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dilluns, 26 de novembre del 2012

AMISTAD ENTRE HOMBRES. Gaspar Hernàndez.


El escrito de hoy de Gaspar Hernàndez me ha hecho reflexionar. Tengo amigos, los que siento más cercanos, los que nos vemos para salir, compartir cine, cena o alguna copa.... Pero pocas veces profundizamos en lo que sentimos y en como lo sentimos. Siempre me he sentido mucho más cerca de las mujeres en este sentido. He compartido con ellas intimidades, sentimientos, emociones, pensamientos... pero con pocos amigos he conseguido esta complicidad... Y me sigo preguntando porqué, es ¿pudor?, es ¿desconfianza?, o es solo que no encuentro esa conexión que sí siento cuando hablo con mis amigas?.

Los chicos no suelen hablar de según que cosas entre ellos, quizá por una cuestión de pudor o de desconfianza.
Se ha escrito poco sobre la amistad entre hombres. No lo digo yo, sino el premio Nobel de literatura J. M. Coetzee. Las editoriales Anagra­ma y Mondadori (en castellano) y Edicions 62 (en catalán) acaban de publicar una edición especial de su correspondencia con el escritor Paul Auster. Coetzee empieza pregun­tándose cómo surgen las amista­des, porqué duran -algunas- tanto tiempo: «Más tiempo que los com­promisos pasionales de los que a veces se considera (erróneamente) que son tibias imitaciones».
«Parece que la amistad sigue siendo en cierto modo un enigma: sabemos que es importante, pero no tenemos nada claro por qué la gente traba amistad y la conserva», escribe Coetzee.
La conclusión que más me lla­ma la atención de su intercambio epistolar con Auster, en lo que se refiere a la amistad: los amigos, o por lo menos las amistades mascu­linas en Occidente, no hablan de lo que sienten entre ellos. Paul Auster sostiene que los hombres no suelen hablar de sus sentimientos, y pun­to. Y que sin embargo la amistad entre hombres perdura, a menudo durante décadas, en esa ambigua zona del no saber.
Un ejemplo extraído de su vida: las conversaciones que ha manteni­do durante los últimos 25 años con uno de sus mejores amigos, quizá el más cercano, «una de las personas más charlatanas que he conocido nunca», dice en otro momento Aus­ter, «por el cual estaría dispuesto a darlo todo». Las charlas entre ellos son, sin excepción, insulsas y anodi­nas, enteramente triviales.
Otro escritor norteamericano, Philip Roth (que, como publicó este periódico hace un par de semanas, ha anunciado que deja de escribir) seguro que diría lo mismo, pero llevándolo al terreno sexual. En su libro La mancha humana (Alfagua­ra / La Magrana) su narrador, Na­than Zuckerman, viene a decir que la mayoría de los hombres tienen una amistad incompleta con otros hombres siempre y cuando no ha­blen de sexo. Pero cuando sucede, cuando hablan del tema sin miedo a ser juzgados, «se puede alcanzar una sintonía muy grande y un gra­do de intimidad infrecuente».
Entre hombres y mujeres las cosas son diferentes. Hoy en día, todo es más fácil. Los más jóvenes, primero se acuestan y después son amigos.
El caso es que la amistad entre hombres daría para todo tipo de estudios sociológicos y psicológi­cos. Seguro que existen. Pera yo he acudido a la literatura, en busca de preguntas, más que de respuestas. La buena literatura no da respues­tas: sería como dejar el precio en un regalo, escribió Marcel Proust.
Y he encontrado que Josep Pla ya se planteó el tema, y llegó a con­clusiones parecidas a las de Coetzee y Auster. De hecho, no nos imagi­namos a Pla contando según qué a según qué amigos. Entre otros mo­tivos, porque después le pasarían factura. Escribió Pla: «Cuando las personas se conocen y tratan asi­duamente, tienden a la confesión mutua, y toda confesión implica el descubrimiento de debilidades in­numerables, de considerables erro­res, de intimidades grotescas. Los amigos -se suele decir- lo perdonan todo. No es cierto. No perdonan nun­ca vuestras debilidades. La ironía, entre amigos, siempre trae cola».
¿Es la desconfianza, la que pro­voca que los hombres no hablen de según qué entre ellos? ¿El pudor? Quizá el motivo lo apuntaba Auster: toda una generación de hombres en inferioridad cuando se trata de ha­blar de sentimientos. Es decir, de lo que de verdad importa. ¿Pueden ser amigos dos hombres que no hablan entre ellos de lo que de verdad im­porta? Los hombres de la generación de Auster y Coetzee se ve que sí.


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