María Pagés. Bailaora, coreógrafa. Premio Nacional de Danza 2002.
Un placer
Es una mujer fuerte, de las que lloran de emoción. Nació bailando, a los 16 años ya recorría mundo. Bailó con la compañía de Antonio Gades, participó en las películas Carmen, El amor brujo y Flamenco. A los 26 años creó su propia compañía, con la que ha estado presente en los mejores escenarios del mundo.
Ecléctica y libre, ha bailado la música de Tom Waits (“bailo lo que siento”). Acaba de inaugurar temporada en Barcelona en el teatro Poliorama con Autorretrato, cuyo estreno mundial tuvo lugar en el International Forum Theater de Tokio y se ha presentado en Sevilla, Nueva York, Londres... cosechando numerosos premios. Obra que califican de bella, emocionante y poética, puro retrato de María.
Qué ve cuando se mira en un espejo?
Movimiento. El baile ha sido el centro de mi vida.
¿Qué tipo de niña era?
Solitaria, austera, seria. Era una niña adulta. Cuando me preguntaban: “¿Qué vas a ser de mayor?”, respondía: “Lo que soy”.
¿Y qué era?
Bailaora. El baile salió conmigo, no recuerdo un momento en que no bailara, y nadie en mi familia lo hacía. Era una especie de niña prodigio: a los 4 años ya me subí a los escenarios y a los 15 era profesional.
¿Cuál es la foto siguiente en su álbum de recuerdos?
Mi hijo y el baile. Creé la compañía a la vez que paría a mi hijo. Igual que no tuve niñez, tampoco tuve adolescencia, toda mi vida ha transcurrido dentro del baile.
¿Nunca le pesó?
No, el baile ha sido como una religión, un sustento espiritual.
¿Difícil encajar la llegada de un hijo?
Lo deseé, y no he tenido ese sentimiento de “lo podría hacer mejor” de la mujer trabajadora. Se ha tragado muchas giras, pero ahora es un hombre con un bonito recorrido.
¿Bailó durante el embarazo?
Hasta que no me abrochaba el traje. Luego iba a los estudios yhacía ensayos suaves que me sentaban muy bien. Seis meses después de nacer Pancho debuté con la compañía, y no lo recuerdo como algo angustioso.
¿De quién se enamoró?
Me casé a los 23 años con mi primer amor. Estuvimos 20 años juntos hasta que murió de un cáncer. En su agonía, dentro de la adversidad y del dolor, me surgió una fuerza que desconocía. No dejé de trabajar, entre otras cosas porque el tratamiento era carísimo. El baile me ayudó. Y ahí cambié, empecé otra etapa de mi vida cuyo resultado es que me siento bien en mi piel.
¿Y la magia dónde la ha encontrado?
Vivimos rodeados de ella. Deberíamos estar más atentos, porque hay más magia de la que pensamos.
¿Usted está atenta?
Sí, porque la inspiración está ahí. La vida está hecha de eso que llamamos casualidades, que vienen por algo y te abren camino. Por ejemplo: haber conocido a Saramago.
¿Cómo ocurrió?
Me encargaron la ceremonia de inauguración de la cumbre iberoamericana y me pidieron que estuviera presente el portugués. Pensé en encontrar un poema corto en esa lengua y que yo pudiera bailar.
Y pensó en Saramago, claro.
Sí, se me ocurrió en el AVE de Madrid a Sevilla. La casualidad fue que Saramago estaba en Sevilla y le encantó la idea. Fue un encuentro crucial en mi vida; me marcó, me enriqueció y surgió una amistad que he alimentado. Creo que hay un destino y que se expresa en los encuentros casuales.
Saramago le dedicó el mejor piropo.
“Ni el aire ni la tierra son iguales después de que María haya bailado”, un despliegue de generosidad, cariño y admiración.
¿Ha habido otros encuentros?
El de Mijail Baryshnikov, que es el origen de Autorretrato. Hacía un mes que había muerto mi marido, una amiga me sacó de casa a rastras para ir a ver su espectáculo, era mi primera salida. Fui como una zombi.
...
Acabé sentada a una mesa con él y me propuso que fuera aNueva York con un espectáculo que mostrara mi parte más íntima. Me pidió justo lo que necesitaba: que me adentrara en mí, no quería una obra con la compañía, quería mi esencia.
¿Qué lección le ha dado la vida?
Que es corta y que hay que disfrutarla, y que la adversidad es parte del juego. Ocurren muchas cosas que no dependen de ti, pero queda un espacio de decisión. A menudo damos demasiada importancia a cosas que no la tienen. Sólo depende de nosotros cómo miramos la vida, no hay que dejarse llevar por enfoques miopes.
¿Le da miedo envejecer?
Es algo de lo que estoy pendiente: aprender a no tener miedo a envejecer, porque para nuestra cultura envejecer es un signo de decadencia en lugar de una transformación.
¿Pensó que volvería a enamorarse?
No, en cierto sentido del amor estaba un poco desencantada, pero hace dos años ocurrió, así, de golpe. Pienso que al final todo es un invento. Nos inventamos la vida y todo lo que pasa en ella, incluido el amor, pero se trata de un invento muy enriquecedor.
Hace un año un pie la bajó del escenario.
Se me quedó paralizado durante dos meses, fue una lesión nerviosa. Yo creo que fue una llamada de atención, mi cuerpo dijo: “Te paras”. Aprendí muchísimo.
Cuénteme.
¡Me voy de vacaciones por primera vez en mi vida! Creo que vivimos una vida precipitada y que la vida debería tener otro ritmo: el que te permite disfrutar de cada cosa.
¿Qué merece la pena?
Nos levantamos, trabajamos, volvemos a casa..., esa es nuestra vida, así que creo que has de hacer algo que te guste y rodearte de gente afín.Y me da mucha satisfacción ayudar. Vale la pena ser solidario, porque eso es lo que hace que la vida sea un disfrute.
¿Cómo lo hace?
Con funciones paralelas en giras productivas para gente que jamás ha ido a un teatro.
¿Qué quiere darles?
Emoción, que es el motor humano.
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