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dissabte, 5 de gener del 2013

PERDER LA VERGÜENZA. Irene Orce. La Vanguardia 20/02/11

“Hemos de proceder de tal manera que no nos sonrojemos ante nosotros mismos”,  Baltasar Gracián
La vergüenza es una emoción tan intensa como incómoda. Nos asalta en las situaciones más comprometidas, especialmente en momentos de potencial ridículo o humillación. Inoportuna y traicionera, nos delata tiñendo de rojo nuestras mejillas, acelerando los latidos de nuestro corazón y haciendo temblar nuestra voz. Todos hemos sentido alguna vez los efectos de su venenoso aguijón. Y aunque no solemos hablar de ella, puede influir de manera determinante en nuestro comportamiento, en nuestra actitud y en la calidad de nuestras relaciones.
No en vano, en su nombre nos convertimos en esclavos de la inseguridad, lo que nos lleva a buscar –ya sea consciente o inconscientemente– el respeto, la validación y la valoración de los demás. ¿Cuántas veces nos comportamos como ‘se supone’ que tenemos que hacerlo simplemente para no enfrentarnos al juicio de quienes nos rodean?. ¿Cuántas veces nos callamos para evitar compartir una opinión contraria a la de la mayoría?. Y ¿cuántas veces compramos un artículo en una tienda únicamente porque el vendedor se ha tomado la molestia de mostrarnos varios productos?. Posiblemente, más de las que nos gustaría. Es uno de los efectos más comunes del ‘miedo al ridículo’, una plaga invisible que a menudo azota nuestras vidas.
Así, en demasiadas ocasiones anteponemos lo que “deberíamos” decir o hacer a aquello que verdaderamente quisiéramos decir o hacer. Y es que la perversa trampa de la vergüenza es que nos impide vivir desde la autenticidad y mostrarnos tal como somos. De ahí la importancia de comprender cómo se desencadena, para qué sirve y, sobretodo, de qué manera podemos regular esta emoción.

PRISIONEROS DE LA TIMIDEZ
“Cualquiera que se tome demasiado en serio corre el riesgo de parecer ridículo. No ocurre lo mismo con quien siempre es capaz de reírse de sí mismo”, Václav Havel
Aunque la vergüenza es patrimonio de todos los seres humanos, afecta a cada persona de un modo diferente y con una intensidad distinta. Al fin y al cabo, esta emoción tiene una clara función biológica. La dimensión comparativa es necesaria para la supervivencia humana. Y ésa es precisamente la razón de ser de la vergüenza. De ahí que nos invite a retirarnos cuando nos enfrentamos al escrutinio o posible juicio de otros seres humanos. Según los expertos, esta emoción se desata cuando nos encontramos en situaciones de potencial peligro. Y dado que en la sociedad actual nuesta integridad física no suele estar en jaque, la vergüenza suele estar relacionada con una amenaza emocional, es decir, con la posibilidad de que nuestra identidad e imagen queden dañadas de algún modo.
Así, tener vergüenza puede resultar útil para equilibrar nuestras relaciones sociales. El problema aparece cuando esta emoción toma el control, nos desarma sin compasión y nos abandona en la vulnerabilidad. Y es que el exceso de miedo al ridículo puede desembocar en una timidez exagerada o en respuestas desproporcionadas y agresivas. Son las dos caras de la misma moneda, y ambas pueden generar importantes carencias en la vida de cualquier ser humano. Principalmente, porque suelen ir acompañadas de un cierto complejo de inferioridad.
Los expertos afirman que la persona tímida suele sobrevalorar y temer la opinión que otros tengan sobre él o sus acciones, lo que genera importantes niveles de ansiedad e inhibición. Lo cierto es que cuando sentimos miedo a que los demás nos menosprecien, tendemos a vivir tratando de no llamar la atención. El miedo al ridículo está profundamente vinculado al temor ‘al qué dirán’, y ambos son fruto de una percepción errónea y limitada de nosotros mismos respecto a la realidad externa. De ahí la importancia de aprender a construir vínculos de confianza con nosotros mismos y, en consecuencia, con las personas que nos rodean. 

CONECTAR CON LA CONFIANZA
“Nadie que confía en sí mismo envidia la virtud del otro”, Marco Tulio Cicerón
No en vano, la confianza es la piedra angular de las relaciones interpersonales. Es lo que nos permite construirnos a nosotros mismos y compartir con los demás desde la autenticidad. Es la cualidad que contribuye a generar un ambiente distendido que invita a compartir información y conocimientos. Y la clave para vencer la vergüenza.
Para sumar en confianza y restar en inseguridad, el primer paso es atrevernos a mostrarnos sin protecciones. Aprender a exponernos y a reírnos de nosotros mismos es uno de los remedios más eficaces que existen contra la vergüenza, pues nos aporta perspectiva y contribuye a normalizar esa situación que tanto nos incomoda. En última instancia, rebelarnos ante la tiranía de la vergüenza pasa por conquistar nuestra propia ‘autoconfianza’, el mejor antídotocontra ese temor que nos impide avanzar. De ahí la importancia de conocernos a nosotros mismos, lo que nos lleva a entrar en contacto con una visión más objetiva de nuestra propia identidad, que nos permitirá cuestionarnos y evolucionar.
La vergüenza vive en el umbral del miedo, y enfrentarnos a ella nos permite conquistar nuestra libertad. Podemos optar por quedarnos en nuestra zona de comodidad, viviendo a merced del miedo al ridículo…o podemos apostar por mostrarnos tal y como somos, atreviéndonos a compartir nuestra vulnerabilidad. En última instancia, ése es el reto-y el aprendizaje- que nos propone esta caprichosa emoción.
En clave de coaching
  • ¿Qué situaciones te producen vergüenza?
  • En el caso que sucedieran, ¿Qué es lo peor que te podría pasar?
  • ¿Qué pasaría si te enfrentaras a tu miedo al ridículo?

Libro recomendado
‘Vivir sin miedos’, de Sergio Fernández (Plataforma)


Irene Orce. La Vanguardia, suplemento Estilos de Vida.

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