Que hondo me han llegado estas palabras de Laura Gutman. Como han resonado en mi interior.... Cuanta sabiduria, ternura y emoción hay en ellas.
Gracias amigos del Taller de la EAM por este maravilloso post.
Escenas dolorosas, casi todos hemos atravesado. Si revisamos nuestras infancias, encontraremos más de una: la muerte de un ser muy querido, el divorcio controvertido de nuestros padres, el accidente de un hermano, la enfermedad interminable de nuestra madrina o el cambio brusco de residencia perdiendo el contacto con amigos y vecinos.
Creemos que nuestras vidas han estado signadas por esos hechos dolorosos o como mínimo, que han sido determinantes en nuestro devenir. Sin embargo muchas veces, lo más traumático no ha sido el acontecimiento en sí, sino la falta de palabras que han inundado con silencio esas situaciones sufrientes. Puede suceder que recordemos la muerte de nuestra propia madre y supongamos que todos nuestros problemas provienen de esa pérdida. Sin embargo, lo peor fue el desamparo y la soledad con el que hemos atravesado ese período, o que nadie nos haya hablado ni explicado qué es lo que sucedía, o las mentiras en las que las personas grandes se refugiaban, o la tergiversación de la realidad que nos dejaba desprovistos de comprensión y resguardo.
El aislamiento al que nos han sometido siendo niños, la dejadez y la falta de contacto emocional, es lo que verdaderamente nos ha dejado huérfanos. No es terrible que alguien se muera. Lo terrible es dejar a un niño solo, tremendamente solo con su soledad.
Por otra parte, no hay acontecimientos totalmente negativos. Desde nuestra subjetividad, un hecho doloroso lo podemos vivir como “negativo”, pero no es verdad que objetivamente sea así. Por eso, es imprescindible que los adultos busquemos el sentido amplio y perfecto que cada suceso lleva implícito. Y ofrezcamos a los niños toda nuestra comprensión, toda la lógica e incluso toda la alegría que una pérdida trae consigo, si aprendemos a esperar. Las palabras que nombran lo que pasa, el cariño que el niño recibe aún en medio del dolor, el cuidado y la escucha; se convierten en tesoros. Al punto tal que en el futuro, el niño podrá recordar ese momento de pérdida, como el de mayor riqueza espiritual de su historia.
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