el ser humano tiende a sentirse bien.

¿Usted fue un niño feliz?
Síiii (pensativo), yo fui un niño con problemas, hiperactivo, que me cateaban, y lo pasé muy mal, porque a mis padres no le gustaba lo de los cates. Pero en aquel momento, si me hubieras preguntado, cuando tenía 12, 13 o 14 años no sé lo que hubiera contestado. Luego tuve la suerte de que mi madre me dijo: 'parece que tienes buen oído para la música, ¿por qué no pruebas algún instrumento?'. Y empecé a tocar el piano, y con 15 años ya tocaba la batería en un conjunto, que es el instrumento ideal para un niño hiperactivo. Aquello ayudó a mi autoestima porque, aunque me cateaban, eso de tocar por la radio, me ayudaba a ligar y pensaba: 'soy un desastre en el cole, pero mira caigo bien'. Eso me sirvió para nivelar mi autoestima. A medida que empecé a comprender que podía utilizar el exceso de energía para estudiar más o trabajar, me fue yendo mejor. Mirando hacia atrás, con todos los problemas, en general me doy un 8,5.

¿Cómo se potencia la autoestima en un adulto?
En una persona adulta es más complicado, a no ser que su autoestima haya bajado por algo concreto. En ese caso, estas personas son más fáciles de ayudar. Por ejemplo, si está deprimida porque ha roto con su pareja o tiene problemas en su familia, es lógico que la autoestima baje. La cuestión es superar ese problema.
Ahora si la persona ha crecido con una autoestima baja y se mantiene, cambiarlo requiere tiempo y mucho esfuerzo, y dinero por lo menos en Estados Unidos, porque es algo que se ha consolidado. Hay que empezar a hacer listas, para encontrar algo con lo que se encuentre bien. Y comenzar a desarrollar parcelas que pueda desarrollar para aumentar su autoestima.

¿Se puede ser feliz con una situación económica difícil?
Sin conocer el caso concreto no se pueden dar consejos buenos. Si una persona no tiene empleo, lo primero que le preguntaría es cómo se siente. Y probablemente, nos llevaríamos una sorpresa. Porque es fácil que nos diga que bien. Porque puede decir: 'aunque no tengo trabajo tengo la suerte de que mi familia me ayuda, y me entiende, y también me he organizado mi día, hago deporte, leo más... Del cero al 10, estoy en un 6'. El instinto de la felicidad funciona incluso en las situaciones más difíciles. Nacemos con esa necesidad de sentirnos bien. De forma instintiva echamos mano de protectores. Hay algunos que podemos trabajar mejor, también hay que diversificar.

¿Es mejor dejar de hablar de la crisis para ser felices?
La queja forma parte de la esencia de este país. La utilizamos para dialogar, para relacionarnos. Nos quitan la queja, ¿y de qué vamos a hablar? Es un elemento esencial en esta cultura. ¿Cómo le vas a decir a la gente que deje de hacerlo? Aquí atrae mucho hablar de la tragedia, pero cuando preguntas: '¿y tú cómo estás?' Normalmente, la gente se da una nota alta, a pesar de estar rodeados de tragedias. Hay que tener en cuenta esa dicotomía, lo general y lo individual.

¿Hay muchas personas que no se fían del psiquiatra?
Sí, y muchas otras que no van por miedo al que dirán. La enfermedad mental tiene mucho de estigma, no en todos los sitios, por ejemplo en Nueva York hay gente que presume de ir al psiquiatra. Pero todavía el ir al psiquiatra no es fácil, sobre todo en los pueblos o en las ciudades pequeñas.

Usted, psiquiatra, ¿ha ido alguna vez al psiquiatra? ¿Ha tenido alguna vez depresión?
Sí. Cuando murió mi padre, estaba en Nueva York. Él había sido un buen padre, pero era autoritario. Luego me fui y nunca hablamos. Me hubiera gustado hablar con él, aclarar como me sentía con él. Me sentí deprimido. Y me ayudó ir a un colega.
Después del 11-S, que lo viví muy cerca, me dediqué a trabajar. No notaba nada hasta que un día empecé a sentirme raro. También fui a hablar con un colega y le conté lo que había vivido aquel día y aquella semana.

¿Tomó alguna medicación?
No, no me la recetaron, pero me la hubiera tomado.

¿Cuáles son las herramientas para conseguir la felicidad?
Hablar, contar historias... Contar algo que no entiendes bien, al hablarlo lo organizas, y al organizarlo empiezas a entenderlo, a darle sentido. Cuando empecé a hablar con mi colega sobre el 11-S, le empecé a contar mi historia, y de esta manera le di su significado.
Por otro lado, está demostrado que el ejercicio físico es muy útil para la mente.

Usted empezó a correr a los 40 años, ¿por qué lo hizo?
Por la hiperactividad y el estrés. Mi mujer me dijo: 'Mira Luis no hay quien te aguante'. Yo nunca había hecho ejercicio. Lo mío era aplicar la energía en otra cosa. Ella me convenció y compró una cinta [rodante] que la puso en el dormitorio. Fue un reto. Recuerdo que corría dos minutos y tenía que parar. Pero con el tiempo notaba que me sentaba muy bien aquello de sudar. Así que pasé al parque y vi que me gustaba. Y cuando alguien me dijo: '¿por qué no corres un maratón?' Lo intenté, y ya llevo 19 maratones.

¿Su mujer notó diferencia?
Sí, y yo también. Quería mantener la relación. Hubiera hecho lo que fuera.
O sea, ¿que empezó a correr por amor?
Sí, empecé a correr por amor. No se me había ocurrido.

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