Cuando nos explican un problema, inmediatamente damos consejos. Y los consejos no ayudan. Lo que ayuda de verdad es acompañar al otro para que encuentre su solución.
Marta acababa de colgar el teléfono después de una breve conversación con su amiga Ester, y sus últimas palabras todavía resonaban en su mente. Su amiga, después de contarle algo que le había ocurrido la noche anterior, había acabado diciéndole:
- ¿Sabes Marta?. En el fondo todo esto me pasa por hacerte caso. Hice lo que me dijiste, y fue un desastre....
Estaba indignada. ¿Cómo podía decirle aquello?. El día antes Ester había pasado más de una hora contándole un problema que tenía con un amigo. Marta le había aconsejado con la mejor intención, sugiriéndole una solución, y ahora que al parecer las cosas no habían ido como ella esperaba, la hacía responsable de su fracaso.
Incapaz de concentrarse de nuevo en lo que estaba haciendo, dejó su despacho y fue a tomar un café. Se sentía fatal, y no sólo por las palabras de Ester, sino porque llevaba un montón de tiempo experimentando situaciones similares. Ciertamente algo fallaba en su relación con los demás: se pasaba media vida ayudando a la gente, para acabar teniendo que aguantar respuestas como aquella. ¿Por qué la gente era tan injusta con ella?.
Incapaz de entender el porqué de aquella situación, volvió a su despacho, y sin pensarlo dos veces, escribió un largo correo a Max en el que le explicaba la historia:
“Querido Max,
Ayer por la tarde, mi amiga Ester se presentó en mi despacho, y pasó un largo rato contándome un problema que tiene con su compañero Carlos. Me sentí muy identificada con su problema, porque yo había pasado por una situación similar, así que le sugerí a Ester que hiciera lo mismo que hice yo: le aconsejé que citara a Carlos lo antes posible y fuera del trabajo, y le expliqué cómo tenía que enfocar la conversación. A mí en su día me funcionó, y le di el consejo –ya lo supones- con la mejor intención del mundo.
Hace un rato, me ha llamado. Ha sido una conversación corta: lo justo para que Ester me explicara lo mal que le había ido la noche anterior, y me hiciera responsable de su fracaso. Me ha dicho textualmente que se encontraba en aquella situación por haberme hecho caso.
Puedes imaginarte que su reacción me ha dolido. Pero esto no es lo peor. Me he dado cuenta de que situaciones similares me vienen ocurriendo desde hace tiempo. Max ¿que pasa con la gente?. ¿Porqué son tan desagradecidos con mi ayuda?”
Marta no esperaba una respuesta inmediata. Más bien pensaba que recibiría en unos días una larga carta con los consejos de su viejo amigo. Por eso se sorprendió al recibir, tan sólo unos minutos después de enviar su mensaje, un breve correo de respuesta. El mensaje decía:
“Sigues dando pescado a la gente... ¿Cuándo les enseñarás a pescar?”
Marta se quedó desconcertada. ¿A qué venía aquella frase?. Tuvo la tentación de volver a escribir a Max, pidiéndole explicaciones. Pero en el fondo sabía que era inútil. Si Max le mandaba aquella respuesta no era para sacársela de encima. Debía de tener algún significado.
Pensando en que descifrarlo no sería fácil, aparcó la reflexión para retomar su trabajo. En cuanto saliese aquella tarde ya buscaría el tiempo y el lugar para pensar en todo aquello...
A media tarde, de vuelta a su casa, se paró en una confortable cafetería, y cómodamente instalada en una de sus mesas, empezó a darle vueltas a la respuesta de Max.
En la serenidad de la tarde, no tardó en entender la esencia de lo que su amigo trataba de decirle. Y es que ella, cuando alguien le contaba un problema, siempre daba de inmediato una solución. Era muy rápida poniéndose en la piel del otro, haciéndose una idea del problema, y enseguida le decía al otro lo que tenía que hacer. En palabras de Max, les daba “pescado”. Pero ahora se daba cuenta de que con sus consejos no dejaba que ellos encontraran sus propias soluciones, no dejaba que fueran ellos los que reflexionaran y decidieran qué es lo que tenían hacer. No les “enseñaba a pescar”.
Creía haber captado lo que su viejo amigo le sugería con aquella metáfora, pero. ¿Cómo se hacía?. ¿Cómo se enseñaba a pescar?. Ella daba sus consejos porque casi siempre la persona que tenía delante estaba bloqueada, o era incapaz de pensar por sí sola. Y porque al fin y al cabo, por eso acudían a ella... Pasó un largo rato pensando en todo ello, hasta que con una sonrisa en los labios, se dio cuenta de lo que le estaba ocurriendo: Max, con su mensaje, había hecho con ella exactamente lo que quería que ella hiciese con los demás. Le había hecho reflexionar a través de su mensaje para que ella misma encontrase la solución, sin dársela de antemano. Así se “enseñaba a pescar”: haciendo reflexionar al otro. Estimulándolo, ayudándolo a ver las cosas objetivamente, a valorar alternativas y a encontrar y escoger una solución.
Estaba claro que había dado con el significado del mensaje de Max, pero al imaginarse ayudando a la gente desde este nuevo enfoque, por un momento se le vino el mundo encima. Y es que se daba cuenta de que requería –sin duda alguna- de un montón de tiempo y de una habilidad muy especial. No sabía si tendría paciencia ni tan siquiera si estaba preparada para hacerlo. Su forma habitual de resolver los problemas, a base de consejos, era sin duda mucho más rápida y sencilla.
Sin embargo, enseguida se dio cuenta de un hecho fundamental, y que conectaba con la esencia de su conflicto: Cuando ella daba la solución, en el fondo asumía una cierta responsabilidad por lo que ocurriera. Esto era así al menos de cara a la persona a la que ayudaba. Y significaba “cargarse en la mochila” un montón de responsabilidades ajenas. A sus propias responsabilidades añadía a de las soluciones a los problemas de los demás. Así, con cada nuevo consejo, la mochila tenía en peso más. Si por el contrario lograba que la persona a la que ayudaba encontrase ella SU PROPIA solución, tomaría ella responsabilidad por lo que decidiera hacer, sin cargársela a nadie. Esto resolvía su sensación responsabilidad sobre los problemas de los otros. Y evitaría, sin duda, llamadas como la de Ester de aquella mañana.
Inmersa en sus reflexiones, el tiempo le había pasado volando. Eran más de las nueve y en la cafetería estaban ya poniendo sillas encima de las mesas en un claro aviso de que querían ya cerrar. Marta pagó la cuenta y se dirigió directamente a su casa. Nada más llegar escribió un mensaje a Max:
Querido Max,
Gracias por no “darme pescado”. Esto es lo que he aprendido con tu mensaje:
Dar consejos a la gente ha sido hasta ahora mi forma de ayudar. Una forma rápida de resolver las cosas. Sin embargo, me temo que como ayuda, no es muy eficaz.
- En primer lugar porque las soluciones que han sido buenas para mi no necesariamente lo tienen que ser para los demás.
- En segundo lugar, porque a base de darles yo la solución no aprenderán a resolver sus problemas por si solos. Y la próxima vez, acudirán de nuevo a mi o a quien sea en busca de una nueva solución.
- Y en tercer lugar, porque cada nuevo consejo que doy es una nueva responsabilidad que sumo a las mías propias, que son las únicas que quiero y debo tener.
Los consejos son, pues, una mala ayuda. Parecen resolver los problemas de una forma rápida y fácil, pero en el fondo no arreglan nada. La solución pasa por acompañar y lograr que el otro encuentre su propia solución. Se que es mucho más lento, sobretodo para una persona tan impaciente como yo, pero ahora entiendo que es, sin duda, mucho más eficaz.
- “Eres una buena alumna, y serás una gran maestra. ¿¿¿Cuándo te llevas a Ester a pescar????”
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