Aquella noche Martin Luther King ofrecía una
conferencia. Quería convencer a los asistentes de la importancia de desarrollar
un profundo sentido de colaboración entre las personas, a fin de poder lograr
objetivos valiosos para la comunidad. Él había escuchado repetidamente la misma
queja estéril:
-¿Pero yo qué
puedo hacer?
Luther King mandó apagar las luces del estadio.
Cuando todo estuvo en tinieblas, preguntó:
-¿Alguien
podría ayudar a iluminarnos?
Todos permanecieron en silencio. Él sacó su
mechero y lo encendió.
-¿Veis esta
luz? -dijo.
El público asintió, en silencio.
-¿Nos sirve
para algo?
Nuevamente, silencio.
-Sacad ahora,
cada uno de vosotros, vuestro mechero, y cuando yo os dé la señal, encendedlo. El estadio se
iluminó con miles de pequeñas luces.
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