Siempre he oido hablar del ego pero pocas veces he sabido identificarlo, reconocerlo, darme cuenta. No me había parado a buscar explicaciones y las que encontraba no me acababan de aclarar el concepto. He conocido a Borja Vilaseca a través de artículos, conferencias y algún taller y con el el eneagrama. Reconozco que es duro leer el librito, sentirte identificado, reconocer lo que no quieres ver duele. La lectura y el análisis del libro me tiene absorbido, por eso comparto con vosotr@s la definición que da de ego y esencia, para mí una de las más gráficas y claras que he leído. Y os lo recomiendo si quereis conoceros más, saber el porqué de muchas de las actitudes que tenemos, en definitiva quien realmente somos y como nos podemos equilibrar.
Hoy os propongo primero una aproximación a como el ego recubre nuestra esencia y que es el ego y como podemos saber cuando estamos identificados con él, mañana el resumen del capítulo dedicado a la esencia.....
Este capítulo lo podéis encontrar entero en internet aquí . Escribe Borja en su libro:
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EL EGO
El ego es la distorsión de nuestra esencia, una identidad ilusoria que sepulta lo que somos verdaderamente. También se le llama personalidad o falso yo. Así, por mucho que podamos sentirnos identificados con él, no somos nuestro ego: ante todo, porque el ego no es real. Sometidos a su embrujo, interactuamos con el mundo como si lleváramos puestas unas gafas con cristales coloreados, que limitan y condicionan todo lo que vemos. Y no solo eso: con el tiempo, esta percepción subjetiva de la realidad limita nuestra experiencia, creándonos un sinfín de ilusiones mentales que imposibilitan que vivamos en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás.
Hoy os propongo primero una aproximación a como el ego recubre nuestra esencia y que es el ego y como podemos saber cuando estamos identificados con él, mañana el resumen del capítulo dedicado a la esencia.....
Este capítulo lo podéis encontrar entero en internet aquí . Escribe Borja en su libro:
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Desde la perspectiva del Eneagrama, cada ser humano es único y diferente, pero todos nacemos a partir de una energía común, materializada mediante nueve cualidades o virtudes inherentes a nuestra naturaleza: serenidad, humildad, autenticidad, ecuanimidad, desapego, valor, sobriedad, inocencia y actividad. Aunque estos nueve rasgos innatos están presentes en cada uno de nosotros, se ha demostrado que sólo uno determina nuestra esencia personal, también llamada «yo verdadero». Esta esencia es la semilla a partir de la cual podemos llegar a ser la flor que somos en potencia. Eso no quiere decir que dos personas con una misma esencia sean iguales. Pero sí que contarán con una serie de patrones de conducta muy parecidos –una especie de esqueleto psicológico–, cuyas variaciones dependerán del amor y la estabilidad que experimentaron durante la infancia, así como del condicionamiento sociocultural recibido y la genética, entre otros factores.
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La dificultad previa radica en el hecho de que, siendo todavía bebés, la realidad se nos antoja amenazadora y hostil. Para defendernos de la infinita y confusa información que nos llega a través de los sentidos, poco a poco, y desde el día de nuestro nacimiento empezamos a protegernos tras un escudo mental, también llamado personalidad, ego o falso yo. Así es como nuestra verdadera esencia queda sepultada. Sin embargo, esta autoprotección tiene una finalidad evolutiva concreta: al no contar con un cerebro desarrollado, nos ayuda a sobrevivir emocionalmente al abismo que por entonces supone nuestra existencia
De hecho, sean cuales sean nuestras circunstancias externas, los expertos en Eneagrama sostienen que, por muy cariñosos que hayan sido nuestros padres, la tremenda experiencia que supone el parto suele dejarnos heridas psicológicas profundas. A lo largo de nuestra infancia, éstas se van abriendo e intensificando, y provocan que nuestra necesidad de amor pueda llegar a ser desmesurada. Ésta es la razón de que los primeros seis años de vida siempre tengan un gran impacto en el posterior desarrollo de nuestra personalidad y, por ende, en la desconexión con nuestra esencia.
Eso sí, cuanto más amor y estabilidad hayamos recibido durante esos años –o más percibamos haber recibido–, menor necesidad habremos tenido de protegernos bajo la falsa identidad de nuestro ego. A partir de esta percepción subjetiva y distorsionadora, nuestra esencia comienza a ser sepultada por una serie de patrones de conducta inconscientes. Y esta personalidad termina por convertirse en un «falso puente psíquico» que une nuestras carencias afectivas con la sensación de que así conseguiremos el amor que tanto necesitamos. Desde el punto de vista del ego, todos nuestros actos y nuestras palabras tienen la finalidad inconsciente de conseguir que los demás nos quieran. Sin embargo, suelen acarrearnos más bien lo contrario.
Eso es porque, para alcanzar este ambicioso objetivo, creemos equivocadamente tener que hacer algo para conseguirlo, en vez de ser simplemente lo que somos y aceptar agradecidos lo que nos dan. Cuanto menos nos aman o menos amor creemos estar recibiendo, más fuerte y dura se convierte nuestra personalidad, ego o falso yo, sin mencionar los casos de maltratos físicos y psíquicos, cuyas experiencias traumáticas provocan que este escudo protector sea inmensamente más desproporcionado que el de la mayoría.
Con el paso de los años, incorporamos una serie de comportamientos impulsivos, que se disparan automáticamente como reacción a lo que sucede fuera. Así, estos mecanismos de protección terminan por fijarse en nosotros, transformándose en nuestra «forma de ser», aunque en realidad se trata de nuestra «falsa forma de ser». Este proceso de identificación genera que empecemos a creer que somos nuestra personalidad, ego o falso yo. Por eso normalmente reaccionamos de una misma forma frente a determinados estímulos externos, cosa que nos impide ser del todo libres.
Conocer cuál es el tipo de personalidad que hemos desarrollado desde la infancia nos ayuda a liberarnos de nuestra ignorancia e inconsciencia. El Eneagrama nos muestra cómo nuestro ego nos hace observar la realidad objetiva bajo un prisma condicionado y subjetivo. Cuanto más hemos tenido que desarrollarlo y fortalecerlo –lo que coloquialmente se denomina egocentrismo–, menor es nuestra capacidad de aceptar lo que no depende de nosotros y mayor y más intenso es nuestro sufrimiento.
Eso sí, esta herramienta psicológica demuestra que el egocentrismo tiene numerosas formas de manifestarse: en algunas personas es más activo y por tanto más fácil de reconocer; en otras es más pasivo, por lo que suele ser más difícil percibirlo, pero no por ello menos dañino. Por ejemplo, hay personas cuyos egos han idealizado inconscientemente la perfección de sí mismos y del entorno que los rodea, con lo que tenderán a ser reformadores activos, muy críticos y jueces con lo que no se ajusta a su canon subjetivo de perfección.
En cambio, hay otras personas cuyos egos temen inconscientemente entrar en conflicto con los demás, de modo que tenderán a autorrelegarse pasivamente a un segundo plano, amoldándose al pensamiento general, mostrándose siempre de acuerdo con las opiniones ajenas. A pesar de ser unos y otros comportamientos totalmente opuestos, en ambos casos la conducta viene motivada por el ego.
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Cuanto más bajo sea nuestro nivel de conciencia, más egocéntrica y egoísta –en el peor sentido de la palabra– será nuestra manera de ser, y viceversa. Por ejemplo, una persona con muy poca conciencia y muy encerrada en sí misma se quejará cuando un día de lluvia le impida ir a tomar el sol a la playa con sus amigos. En cambio, otra con mucha conciencia y absolutamente integrada en la vida, se adaptará a las circunstancias, tratando de ver el lado positivo de este mismo acontecimiento: quizá se quede en casa contemplando la lluvia desde su ventana, aproveche para leer tranquilamente o finalmente decida quedar con esos mismos amigos en un entorno donde puedan guarecerse de la lluvia. El hecho externo es el mismo para los dos, pero la reacción emocional es distinta, según su grado de desarrollo mental.
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Por descontado, desidentificarse de la personalidad, ego o falso yo no quiere decir librarse de ella, sino integrarla conscientemente en nuestro propio ser. De lo que se trata es de conocer y comprender qué es lo que nos mueve a ser lo que somos para llegar a aceptarnos y, por ende, empezar a recorrer el camino hacia la integración. De ahí surge un amor y una conciencia que nos permiten vivir en armonía con nosotros mismos, con los demás y con la realidad de la que todos formamos parte. El ego y la esencia son como la oscuridad y la luz que conviven en una misma habitación. El interruptor que enciende y apaga cada uno de estos dos estados es nuestra conciencia. Cuanto más conscientes somos de nosotros mismos, más luz hay en nuestra vida. Y cuanta más luz, más paz interior y más capacidad de comprender y aceptar los acontecimientos externos, que escapan a nuestro control.
EL EGO
El ego es la distorsión de nuestra esencia, una identidad ilusoria que sepulta lo que somos verdaderamente. También se le llama personalidad o falso yo. Así, por mucho que podamos sentirnos identificados con él, no somos nuestro ego: ante todo, porque el ego no es real. Sometidos a su embrujo, interactuamos con el mundo como si lleváramos puestas unas gafas con cristales coloreados, que limitan y condicionan todo lo que vemos. Y no solo eso: con el tiempo, esta percepción subjetiva de la realidad limita nuestra experiencia, creándonos un sinfín de ilusiones mentales que imposibilitan que vivamos en paz y armonía con nosotros mismos y con los demás.
Estamos identificados con nuestro ego:
- Cuando pensamos en nosotros primero, sin importantes las consecuencias que nuestros actos pueden reportarles a los demás.
- Cuando pretendemos que nuestra realidad se adapte a nuestros deseos y necesidades.
- Cuando exigimos, criticamos o forzamos a los demás.
- Cuando nos lamentamos o quejamos de cualquier cosa, situación o persona.
- Cuando intentamos cambiar a otra persona, creyendo que es lo mejor para ella.
- Cuando nunca tenemos suficiente con lo que nos ofrece la vida.
- Cuando somos, actuamos o trabajamos movidos por recompensas o reconocimientos externos.
- Cuando nos molestan la conducta o los conocimientos de otra persona.
- Cuando nos encerramos en nosotros mismos por miedo a que nos sucedan cosas desagradables.
- Cuando nos dejamos arrastrar por el enfado o la ira.
- Cuando pensamos negativamente acerca de nosotros mismos o de otras personas, ignorando las venenosas consecuencias de estos pensamientos.
- Cuando no aceptamos lo que sucede y nos creemos víctimas de la realidad externa.
- Cuando sufrimos, nos deprimimos o entramos en conflicto con otras personas.
- Cuando caemos en la inconsciencia o en el olvido de nosotros mismos.
- Cuando perdemos la capacidad de amarnos y de amar a los demás.
- Cuando nos lamentamos por algo que ya ha pasado o nos preocupamos por algo que todavía no ha sucedido.
- Cuando creemos saberlo todo y nos cerramos mentalmente a otras formas de aprendizaje.
En suma, cuando experimentamos cualquiera de estos sentimientos podemos estar completamente seguros de que seguimos protegiéndonos tras la ilusión de nuestra personalidad, ego o falso yo, que nos hace creer que estamos separados de todo lo demás.
En última instancia, este egocentrismo es el que nos genera conflicto y tristeza crónicas, así como la sensación de falta de sentido en la vida. Nuestro ego es la causa subyacente de todas las causas que nos hacen sufrir. Por eso, al estar identificados con nuestra personalidad o falso yo, es cuestión de tiempo el que, hagamos lo que hagamos, terminaremos fracasando. Porque, tan pronto como alcanzamos una meta, nos provoca una profunda sensación de vacío en nuestro interior, la cual nos obliga a fijar inmediatamente otro objetivo. Nuestro ego nunca tiene suficiente con lo que conseguimos, siempre quiere más. La insatisfacción crónica es la principal consecuencia de vivir identificados con ese yo ilusorio.
Sin embargo, hay que estar agradecidos al ego por la ayuda que nos brindó a lo largo de nuestra infancia. Sin él, nos hubiera sido más duro sobrevivir emocionalmente, por no decir imposible, de ahí que éste sea necesario en nuestro proceso de desarrollo. Pero llega un momento en que su compañía no nos aporta nada bueno ni constructivo. Por mucho que al principio nos cueste desidentificarnos de él para integrarlo con el resto e nuestro ser, es un paso evolutivo que tarde o temprano hemos de dar todos los seres humanos. Así, descubrir de que color son las lentes de nuestras gafas es necesario para saber de que manera podemos llegar a quitárnoslas.
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