Albert Jovell, médico (UB), doctor en Salud Pública (Harvard) y enfermo de cáncer.
Cumplo medio siglo: me preocuparía si no tuviera otros problemas. Nací en Barcelona: una suerte. Tengo dos hijos: no he acumulado patrimonio, pero intento dejarles una buena sanidad pública. Soy católico. Vivir no es rutina, es un milagro inseparable de la incertidumbre.
Paradoja del egoísta
A veces a algunos ricos debemos salvarlos de su propia estupidez. Como a los que evaden impuestos en paraísos fiscales y luego van a hospitales públicos españoles, a los que han escatimado recursos, para que les salven la vida, porque en muchas dolencias graves o en trasplantes son, sencillamente, los mejores del mundo. En el otro extremo están profesionales excepcionales como el doctor Jovell, a quien la sanidad pública ha salvado la vida, y hoy es él quien trata de salvarla a ella, consciente de que es la mejor herencia –no sólo por principios solidarios, sino por sentido práctico– que puede dejar a sus hijos. A veces, ser solidario es la forma más inteligente de ser egoísta; y ser egoísta es ser un idiota.
Sin una buena medicina pública como la nuestra, yo no estaría vivo aquí...
Ni muchos lectores.
... Porque, con mi sueldo, yo no hubiera podido pagarme el enorme coste de mi tratamiento contra el cáncer –un tumor neuroendocrino de mal pronóstico– durante diez años.
...
Así que doy las gracias a los profesionales y a los contribuyentes. Porque, sin un sistema público de becas de investigación, tampoco me hubiera doctorado en la Universitat de Barcelona ni, aún menos, en Salud Pública en la de Harvard.
Usted ha puesto el esfuerzo.
Sin valores no hubiera llegado a nada. Y tampoco son míos. Los heredé de mi padre médico, que, con otros entusiastas pioneros, creyó en la sanidad pública antes de que existiera y ejerció una medicina social y solidaria en una barriada obrera de Sabadell.
Yo diría que usted está a su altura.
Y esos valores que heredé de mi padre son también los que quiero transmitir a mis hijos. No he dedicado mi vida a acumular un gran patrimonio, pero intento dejar a mis hijos una buena sanidad pública.
¿No sería mejor dejarles un buen dinerito y ya encontrarían buenos hospitales?
No es sólo cuestión de valores, sino de eficiencia. La sanidad hoy o es pública –la privada tiene su papel complementario– o no es. Sólo la pública cuenta con la inversión en tecnología, la planificación y la masa crítica necesarias para la mejor medicina.
Y, al final, todos la vamos a necesitar.
"No hay nadie tan enfermo que no pueda vivir un día más ni tan sano que no pueda morir hoy mismo".
Lo sabemos, pero sin ser conscientes.
Soy consciente: he tenido dos carreras de medicina: la vertical como médico y la horizontal como paciente. En la vertical, ves la enfermedad; en la horizontal, la vives.
¿Y qué le ha enseñado?
A dar importancia a lo importante y quitársela a lo demás. Muchos viven pensando que a ellos no les tocará nunca, que enfermar y morir es algo remoto y ajeno.
Hasta que te toca.
Un día te descubren un tumor y cada instante adquiere sentido: tu tiempo tiene un límite. Y esa certeza de la incertidumbre es maestra en hacerte distinguir lo esencial.
¿Qué es esencial?
Tu familia, tus amigos, tu trabajo, lo que quieres dejar tras de ti... De ahí que haya escrito Te puede pasar a ti y, con Jordi Sacristán, El metge social; otros cuatro libros; que presida un foro de 850.000 pacientes, y que dirija el Institut de Salut Pública de la Universitat Internacional de Catalunya. Y que...
Todos necesitaremos un buen hospital.
La inversión más egoísta de muchos que se devanan los sesos intentando escatimar impuestos sería dárselos a la sanidad pública, porque así alargarían su esperanza de vida: defender la sanidad pública es defender la vida de los ricos y los pobres.
Pagant, sant Pere canta... ¿Y cura?
Pagando impuestos todos tenemos mejor medicina. La privada es necesaria: es complementaria, pero si tienes algo grave, es mejor un hospital público: ¿Cree que el rey de España podía elegir hospital?
Imagino.
Se trató en uno público, el Clínic de Barcelona, porque era el mejor para la dolencia que temían. ¿No es maravilloso que los mismos excelentes equipos traten también al ciudadano más humilde?
¿Por qué enferma hoy la sanidad?
Enferma de éxito: los pacientes que antes morían sin remedio hoy viven y se convierten en crónicos –más costosos–, y así alargamos en décadas nuestras vidas y achaques.
Pero no nuestros ingresos e impuestos.
La clave es la pirámide de población. Cada vez hay más séniors –más gasto– y menos jóvenes, que, además, obtienen menos ingresos –si es que tienen empleo– y, por eso, pagan menos impuestos.
Buen diagnóstico: ¿hay tratamiento?
Redimensionar, racionalizar. En años prósperos cada municipio pedía su aeropuerto, polideportivo, autovía y gran hospital. Muchos ganaron elecciones por lograr un gran hospital muy tecnificado. Además, a los médicos nos gusta tener la última tecnología.
Ser eficaz no siempre es ser eficiente.
Pero, paradójicamente, la mejora de las carreteras convertía en redundantes los nuevos hospitales, porque los centros de referencia que estaban a tres horas hoy están a dos. Y no podemos financiarlos todos.
¿Qué hacemos con los redundantes?
Reconvertir sus camas y dedicarlas a los crónicos, al tiempo que se reserva la última tecnología para los centros de referencia.
¿Dónde está la línea roja al recortar?
En si el recorte de hoy significa más coste mañana, porque la demora afecta al diagnóstico: un diabético mal atendido hoy significa un carísimo trasplante de riñón mañana. Un mal ahorro en urgencias puede suponer gastar el doble después en un paciente.
También son redundantes el Senado, las diputaciones, los consejos comarcales...
Hemos sido negligentes al dejar que la partitocracia tomara nuestras decisiones. Si queremos calidad en la Administración, debemos participar en ella día a día como usuarios: superemos el Estado de bienestar en el que los políticos toman las decisiones e impliquémonos en la sociedad del bienestar, que todos cogestionamos.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada