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dissabte, 7 de gener del 2012

"Hablar o callar es un poder". Fernando Beltrán, poeta y nombrador. La Contra de la Vanguardia. 07/01/12

Fernando Beltrán, poeta y nombrador

Tengo 55 años. Nací en Oviedo y vivo en Madrid. Llevo 32 años casado y tengo dos hijas. Licenciado en Filología, enseño a nombrar en el Instituto Europeo de Diseño y en la Universidad de Arquitectura. Creo más en las personas que en las ideas. Soy pagano.

Jugando a conversar
Viene dispuesto a hablar y le pido que dé un sustantivo a a su vida; la resume en Lloviedo (Lluvia, yo y Oviedo). Ser poeta no es oficio para ganarse la vida y parecía que ser nombrador tampoco; sin embargo, el poeta inventó y alimentó al nombrador, que acabó convirtiéndose en un oficio del que sentirse orgulloso. "Yo fui un hijo del 'nunca llegarás a nada', pero mi nada me ha dado mucho", historia que cuenta en El nombre de las cosas (Conecta). Recorremos caminos inesperados, vamos de Lorca a la telefonía... "Hay que jugar más con las palabras, jugar en el sentido más serio", dice. "Jugar es muy serio", digo. "Cierto, si nos diéramos cuenta de eso, las cosas nos irían mejor".

Cuál es la mejor metáfora de la vida?
De mi vida, la lluvia. Yo fui un niño que vio llover y llover y llover.

Eso imprime carácter.
A los nueve años me sacaron a tortas de Oviedo porque no quería irme y me abracé a un árbol. Pero tuve mucha suerte.

¿Por qué?
Me llevé las metáforas intactas de la infancia. La lluvia, los charcos, el paraguas, la gabardina, el gris han poblado mi poesía y mi vida.

¿Lo que no es nombrado no existe?
El nombre es lo más profundo, el ADN de las cosas.

¿Cuál cree que es la palabra más importante para el ser humano?
Tú. Somos vasos comunicantes, sin el otro no existimos. Pero una de las maneras de ver lo incompletos que somos es abrir un diccionario y darnos cuenta de que desconocemos tres cuartas partes de la página por la que abramos. Para mí, incorporar una palabra nueva es el mayor regalo.

Requiere esfuerzo.
Llegamos a la palabra a través del esfuerzo. Comenzar a hablar es uno de los momentos con mayor estrés para el ser humano.

Decía Platón que las cosas tienen un nombre natural que hay que encontrar.
Sí, yo soy como una comadrona que tira de ese nombre que ya estaba allí. Cervantes en El Quijote dedica páginas y páginas a explicarnos por qué su caballo se llama Rocinante y por qué su amor se llama Dulcinea: porque es un nombre músico, peregrino y significante. Todos somos nombradores.

Algunos con mayor fortuna.
Yo fui poeta con ese romanticismo de los 17 años y tuve mil oficios. Cuando empecé a colaborar con el mundo de la publicidad me di cuenta de que se gastaban mucho dinero en el logotipo y en publicidad, pero que el nombre era algo añadido, y es lo esencial.

¿Según como nombres las cosas tu vida será más o menos feliz?
Las palabras son la forma en que caminas por el mundo. Gran parte de los errores que cometemos se deben a palabras mal escogidas en momentos importantes, para comunicarnos con el otro y con nosotros mismos.

¿Qué sentimiento es el que más nombres tiene?
En Occidente, probablemente amor. Neruda llamaba a su amada con más de cien nombres: Castaña Despeinada, Rayo Loco, Monarca de mis Huesos, Azadón, Sílaba, Meteoro, Clavícula, Molécula, Hierba Alta...

¿Qué nombres colecciona usted?
Los de la lluvia, por supuesto. Tengo más de mil doscientos. Una de las palabras más hermosas es orbayo, esa lluvia fina de Oviedo.

Ahora hay una cierta tendencia a no llamar las cosas por su nombre.
Lo políticamente correcto nos lleva a no querer nombrar cosas que hieren.

¿Qué palabra le cambió la vida?
Amena. A partir de ella, aunque me dio muy poquito dinero, me vinieron muchos encargos. Por primera vez era una palabra no inglesa en el mundo de las telecomunicaciones, no era tecnológico y era femenino.

Innovadora, entonces.
Sí, rompió esquemas. Amena se iba a llamar Retevisión Móvil. No es lo mismo llamar a un lugar Parque Biológico de Madrid, al que no iba nadie porque nadie sabía qué había allí, a llamarle Faunia y que se llene.

¿Un nombre tiene que evocar?
Sí, describir y evocar. Un nombre es un ser vivo: nace, crece, muta y hasta se multiplica en el transcurso de los años.

Hay mucha gente a la que no le gusta su nombre.
Sí, muchísima. Siempre les digo que se lo cambien porque a veces cambiando de nombre cambia todo. Cuando García Márquez decidió rebautizar su novela La casa por Cien años de soledad, cambió su suerte. Y la de Stevenson cuando cambio El marinero cocinero por La isla del tesoro.

¿Por qué nos entusiasma Cien años de soledad y no La casa?
Porque abre el camino, la evocación es abrir horizontes. Me preguntaba al principio cuál es la gran metáfora de la vida, y tras esta conversación ya lo sé.

...
El trampolín, saber que podemos dar un salto hacia arriba en cualquier momento.

Me pregunto por qué Dios, si estaba solo, nombró las cosas para que existieran.
El tacto lo tenemos en la palabra.
Empezamos a tocar con la palabra, su poder es inmenso, y lo ejercemos cada vez que escogemos hablar o callar.

Fue el primer nombrador de España.
Un camino complicado. Me decían que pretender comer de eso era una locura, pero yo creí en ello. Monté mi primer despacho en un piso ruinoso, no me atrevía a llevar a los clientes. Los citaba en hoteles y hablaba de mi estudio como si fuéramos un equipo.

Y ya lleva 500 nombres.
Un amigo me dijo que podía vivir un día entero con mis nombres: afeitarme con la marca Aliada, desayunar un Ti (un té con sabor), comer con un vino Solar, comprar en Hipercor, pasear por el barrio La Gavia de Madrid, que ha tomado su nombre de un centro comercial que bauticé así...

¿Qué ha aprendido de sus 500 hijos?
Que el motor más importante en la vida es la ilusión y que hay que transmitirla. Que la suma de lo que hacemos todos es el mundo, y que toda persona te puede sorprender.


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