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dissabte, 12 de gener del 2013

FÓRMULAS PARA DILATAR EL TIEMPO. Gaspar Hernàndez.


Si no estamos centrados en algo externo, sentimos el parloteo de los pensamientos a toda velocidad.
Si queremos que el tiempo pase más despacio hay que hacer cosas nuevas huir de la rutina.
Francis Galton, psicólogo inglés del siglo XIX, llevó a cabo un experimento: escribió las palabras «carruaje», «abadía» y «mediodía», y prestó atención a los pensamientos y recuerdos que le suscitaba su lectura. Conclusión: realizó un total de 505 asociaciones en el intervalo de 11 minutos. Eso arroja una media de 50 pensamientos o recuerdos por minuto. Galton afirmó que se trataba de una cantidad «miserablemente baja» en comparación con la velocidad de los pensamientos en circunstancias normales.
Ahora mismo podemos hacer nuestro sencillo experimento: cerrar los ojos y observar nuestra mente. Transcurridos unos instantes, seremos conscientes del murmullo de pensamientos que hay en ella. Pensamientos sobre lo que vamos a hacer este fin de semana, sobre lo que hicimos ayer, sobre el ruido de la calle, etcétera.
Como dice Steve Taylor en su libro Creando el tiempo (La Llave): «Es como si en nuestra mente se proyectase en todo momento una película, solo que esa película está dirigida por un director loco, contiene 10 escenas por segundo, carece de guion y es totalmente azarosa y caótica». No es de extrañar, según él, que James Joyce dedique más de 50 páginas en su novela Ulises a describir el diálogo interno que tiene lugar en la mente de su pro­tagonista, Molly Bloom, mientras yace acostada en la cama esperan­do conciliar el sueño.
Siempre que nuestra atención no se halla centrada en algo externo, ex­perimentamos el parloteo de los pen­samientos. Y la mente corre a mucha velocidad. Demasiada. Sin embargo, se da la paradoja que el tiempo parece transcurrir más despacio. Y otra para­doja: al cabo de meses, años incluso, cuando pensamos retrospectiva­mente en estas situaciones «desocu­padas», nos parecen más breves de lo que han sido en realidad.
El psicólogo William James es­cribió que un largo mes de convale­cencia nos parece interminable en el momento, pero se reduce prácti­camente a nada en nuestra memo­ria. «Los periodos de aburrimiento e inactividad dejan muchos menos recuerdos que los periodos de ac­tividad. Dado que no nos ocurren demasiadas cosas, tampoco alma­cenamos demasiados recuerdos al respecto», afirma Steve Taylor.
Taylor es antropólogo y profesor de la Universidad de Manchester. Estudia por qué el tiempo transcu­rre a diferentes velocidades y cómo controlarlo. Según él, una cosa es cómo vivimos el tiempo ahora mis­mo -si estamos en la consulta del dentista, o esperando unas prue­bas médicas importantes, quizá se nos haga eterno- y otra es cómo lo habremos vivido realmente.
Steve Taylor sostiene que si queremos dilatar el tiempo, nece­sitamos vivir experiencias nuevas. Cuando éramos niños, todas nues­tras impresiones y percepciones eran frescas, nuevas, y parecía como si no existiese el tiempo. Un día era eterno.
Pero a medida que nos hacemos mayores, nos desconectamos de la realidad. Nos repetimos una y otra vez nuestra película mental. Hay una conexión entre la información que recibimos -la sensorial, no la de los medios de comunicación- y el transcurrir del tiempo. Si quere­mos que el tiempo pase más des­pacio, Taylor recomienda viajar, ir al trabajo tomando rutas nuevas, comprar nuevas revistas, conocer nueva gente y hacer cosas que hasta ahora no habíamos hecho, acomodados a la rutina.
En definitiva, se trata de vivir. Se trata de cambiar la forma de percibir el mundo. Una percepción más fresca. La vida es efímera, pero sus días pueden ser in­mortales.



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