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dijous, 26 de gener del 2012

"Sea más femenino y será menos violento y más feliz". Joanna Bourke. La Contra de la Vanguardia.

Joanna Bourke, historiadora de la violencia, la guerra, la violación y el dolor

¿Edad? Disfruto al crecer, pero ya no me conformo con describir la realidad, como antes: ahora quiero mejorarla. Nací en Nueva Zelanda, pero crecí en Haití: allí aprendí qué es la violencia al vivirla. El dolor nos revela algo sobre nosotros mismos. Colaboro con el CCCB.

Mujeres guerreras.

Acepto el consejo de la brillante ensayista Joanna Burke para evitar las agresiones sexistas: "Sea más femenino", pero no comparto su tesis de que serlo me haría menos violento. No hace falta evocar, como Sarkozy, a Juana de Arco, para entender que el poder no tiene sexo. Por eso, feminizarnos no nos hará mejores si ello comporta concentrar la autoridad en hembras alfa. No es el sexo sino la existencia de contrapoderes lo que evita el abuso de autoridad. Por eso me temo que, cuando ellas tienen el poder de iniciar una guerra –vean la película sobre Thatcher–, no se niegan por su sexo a declararla. Y las líneas que la propia Bourke dedica a las violaciones perpetradas por señoras dan fe.

Miramos ahora el vídeo de soldados de EE.UU. orinando sobre los cadáveres de iraquíes abatidos?
No es necesario.

Todos podemos verlo cada día a todas horas: ¿eso nos hace mejores?
Es que no lo vemos: lo consumimos. No es una mirada responsable sobre una salvajada que pasa de la indignación a la acción...

Ojalá.
... Sino un consumo banal de imágenes para satisfacer nuestra curiosidad e instintos.

¿Vemos ese vídeo como un videojuego?
A fuerza de consumir imágenes reales de salvajadas, convertimos cualquier atisbo de indignación en indiferencia. Al final, contemplar la canallada nos hace canallas.

Pues cada vez es más fácil filmarlas.
Eso temo: ¿qué soldado no querrá filmar la degollina con su móvil?. Será una exhibición de miserias que nos volverá miserables.

¿Por qué lo dice tan segura?
Soy historiadora del dolor, la guerra, el abuso, la violación...¿Recuerda Abu Graib?

Imágenes de tortura en Iraq.
Pero la mayoría no las vio para juzgar, sino que las consumió banalmente. No nos interesaba defender la dignidad humana, porque si hubiera sido así, la segunda entrega de fotos nos habría interesado también. Y, en cambio, casi nadie la publicó, porque la noticia ya se había consumido.

Algunos periodistas creen que mostrar la barbarie ayuda a impedirla.
La historia muestra que no es cierto. Y he dedicado mi vida a la historia de la guerra, la violencia y el dolor.

¿Por qué?
Mi padre era médico y construimos un hospital en Haití, donde crecí presenciando atrocidades. Pero no sólo las veíamos, las combatíamos. Estudié la violencia por eso y también porque no había ninguna mujer historiadora bélica y creí que aportaría algo.

Lo ha hecho.
Después me apasioné al leer las cartas de soldados anónimos a sus mujeres, a sus hijos, a sus madres. Era la historia de los sin historia: más interesante que la oficial.

Por ejemplo...
Recuerdo al dueño de una tiendecita de barrio de Londres reclutado para el frente, donde comete atrocidades horrendas y después escribe con ternura unas cartas dulces y profundas a su mujer y a sus hijos.

Los humanos somos capaces de eso.
Le daría la razón si todos los soldados siempre se comportaran como bestias sin escrúpulos, pero ¿por qué en las mismas circunstancias unos son personas y otros actúan como torturadores o ultrajan cadáveres?

¿...?
Me niego a aceptar –como los candidatos republicanos a la Casa Blanca– que orinarse sobre un cadáver forme parte de las inevitables cosas de la guerra. Es una cobardía y una falta de disciplina: en primer lugar de los ultrajadores de cadáveres y después de unos mandos incapaces de imponerla.

¿Exhibir la violación también nos hace indiferentes a su vileza?
Me temo que se repite la anterior paradoja de los vídeos: ha habido campañas masivas de concienciación y la legislación ha avanzado enormemente, pero no todos nosotros.

¿Por qué no?
Las leyes han progresado más que las personas: hasta los años setenta en el Reino Unido era legal que un marido violara a su esposa. Y hoy la mayoría de las violaciones siguen produciéndose en el matrimonio, en la familia y entre amigos y conocidos. Sólo una pequeña parte las cometen extraños.

¿Por qué cree que es así?
Porque la víctima que denuncia sigue arruinando su vida. Una encuesta del 2010 revelaba que una de cada tres británicas creía que en una violación la violada siempre tenía al menos alguna parte de la culpa.

¿Qué propone usted?
Las leyes han mejorado, pero no las conciencias. Ya sólo avanzaremos con una revolución de las conciencias. Por eso pido la complicidad de los varones para asumir una parte de los valores femeninos. Sea usted más femenino y será menos violento y más feliz.

Escribe usted una historia universal del dolor: ¿qué le duele más de ella?
Celebro los avances de la ciencia y los analgésicos, pero también observo que hemos reducido el dolor a síntoma localizable y liquidable: a puras moléculas.

¿Y qué hay de malo?
El dolor durante siglos fue también una voz que te revelaba cosas de ti mismo. El dolor hablaba de todo el ser enfermo y tenía sentido y a veces trascendencia. Para algunos era un modo de hablar con Dios o incluso un pasaporte a la eternidad.

Francamente: no lo echo de menos.
Yo lamento la pérdida de esa parte del dolor revelador. El doctor escuchaba a todo el ser del paciente y no se limitaba a diagnosticar qué parte de su cuerpo está enferma.

Como el dolor no tenía remedio, se le buscaba un significado...
Yo creo que aún lo tiene. Pero se silencia con la despersonalización de la medicina. El médico ya no quiere oír al paciente quejarse; la queja estorba la diagnosis, porque ya no le interesa todo el paciente como persona, sólo su fragmento enfermo. Y nosotros no somos fragmentos, sino seres únicos.

¿No es mejor hoy, que se sufre menos?
El dolor en conjunto no ha disminuido, porque hoy se hacen intervenciones que antaño ni se habrían intentado.


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