¿Sin ser tú mismo y sin sentir y actuar en consecuencia, cómo quieres ser feliz?
¿Si cuando renuncias a lo que sientes y te equivocas -y sufres por ello- solo te preocupas por mantenerte inflexible y coherente a tu prefabricada manera de vivir y de sentir -muchas veces basada en la irrealidad, en el pasado o en la realidad de los otros-, cómo quieres ser y sentirte realmente feliz?
¿Si vamos continuamente con una armadura para protegernos, cómo entrará -o saldrá- el amor que está a tu alrededor y que se te ofrece… y que te ayudaría a cambiar?
¿Alguna vez aprenderemos que la tozudez, al fin, debería llevarnos siempre hacia la felicidad… y nunca en contra de nosotros mismos y de lo que sentimos… y, por tanto, alejándonos cada día más de nuestra felicidad?
Quizás es por esta razón que debamos aprender de los niños a recuperar nuestra tolerancia y amor para con nosotros mismos, con la vida y con los demás, sobre todo los que nos quieren… y/o nos desean ayudar.
Durante estas pasadas fiestas de Navidad he tenido el placer de compartir algunos días con mi querida hija. Como siempre que estoy con ella, sin saberlo, me enseña a sentir y a vivir! Y es que los niños tienen una inconfundible capacidad de ver el mundo que les rodea y de vivir la vida! Y, aunque a su edad de 11 años ya empieza a ser cauta y a temer ciertas cosas de la vida que contravienen sus propios planes, aún conserva esa espontaniedad que le permite sentir en cada momento lo que siente y a actuar en consecuencia! Cuando se siente alegre, ríe, canta y se siente feliz. Cuando se entristece, llora (aunque está aprendiendo a disimularlo) y demuestra su amargura. Simple y llanamente, siente el ahora, sin importarle demasiado lo que los demás opinen de ella.
Un niño no piensa en las consecuencias que tendrá su actitud del momento. Tampoco lo compara con lo que se espera de él o con el pasado vivido. Simplemente siente y nada más. Ese es un gran don envidiable que los niños poseen, aunque, con la edad, van condicionando todo eso que sienten por lo que “toca sentir y hacer“. Supongo que deben perder su camino cierto del sentir “aquí y ahora” para supeditarlo a lo que les hemos enseñado -con nuestro pésimo ejemplo, muchas veces- que deben antes pensar, para luego sentir y hacer!. Como dicen los orientales, “solo encuentra su camino quien se pierde 10.000 veces“. Y si se equivocan, los niños no tienen esa pesada carga de responsabilidad y reputación que les impide rectificar y enderezar su camino y no volver a mirar atrás. E incluso, cuando lo miran, hacen como mi hija que dice, con una cierta ironía, “recuerdo que cuando era pequeña…” y no temen haberse equivocado, disculpándose de ello, simplemente, por su ignorancia y su inmadurez!
Nosotros los adultos, en cambio, estamos acostumbrados a actuar en función de lo vivido, casi nunca por lo que sentimos en el “aquí y ahora“.
Hemos aprendido a sentir más con la cabeza, que con el corazón, como se debe sentir!. Y a nuestro ego mental crecido le otorga seguridad y autocomplacencia hacerlo, invoca siempre a nuestra auto-imagen y a la presunta experiencia e inteligencia adquirida… aunque nos haga repetir errores que nos han llevado a la insatisfacción o a la infelicidad. ¿Alguna vez aprenderemos que la tozudez, al fin, debería llevarnos siempre hacia la felicidad… y nunca en contra de nosotros mismos y de lo que sentimos… y, por tanto, alejándonos cada día más de nuestra felicidad?
Porque es el mismo ego el que fabrica argumentos y más argumentos, con tal de no reconocer que se ha podido equivocar o simplemente para mantener el camino prefijado por él, muchas veces renunciando a lo que realmente sentimos en nuestro interior, fabricando un mundo ilusorio o actuando solo en función del pasado y/o de los demás! Por poner un ejemplo ilustrativo, mi hija no lucha contra ella misma cuando siente lo que siente, sin importarle -aún- demasiado el mundo y el que dirán. Nosotros los adultos, en cambio, hemos fabricado una personalidad firme, rígida e inflexible, cuyo objetivo es obtener una presunta seguridad en nosotros mismos y, en todo caso, protogernos de los demás, que parecen ser siempre rivales o enemigos de lo que somos o deseamos alcanzar!
Vivir la vida en un mundo en que nos obligamos a mantener nuestro personaje -seguramente avalado por muchos años de… infelicidad- y protegernos de los demás para no resultar heridos de nuevo, no pueden más que ensombrecer nuestro semblante y alejarnos de lo que sentimos ahora y, por ello, de nuestra siempre posible felicidad! Porque la felicidad tan buscada no es otra cosa que sentir lo que uno siente en cada momento y actuar según ello, le pese a quien le pese! Como, por el contrario, la infelicidad no es más que supeditarnos al perverso personaje que hemos creado para protegernos de la vida real y de los demás!
¿Sin ser tú mismo y sin sentir y actuar en consecuencia, cómo quieres ser feliz?
¿Si cuando renuncias a lo que sientes y te equivocas -y sufres por ello- solo te preocupas por mantenerte inflexible y coherente a tu prefabricada manera de vivir y de sentir -muchas veces basada en la irrealidad, en el pasado o en la realidad de los otros-, cómo quieres ser y sentirte realmente feliz?
¿Si vamos continuamente con una armadura para protegernos, cómo entrará -o saldrá- el amor que está a tu alrededor y que se te ofrece… y que te ayudaría a cambiar?
Te podrás sentir temporalmente contento con tu ego fuerte y aparentemente decidido, frente a tu humana vulnerabilidad y ante los demás, cuyo propósito -según erroneamente crees- parece ser solo hacerte dudar o, según como, hacerte ceder… o incluso caer!
Los niños son flexibles frente a las circunstancias y no tienen ese pesado personaje creado por ellos mismos, con el tiempo a sus espaldas, que les exija permanentemente firmeza y les haga inflexibles, en contra de su derecho a ser vulnerables o a equivocarse… y aprender! Detrás de nuestra exigencia, rigidez y de nuestra inflexibilidad de adultos, no hay más que miedo a nosotros mismos, a la vida y/o a los demás! Y ya sabes, donde hay miedo no puede haber amor, ni felicidad! Quizás es por esta razón que debamos aprender de los niños a recuperar nuestra tolerancia y amor para con nosotros mismos, con la vida y con los demás, sobre todo los que nos quieren… y/o nos desean ayudar! Volver a ser nosotros mismos y sentirnos firmes interiormente, pero, a la vez, ser flexibles, vulnerables y no tener miedo por serlo, es recuperar a ese niño que todos llevamos dentro para volver a ser felices, de nuevo! La única y fundamental diferencia es que un niño actúa así en su ignorancia infantil ante sí mismo, frente a una presumible infinita vida y un mundo que siempre le viene grande! Y, en cambio, nosotros los adultos debemos hacerlo desde la sabiduría, que no es más que ser conscientes de nuestra realidad personal en el hoy y actuar en todo momento de manera coherente con nuestras emociones que nacen en el corazón.
Eso -y no otra cosa- es la felicidad madura, viviéndola siempre con la simplicidad y espontaniedad del niño feliz que todos guardamos en nuestro interior!
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