Autor: H.Stanley Judd
Uno de los requisitos fundamentales de la orden religiosa que vive en cierto monasterio, es que los jóvenes deben mantener un estricto silencio como forma de disciplinar el espíritu. La oportunidad de hablar está programada una vez cada dos años, momento en el que se les permite expresar tan solo dos palabras.
Un joven iniciado en dicha orden religiosa y que había completado ya sus dos primeros años de formación, fue invitado por su superior para que pronunciara sus dos primeras palabras de presentación.
- La comida es terrible, dijo.
Dos años más tarde, fue una vez más invitado. El joven utilizó el foro en este caso para exclamar:
- La cama abultada.
Al llegar a la oficina de su superior, dos años después proclamó:
- Me rindo." El superior le dijo:
- Sabes, no me sorprende ni un poco. Todo lo que has hecho desde que llegaste es quejarte, quejarte y quejarte.
¿Exagerado? Tal vez. ¿Ahora piensa qué pasaría si es a ti a quien solo dejaran pronunciar dos palabras para expresar lo que significa tu vida? ¿Te enfocarías en la injusticia, la desazón, el pesar, la mala suerte o el dolor... o insistirías en aquellas cosas que son buenas y te proporcionan placer y felicidad?
La queja, debilita. ¿Ello supone permanecer en silencio cuando se sufre una injusticia?, obviamente no, pero tampoco implica quejarse a la más mínima excusa y por razones completamente nimias.
Antes de quejarnos amargamente por algo, deberíamos estipular qué parte de responsabilidad tenemos nosotros mismos en el asunto que provoca nuestra queja. Creo que estamos desarrollando una necesidad profunda de quejarnos, como explicación a nuestras propias ineficiencias. Estoy seguro que no en todo, pero sí en bastante de aquello de lo que nos lamentamos, podríamos haber hecho algo más o de otro modo.
Hay personas que durante veinte años se quejan de las mismas cuestiones. Son personas acostumbradas tanto al lamento, que pasa a formar parte de su vocabulario. Y si tratamos de ofrecerles soluciones, su reacción inmediata es decirnos: “No va a funcionar”. “Ya lo probé y no sirvió”. “No entiendes el problema”, etc.. Dan la impresión de que si dejaran de quejarse, se quedarían perdidos y vacíos.
Una queja es un mensaje que el cerebro nos envía para avisarnos de que algo no está funcionando bien. El propósito no es hacer que demos vueltas en círculos y nos quejemos de ello durante los próximos veinte años, sino que nos debería impulsar a actuar.
¿Razones para evitar la queja? Quejarse produce malestar emocional, porque te sitúa en un estado mental negativo; resta eficacia; si te quejas mucho y a menudo, consigues que todos los que te rodean se cansen de ti; es una mala estrategia para lograr cambios en el comportamiento de la gente; cuando te dejas de quejar, ganas espacio mental; quejarse es infantil y es un mal hábito que se extiende como una mancha de aceite.
El autor Eckhart Tolle en su libro “The Power of Now” (El poder del Ahora), sugiere un enfoque para tratar problemas que está basado en cuatro puntos.
1) Arréglalo. Si no te gusta lo que recibiste, arréglalo.
2) Consigue a alguien que lo arregle. Si no lo puedes arreglar tú mismo, habla con alguien que lo pueda arreglar. No tiene sentido dar vueltas en círculo, quejándote a quienes no pueden hacer nada al respecto.
3) Aléjate del problema. Si no lo puedes arreglar tú mismo y no encuentras quien te lo pueda arreglar, trata de ir a un lugar donde el problema no exista.
4) Acéptalo. Si no puedes hacer nada de lo indicado, entonces acéptalo. Aprende a aceptar las cosas como son, en lugar de cómo querrías que fueran. Te sacará un gran peso de los hombros.
Al adoptar una de estas cuatro opciones estaremos dando un ejemplo vivo a nuestros pares y familias. La energía que antes era empleada en quejas y chismes, puede ser ahora dirigida a propósitos más útiles. Y, con toda seguridad, estarás dejando mucho espacio emocional libre para los sentimientos de amor y paz.
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