Las vacaciones ponen a prueba la
pareja. Son un test de final de curso, y nunca mejor dicho. Durante los meses
de trabajo, a veces, la rutina familiar se reduce a ir tirando y solventando
problemas, en verano hay más tiempo para hablar, compartir y volver a
conocerse... y eso a veces es un problema.
Stanley Donen, el director
de clásicos como 'Cantando bajo la
lluvia' o 'Un día en Nueva York',
dio un vuelco a su carrera en 1967 con 'Dos
en la carretera'. La película narraba como un teóricamente idílico viaje de
vacaciones –desde Londres hasta la Riviera francesa– puede acabar convirtiéndose
en la dramática constatación de una crisis de pareja. Desligarse de alguien real es muy sencillo,
lo que nos cuesta un mundo es desprendernos de los sueños y esperanzas que
hemos puesto en esa persona. Y Mark y Joanna, los protagonistas,
tendrán que aprender en ese viaje a dejar atrás las expectativas que habían
puesto de jóvenes en el otro para decidir si hay posibilidad de una nueva
pareja formada por ellos mismos.
Dos en la carretera pertenece a una especie de
subgénero que podría llamarse de parejas en vacaciones, films que se
estructuran a partir de largas conversaciones de personas que en tiempo de
asueto hablan de lo que no han podido tratar en el estresante día a día. En
esta variedad de películas podríamos incluir películas de Eric Rohmer ('La rodilla de Clara'), Woody Allen ('Todos dicen I love You'), Ingmar Bergman ('El silencio') o Roberto Rossellini ('Te querré siempre'). Es un tipo de historias
que sigue interesando, prueba de ello es el éxito de la trilogía 'Antes de amanecer', 'Antes del atardecer' y
'Antes del anochecer', un guión estructurado a partir de largos diálogos en
épocas de descanso y en diferentes países que cuentan la historia de los
encuentros de dos personas.
Si los guionistas sitúan la trama en tiempo de
relax es porque saben que, en la realidad, las vacaciones son un gran test de pareja. Hoy
en día, la época laboral suele reducir a la pareja a una especie de empresa
familiar que va sacando adelante los asuntos cotidianos y resuelve los
problemas que surgen. Lo urgente apenas deja espacio para tratar lo importante.
Sin embargo, en la época de descanso, nos volvemos
a encontrar cara a cara con la pareja. Los vínculos dejan de ser prácticos para volver a ser
emocionales. Y eso trae consigo una serie de potenciales factores
que nos pueden hacer disfrutar... o sufrir. No en vano las cifras muestran que
uno de cada tres divorcios se produce en septiembre.
¿Por qué nos dejan tan descolocados los problemas
de pareja que surgen en estas épocas, teóricamente más hedonistas y alegres?
Una de las razones es nuestra dificultad para entender las relaciones como un
universo dinámico. Tenemos la tendencia a pensar en la pareja como
un universo que no se mueve y que suele estar cerrado. Hablamos de los factores
necesarios para el mantenimiento de este vínculo dando por hecho que son
siempre los mismos y como si no tuvieran nada que ver con lo que está
ocurriendo externamente.
Pero, evidentemente, esto no es así. Los seres
humanos buscamos características diferentes según el momento que estemos
viviendo. Un ejemplo: un estudio de la universidad alemana de Saarland
constataba el año pasado que el casting emocional varía según el estrés al que
estamos siendo sometidos. En momentos de tensión vital nos sentimos más
atraídos por personas diferentes a nosotros. Cuando estamos más relajados, sin
embargo, tendemos a elegir a aquellos que se nos parecen.
La extrapolación es tentadora: quizás las parejas
durante los meses de trabajo son más eficaces gracias a aquellos rasgos en los
que las personas se complementan. Por ejemplo: dos personas, una impulsiva y
otra más reflexiva, pueden juntar sus diferentes potenciales para llevar
adelante los requerimientos de la vida práctica durante la época laboral. Una
pondrá la energía, la otra la sensatez; la primera actuará con reflejos cuando
sea necesario actuar inmediatamente, la segunda sabrá mantener la calma y actuar
con juicio en las situaciones en las que haya tiempo para pensar...
Sin embargo, en periodo de vacaciones, lo que nos une son las
afinidades y no las diferencias. Las parejas con rasgos muy dispares
(un individuo impulsivo y otro reflexivo, por ejemplo) tienen difícil incluso
elegir el lugar para ir de vacaciones. Con una persona semejante a nosotros es
más sencillo compartir aficiones y disfrutar de lo mismo. Por eso, uno de los
factores que se encuentran en las parejas que traspasan bien los periodos de
actividad y los de asueto es que los primeros saben combinar sus diferencias y
los segundos... centrarse en sus similitudes. Para conseguir eso hay que
sortear otra de las dificultades que surgen en el periodo veraniego: la supuesta
necesidad de resolver todos los problemas que han surgido durante el año.
Una irónica definición de la pareja dice que es la unión de dos personas que
resuelven un serie de problemas que no tendrían si no estuvieran juntas.
En vacaciones muchos individuos parecen empeñados
en hacer cierto este dictamen. Se obsesionan con resolver los problemas
sexuales, los desacuerdos en el modo de educar a los hijos, las cuestiones
logísticas (quién gana el dinero, quién interviene más en las tareas del
hogar,...), los escabrosos asuntos relacionados con la familia de la otra
persona e, incluso, la falta de sintonía en el sentido vital y objetivos a
largo plazo. Todo, durante el escaso mes que la mayoría de las personas
disfrutan de vacaciones...El psicólogo Robert
Sternberg es el creador de una de las teorías más influyentes acerca del
amor. Según
él, hay tres tipos de factores que pueden sustentar este vínculo afectivo:
compromiso, intimidad y pasión.
La primera variable, el compromiso, es la que nos lleva a
resolver problemas juntos. Cuando la dupla funciona bien en esta
dimensión, comparten objetivos vitales, fluyen a la hora de hacer planes
conjuntos, construyen un mundo (amigos, hijos, hábitos de vida,…) y unen
fuerzas en proyectos. Es, evidentemente, una variable importante en el mundo
actual: las teorías del intercambio social, que tratan de analizar las
motivaciones humanas en términos de costes y beneficios, basan su explicación
de la estabilidad de la pareja en este factor. El compromiso nace porque
compensan las recompensas específicas que se derivan del intercambio de
recursos: si el hecho de convertirse en una pareja produce satisfacciones
inmediatas, es más fácil que el vínculo perdure. Pero, en el mundo moderno, ese
factor está perdiendo peso. En un mundo en el que ser soltero es una alternativa
viable, no es necesaria la presencia de otra persona para resolver los
problemas.
Por eso, las parejas que funcionan añaden un
segundo aspecto, la intimidad, que se relaciona con la sensación de apoyo
emocional que proporciona esta unión con otro individuo. Las investigaciones de
Sternberg encuentran, como síntomas
asociadas a ese factor, el deseo de estar con el otro cuando nos necesita, la felicidad de
compartir experiencias, la "química intelectual", el sentido del
humor que vibra en la misma onda, etcétera. Las vacaciones son un
periodo ideal para cultivar la intimidad: cuando existe mucho tiempo conjunto,
es más natural aprovecharlo para acrecentar la cercanía que para "celebrar
reuniones" continuas acerca de la vida práctica.
Y, por supuesto, está la pasión, la tercera
variable en la teoría triangular de Sternberg. Este factor significa, para él, que la otra
persona nos atraiga físicamente y nos resulte estimulante y vivificadora
(no sólo es una cuestión sexual: la pasión tiene que ver también con la
excitación mental: cuando hay pasión, a los dos miembros de la pareja les
resulta estimulante el sólo hecho de ver a la otra persona). Y esa activación
se trasmite al resto de mundo: es una fuerza que les hace ver la vida de forma
más brillante y optimista convirtiéndolos en personas más impetuosas. Por eso,
cuando dos personas dedican el tiempo de vacaciones a cultivar la pasión,
adquieren nuevas energías vitales que les sirven para afrontar todo con más
potencial.
¿Por qué nos empeñamos entonces en centrarnos en
el compromiso, que es sólo es uno de los aspectos de nuestra pareja? ¿Qué nos
lleva a convertir las vacaciones en una continua discusión sobre lo que no
funciona el resto del año? Psicólogos como Frank Finchman han elaborado una hipótesis
plausible desde la teoría de la atribución. Según estos investigadores, lo que
falla en ciertas parejas es la obsesiva tendencia a percibir al otro miembro
como causante y responsable de los aspectos negativos de la relación. Estas
personas suelen creer que los aspectos positivos de su vida son debidos a
factores externos a la pareja (buena situación económica, apoyo de los amigos,
padres, hijos...). Incluso sospechan que las acciones positivas del otro han
sido realizadas de manera involuntaria o interesada.
Lo peor de todos estos sesgos mentales es que
tienen un efecto alud: hacen que el vínculo cada vez sea más inestable.
Disminuimos el valor de la pareja como forma de unión, dejamos de ser sinceros
porque creemos que el otro es culpable de todos nuestros males y es mejor que
no sepa de nuestra vida, aumentamos nuestro comportamiento emocional negativo
(aumentan, por ejemplo, nuestros deseos de venganza cuando la otra persona nos
hace daño) y empeora la resolución de conflictos.
Ese ciclo se rompe, habitualmente, con la llegada
de las vacaciones. Los rencores acumulados y las tensiones ocultas estallan
porque creemos que, en ese momento, podemos "dejar las cosas claras".
Una sensación frustrante porque, obviamente, cuando le contamos nuestras frustraciones
a la otra persona nos damos cuenta de que también tiene sensación de estar
paralizada... por nuestra culpa.
Romper las rutinas y entrar en modo vacaciones no
es tan sencillo como parece. La falta de una estructura vital y de unos
problemas claros que resolver nos afecta la mente, que funciona mucho mejor
cuando esos dos factores están presentes. No tiene sentido intentar resolver en
ese estado nuestros problemas de pareja autoobligándonos, por ejemplo, a
repetir las actividades que nos entusiasmaban en otra época y ya no nos
divierten o prolongando excesivamente discusiones que nunca van a ser
ejecutivas y que por lo tanto pueden prolongarse hasta el infinito.
Por eso quizás en vacaciones la estrategia más
adaptativa en la mayoría de los casos es trabajar nuestra capacidad de aceptación de la otra
persona. Es cierto que la aquiescencia total sólo se da en los
momentos de enamoramiento, pero se puede conseguir mejorar nuestras dosis de
tolerancia para hacer más agradable un periodo cuyo único objetivo es,
precisamente, el hedonismo y el disfrute. Podemos, por ejemplo, preguntarnos
cuantos de esos cambios que exigimos a la otra persona son, en realidad,
actitudes no deseables, pero aceptables. Eso nos puede ayudar a reaccionar más
a menudo con emociones suaves (tristeza, miedo, soledad,...) y menos con
sentimientos duros (ira, resentimiento, venganza,…). Comunicarse de esta manera
facilita que la otra persona no se ponga a la defensiva y pueda ser más
empática con el punto de vista del otro miembro de la pareja.
La otra estrategia que suelen seguir las parejas
que disfrutan de las vacaciones es cambiar rutinas. Uno de los experimentos más
divertidos de la psicología fue el que realizaron Donald G.Dutton y Andarthur P. Aron, de la University of British
Columbia, Vancouver (Canadá). En él, una colaboradora entrevistaba, uno a uno,
a un grupo de voluntarios. Después, ellos tenían que elegir si la llamaban por
teléfono para continuar el experimento. La entrevista se hacía a veces en un
lugar normal, a veces en lo alto de un peligroso puente. Y los resultados
fueron absolutamente dispares: los muchachos entrevistados en la situación
peculiar llamaron muchas más veces y mostraron más interés en concertar una
segunda cita.
La conclusión de los investigadores es que las situaciones
diferentes (imprevisibles, poco habituales, desconcertantes,...) aumentan el
nexo de unión. Factores de los que hemos hablado antes, como la intimidad y
la pasión, son favorecidos por la incertidumbre. Cambiar de hábitos
rutinarios es parte esencial del hedonismo vacacional. Cualquier sorpresa es
válida para este fin. Cambiar el lugar en el que se tienen relaciones sexuales
o se habla. Contar sentimientos o anécdotas que nunca antes se habían dicho.
Redescubrir juntos aficiones infantiles o juveniles que la otra persona
ignoraba. Buscar el sentido del humor que vibra en la misma onda. Volver a
seducir a la pareja recordando que el erotismo siempre es cíclico, parte de
cero y no se puede dar por hecho que por tener una relación podemos saltarnos
los pasos previos. Hacer preguntas en vez de presuponer al otro. Ponerse un reto
conjunto (recobrar la forma física, descubrir el punto G o subir una
montaña). Intercambiar
papeles: que el que nunca lo hace, organice los viajes, elija los
restaurantes o hable por teléfono con la familia...
El
disfrute es activo y se basa en el placer del descubrimiento. Ninguna
rutina, ningún sentimiento de compromiso y obligación, puede conseguir que dos
personas disfruten juntas. Las parejas que mejor funcionan son aquellas que
recuerdan los famosos versos bíblicos: "Todo tiene su momento oportuno; hay un tiempo para
todo lo que se hace bajo el cielo: (...) Hay un tiempo para plantar y un tiempo
para cosechar; (...) un tiempo para llorar y un tiempo para reír; (...) un
tiempo para intentar y un tiempo para desistir; (...) un tiempo para la guerra
y un tiempo para la paz”
El duelo en
verano
Judith Viorst, autora del libro 'Pérdidas
necesarias', habla de dos tipos de pérdidas relacionadas con el
vínculo amoroso y que requieren un trabajo introspectivo. El tiempo de
vacaciones es un buen momento para afrontarlas.
El primero de los duelos posibles es la renuncia a
los ideales estereotipados acerca de las relaciones que adquirimos en la
juventud. Librarnos de ellos es esencial para apreciar el verdadero
valor de nuestra pareja. El segundo es el de nuestra pareja. Si no somos capaces de plantearnos la
relación como algo que puede romperse, no nos sentiremos libres para decidir si
merece la pena seguir adelante.
Joan, estic totalment d'acord amb tu i amb la Judith Viorst, l'estiu es en una parella que no va be, el desenllaç definiu d'aquesta, ho dic per experiència pròpia
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