A veces me dan ganas de golpear o asustar a mi perro,
especialmente cuando se muestra cobarde.
Sin embargo, cuando tengo conciencia de tales deseos,
en vez de soslayarlos me mantengo atento a ellos,
sumergido en su curso.
Entonces, mis sentimientos cambian
volviéndose más positivos y juego con él
de una manera ruda que le encanta.
El darme cuenta de esto lo transforma
en mi mente.
Si antes era un objeto que quería golpear,
ahora es mi perro con sentimientos y que no deseo herir.
Si al contrario evito mis impulsos crueles sin
identificarlos como parte de mí, o si
reconociéndolos como míos los combato, éstos
se vuelven más amenazadores.
Rechazar mis sentimientos es condenarme por tenerlos.
La parte rechazada reacciona tornándose más fea.
El darme cuenta, lo más profundamente posible,
parece que siempre vuelve
más positivo el flujo de mi energía.
Hugh Prather. Palabras a mí mismo.
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