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dissabte, 12 de maig del 2012

PERMÍTETE SENTIR - Vanesa Narváez.

Probablemente, si nos dieran a elegir, las mayoría de nosotros preferiríamos tener una vida en la cual experimentar emociones y sentimientos que una existencia sin los mismos. Seguramente esto sea debido en gran medida a que tomamos consciencia de que la experiencia emocional es una moneda de doble cara, de manera que los sentimientos que nos provocan dolor o confusión van de la mano de aquellos que nos permiten experimentar sensaciones agradables.
Además, al pensarlo detenidamente,  vemos que las experiencias emocionales nos ayudan muy a menudo a dotar de sentido y a dirigir nuestra vida. Sin ellas, seguramente nuestra existencia consistiría en algo así como ver la vida pasar desde la indiferencia  y la pasividad.
Basta con echar un vistazo al resto de seres del mundo animal para darnos cuenta de que la capacidad de experimentar emociones no es algo exclusivamente humano, ya que sensaciones como el miedo o el desagrado están también presentes en otras especies. Sin embargo, existe una característica de la experiencia emocional humana que la hace distinta a la del resto de animales: la consciencia o introspección. Ésta es la capacidad no sólo de sentir, sino también de ser conscientes de que sentimos e incluso de construir significados a partir de esta experiencia. Así, las personas somos capaces de evaluar, por ejemplo, el grado de adecuación de nuestros propios sentimientos a la situación que vivimos en cada momento.
Esta toma de consciencia de nuestra vivencia emocional tiene sin duda numerosas ventajas, ya que nos permite dotar de significado a nuestros sentimientos relacionándolos con nuestras circunstancias y vivencias, posibilitando así la compresión e incluso la modificación de nuestro mundo interior. La capacidad introspectiva va también ligada a la posibilidad de evaluar nuestras emociones y sentimientos como positivos o negativos, adecuados o inadecuados, agradables o desagradables... muchas veces en relación a normas sociales no escritas que aprendemos desde muy pequeños. Así, por ejemplo, todos sabemos que dentro de nuestra cultura mostrar euforia en un velatorio resulta inadecuado, de manera que aprendemos desde muy jóvenes a moderar nuestra expresión emocional en función de las circunstancias. Esta modulación no sólo se produce de cara al exterior con el objetivo de incidir en la imagen damos a los demás, sino que también existe un intento de regulación de lo que cada uno sentimos independientemente de que lo expresemos externamente o no.
Estos intentos de regular nuestras emociones chocan frontalmente con la naturaleza misma de los sentimientos como experiencias genuinas, espontáneas y por lo tanto no elegidas voluntariamente. Estas características de la experiencia emocional hacen que, a menudo, generemos conflictos internos importantes al intentar dar respuesta a pensamientos del tipo: “no debería sentir esto que siento” o “debería sentir algo que en realidad no siento”.
La percepción de esta discrepancia entre lo que realmente es y lo que creemos que debería ser, nos  puede generar una importante ansiedad que solemos intentar disminuir entrando en lucha con nuestras propias emociones con la intención de modificarlas y ajustarlas así a nuestras expectativas. Sin embargo, como ya hemos comentado, las emociones no se eligen, simplemente se sienten, de manera que esta resistencia a experimentarlas acaba añadiendo aún más estrés a la situación.
Esta tensión se ve agravada por otra de las características de las emociones que a menudo solemos pasar por alto: podemos sentir varias emociones a la vez, incluso aunque nos parezcan de signo opuesto. De esta manera, por ejemplo, uno puede sentir ilusión y miedo al mismo tiempo, amor e ira hacia alguna otra persona a la vez, o pena y alivio de forma simultánea ante el fallecimiento de un ser querido. Ante la confusión y desconcierto que a veces sentimos ante estas mezclas emocionales, a menudo se despierta en nosotros un sentimiento de culpa nos lleva a renunciar o negar uno de los sentimientos. Este intento de “tapar” una de las emociones nos puede ser de cierta utilidad a corto plazo para sentir que controlamos y vemos coherente lo que nos ocurre, pero a la larga nos genera aún más dolor y confusión, ya que las emociones no desaparecen aunque las ignoremos.
Es por todas estas razones por las que vale la pena tener siempre presente la diferente influencia voluntaria que podemos ejercer sobre nuestras acciones y nuestras emociones respectivamente: podemos decidir libremente actuar o no de acuerdo con lo que sentimos, pero no podemos decidir qué es lo que sentimos. Tener en cuenta esta distinción nos ayudará a darnos permiso para experimentar nuestras emociones con libertad y dejarlas fluir sin ponerles obstáculos ni oponer resistencia. Recibir y acoger con serenidad y sin bloqueos lo que sentimos nos permitirá liberar tensiones de forma tranquila y facilitar aquellos procesos necesarios para superar cualquier alteración emocional. A la vez, el darnos permiso a nosotros mismos para experimentar lo que nos toque nos hará más tolerantes a la hora de comprender los sentimientos de los demás, ayudándonos así a respetar el espacio que todos necesitamos para experimentar libremente nuestros sentimientos.


Así pues, la próxima vez que te sorprendas a ti mismo intentando no derramar más lágrimas o sintiéndote culpable por sentir rabia hacia algo o alguien recuerda: tu puedes decidir actuar o no en consonancia con lo que sientes, pero no puedes elegir lo que sientes, de manera que es sano para ti y para tus relaciones que te concedas espacio para experimentar lo que toque en cada momento. Para que las heridas emocionales provocadas por ejemplo por pérdidas importantes sanen, es necesario transitar por una serie de etapas, algunas de las cuales suelen consistir en la vivencia de sentimientos tan desagradables y profundos como por ejemplo la tristeza, la culpa o la rabia. Experimentar éstos sentimientos cuando surjan es tan necesario como doloroso, ya que constituyen una especie de estaciones en las que hay que detenerse antes de llegar a nuestro destino.
Estar atentos a lo que se nos mueve por dentro y enfrentarnos a ello con una actitud compasiva y de no resistencia, nos ayudará a conocernos a nosotros mismos y nos proporcionará la paz de quien comprende que todos y cada uno de los colores que forman el arcoíris tienen un sentido y merecen ser contemplados.
Vanesa Narváez.

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