Ya hemos hablado anteriormente de las creencias llevadas al máximo exponente. Es el caso de los delirios, en los que las personas están absolutamente convencidas de que algo es como ellas piensan. Sin embargo, no hace falta irnos a tal extremo para saber que nuestras ideas tienen una fuerza abrumadora, llegando a condicionarnos toda una vida si no deseamos cambiarlas o si, simplemente, no sabemos hacerlo.
Suele decirse que nada existe si no ha estado antes en la cabeza de alguien. Lo cierto es que nuestra mente es realmente poderosa, y tal y como mencionábamos al hablar sobre psicología cognitiva, gran parte de la influencia que tenemos sobre nuestro medio y nuestra experiencia se debe a nuestras propias creencias. Pongamos algunos ejemplos.
Es posible que, ya sea tras haberlo escuchado varias veces en boca de algún familiar o, simplemente, tras haber tenido algunos casos en los que nos haya sucedido algo desafortunado, pensemos que realmente somos alguien con muy mala suerte. Si esto es así, trataremos casi sin darnos cuenta de confirmar esta idea, atendiendo solamente a aquella información que la justifique e ignorando el resto. Esto se conoce en psicología con el nombre de abstracción selectiva, y es bastante más común de lo que pensamos. El resultado, un devastador autoconcepto y una enorme dificultad para lograr desarrollar planes o proyectos con una visión optimista.
Otro ejemplo. También es bastante común el encontrar personas que creen que tienen la culpa de casi todo lo que sucede, incluso de aquello con lo que la conexión es completamente irreal. Esto es así a causa del propio aprendizaje del individuo, el cual puede haber llegado a asumir que únicamente provoca dolor a los demás. Una vez más, una creencia disfuncional daría al traste con el progreso vital de un ser humano, únicamente porque se ha grabado en su mente una creencia negativa e incorrecta que le acompaña a donde quiera que vaya. En este caso hablamos de la llamada personalización, y suele ser propia de personas que verdaderamente han sido culpadas por otros de situaciones con las que no tenían ninguna relación.
Estos son sólo dos casos de las muchas distorsiones que pueden ocurrir, las cuales no son más que creencias que por un motivo u otro hemos asumido como verdaderas e incuestionables. El título del artículo no hace más que resaltar la dureza y resistencia con la que estas ideas se aferran a nosotros. Sin embargo, una vez que empezamos a comprender su origen y, sobre todo, a comprender que somos nosotros mismos los que las mantenemos, resulta mucho más sencillo irlas modificando. Es cuestión de esfuerzo y constancia, pero derrumbar esos muros puede hacer que nuestra vida sea mucho más feliz.
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