Ilustración de JOAO FAZENDA |
Las personas nos nutren,
pero con frecuencia no les dedicamos el tiempo necesario.
Debemos huir de
encuentros rutinarios, cuidar los detalles y cultivar las buenas conversaciones.
Las relaciones son fuente de felicidad
y de sufrimiento. Encontramos felicidad en una buena amistad, un buen amor, una
conversación, un compartir íntimo y lleno de sentido o en una aventura
compartida. Todo esto nos nutre. Sin embargo, las relaciones también son las
que más sufrimiento nos causan. Debido a malos entendidos, riñas y conflictos,
pueden suponer una causa de pesar constante. Desafortunadamente, a veces es la
pérdida de un ser querido la que nos hace sentir que quizá deberíamos haber
cuidado más la relación. Cuántas veces hemos escuchado que en el lecho de
muerte, las personas se arrepienten de no haber cuidado mejor a sus amistades o
familiares, de no haber dedicado más tiempo a conversar y a estar con ellos. “Muy pronto en la vida es demasiado tarde”,
dice Marguerite Duras.
A veces cuidamos más las relaciones en momentos difíciles. En
cambio, en momentos mejores podemos caer en dar por supuesto que uno ya tiene a
esa persona, sea marido, esposa, amigo, colaborador. Y entonces deja de
sentirle, de cuidarle, de estar más atento a su presencia y a lo que le ocurre
y necesita. Cuando se inicia una relación se cuidan los detalles. Con el
tiempo, cuando uno ya ha integrado a esa persona en su círculo relacional
cercano, a menudo deja de cuidarla con atención. No escucha, no dedica tiempo, no
percibe si la otra persona está pasando por momentos delicados.
“Si no
puedes cambiar tu destino, cambia tu actitud”. Amy Tan
Cuidarnos unos a otros es esencial
para que las relaciones florezcan. Somos seres relacionales. Las personas dan
sentido a nuestro ser y hacer. Nos construimos con el otro. Las relaciones
se convierten en un proceso de revelación propia y ajena, en las que uno se
descubre a sí mismo descubriendo al otro.
¿Qué
hace que las relaciones prosperen?
“El
poder personal no se puede desarrollar ni sostener si la persona no logra ver a otros y
sentirse vista por los demás, valorados y valorar. Ésta es la
dinámica relacional central, la fuente que permite vivir plenamente” (Joan Quintana).
Si las amistades y las relaciones son
tan importantes, es una prioridad cultivar
una actitud apreciativa y prestar atención a no caer en la trampa de las expectativas,
plantear las
conversaciones necesarias, escuchar, estar por el otro, no evitar el conflicto
sino afrontarlo mediante la comunicación no violenta, acompañar en el sufrimiento y dedicar el
tiempo necesario. Veamos cada uno de estos aspectos.
Cuando estamos muy cerca de alguien y
creemos que le conocemos bien, podemos caer en el hábito de fijarnos más en lo
que no nos gusta y nos acostumbramos a quejarnos. Dejamos de apreciar el valor que nos aporta.
Tenemos la sensación de que es el otro el responsable de nuestra
insatisfacción.
Cuando
uno se queja de algo es porque le importa. Si no
le importara, ni prestaría atención, ni dedicaría energía a protestar. Cuando
recibimos un reproche de alguien cercano, merece la pena ver qué es lo que
realmente nos está diciendo. Detrás de las frustraciones hay un anhelo no cumplido.
¿Cuál es? ¿Qué es lo que realmente quiere la otra persona? ¿Hasta qué punto podemos
satisfacerlo o cómo hacerle aterrizar en la realidad de lo que somos y podemos
ofrecer? Cuando
las quejas son nuestras, podemos reformularlas para expresarlas como una
petición, un anhelo, en vez de con rabia o intención de culpabilizar.
Hay veces que la frustración es fruto
de darse cuenta del autoengaño en el que uno ha vivido respecto a una relación.
Aparece la
decepción. La persona se cae definitivamente del pedestal: no es
como pensaba que era. En esos casos, cuidar la relación implicaría procurar que
la separación sea lo más ética y respetuosa posible. Siendo consciente
de que es bueno salir del espejismo en el que se estaba. Es una liberación
incluso mientras causa dolor. En estos casos, a veces, la relación que más tenemos que cuidar es
la que mantenemos con nosotros mismos. Cuidarnos para no caer en la
desesperación ni en la depresión. Necesitamos escuchar y escucharnos. “El
cuidado de uno mismo es la condición de posibilidad para articular
correctamente atender a otro” (Francesc
Torralba).
Plantear
las conversaciones necesarias. Uno de
los factores clave del cuidado de las relaciones radica en tener las
conversaciones acerca de los temas que importan con las personas que nos
importan. Estar
presentes y disponibles para conversar, dialogar y aclarar. ¿Qué
facilita un buen diálogo? La actitud apreciativa, de escucha y de plantear con
claridad y respeto nuestras peticiones. Nos cuesta conversar cuando la relación
es fuente de frustración y de quejas. Las quejas, decía, son peticiones encubiertas, y las
frustraciones suelen ser sueños o anhelos no cumplidos. Por tanto,
para facilitar encuentros que nos permitan un acercamiento, podemos preguntar qué es lo que
la persona realmente quiere, y hablar desde ese aspecto y no de lo que no se
quiere.
Al charlar sobre los anhelos, abrimos
las puertas a una conversación generativa que nos ayuda a aclarar lo que
deseamos y hacia dónde queremos ir. En cambio, si nos focalizamos en lo
negativo con un discurso de lo que falta, nos anclamos en la queja y no vemos ni nos abrimos a
imaginar soluciones.
A menudo vamos tan deprisa que cuando
hablamos con otra persona, lo hacemos de forma rutinaria y aburrida, sin
chispa. No somos comunicadores creativos. Vemos la relación como una irrupción
en lo que teníamos previsto, en nuestros planes no entraba la presencia del
otro. Planificamos reuniones y acciones, lugares y horarios. Si vivimos
aferrados a lo que hemos planificado, dejamos de escuchar las señales que
nuestro cuerpo y el momento nos dan. Vivimos en la mente planificadora
que quiere lograr sus objetivos.
“Percibe la verdadera situación del
otro, ya que de lo contrario quizá le ofrezcas algo que le haga infeliz”. Thich Nhat Hanh
A veces nos forzamos a cumplir los
planes que nos hemos marcado y los compromisos que hemos adquirido. Otras veces
nos obligamos a seguir los horarios impuestos por otros. Vamos tirando del
carro sin parar, sin respirar a conciencia ni escuchar. Las personas pasan por
nuestro lado o las tenemos delante, y no hay tiempo para ellas porque debemos
cumplir con nuestros planes. Así, la vida va pasando. Compromisos cumplidos, pero oportunidades y
encuentros perdidos. Paseos no compartidos, conversaciones no
mantenidas, personas no atendidas, oportunidades desperdiciadas de reencuentros
con el otro, porque teníamos que hacer otra cosa marcada por el plan. Cuando
actuamos de esta manera, nos instalamos en las planificaciones de la mente y
queremos que la realidad las cumpla. En cambio, si vivimos estando presentes en el momento,
abrazaremos estos encuentros.
Un amigo mío que trabaja en banca
desde hace 38 años me comenta su experiencia a raíz de un cambio de actitud que
le aportó un gran crecimiento personal e incrementó su motivación para ir a
trabajar. Sintió que cada encuentro con el cliente era de hecho la oportunidad
de un hallazgo personal real. Por ello, nos explica, cada vez que recibe a
alguien lo convierte en una verdadera re-unión. En ese momento, lo más
importante es estar presente con quien tiene enfrente. Así la persona se lleva
algo más que una solución financiera.
Cuando alguien está delante de otra
persona, pero su mente está en el pasado o en el futuro, en lo que tiene que
hacer luego o en lo que pasó antes, no está presente y la comunicación que se
establece es pésima, porque ni escucha ni habla. Se pierde la oportunidad de un encuentro
real y se queda en uno común, ordinario, sin nada nuevo ni especial.
Sea
consciente de que su presencia y actuación influyen. Crea en sí
mismo. Recuerde que el poder está en lo que ocurre en ese preciso momento. Considere
sagrado cada encuentro con alguien e incremente esa actitud de
interés único, sea quien sea la persona que está frente a usted. Si está con un
cliente, esté plenamente con él. Si es su hijo, entréguese completamente. Haga
que cada persona con la que tenga oportunidad de encontrarse sienta que es la
más importante para usted en ese momento. Conviértalo en una experiencia inolvidable. Comparta lo
mejor de sí mismo. Dele sentido a la conversación y evite huir con
conversaciones superfluas y miradas distraídas. Haga que su persona y su ser
aporten diferencia, calidad, cuidado y claridad.
Apreciar
y confiar
El mejor cuidado lo manifestamos en entornos de confianza. En
ocasiones surge la dificultad de confiar en nuestros colaboradores. Dominan los
miedos, en especial cuando se siente que hay mucho que perder. Desde el miedo
es difícil asumir riesgos y plantear conversaciones para llegar a acuerdos.
Para recuperar la confianza necesitamos valorar lo que tenemos delante. Como
explico en el libro Indagación
apreciativa, “cuando
apreciamos, avanzamos: nuestra mente se abre a recibir, a reconocer nuevos
datos y aprender. Apreciando sentimos
asombro y curiosidad, descubrimos lo mejor de lo que es y nos abrimos a ver lo
que podría ser”. Apreciar con esfuerzo apasionado y absorbente
nos ayuda a generar una imagen positiva del futuro que deseamos. “Cuando apreciar al otro se convierte en una actitud
vital, incrementamos la calidad de nuestras relaciones y contribuimos a que se
manifieste lo mejor de las personas.”
PARA
SABER MÁS
Libros
- ‘Enseñanzas sobre el amor’. Thich Nhat Hanh. (Oniro, Barcelona)
- ‘Cuidarse a sí mismo para ayudar sin quemarse’. Francesc Torralba, Luciano Sandrin y Nuria Calduch-Benages. (PPC Editorial)
- ‘Ética del cuidar’. Francesc Torralba. Mapfre Medicina
- ‘Relaciones poderosas’. Joan Quintana y Arnoldo Cisternas. (Kairós)
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada