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dissabte, 3 de desembre del 2011

"Me frotaba la cara con leche porque no quería ser negro". Santiago Ahuanojinou Zannou. La Contra de la Vanguardia. 22/11/11

Santiago Ahuanojinou Zannou, director de cine, ganador de tres Goya

Tengo 34 años. Nací en Madrid. Mi papá es de Benín y mi mamá de Teruel. Imparto clases de cine en Bande à Part, Barcelona. Vivimos un momento de cambio, debemos crear un nuevo sistema. He compartido alma con cristianos, animistas y musulmanes, hablan de lo mismo.
SOÑANDO
Hizo de repartidor, portero, camarero... "Me metía en la cama con más ropa de la que llevaba en la calle, pero soñando que algún día podía ganar". En su primera película, El truco del manco (2008), puso a chicos de barrio frente a una cámara para explicar lo difícil que resulta escapar de ciertas realidades que él conoce muy bien: "Me reconozco en los protagonistas, un tullido que tiene problemas con las drogas y un negro con falta de autoestima". Obtuvo tres Goya. Este viernes estrena en toda España La puerta de no retorno, que tiene como protagonista a su propio padre y cuenta su reencuentro, tras 40 años de ausencia, con su familia, su pueblo, los muertos y con quien él mismo fue.

Su primer corto hablaba de racismo en la escuela.
Le siguió la prostitución de mujeres negras y los emigrantes que trabajan en los invernaderos en Andalucía.

En El truco del manco cuenta la vida de un tullido marginal y su amigo negro.
Es el producto que dan barrios como aquel en el que me crié, donde a partir de las diez de la noche sólo oyes gritos y broncas que atraviesan los tabiques. Había poco diálogo, y cualquier idea de progreso era despachada con un: "¡Venga hombre!, ¡Pero si tú, como nosotros, no vales para nada!".

Entiendo.
Cuando a mi madre le preguntaban por mí y ella decía que estaba en Barcelona estudiando cine, le respondían: "¿Cineeee?... ¡Donde está es en el talego!".

Y además, mulato.
Ser la primera generación de chicos negros en España fue difícil. Yo me frotaba la cara con leche porque no quería ser negro. Siempre estaba en una esquina del patio jugando solo a pelota mientras los otros me gritaban "Kunta Kinte".

...
Eso te produce rechazo a todo lo que venga del colegio, por eso los hijos de los inmigrantes tienen un gran fracaso escolar, porque lo primero que viven es el rechazo de sus compañeros. Y crecemos sin referentes de los que poder sentirnos orgullosos. Todo eso degenera en una vida marginal.

¿Qué le ayudó a superarlo?
Estaba lleno de rabia, pero tuve la suerte de poder canalizarla a través del cine. El cine me salvó la vida porque me hizo abandonar un rumbo peligroso.

Curioso matrimonio el de sus padres.
Africano con aragonesa. Ambas familias los rechazaron. Hemos sido una familia solitaria. Pero el amor entre ellos se ha mantenido, me encanta verlos cogidos de la mano.

¿Cuál era su destino?
De los 14 a los 18 años estaba rodeado de amigos y ninguno hacíamos cosas correctas. Estábamos todo el día en el parque fumando porros y sacándonos la paga del fin de semana con trapicheos. Nuestro modelo eran los mayores que hacían dinero fácil con la delincuencia y la droga.

¿Qué pensaba de su padre?
Que era un fracasado. Los hijos de los inmigrantes tenemos una falta de orgullo hacia nuestro padre porque no nos ha podido dar las mismas cosas que reciben otros. Y a esa edad piensas que tener más es tener más valor. Y durante mucho tiempo damos la espalda a nuestras raíces porque no vemos en ellas la riqueza occidental.

¿Qué rechazaba usted de él?
Me decían que mi padre era un caníbal, que los blancos son mejores que los negros, que los negros no sirven para nada. Y tu ves que tu padre se está rompiendo la espalda trabajando y acabas pensando que tienen razón, que es un fracasado.

Qué duro que un hijo te juzgue así.
Esos comentarios son una de las razones que impiden que puedas crecer. Contra eso lo mejor que puedes hacer es ir a la raíz.

Usted recorrió ese camino.
A los 30 años fui a Benín. Me reuní con los sacerdotes y me dijeron que mi abuelo, también sacerdote animista, y que se llamaba como yo, Ahuanojinou (el guerrero), vivía en mí, que yo iba a ser el padre que llevaría de vuelta al hijo. En Benín los muertos hablan y los vivos saben cómo oírlos.

Así se convirtió en padre de su padre.
Exacto. Curiosamente, el abuelo era ciego y yo me dedico al cine. Le sacaron los ojos por casarse con una musulmana. Es una historia de amor hermosísima. En su primera noche juntos lo cogieron, se lo llevaron al bosque, allí le sacaron los ojos y lo abandonaron. Mi abuela salió en su búsqueda, lo encontró moribundo, pero pudo salvarlo.

¿Que fue de los agresores?
Los metieron en la cárcel y jamás volvieron a la aldea. Quedaron 20 niños sin padres y fue mi abuela, una princesa venida de otra aldea, quien se ocupó de ellos.

Qué hermosa historia.
Sí, resulta que soy nieto de una princesa y de un ciego con el poder de sanar, pero no lo supe por mi padre, sino por los sacerdotes. Muchos emigrantes, en su afán de que sus hijos se integren, borran el pasado. A mí me da mucha rabia no poder hablar con mis primos en su idioma. Pero ahora ya puedo decir que soy de Teruel y de Cotonú.

Convirtió a su padre en actor.
Sí, dos años después fuimos juntos e hicimos la película de su reencuentro con su pasado. Y hoy sé que para partir sin nada de una pequeña aldea hay que ser muy valiente. Hoy veo a mi padre como un héroe.

¿Su padre no supo nada de su familia durante 40 años?
La primera carta que le envió mi padre a mi abuela fue desde Niza. En ella le contaba que hacía mucho frío y que la riqueza de Europa era mentira, que él veía a blancos trabajando de barrenderos y limpiabotas. Y ella pensó que se había vuelto loco. Hubo pocos contactos más.

¿Cómo fue el reencuentro?
De sus seis hermanos sólo había sobrevivido una hermana. Eran dos desconocidos. Pero con el paso de los días acabaron cantando como hacían cuando eran niños. Juntos fueron a buscar tierra a la aldea de su madre tal como habían dicho los bokons (los espíritus), y depositándola sobre la tumba de su madre, mi padre pidió perdón.


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