El amor interpersonal es como un animal de seis
patas, pero a diferencia de los demás, para poder andar necesita que cada uno
de sus miembros funcione adecuada y coordinadamente. Con una sola de las extremidades dañadas,
se inmoviliza. Inerte y desanimado, se echa al abandono. Se va acabando,
gastando, muriendo por inanición. Esa es la ley intrínseca de una
buena relación. Cada uno de los componentes debe estar activo, vivo y
"coleando".
De acuerdo con lo que sabemos en psicología, un
vínculo amoroso bien establecido necesita, al menos, seis ingredientes (puede
haber otras clasificaciones). Si el problema se encuentra en algunos de los
tres primeros, el pronóstico no es bueno. Por el contrario, si la disfunción
está referida a cualquiera de los tres últimos, una ayuda profesional adecuada
puede subsanarlos.
El primero es el deseo - atracción. Es decir,
ganas a raudales por el otro. No adicción enfermiza, sino simple deseo. Una
inclinación a estar con la persona amada, agarrada, besada, tocada, abrazada, sobada;
en fin, hacer contacto directo, no virtual. Si hay que hacer mucho esfuerzo
para que los atractivos produzcan el acercamiento esperado, la cosa va por mal
camino. Cuando el deseo está activo, la explosión de los sentidos ocurre
espontáneamente y sin tanta cháchara.
El segundo factor es el humor sintonía. No hace falta
ser almas gemelas (entre otras cosas, no creo que exista esa superposición
espiritual: Dios no hace clonaciones), tener que reírse a coro o andar pegados
de un cordón umbilical invisible. Lo que se pretende, sencillamente, es estar del mismo
lado en lo fundamental. Gustos similares, indignaciones parecidas y
fascinaciones congruentes. Si alguna vez te encuentras explicándole el chiste a
tu pareja, llama a tu abogado. Desgraciadamente el humor no puede enseñarse.
El tercero es la admiración. No hay vuelta de hoja, si no
hay admiración no hay amor. Se puede admirar a alguien y no amarlo, pero lo
contrario es casi imposible. Cuando el reconocimiento por la valía de la
persona que supuestamente amamos deja de existir, se pierde la esencia. Todo se
desmorona, porque de ahí al desamor hay un paso. Sentir admiración no es hacer
un culto a la personalidad (eso se llama sometimiento), sino estar contento
y orgulloso de estar emparejado. La admiración no se aprende, se
descubre. No se pueden inventar motivos para elogiar: los hay o no los hay.
La cuarta es la sensibilidad - compasión por el otro. La indiferencia por la pareja, la mayoría de las veces, es producto de una educación que exalta el egoísmo. De todas maneras, si no duele el dolor de la persona que amamos ni nos alegra su alegría: alerta roja.
El quinto aspecto es el respeto. Hay parejas que se
han acostumbrado al mal trato y soportan la violencia interpersonal como algo
natural y hasta necesario, pero no es así. El irrespeto es inaceptable bajo
todo punto de vista y destructivo sin excepción. Si se violan los derechos de
cualquiera de los integrantes de la relación, la enfermedad afectiva ha hecho
mella: se recomienda tratamiento urgente.
Por último, la sexta, se refiere a la
comunicación. Hay que hablar. Sin llegar a la verborrea insufrible de
los que necesitan discutir y aclarar cosas todo el tiempo, hay que dejar el
canal abierto y la antena desplegada. Las conversaciones con la media naranja
siempre son recomendables, si no son agresivas. Cuando no hay diálogo, la relación se
vuelve muda y sorda: es decir, se acaba.
La experiencia ha mostrado que con los elementos
mencionados, el
afecto se desplaza, avanza, crece y se enriquece. En el momento en
que una relación se estanca, puede haber una calma aparente y cierta sensación
de paz. Sin embargo, la mugre lentamente va depositándose en el fondo hasta ensuciado
todo. Ese es el principio de supervivencia de toda relación de pareja. No hay
punto medio: si
el amor no camina, se desploma.
Amores áltamente peligrosos
Walter Riso
Editorial Océano
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